– Tenía muy mal aspecto con todo aquel humo. Después, he oído la radio y parece que un tanque de gasolina derrapó y alcanzó a un coche y un autobús. Eso es todo lo que han dicho, aparte de avisar a todo el mundo de que evite esa carretera.
– ¿Has dicho que un autobús? -preguntó Shea con una oleada de pánico-. ¿Cuánto hace que ha pasado?
Bill se encogió de hombros.
– No estoy seguro. Entre tres cuartos y una hora, supongo.
El pánico de Shea fue en aumento. Había creído oír sirenas al salir de la autopista, pero no había pensado en ello.
– No sería un autobús escolar, ¿verdad? -preguntó con suavidad.
Bill se rascó el pelo canoso.
– Es un poco pronto para un autobús escolar, ¿no crees?
– El equipo de fútbol del colegio de mi hijo estaba jugando en Ballina hoy. Yo -se le encogió el estómago de ansiedad-. Mira, Bill. Tengo que irme. Tengo que averiguar si Niall está allí. Lo siento. Te llamaré.
Antes de que el hombre tuviera tiempo de comentar nada, Shea le había puesto los bocetos en las manos y estaba fuera en dirección al coche.
Que no le hubiera ocurrido nada a Niall, suplicó una y otra vez por el camino. No tuvo que ir muy lejos antes de llegar al corte, donde la policía desviaba los coches con urgencia hacia otra carretera comarcal. Agitada, aparcó el coche y corrió hacia el grupo de policías.
El olor ácido de la gasolina y el humo inundaba el aire y picaba la garganta. No conocía al policía que desviaba el tráfico, pero sí al oficial que estaba de pie al lado de un coche hablando por la radio. Posó el micrófono en cuanto Shea se acercó a él.
– ¡Rick! El autobús del accidente, ¿era un autobús escolar? -preguntó jadeante.
El policía estiró una mano para tranquilizarla.
– Los chicos están bien, Shea -empezó.
Shea se apoyó contra el coche para no caerse.
– ¿Estaba Niall en ese autobús? ¡Oh, no!
– Ninguno de los chicos ha sufrido daños -le aseguró el joven policía-. Están sólo un poco conmocionados.
– Tengo que ir allí. ¿Puedes dejarme pasar con el coche?
– Sube al coche patrulla y yo te llevaré.
Shea le dio las gracias mientras él la ayudaba a entrar al asiento del pasajero. El oficial hizo entonces una seña a los otros policías y, cuando pasaron la curva, Shea soltó un gemido de horror.
Las luces rojas y azules destellaban por todas partes y, detrás del tanque volcado, cubierto ahora de una capa de espuma, la hierba y los árboles estaban ennegrecidos por el fuego.
Pero Shea apenas se dio cuenta de la escena mientras buscaba frenética el autobús amarillo. Apretó los puños cuando lo vio. El autobús había salido de la carretera y se había detenido entre la hierba alta con el morro enterrado en una masa de arbustos.
Los chicos estaban de pie en un grupo a cierta distancia, contemplando a los bomberos maniobrar con el inmenso camión y el tanque roto.
– Es difícil de creer que todos hayan salido ilesos, ¿verdad? -dijo el policía al detener el coche-. Si el tanque hubiera estado lleno de gasolina, la historia podría haber sido muy diferente.
Shea apenas le oyó mientras saltaba del coche y salía corriendo hacia el grupo de niños. Casi gimió de alivio cuando vio la cabeza rubia de Niall. Estaba de pie al lado de Pete y, cuando la vio, esbozó una sonrisa de sorpresa. Shea lo rodeó con sus brazos y lo abrazó con fuerza.
– ¿Qué estás haciendo aquí, mamá? -preguntó Niall en cuanto le soltó-. ¿Te fue a buscar la policía?
– Oí lo del accidente y pensé…
Shea se detuvo para abrazarlo de nuevo.
– ¡Mamá! -protestó Niall con suavidad-. Estoy bien. De verdad. Pero me pondré malo si sigues apretándome con tanta fuerza.
Shea soltó una carcajada rota y tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarlo de nuevo. En vez de eso, se dio la vuelta hacia los otros chicos.
