– Supongo que al principio fui bastante insoportable -continuó Jarrod-. Me sentía resentido hacia Peter. Para mí, la muerte de mi madre y la aparición de Peter eran una misma cosa. Cuanto más cariñoso era él conmigo, más le odiaba yo. Curiosamente, al principio me llevé mejor con Isabel. Debió ser muy duro para ella que le impusieran la presencia de un adolescente malhumorado, y su indiferencia me era más soportable.
Georgia tragó saliva. ¿Cuándo había cambiado ese sentimiento? Hubiera querido preguntarlo, pero calló. ¿Cuándo se transformó la indiferencia en atracción?
Jarrod sonrió con tristeza.
– Supongo que Peter acabó ganándome gracias a su perseverancia y consiguió que lo respetara hasta que… -su rostro se ensombreció -. Pero da lo mismo -concluyó, distraídamente, al tiempo que se sentaba.
– ¿Tienes más familia? -preguntó Georgia.
– Que yo sepa, no. Mi madre nunca me habló de nadie -Jarrod movió unos papeles y sacudió la cabeza-. Hay que ver los líos en los que nos metemos los seres humanos -dijo, emocionado.
Georgia no podía estar más de acuerdo. Su propia vida era un ejemplo perfecto de caos emocional.
Jarrod se apoyó en el respaldo y miró a Georgia con expresión torturada, antes de bajar la vista.
– Tengo que irme pronto, Georgia.
Ella parpadeó, sin llegar a comprender, hasta que se sintió atravesada por una punzada de dolor. ¿No habían vivido ya antes esa escena? Y ella le dijo que no quería volver a verlo. Sí, sus vidas parecían dominadas por continuas repeticiones. Y por la intensificación de un sufrimiento que nunca llegaba a desaparecer.
– ¿Cuándo te marchas? -se oyó preguntar.
– La próxima semana. Vuelvo a Estados Unidos.
– ¿Y la compañía?
– ¿Maclean? Puede funcionar sin mí. La dirigiré desde allí.
Georgia tenía que irse o se desmayaría. No quería volver a humillarse ante Jarrod. Tenía demasiado orgullo. Pero no pudo contenerse.
– La última vez que te fuiste nos dijimos cosas espantosas -dijo, pausadamente. Jarrod se puso alerta-. Pero supongo… -hizo una pausa-… que éramos muy jóvenes.
Jarrod bajó la vista.
– Las circunstancias eran otras -dijo él, inexpresivo.
– Es cierto -Georgia tomó aire-. ¿La tía Isabel también se va?
– No tengo ni idea. Puede que se instale en Gold Coast.
– Comprendo -así que Isabel no se marchaba con Jarrod.
– Nunca hubo nada entre nosotros -dijo él, quedamente-. En eso te dije la verdad. Escucha, Georgia -sacudió la cabeza-, sé que en aquella ocasión pensaste que fui cruel, pero te aseguro que hice lo mejor para los dos.
– ¿Tú crees? -Georgia sonrió con amargura-. ¿Lo mejor para quién? -suspiró-. Puede que tengas razón: es mejor cortar por lo sano que prolongar la agonía.
Jarrod apretó la mandíbula y se metió las manos en los bolsillos, al tiempo que agachaba la cabeza.
– Algo así.
Georgia se incorporó. Las piernas le temblaban.
– Bueno, lo pasado pertenece al pasado, Jarrod -dijo, sin emoción-. Es mejor que lo dejemos así, ¿no crees?
Jarrod la miró por un instante.
Georgia hubiera querido decirle que eso era lo que había intentado todos aquellos años, pero que su retorno había convertido el pasado en presente.
– ¿Podemos separarnos esta vez como amigos? -dijo Jarrod, reclamando la mirada de Georgia.
– ¿Amigos? -repitió ella.
– Antes lo éramos -Jarrod hizo ademán de aproximarse, pero se detuvo.
– Y amantes -Georgia le sostuvo la mirada-. ¿Cuántos ex amantes consiguen ser amigos? Estoy segura de que pocos. Pero supongo que es lo más civilizado -arqueó las cejas en una interrogación muda-. ¿No es cierto Jarrod? Esa es la forma moderna y civilizada de actuar.
Jarrod esquivó su mirada.
