Christie Ridgway - Atrévete a amarme

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La reportera Angel Buchanan se ha llevado una sorpresa enorme al descubrir que el difunto pintor Stephen Whitney, quien se autodenominaba el «Artista del corazón» y se caracterizó por defender los valores familiares, es el padre que la abandonó cuando tenía cuatro años. Y no hay nada como la lectura de un testamento para que aparezcan parientes cuya existencia era hasta entonces desconocida: la afligida viuda junto a su sexy hermana gemela… y un tipo de muy buen ver. Se trata de C. J. Jones, un conocido abogado que quiere comprar el silencio de Angel sobre la no tan ejemplar vida secreta de su padre. Ella no ignora que C. J. intentará cortejarla para salirse con la suya, pero ¿quién podría resistirse? Y encima en un escenario como Tranquility House: una mansión plagada de habitaciones y románticos rincones.

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– Entonces deja que te demuestre dónde fallan esas teorías sobre el misionero y el «éxtasis simultáneo».

Cooper tuvo la sensación de que Angel no lo estaba escuchando, pues seguía aferrada a su pelo, tirando de él.

– Bésame.

La miró fijamente y dudó. Aquellas facciones delicadas, la cabellera dorada extendida sobre la almohada… seguro que los jóvenes con los que había estado habían sido cuidadosos con aquel ángel. Precavidos, para no asustar a alguien que parecía tan inocente.

No se habrían atrevido a intentar forzar la situación para que se abriera a ellos.

Ni siquiera él, que tenía treinta y cinco años y algo de experiencia en el asunto, había conseguido desnudarla.

– Bésame -dijo, haciendo un mohín.

– Lo haré, no te preocupes -le prometió.

Entonces se apartó y comenzó a desabotonarle la blusa. Se la quitó. Cuando le desabrochó el sujetador, Angel contuvo la respiración, así que Cooper se inclinó sobre ella y la besó al tiempo que dejaba en el suelo las dos prendas.

De la boca descendió hasta los pechos. Se los besó y siguió bajando hasta la cintura, donde se encontró con el cordón de la falda. Un tirón y la deslizó con facilidad por sus piernas. Entonces se levantó, le quitó las sandalias y se tomó un momento para admirar la blancura de su piel sobre las sábanas.

– Eres preciosa -le dijo.

Angel estaba casi desnuda y algo tensa. Cuando Cooper se acercó para quitarle las bragas, la mujer emitió un quejido pero él no le hizo ningún caso y se las bajó, dejando al descubierto los rizos dorados que asomaban entre sus piernas.

– Chisss. -Le cerró los labios con un beso y las tiró al suelo.

Fijó los ojos en su desnudez y le acarició el costado.

– Última oportunidad, cariño. Tus secretos.

– Ya te lo he dicho. -Angel se estremeció cuando sintió sus dedos en la cadera -. No tengo secretos.

Lentamente, Cooper deslizó los dedos hasta el rubio triángulo que se formaba entre sus muslos, muy pegados y tensos.

Angel temblaba.

– ¿Qué haces?

Aunque los ojos de Cooper ya se habían acostumbrado a la oscuridad, le costó distinguir el borde de sus rizos, tan claros que se confundían con el resto de la piel. Acercó el índice y lo apoyó en el punto que le separaba los labios.

Angel dio un salto en la cama. Intentó relajarse y separó las piernas.

– Cooper.

– ¿Sí? -Se detuvo para que ella se tranquilizara.

– Esto es un poco…

– ¿Doloroso? -preguntó con curiosidad.

– No.

– ¿Desagradable?

– No.

– Por favor, Angel, quiero hacerlo. -Entonces sintió que su cuerpo se iba acostumbrando a las caricias, que sus músculos se relajaban. Comenzó a frotar el pequeño bulto, caliente y duro, y sintió, más que oír, que Angel contenía el aliento.

– ¿Ves qué bien sale todo si vamos por partes? -preguntó, sin dejar de acariciar su carne humedecida-. Uno da y el otro recibe.

Angel contuvo un gemido y cerró los ojos.

– ¿No te gusta?

Le gustaba. Su cuerpo ardía, estaba húmeda y abierta a él. Angel inclinó las caderas, lo justo para que a Cooper le fuera más fácil abrirse camino entre los labios y meterle dos dedos.

Angel jadeó y lo agarró de la camisa para atraerlo hacia sí.

Con la mano que tenía libre, el hombre consiguió que lo soltara.

– Dime que te gusta -le pidió, al tiempo que giraba los dedos que tenía en su interior.

Angel levantó las caderas y entonces volvió a cerrar los ojos.

