– Supongo que sí -dijo, pausadamente-, pero esta noche voy a tener que dejar pasar la oportunidad.
– Entonces puedes llevar a Georgia a casa -dijo Lockie.
– ¡Ah! -exclamó Andy, llevándose el dedo a la frente con un ademán exagerado, como si hubiera tenido una idea-. Ahora comprendo.
– No me cabe la menor duda -dijo Jarrod, cortante.
Georgia seguía mirándolo inmóvil. Jarrod forzó una sonrisa y, tomándola del brazo, la condujo hacia la puerta.
– Hasta luego -se despidió de los chicos-. Que lo paséis bien.
– Lo siento -Georgia se obligó a hablar. Estaban a mitad de camino de su casa y hasta entonces ninguno de los dos había dicho nada. Georgia había tardado todo ese tiempo en recuperar el dominio de sí misma y por fin se sentía capaz de pedir disculpas por la falta de tacto de Andy-. A Andy le gusta bromear.
– No tiene importancia -dijo Jarrod, sin hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación.
Al ver que aceleraba, Georgia supuso que tenía prisa por librarse de ella y, pensando en cómo se había comportado en el camerino, no podía culparlo.
– Siento lo de antes -comenzó a disculparse.
Jarrod frunció el ceño.
– ¿El qué?
– Haberme comportado como lo he hecho en el camerino.
– Olvídalo, Georgia.
Pero Georgia no podía.
– Me he portado abominablemente.
– Escucha, Georgia, por qué no asumimos que los dos nos hemos pasado y lo dejamos.
– Pero…
– Georgia, estoy cansado, y tú también. ¿Por qué no lo olvidamos? Yo ya lo he hecho.
¿Y habría olvidado también lo que había dicho: «Te deseo, Georgia»?
Georgia lo miró y al ver la rigidez con la que sujetaba el volante y la tensión que emanaba de su cuerpo, sospechó que ninguno de los dos podría olvidar con tanta facilidad una escena tan intensa como la que habían protagonizado. Si seguían viéndose, tendrían que hablar de ello en algún momento. La presión que sentía en las sienes se intensificó y cuando vio las luces de su casa se alegró tanto como suponía que él se alegraba.
Dos días más tarde, Georgia recibió una llamada en el trabajo. ¿Quién podía ser? Su familia sabía que no le gustaba que la llamaran a la librería a no ser que se tratara de una emergencia. ¿Qué habría pasado? Georgia tragó saliva.
– Georgia, soy Andy. No te asustes.
– ¿Andy? ¿Qué ocurre?
– Ha ocurrido… Bueno, ha pasado una cosa.
– ¿Qué? ¿Se trata de mi padre? -Georgia asió el auricular con fuerza.
– No -la tranquilizó Andy-. Se trata de la casa. Ha habido un incendio y…
– ¿Un incendio? -repitió Georgia, sin prestar atención a la cara de interés con que la miraban sus compañeros de trabajo-. ¿Quieres decir que la casa se ha quemado?
– No, qué va. Sólo parte de la cocina.
– La cocina… Será mejor que me lo cuentes todo.
– Ya está todo bajo control -la tranquilizó Andy-. Pero, ¿podrías venir? Lockie no deja de dar vueltas y ya sabes el poco sentido práctico que tiene. Menos mal que Jarrod se está ocupando de todo.
– ¿Jarrod está ahí? -dijo Georgia, con desmayo. ¿Es que siempre tenían que contar con él para salir de apuros?
– Hasta hace un rato sí, pero en cuanto ha oído las sirenas ha ido a buscarte. Llegará en seguida.
Georgia dejó escapar un gemido.
– ¿Por qué le habéis molestado? ¿Es que no podía venir Lockie?
– ¿Bromeas, Georgia? Es un gran músico pero como bombero deja mucho que desear. En estos momentos, no me fiaría de él como conductor -Andy rió-. De hecho, iba a ir yo a recogerte, pero Jarrod insistió en ir él.
¿Había cierta sorna en el comentario o Georgia lo imaginaba?
– Como sigamos así voy a tener que pagarle como chófer -masculló Georgia.
– Es verdad -dijo Andy, riendo-. Es una pena que sea tu primo. Estoy seguro de que un montón de mujeres darían lo que fuera porque les hiciera de chófer.