– Como te he dicho antes, en el pasado fuimos amigos.
Georgia suspiró.
– Sabes perfectamente que sería imposible. Al menos para mí los es. Lo siento, Jarrod.
– Y yo también -dijo él, con voz espesa, como si le resultara doloroso hablar.
– Será mejor que vaya a echar una mano a Andy y Lockie -le cortó Georgia.
«Pídeme que no me vaya», le rogó al mismo tiempo en silencio. «Por favor, Jarrod, pídeme que me quede».
Jarrod inclinó la cabeza y volvió al escritorio sin decir nada.
– Supongo que nos veremos más tarde -se despidió Georgia con voz quebradiza.
Y se marchó reprimiendo el impulso de hacer lo que había hecho cuatro años atrás: correr a través de los matorrales hacia su casa, cegada por las lágrimas.
El dolor la ahogó, la estranguló con un férreo puño. Habían pasado cuatro años y no había conseguido superarlo.
Cuando Jarrod reapareció en su vida lo odiaba. Pero en ese momento comprendió lo próximos que estaban los sentimientos de amor y de odio. Podía decirse a sí misma cuánto lo despreciaba, pero en su fuero interno debía admitir que seguía amándolo tanto como en el pasado. El amor debía haber ocupado cada resquicio de su ser y nunca se liberaría de él.
Se obligó a ir hacia su casa pausadamente y sin derramar una sola lágrima. Y lo consiguió, al contrario que en la otra ocasión, sin que le ocurriera ninguna desgracia. Sin que se produjera el drama que había tenido lugar cuatro años atrás.
Una semana más tarde, las cosas parecían volver a la normalidad.
La conversación que Georgia había mantenido con Jarrod en el despacho de su padre fue definitiva. Le había demostrado que debía aplastar cualquier esperanza que conservara de que él siguiera sintiendo algo por ella. Lo mejor que podía hacer era poner en orden su vida. Sola.
Todo aquel tiempo había sido una especie de duelo y ahora debía darlo por terminado. El pasado no tenía ningún vínculo con el futuro. Tenía que seguir adelante y olvidar.
Sí. Todo comenzaba a adquirir cierta normalidad. Mandy había vuelto y estaba cantando con Country Blues. Su padre llegaría al día siguiente para ocuparse de las obras de la casa. Ella podía volver a concentrarse en sus estudios y en el trabajo en la librería. Y la tarde siguiente, Jarrod se marchaba a los Estados Unidos, y Georgia podría dejar de esperar verlo a la vuelta de cada esquina.
El pasado debía quedar atrás y dar paso al futuro. Conseguiría ser feliz. Pero si era eso cierto, ¿por qué tenía ganas de llorar?
Subió las escaleras, cabizbaja y la sorprendió oír un martilleo procedente de la parte de atrás. Estaba oscureciendo y le extrañó que Lockie siguiera trabajando.
Georgia había parado a comprar leche y pan y llegaba más tarde que de costumbre. No tenía ninguna prisa en volver a casa de los Maclean para compartir una última cena con Jarrod. El martilleo cesó y volvió a comenzar, aparentemente con un eco.
Georgia suspiró y atravesó el umbral de la puerta. Estaba cansada y sudorosa. Dejó la bolsa con la compra en el suelo y se quitó la chaqueta. Necesitaba darse una ducha desesperadamente, pero para eso tendría que esperar a llegar a casa de Jarrod.
Su pierna chocó con una maleta y tuvo que apoyar la mano en la pared para no perder el equilibrio. La maleta en cambio no se movió, por lo que Georgia dedujo que estaba llena. Se frotó la rodilla y dejó escapar un quejido.
– ¿Eres tú, Georgia? -Andy salió de la cocina-. ¿Estás bien? -preguntó, al verla sostenerse sobre una pierna.
– Más o menos -Georgia hizo una mueca-. Mientras no tenga que volver a andar…
Andy tomó la bolsa de la compra.
– Ven a cambiar tu maleta de sitio, Morgan -gritó-. La has dejado en medio del vestíbulo y Georgia se ha dado un golpe.
Morgan salió de su dormitorio.
– ¿Es que estás ciega, Georgia? -dijo Morgan, cambiando la maleta de posición.
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