Lynsey Stevens - Amor traicionado

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Georgia había imaginado cientos de veces que se convertiría en la mujer de Jarrod Maclean… Hasta que lo encontró abrazando apasionadamente a su madrastra.
Para contener el dolor, trató de convencerse de que se alegraba de que Jarrod hubiera decidido marcharse a otro país.
Cuando Jarrod volvió, cuatro años más tarde, Georgia no había conseguido perdonarlo. A pesar de que lo veía más enamorado de ella que nunca, él insistía que una relación sentimental entre ellos era imposible… ¿Ocultaba algo? ¿Qué había pasado de verdad cuatro años atrás? Toda la familia parecía saberlo… excepto ella.

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Sus ojos viajaron hacia el espejo y el reflejo de Jarrod la hizo detenerse bruscamente.

– ¿De verdad? -dijo él, en tono casual.

Su indiferencia confirmó a Georgia que había imaginado el punzante dolor que había creído adivinar por un instante en su mirada.

– Lo cierto es que conseguiste que fuera inolvidable -dijo ella, con la misma indiferencia-. Y tengo que darte el mérito que te mereces.

Las mejillas de Jarrod se colorearon, y Georgia, decidida a aprovechar su ventaja, añadió:

– Lo recuerdo perfectamente. ¿No dicen que una mujer nunca olvida a su primer amante? Pero tengo entendido que para un hombre es distinto. Y con la cantidad de mujeres que habrás tenido, supongo que tú lo habrás olvidado -dijo Georgia, asombrándose de la calma que aparentaba.

– Claro que lo recuerdo -dijo él, en un hilo de voz.

– ¿De verdad? Me sorprendes -dijo ella, en tono alegre-. ¿Se supone que debo sentirme halagada?

Jarrod levantó una mano.

– Ya basta, Georgia, ¿no te parece?

– ¿Acaso no somos adultos, Jarrod? Disfrutamos el uno del otro. ¿Hay algo más natural?

– No fue así.

– ¿Así, cómo?

– Como estás insinuando.

– Entonces, ¿cómo fue?

– De acuerdo, Georgia. No necesito que me hagas pasar por esto.

Georgia intentó morderse la lengua, pero no pudo.

– ¿Por qué no? -continuó provocándolo.

– Porque no.

– No te sentirás avergonzado de haber retozado en el heno, ¿verdad?

Jarrod se metió las manos en los bolsillos.

– Haces que suene sórdido y barato -dijo Jarrod, en un tono de voz que Georgia creyó significativo aunque no quiso pararse a analizarlo.

– Puede que sea una mujer fácil, pero te aseguro que no soy barata -se le escapó.

– ¿Por qué no dejamos el tema?

– Veo que sí que sientes vergüenza -Georgia dejó escapar una risa falsa y los latidos de su corazón se aceleraron. Jarrod le dio la espalda, y su ira se intensificó-. ¿O es otra cosa?

Jarrod se detuvo para volverse lentamente.

– ¿No será que te sientes culpable?

Georgia supo de inmediato que había ido demasiado lejos e, instintivamente, dio un paso atrás.

– ¿Estás decidida a vengarte, Georgia, es eso de lo que se trata? -preguntó Jarrod con la mirada turbia.

– O puede que no sea más que la verdad -dijo ella, sin la convicción que hubiera deseado.

– ¡Culpable! -repitió él, y una risa amarga brotó de su garganta al tiempo que alargaba las manos y asía a Georgia con tanta fuerza que la hizo daño-. ¿Así que crees que me siento culpable? No tienes ni idea de la realidad.

– Jarrod, me estás haciendo daño -protestó Georgia, forcejeando para soltarse.

Jarrod la sujetó con fuerza.

– Sé lo que intentas hacer, Georgia. Llevas haciéndolo desde que vine, pero te aseguro que no va a funcionar. Si quieres venganza te aseguro que estás vengada. Ya he pagado por lo que hice y no pienso consentir que me insultes.

Sin darse cuenta, sus manos aflojaron la presión y sus dedos descendieron por el brazo de Georgia en una caricia, despertando en ella sensaciones aletargadas. Un sonido escapó de su garganta y Jarrod clavó la mirada en ella.

– ¡Por Dios, Georgia! Deja de provocarme -dijo, con voz ronca.

Inconscientemente, Georgia entreabrió los labios y se los humedeció.

Jarrod siguió sus movimientos como si no pudiera apartarlos del recuerdo del pasado.

Todo el cuerpo de Georgia volvió a la vida, cada sentido reaccionó al sentir a Jarrod tan cerca, el calor que nunca había olvidado la recorrió por dentro. Sin proponérselo, alzó la mano y dibujó el perfil de los labios de Jarrod.

