– No, pero no calculaba que para entrar en casa tuviera que saltar obstáculos.
El sonido del martillo cesó y Georgia pudo oír voces en el exterior. Ken o Evan debían estar ayudando a Lockie.
– En cualquier caso, ¿qué hace esta maleta aquí? -preguntó Georgia-. Creía que ibas a quedarte en casa de tus amigos sólo hasta que volviera papá.
Morgan se encogió de hombros.
– Sí, pero he decidido dejar mi dormitorio.
Georgia arqueó las cejas en una pregunta muda y Morgan la miró desafiante.
– Steve va a recogerme a las siete y media -dijo, por encima del hombro, volviendo hacia el salón.
Georgia miró a Andy. Éste sacudió la cabeza y la siguió.
– ¿De qué estás hablando, Morgan? -preguntó Georgia.
– ¿Tú qué crees? Vuelvo con Steve.
– Pero si ni siquiera… ¿Cuándo os habéis visto?
– Todo este tiempo.
Georgia no había sospechado que Morgan tuviera algún contacto con su novio.
– Mientras tú te convertías en una estrella -dijo Morgan, con sorna.
– Pero…
– Escucha, Georgia. Steve y yo hemos tomado la decisión. Punto.
– Morgan, no creo… -Georgia se mordió el labio. Sabía que oponerse no iba a servir de nada-. ¿Te lo has pensado bien?
– ¿Qué necesito pensar? -preguntó Morgan, desafiante.
– Recuerda que Steve te pegó y hace apenas unos días decías que no querías verlo nunca más.
– ¡Qué buena memoria tienes, hermana! También yo la tengo, Georgia -Morgan rió-. ¿Es que no se puede cambiar de opinión?
Georgia sacudió la cabeza.
– No sé qué decirte, Morgan -dijo Georgia, con aire cansado.
– Dime lo mismo que me han dicho Lockie y Mandy: «No es lo más adecuado» -dijo Morgan, burlona-. «Vivir juntos no está bien». ¿Y qué está bien?
– Morgan, por favor -intervino Andy.
Pero la joven no le hizo caso.
– Vamos, dime, ¿qué «está bien»? ¿Ir de la mano? ¿Besarnos en la puerta? ¿Esperar a que aparezca el Príncipe Azul? -Morgan rió sarcástica-. Debíais estar contentos de que no lo hagamos en la parte de atrás del coche de Steve, como hacen otros.
– ¡Morgan! -la voz de Lockie llegó desde detrás de Georgia-. ¡Ya basta!
– ¡Cállate, Lockie! No me digas que tú y Mandy sois tan inocentes. Siempre queréis hacerme creer que soy distinta. Demasiado joven e inmadura para saber lo que quiero.
– Morgan, por favor -le suplicó Georgia-. No nos peleemos. ¿No podemos hablar tranquilamente?
– No hay nada de qué hablar, Georgia -dijo Morgan, testaruda.
– ¿No te das cuenta de que estamos preocupados por ti? -preguntó Lockie.
Pero Morgan rió de nuevo.
– Seguro. Pero no deberíais preocuparos. No soy tonta. Podéis estar seguros de que no voy a quedarme embarazada, como le pasó a Georgia.
– ¿Embarazada? ¿Georgia? -dijo, Andy, con expresión atónita.
– ¿Cómo demonios…? -exclamó Lockie, al unísono.
– Sí, embarazada. ¿Que cómo demonios lo sé? -dijo Morgan-. Como he dicho, no soy estúpida. Aunque era una niña, me enteraba de todo. Tú y papá creíais que dormía aquella noche, pero lo oí todo.
– ¿Georgia? -Andy dio un paso adelante-. ¿Qué…? ¿Es…?-preguntó, incrédulo.
Georgia estaba paralizada. No estaba segura de haber oído bien. Quizá lo había imaginado. ¿Había dicho Morgan lo que creía que había dicho?
Pero era imposible que su hermana pequeña supiera que había estado embarazada de Jarrod.
– Hasta sabía quién era el padre -siguió Morgan-. En cambio tú y papá no, ¿verdad, Lockie? Yo incluso conocía su escondite.
Georgia levantó la cabeza bruscamente.
– Se encontraban en…
Lockie sujetó a Morgan por el brazo.