– No me cabe la menor duda -dijo Georgia, cortante y, al levantar la vista, vio a Jarrod hablando con su jefe, el señor Johns, mientras las dependientas lo contemplaban con expresión admirada-. Jarrod ya ha llegado, Andy. Hasta ahora -colgó y fue a su encuentro.
– Señor Johns, lo siento. Yo… -comenzó a disculparse.
– No se preocupe, señorita Grayson -dijo él, haciendo un ademán con la mano-. El señor Maclean me ha explicado la situación. Debe ir a casa ahora mismo. Espero que todo vaya bien.
– Es usted muy amable, señor Johns. Recuperaré las horas que falte -le aseguró Georgia, pero él hizo un gesto para quitarle importancia.
– Ni lo piense, señorita Grayson. La veremos mañana a no ser que nos avise de lo contrario -dijo él con una amabilidad desacostumbrada en él.
– Gracias -dijo ella, dirigiendo una mirada furtiva a Jarrod.
– No hay de qué. Y ahora, márchese. No haga esperar al señor Maclean.
Georgia fue a recoger su bolso y volvió al encuentro de Jarrod.
– ¿Georgia? -la llamó Jodie desde detrás de un estante-. Siento lo del incendio. Espero que no sea nada grave -los ojos de Jodie estaban fijos en el hombre que Georgia tenía a su lado y ésta no tuvo más remedio que presentarlos.
– Jodie, éste es mi primo Jarrod Maclean. Jarrod, ésta es Jodie Craig.
– Hola -Jodie le ofreció la mano y sonrió-. Me alegro de que no seas mi primo -dijo, con descaro, haciendo reír a Jarrod-. ¿Dónde lo has tenido escondido, Georgia?
– He estado en el extranjero -dijo Jarrod, divertido.
– Pues bienvenido -Jodie no ocultaba su interés en él.
– ¿No deberíamos irnos, Jarrod? -dijo Georgia, cortante, cuando logró articular palabra.
Jodie volvió a sonreír.
– Mensaje recibido, Georgia -dijo, logrando que Georgia se ruborizara-. Hasta mañana. Encantada de conocerte, Jarrod.
Salieron y Georgia se esforzó por olvidar a Jodie y sus comentarios.
– ¿Es muy grave? -preguntó cuando Jarrod puso el coche en marcha.
– No demasiado. Si Andy no llega a reaccionar en el acto podía haber sido una catástrofe.
– ¿Lockie está bien?
– Sí, sólo un poco enloquecido -dijo él.
– ¿Saben qué ha ocurrido?
– Piensan que ha habido un cortocircuito en la cocina. Andy y Lockie olieron el humo. Cuando llegaron, la pared del fondo estaba en llamas.
Georgia cerró los ojos. ¿Y si la casa hubiera estado vacía?
– Para cuando llegaron los bomberos, la parte de atrás se había quemado. Han conseguido controlar el fuego, pero el agua ha dañado algunos dormitorios.
Georgia se frotó los ojos con aire cansado. ¿Qué otra desgracia podía ocurrir? ¿Y por qué todo había comenzado con el retorno de Jarrod?
– Podemos dar gracias de que no hubiera viento -dijo Jarrod, mirándola de soslayo y viendo lo pálida que estaba-. No es demasiado grave, Georgia. Se puede reparar.
Georgia asintió con la cabeza.
– No es eso… Es que todo parece ir mal al mismo tiempo. Los problemas con Morgan, Lockie y Mandy, y…
– ¿Y?
– Todo -concluyó Georgia, en tono mate. Y la vuelta de Jarrod. Eso era lo peor.
Hubiera querido gritar. ¿Es que él no recordaba aquellos días apasionados? ¿No se sentía torturado por los recuerdos de la intimidad que habían compartido?
Georgia apartó la mirada de él. Tenía que ignorar la fascinación física que ejercía sobre ella, el aroma erótico que desprendía su piel…
– ¿Cómo está el tío Peter? -preguntó, con voz trémula.
– No demasiado bien -suspiró él-. Anoche durmió muy mal. Pensé… -se encogió de hombros-. Si fuera más joven los médicos lo operarían, pero dicen que no superaría la intervención.
Tomaron el desvío que llevaba a casa de Georgia en el preciso momento en que el camión de bomberos salía. Georgia contuvo la respiración. La fachada de la casa no presentaba ningún daño, pero cuando Jarrod giró, pudieron ver las marcas oscuras que el humo había dejado en todo el lateral.
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