Él se puso rígido y, por un instante, Georgia creyó que sus labios buscaban la palma de su mano para besársela. Pero al momento siguiente, él la apartó de sí de un empujón.

– Déjalo, Georgia, por el bien de los dos. A no ser que quieras pagar las consecuencias -dijo, con un resoplido.

Ella se asió del respaldo de una silla para no perder el equilibrio.

Las palabras de Jarrod la atravesaron y las heridas de su alma volvieron a sangrar. De pronto volvió a ser la muchacha inocente y confiada de diecinueve años.

– Jarrod, por favor… -brotó desde su corazón.

– Georgia -una sombra cruzó el rostro de Jarrod. Se pasó la mano por el cabello en estado de agitación.

– ¿No me deseas, Jarrod? -Georgia creyó que sólo había imaginado las palabras, pero por la forma en que Jarrod la miró, supo que las había dicho en voz alta.

– ¿Desearte? -sus labios se fruncieron en una mueca de dolor-. Claro que te deseo, Georgia. Ésa es la maldición de mi vida -sus músculos temblaban y sus ojos la contemplaron con expresión agónica-. Te desearé cada segundo del resto de mi vida.

Capítulo 10

Después de su torturada declaración, Jarrod salió del camerino y la dejó sola. Georgia se quedó inmóvil, con los ojos fijos en el espacio que Jarrod había desocupado, y hubiera jurado que su corazón dejaba de latir.

Jarrod había admitido que la deseaba, que todavía la deseaba. Georgia reprimió un gemido. Y ella lo deseaba a él desesperadamente.

Permaneció de pie, agarrotada por el dolor y la angustia. Si no había perdonado a Jarrod, ¿por qué sentía por él lo que sentía?

Súbitamente, le llegó el sonido de la música que tocaban Country Blues y reconoció la introducción a la segunda parte del concierto. Tenía que volver al escenario. Lockie volvería a presentarla y ella debía estar tras el escenario, esperando a que le dieran la entrada.

Y sin saber cómo, allí estaba. Cantó mecánicamente, con naturalidad pero sin sentimiento. Y todo el tiempo, la misma cara la observaba desde la primera fila.

Georgia había asumido que Jarrod se habría marchado. Ni siquiera se había planteado que fuera a quedarse hasta el final. Pero allí estaba, inmóvil, con los ojos fijos en ella.

Por fin todo concluyó. El público se fue y Georgia pudo escapar al camerino, temblorosa, sin poder librarse de la sensación de que Jarrod la seguía.

Se quitó el vestido torpemente y se puso unos vaqueros y una blusa. Después, se desmaquilló y se dio un color claro en los labios.

Sin el colorete, parecía pálida y demacrada. Se encontraba mal y ansiaba irse a la cama.

Temía que Lockie la hiciera esperar. Le dolía la cabeza y el estómago.

Cuando salió del camerino, encontró sólo a Lockie y a Andy. Evan y Ken se habían marchado y Jarrod no estaba a la vista.

– ¡Por fin, Georgia! -exclamó Lockie, haciéndole una señal para que se aproximara-. Te estábamos esperando. Si queremos llegar a la fiesta tenemos que irnos ya.

Georgia miró a su hermano desconsolada.

– ¿Qué fiesta? -preguntó.

– Hemos coincidido con un grupo de amigos y nos han invitado a que los acompañemos -explicó Lockie.

– La noche es joven, Georgia -dijo Andy, con una amplia sonrisa-. O debería decir, la madrugada.

– No pienso ir a ninguna fiesta. Estoy exhausta -Georgia miró a su hermano con expresión enfadada-. Tendré que tomar un taxi.

– ¿Querrá venir Jarrod? -Lockie miró alrededor-. ¿Dónde está?

– Hablando del rey de Roma… -masculló Andy, y al volverse, Georgia vio la alta figura de Jarrod aproximarse a ellos.

– ¿Estáis listos para marcharos? -dijo él, sin detener la mirada en Georgia.

Georgia tenía un zumbido en los oídos. Creía estar viviendo una pesadilla. El silencio se prolongó hasta hacerse insoportable. ¿Estaría Jarrod esperando a que…?

– ¿Y tú, Jarrod, vienes a la fiesta? -preguntó Lockie.

Jarrod sacudió la cabeza.

– ¿A esta hora? No creo.

– Estás volviéndote viejo, amigo -bromeó Andy-. Sabemos de buena fuente que va a ver un montón de chicas guapas y tengo entendido que tú estás libre, ¿no es cierto?

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