– Ya has dicho bastante, Morgan. No necesitamos detalles -dijo, amenazador-. No eres más que una estúpida manipuladora -añadió, sacudiéndola.
Georgia se adelantó para detener a su hermano.
– Lockie, tranquilízate -le suplicó. Al mirar a Morgan, ésta vio el dolor que se reflejaba en la mirada de Georgia y perdió parte de su insolencia. Bajó la mirada.
– ¿No es cierto, Georgia? -parecía avergonzada.
– Morgan -dijo Georgia, dulcemente-. Es por eso… Sé lo peligroso que es cometer un error… -tomó aire-. Por eso Lockie y yo te intentamos proteger. Te aconsejamos porque te queremos -concluyó, con voz quebradiza.
– Pues no necesitáis protegerme -masculló Morgan, altanera-. He aceptado el trabajo en la oficina de Jarrod. Empiezo el lunes, así que todo va a ir bien.
Su mirada y la de Georgia se encontraron y ésta pudo ver que su hermana pequeña estaba arrepentida aunque no fuera capaz de expresarlo.
Georgia volvió la mirada hacia Andy para darle una explicación, pero sus ojos lo pasaron de largo y se abrieron en una expresión de horror.
Jarrod estaba en el umbral de la puerta. Debía haber llegado detrás de Lockie y había sido testigo mudo de la escena.
Jarrod parecía haber envejecido varios años. Estaba pálido y ojeroso, como si fuera a desmayarse. Pero no lo hizo. Permaneció donde estaba, contemplando a Georgia con los ojos desencajados.
– ¡Georgia! -exclamó, con voz ronca-. ¡Oh, Georgia!
Georgia se sintió atravesada por el dolor. Antes de que los demás pudieran reaccionar, salió corriendo, bajó las escaleras de dos en dos y, rodeando la casa, tomó el sendero que partía de la parte trasera, después de saltar la verja, y continuó hasta llegar al puente, ahora sólido y firme.
Si alguien la llamó, ella no lo oyó. Sólo oía su corazón y el fluir veloz de su sangre. Se apoyó en la barandilla del puente y tomó aire.
Su respiración fue normalizándose y sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando. Miró hacía abajo, a la cuenca seca del riachuelo. Había permanecido allí hasta la madrugada la noche en que huyó de casa de Jarrod. Había llegado como una exhalación, cegada por el descubrimiento de que Jarrod y su madrastra mantenían un romance. Cruzó el puente, olvidando que era frágil y que su peso, a aquella velocidad, podía hacerlo peligrar. La madera se abrió bajo sus pies, y ella cayó con un grito ahogado.
La caída la había dejado inconsciente, pero al menos había tenido la suerte de que la cabeza le quedara fuera del agua o se habría ahogado. Al recobrar el conocimiento le dolía todo el cuerpo, y no pudo moverse hasta que su padre y Lockie la encontraron. Se había roto una pierna y había perdido al niño.
Georgia dejó escapar un gemido. Le costó tanto recuperarse de aquella doble pérdida… Primero Jarrod y a continuación el niño. Nadie supo cuánto sufría, y ni Lockie ni su padre volvieron a mencionar el tema.
Geoff Grayson le preguntó quién era el padre, pero ella no respondió. Y cuando él sugirió que podía ser Jarrod ella lo negó vehementemente, diciendo que en realidad, era un extraño al que había estado viendo a escondidas.
Su padre sacudió la cabeza desesperanzado, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo.
Georgia contuvo el aliento al oír un ruido a su espalda y se volvió bruscamente para enfrentarse a la figura alta y corpulenta de un hombre que conocía bien. En la penumbra no podía verlo con claridad, pero vislumbró el brillo metálico de sus ojos.
– Era mi hijo, ¿verdad? -dijo Jarrod, inexpresivo-. Según Lockie le dijiste a tu padre que era de otro, pero yo sé que es mentira. El niño era mío. ¿Por qué no me lo dijiste?
– Lo intenté -dijo Georgia, en un hilo de voz-. Pero tú…
Jarrod guardó silencio unos instantes.
– Aquella noche viniste a contármelo, ¿no es cierto? -dijo, finalmente-. ¡Georgia, no sabes cuánto lo siento! Pero esa noche…
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