Jessica Hart
Un corazón traicionado
Título Original: Outback husband (1998)
Serie: Amor en Australia 2
– ¡MAMI, viene alguien!
Secándose las manos en el mandil, Juliet salió de la cocina y se puso las manos a forma de visera para mirar la alta columna de polvo rojo que indicaba que un vehículo se acercaba a ellos.
– ¿Quién es? -preguntó Kit, con la seguridad de los tres años de que su madre lo sabía todo.
Andrew alzó la vista.
– Es un coche -dijo con desdén para volver a remover la tierra con su pala de juguete.
Como su gemelo, era un niño corpulento, con el angelical pelo rubio de Hugo y sus propios ojos azules oscuros, pero Juliet sabía que bajo el aspecto idéntico se escondían dos personalidades muy diferentes. Andrew era terco y decidido y podía jugar a lo mismo durante horas mientras que Kit se distraía con facilidad, hacía muchas preguntas y solía meter a su hermano en problemas.
– Lo es -acordó Juliet cuando Kit ya abría la boca para protestar-. Pero como va alguien dentro, Kit también tiene razón. Quizá sea el nuevo capataz.
– ¿Qué es un capataz?
Ese era Kit, por supuesto.
– El que nos va a ayudar a llevar el rancho.
Si había algo que necesitaba era ayuda, pero Juliet no podía dejar de preguntarse si había tomado la decisión adecuada. Por encima de todo, Cal había parecido la persona ideal. Cuando le había preguntado a un vecino por referencias le había dicho que era el mejor para llevar una propiedad como la suya. También le había dicho que era un buen hombre.
Cal Jamieson podía hacer bien su trabajo, pero cada vez que Juliet recordaba su conversación telefónica, sentía una leve inquietud.
Había sonado brusco, pero Juliet ya había aprendido a no esperar que los rancheros emanaran encanto. Hugo la había hecho desconfiar del carisma superficial. No, era algo en la forma en que él se había hecho cargo de la conversación. Por supuesto, ella había querido saber si era competente, pero ¿no debería haber dependido de ella el sugerir un período de prueba? Y había algo más, Juliet había quedado con la impresión de que guardaba algún tipo de hostilidad contra ella.
Bajó la vista hacia los dos niños pequeños que jugaban con la tierra en la base de los escalones y sintió una punzada de amor tan intensa que le atenazó la garganta. Sus niños. Ellos merecían cada lágrima de puro agotamiento, cada noche pasada en vela preocupada por su futuro. Wilparilla era su herencia y lucharía para conservarlo para ellos. No le importaba lo hostil que Cal Jamieson se pusiera siempre que la ayudara a conseguirlo.
Sin embargo, no podía dejar que la pisoteara. Juliet no tenía intención de repetir el mismo error que había cometido con el último capataz. Dejaría muy claro desde el principio quien era allí el jefe.
Quitándose el mandil, Juliet entró en la casa para lavarse la cara con agua fría y pasarse los dedos por el pelo. Puso una mueca al ver su reflejo en el espejo. El estrés y el agotamiento del año anterior le hacían parecer mucho mayor de los veinticinco años que tenía. En un concurso de vigor, competencia y bravura, hasta el tubo de dientes tendría más posibilidades que ella en ese momento.
Por un momento, se permitió pensar en la chica que había sido en Londres, tan bonita, vivaz y segura de que podría comerse el mundo. Eso había sido antes de casarse con Hugo, por supuesto. Y ahora, allí estaba, en un aislado rancho de ganado en el otro extremo del mundo y con la única seguridad de que haría lo que fuera por conservar Wilparilla para sus hijos. Aunque eso significara tener que tratar con el desconocido Cal Jamieson.
– ¡Mami, mami! ¡El capataz está aquí! -gritó Kit entrando como una tromba.
– Bueno, entonces será mejor que salgamos a saludarlo.
Ahora que había llegado el momento, se sentía ridículamente nerviosa. El futuro de Wilparilla dependía del hombre que esperaba fuera, pero no podía dejarle entrever lo desesperada que estaba por la ayuda de alguien.
Kit salió con cara de importancia al porche Y bajó los escalones pura reunirse con su gemelo. El hombre arrodillado al lado de Andrew parecía inmerso en una seria conversación y sólo se le veían los vaqueros y una camisa azul marino. Tenía la cara tapada casi por completo por el sombrero, pero al volver la cabeza para mirar a Kit, Juliet vio unos dientes muy blancos bajo el ala del sombrero.
Parecía una sonrisa tan agradable que sintió renacer la esperanza, pero cuando levantó la cabeza más y la vio, la borró como si nunca hubiera existido. Se estiró y se quitó el sombrero.
– ¿Señora Laing?
Su primera impresión fue la de un hombre corpulento, de aspecto tranquilo, con una cara fina, una boca fría y unos ojos grises glaciales. Unos ojos que daban ganas de volverse sobre sus talones y salir corriendo.
Esbozando una sonrisa, bajó los escalones hacia él. Era más alto de lo que había pensado y se sintió en desventaja al alzar los ojos hacia él.
– Juliet, por favor -dijo estirando la mano-. Usted debe ser Cal Jamieson.
“Juliet, por favor”, imitó para sí mismo con aquel cristalino acento inglés.
Sonaba igual que por teléfono, tan compuesta, segura de sí misma y con aquel irritante tono de superioridad, pero por otra parte, aquella voz no parecía pertenecer a la chica que tenía delante.
No había pensado que fuera tan joven. No podía tener más de veinticinco años. Demasiado joven para poseer una propiedad como aquélla. Un rancho necesitaba a alguien que conociera la vida al aire libre, no a aquella chica de débil sonrisa y modales formales.
También era más guapa de lo que había esperado, admitió a regañadientes. Muy fina, casi delgada, tenía pelo oscuro, exquisitos pómulos y grandes ojos de un azul tan oscuro que parecía casi púrpura. Podría describírsela como una belleza sí no fuera por lo agotada que se la veía. Tenía profundas ojeras y le recordó a un pura sangre, inquieto y tembloroso antes de una gran carrera. Cal no tenía nada contra los pura sangre, pero aquél era un país áspero, un sitio para caballos medio deslomados que pudieran trabajar. Podrían no ser bonitos, pero eran útiles.
Mirando a Juliet Laing, Cal dudó si habría sido alguna vez de utilidad para alguien salvo para sí misma.
– Sí, soy Cal -dijo con voz profunda aceptando su mano.
Había tenido mucho tiempo en el largo viaje desde Brisbane para preguntarse si no estaría cometiendo un terrible error al volver a Wilparilla, pero ahora que veía a aquella mujer frágil y nerviosa, pensó que había acertado, después de todo. Una mujer así, nunca duraría mucho allí. Volvería para Inglaterra en cuanto las cosas se pusieran difíciles y él volvería al sitio al que pertenecía.
Su apretón fue sorprendentemente firme, sin embargo. Cal la miró a los ojos y deseó no haberlo hecho nunca. Eran unos ojos extraordinarios, el tipo de ojos que podrían meter a un hombre en problemas. No había nada frágil ni nervioso en aquella mirada, que estaba cargada de firmeza y obstinación.
Durante un largo momento, se midieron el uno al otro y a Juliet le pareció que entre ellos se había lanzado un reto. No sabía cuál, pero estaba segura que Cal Jamieson pensaba que aquél no era lugar para ella. Bueno, pues si pensaba que iba a irse con el rabo entre las piernas, estaba muy equivocado.
– ¿Vamos a hablar a la terraza? -preguntó con frialdad.
– ¿Hablar?
Por su tono, pareció que le hubiera hecho una propuesta indecente.
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