– Me gusta, me… -Se interrumpió cuando le metió un tercer dedo-. Sí, me gusta.

En aquel momento, Cooper sacó la mano con cuidado y se acomodó entre sus piernas mientras apoyaba un codo a cada lado de su cabeza.

– ¿Lo ves? El sexo no debe ser de ninguna manera en concreto.

– Bésame -le rogó.

– Lo haré -volvió a prometerle-. Te voy a besar por todas partes.

Con el cuerpo de Angel, caliente y desnudo, entre sus brazos, se dispuso a cumplir su promesa. Muy despacio, sin presiones, pero con la firme intención de llegar a todo. Le lamió la suave piel del cuello y siguió bajando con la lengua hasta llegar al pecho. Le chupó los pezones hasta que sintió que la mujer se estremecía.

– Cooper, Cooper, por favor. -Angel levantó las caderas hasta topar con las de él-. Quítate la ropa.

– Espera.

Volvió a los pezones y los lamió de nuevo para continuar besando la parte inferior de sus pechos. Cooper notaba que la sangre le bullía, que le costaba respirar, pero no estaba dispuesto a acabar con aquello hasta que ella se diera cuenta de las muchas formas en que se podía disfrutar del sexo.

Siguió bajando hasta el ombligo y no paró hasta sentir el cosquilleo de sus rizos en la barbilla. Entonces le separó las piernas y se acomodó para disfrutar de ella.

– ¡Cooper! -Su voz tenía un matiz de pánico.

Angel se aferró a su pelo para intentar que parara.

Cooper la miró. Estaba tensa y apretaba las rodillas contra sus hombros.

– Quiero hacerlo.

– No -respondió mientras trataba de apartarse-. Esta no es… no es la forma de…

– Es una de las formas, Angel. -La agarró por las caderas y sintió su acelerado pulso en la yema de los dedos-. No tienes miedo, ¿verdad?

Angel dudó un instante.

– Pues sí.

Cooper no esperaba aquella confesión.

– Vamos, esto no puede darte miedo.

Angel abrió los ojos como platos.

– Sí, sí que me da miedo.

Angelito, pensó.

– Entonces, cariño, cierra los ojos y cuenta hasta diez. Si cuando llegues a once quieres que pare, lo haré.

Cuando Cooper bajó la cabeza, el cuerpo de Angel estaba duro como una roca. Empezó a lamerle el cremoso fluido y ella arqueó la espalda, le tiró del pelo. Pero él sabía que aún no había comenzado a contar y que nunca llegaría hasta once, porque mientras la acariciaba, la comía, la disfrutaba, ella se estremecía de placer.

Sus piernas, que hasta entonces habían ejercido presión sobre los hombros de Cooper, se relajaron. Aquel era el momento de separarlas y deleitarse entre ellas. A Cooper le hervía la sangre, su corazón latía al ritmo de sus gemidos y notaba una sensación indescriptible mientras su boca se llenaba con la dulce excitación de la mujer.

Dulce, porque habían llegado al grado de intimidad que él deseaba y porque había conseguido que ella se entregara a él.

Sintió que la tensión del orgasmo se acumulaba en el cuerpo de Angel y comenzó a lamer la parte más sensible de su cuerpo, a extraer de ella todo el placer, por y para ella, mientras controlaba cada una de sus sacudidas, cada uno de sus gritos.

Cuando separó la cabeza de su cuerpo, Angel se quedó tendida sobre la cama en la posición en que él la había dejado, abierta a él. A Cooper le pareció la imagen más hermosa y vulnerable que había visto jamás. Loco de deseo, se forzó a respirar profundamente mientras se quitaba la ropa. Entonces volvió a colocarse entre sus piernas.

– Cooper -gimió.

El hombre estaba encendido y dispuesto a seguir. Angel no opuso resistencia. Volvió a lamerle el clítoris en suaves movimientos circulares y en pocos minutos Angel volvió a estar cerca del orgasmo.

Cuando Cooper notó su cuerpo en tensión, levantó la cabeza, le dio la vuelta y la colocó de rodillas.

– Esta es una de las formas -le susurró por detrás-. Y aquí va otra.

Empujó y penetró fuerte, hasta el fondo, entre sus húmedos labios.

Angel gimió.

Empujó una vez más y sintió su propio orgasmo muy cerca, rápido y violento. Apoyó una mano sobre el colchón, y con la otra volvió a frotarle el clítoris. Ella también empujaba, hacia atrás, jadeando. Cooper no era precavido, ni cuidadoso, se olvidó de la inocencia, solo buscaba intimidad.

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