– ¿Cómo estáis vosotros? ¿Estás bien, Pete?
El mejor amigo de Niall asintió.
– Seguro, señora Finlay. Pero nos hemos asustado un poco. Debería haber visto levantarse el tanque. Era impresionante.
Los otros chicos asintieron.
– El entrenador tuvo que desviar al autobús para no chocar contra ese coche -continuó otro de los chicos-. Y entonces se salió de la carretera. Como en las películas.
– Tuvimos que salir todos por la ventanilla de emergencia -le contó Niall-. Alex la rompió.
SHEA se dio la vuelta hacia su hijo con sorpresa.
– ¿Alex? ¿Estaba aquí Alex?
Niall asintió.
– En el autobús. Vino con nosotros a ver el partido.
– No lo sabía… ¿Dónde… dónde está ahora?
– En la ambulancia -replicó Niall.
– ¿En la…?
Los labios de Shea parecieron paralizarse.
– ¿Estaba herido? -preguntó con la mayor calma que pudo.
– Tenía sangre por toda la camisa -le informó Pete.
Shea se puso pálida.
– Quedaos aquí -dijo con firmeza-. No tardaré… sólo…
El corazón le retumbaba como un tambor. ¿Alex estaba herido? ¿Sería grave? ¿Y si…?
Con todos los músculos como si fueran de goma, rodeó una ambulancia y se asomó por la puerta abierta de la parte trasera.
Había un hombre echado en una de las camillas. Tenía la cabeza vendada y, cuando Shea se acercó un poco más, reconoció la cara pálida del entrenador de Niall.
Alex estaba sentado en la otra camilla hablando en voz baja con el entrenador. Como había dicho Pete, tenía toda la camisa salpicada de sangre y Shea tuvo que agarrarse a la puerta de la ambulancia para no desplomarse.
Debió emitir algún sonido porque Alex desvió la mirada hacia ella y sus ojos se encontraron y mantuvieron clavados durante largos segundos antes de que Shea tragara el nudo que tenía en la garganta.
– ¿Estás bien? -le preguntó con la mayor calma que pudo.
Alex levantó un brazo vendado.
– Estoy bien. Sólo unos arañazos.
Siguió con la mirada clavada en Shea y ella sintió un zumbido en los oídos.
– Me di en la cabeza, así que he tenido suerte. Es la parte más dura de mi cuerpo -se rió con debilidad-. ¿Has visto a Niall? No le ha pasado nada.
Shea asintió.
– Él fue el que me dijo que estabas aquí.
En ese momento, llegó el conductor de la ambulancia.
– Tenemos que salir ya -le informó a Shea con suavidad.
Ella dio un paso atrás.
– Yo… -Shea tragó saliva de nuevo-. ¿Estarás bien?
Alex asintió.
El oficial de la ambulancia cerró la puerta y Shea se quedó contemplando cómo se alejaba el coche antes de volver con los chicos.
– ¿Le han curado la herida del brazo? -preguntó Niall.
– Ha ido al hospital con tu entrenador, pero los dos parecen estar bien.
– ¡Vaya suerte! -repitió Norah después de aclarar los platos de la cena. Llevaba fuera del hospital sólo un día-. Había oído las noticias del accidente, pero no me imaginé que Niall y Alex pudieran estar dentro.
– Sí -afirmó Shea con cuidado.
– Uno de los periodistas dijo que fue igual que en las películas -señaló Niall-, pero no lo fue. Es muy diferente estar en medio de ello que verlo en la pantalla.-esbozó una sonrisa de soslayo que a Shea le recordó a Alex-. Creo que prefiero verlo detrás de la pantalla.
– ¿Y Alex tuvo que romper la ventanilla de emergencia para sacaros a todos del autobús? -preguntó Norah aunque ya se lo habían contado con todo detalle.
– Así fue como se cortó el brazo y tenía sangre por toda la camisa -Niall parecía tan macabro como Pete-. Era alucinante.
Norah miró a su nuera.
– Si Alex se ha cortado, quizá le cueste preparar la comida.
– La abuela tiene razón, mamá. ¿No crees que deberíamos pasar a ver cómo está? Podríamos llevarle un poco de cena de la abuela. Ha sobrado.
Читать дальше