– Pero…
Geoff Grayson alzó una mano.
– Estuvo a punto de morir, Georgia, y debido a las heridas que sufrió, ya no pudo tener hijos, así que… -se encogió de hombros.
Georgia comprendió lo que su padre quería implicar.
– Él mismo me lo confesó -continuó su padre-. Por eso se emocionó tanto al saber que tenía un hijo.
Georgia respiró profundamente. Empezaba a sentirse mucho mejor.
– Si eso es verdad, papá, ¿por qué le dijo esa mentira a Jarrod la tía Isabel?
– Isabel… -su padre sacudió la cabeza-. No lo sé. Esto ocurrió hace muchos años. Peter, Isabel, Jenny y yo íbamos juntos a todas partes. Tu madre era encantadora y estaba llena de vida. Pero Isabel era todo lo contrario. Siempre ha sido severa y reservada. Nadie intimaba con ella. Ni siquiera tu madre. Pero que sea capaz de mentir para separaros a Jarrod y a ti… -Geoff se levantó con aire enfadado-. No lo comprendo. Voy a ir a hablar con ella.
– No, papá, iré yo. Tengo que hablar con Jarrod.
Georgia había pasado de la desesperación a una alegría exultante. La tía Isabel había mentido. Jarrod seguía amándola. Todo acabaría bien.
– Aun así, yo hablaré con ella por mi cuenta. Entre tanto, dile a Jarrod que si no me cree, puede hablar con el médico.
– Te quiero, papá -dijo Georgia, abrazándolo.
– Y yo a ti -Geoff se metió la mano en el bolsillo y le alargó las llaves del coche con una sonrisa-. Toma el coche y vete, cariño.
Georgia salió corriendo. Se sentía como si le hubiera levantado una losa de la espalda.
Isabel Maclean recibió a Georgia en lo alto de la escalera exterior y ésta sostuvo con frialdad la mirada de la mujer que había arruinado sus últimos cuatro años.
– ¿Por qué lo hiciste, Isabel? -preguntó quedamente.
– ¿El qué? -Isabel se llevó la mano al broche de la solapa-. No sé de qué hablas.
– ¿Por qué le mentiste a Jarrod acerca de su padre y mi madre?
– He dicho que no sé…
– Tía Isabel, el tío Peter no era más que eso, mi tío. No era mi padre y tú lo sabías. Mi padre me ha contado lo del accidente -dijo Georgia. Isabel la miró con arrogancia-. ¿Sabes el daño que nos has hecho? ¿El sufrimiento? No puedo comprender por qué lo hiciste.
– ¿Por qué? -Isabel hizo una mueca-. Nunca lo comprenderías, Georgia.
– Lo intentaré.
– Tú eres igual a ella -dijo Isabel, con amargura-. Joven, atractiva, llena de personalidad. ¿Cómo podrías entender lo que representa ser la hermana aburrida y seria? Desde que nació me hizo sombra -apretó los labios-. Lo soporté hasta que… Ella hubiera podido conseguir a cualquier hombre, yo no. ¿Por qué tuvo que elegir a Geoff Grayson?
Georgia abrió los ojos desmesuradamente.
– ¿Tú estabas enamorada de mi padre?
Isabel se irguió.
– Pero él sólo tenía ojos para ella.
– ¿Quieres decir que mentiste a Jarrod porque…? -Georgia miró a su tía y, de pronto, vio algo en ella que aplacó su ira.
La mujer madura había perdido al hombre que amaba hacía casi treinta años y eso la traumatizó de tal manera que había decidido destrozar las vidas de dos personas que no tenían ninguna responsabilidad en su desgracia.
– ¿Te sirvió de algo vengarte? -preguntó Georgia, con frialdad.
– No -dijo Isabel, con ojos brillantes de rabia-. Jarrod era el hijo que yo nunca había tenido. Y tú eres la viva imagen de tu madre. Jenny fue siempre la guapa, la preferida de todos. Peter quería casarse con ella -siguió, como ausente-. Pero ella tenía que elegir a Geoff.
– Tía Isabel… -Georgia sacudió la cabeza. ¿Tenía sentido recriminarla? De pronto se daba cuenta de que su tía vivía un vacío emocional en el que no dejaba entrar a nadie. Ni siquiera a su marido.
Tragó saliva. ¿Se habría convertido ella en una nueva Isabel, fría, distante, vengativa? Georgia se estremeció.
– Quiero ver a Jarrod -dijo, calmada-. ¿Dónde está?
– Se ha marchado. Llegas demasiado tarde.
Georgia miró la hora.
– Su avión no sale hasta dentro de tres horas.
– Decidió irse antes.
– No te creo -Georgia pasó de largo y llamó a Jarrod en alto, hasta llegar a su dormitorio.
– No entres, Georgia. ¿Cómo te atreves a irrumpir así en mi casa? -le llegó la voz de Isabel a su espalda-. Te he dicho que ha ido al aeropuerto.
Georgia abrió la puerta y contuvo la respiración al ver el equipaje de Jarrod preparado al pie de la cama.
– ¿Dónde está, tía Isabel?
– No tengo ni idea -Isabel se dio media vuelta y se alejó por el corredor.
Georgia se quedó de pie, apoyada en el umbral de la puerta. ¿Dónde estaría Jarrod? Si estuviera en el jardín la habría oído llamar. ¿Habría ido a la oficina?
De pronto tuvo una idea y salió corriendo a través de los matorrales hacia el riachuelo.
Pero no lo encontró en el puente y por un instante, Georgia pensó que se había equivocado. Iba ya a volverse cuando oyó la voz de Jarrod llamándola.
Bajó la mirada y lo vio al fondo, bajo el árbol que solía servirles de refugio. Georgia bajó a su encuentro.
– Pensaba… -comenzó a decir-. Tenía que verte -dijo, sin aliento-. Quiero que sepas…
Georgia estalló en llanto y le contó toda la historia, incluida la conversación con Isabel.
– Así que no es verdad, Jarrod -concluyó.
Él parecía aturdido. Luego, le hizo algunas preguntas.
– Isabel ha admitido que mintió, Jarrod. Y papá dice que puedes hacer las averiguaciones que quieras con el médico -Georgia observó las confusión de sentimientos que asaltaban a Jarrod.
– Cuando Isabel… -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Lo que me contó parecía tan posible y explicaba tan bien algunas cosas, como la frialdad de la relación entre ella y Peter, la tensa calma que se percibía cuando tus padres estaban de visita… No dudé que fuera verdad -Jarrod apretó la mandíbula-. ¿Cómo nos ha podido hacer esto? ¿Por qué? -exclamó, con amargura-. Estos años perdidos, el bebé. Dios mío, podría…
– Debemos compadecerla, Jarrod -lo atajó Georgia-. Su vida está vacía. Está estancada en el pasado.
Jarrod puso sus manos sobre los hombros de Georgia.
– ¿Cómo puedes defenderla después de lo que ha hecho?
– ¿Me amas, Jarrod? -preguntó Georgia, estremeciéndose.
– Desesperadamente -dijo él, vehementemente-. Nunca he dejado de amarte.
– Entonces puedo permitirme ser generosa con la tía Isabel.
– Yo no, mi amor. Pienso hablar con ella -Jarrod atrajo a Georgia hacia sí con dulzura y la besó delicadamente-. Georgia, mi querida Georgia. Cuánto he deseado hacer esto.
Y se fundieron en un abrazo prolongado, acariciándose, besándose, susurrándose palabras de amor. Hasta que se separaron respirando entrecortadamente.
– Estas semanas han sido una pesadilla -dijo él, con voz ronca-. Creía que me iba a volver loco -tomando a Georgia de la mano, la hizo sentar-. Cuatro años, Georgia. Cuatro años creyendo que amaba a mi hermana.
– Calla, Jarrod -Georgia cerró los ojos y dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
– Sé que te hice daño, mi amor, pero la noticia de Isabel me había dejado horrorizado. Se añadía a la constante presión a la que me sometía cada vez que estábamos solos, y no pude soportarlo.
– Cuando te vi besándola creí que estaba soñando.
Jarrod hizo una mueca de dolor.
– Tengo que reconocer que no me siento orgulloso de mi comportamiento -sacudió la cabeza-. Todo comenzó cuando empecé a pasar contigo la mayor parte del tiempo. Me miraba con coquetería, intentaba tocarme. Yo hice como que no me daba cuenta. No sabía cómo reaccionar.
– Ella amaba a mi padre y se sintió traicionada cuando él se casó con mi madre.
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