Angel comenzó a contonearse.
– Cooper…
Mierda, mierda. La voz de la mujer transmitía preocupación y Cooper intentó darse prisa.
– Cooper. -Angel se llevó la mano al cuello de la blusa, como si quisiera volver a abrocharla. Cooper advirtió que estaba ruborizada y temió que su torpeza terminara con sus ganas de continuar.
Intentando relajarse, inspiró profundamente y apartó la mano de la mujer. La volvió a besar en los labios y, olvidándose de los malditos corchetes, le acarició el pecho por debajo del sujetador.
Angel soltó un leve gemido. Entonces Cooper bajó la vista. ¡Y qué visión tan extraordinaria! Si el solo hecho de amasar aquel peso, suave y cálido, ya proporcionaba una sensación más que excitante, no lo era menos observar cómo su gruesa muñeca se perdía bajo el satén.
Cooper notó que su corazón había recuperado el ritmo habitual, señal inequívoca de que la sangre volvía a estar concentrada en su entrepierna. La tenía muy dura, y más aún se le puso cuando comenzó a juguetear con el pezón, también como una piedra.
Angel emitió otro quejido, pero él continuó con la mirada fija en sus pechos. No podía apartar los ojos, le parecía fantástico ver cómo la mujer se estremecía y sentir el agitado latido de su corazón en las yemas de los dedos. Entonces llevó la mano que tenía libre a su otro pecho, lo acarició, le frotó el pezón.
– Cooper -susurró Angel.
El hombre levantó la vista justo cuando ella se lamía los labios.
Sin dejar de mirarla, le pellizcó un pezón con delicadeza. Angel cerró los ojos.
Cooper apartó una mano y acercó los labios. Sin retirar el sujetador, se llevó el pecho a la boca y comenzó a humedecer la tela con la lengua hasta que el pezón volvió a estar duro. Siguió lamiendo hasta que la tela, empapada, dibujó a la perfección aquella protuberancia. Entonces se lo metió en la boca, succionando hasta que el pezón le acarició el paladar.
Angel lo rodeó con los brazos y, contoneándose, se acomodó sobre su erección. Aquel movimiento hizo que Cooper chupara con más ímpetu, provocando mayor excitación en la mujer.
Pero no, no podía permitir que se meneara de aquel modo.
Con la intención de que parara repitió la operación con el otro pecho. Se lo llevó a la boca y comenzó a lamerlo con fruición. De nuevo, Angel se quedó quieta. Dibujó círculos a su alrededor con la lengua y sintió cómo la mujer se tensaba, a la espera de la succión final que tanto la excitaba.
Cuando Cooper la sintió totalmente rígida, se lo metió en la boca y mordió.
Angel soltó un chillido de éxtasis.
El hombre alzó la cabeza con gesto de pretendida preocupación.
– ¿Te he hecho daño? -Sabía bien que le había encantado, que aquel grito había sido de puro placer.
– No, yo… -Angel meneó la cabeza y los rizos formaron una cascada sobre su escote-. No.
– Entonces… -Cooper rió para sus adentros y le apartó la melena. Al bajar la mano de nuevo, le rozó un pezón con los nudillos y sintió cómo ella contenía el aliento. Así que siguió acariciándolos. Una y otra vez.
– Cooper -le suplicó en tono agonizante.
Él levantó la vista y se dio cuenta del deseo, del apetito reflejado en el rostro de la mujer.
– Déjame seguir -intervino, sabiendo que no iba a parar a menos que ella se lo pidiera. Aunque en principio no se había planteado llegar tan lejos, en aquel momento deseaba tanto como ella continuar con el juego.
Solo un poco más, pensando también en ella.
– Déjame. -Y sin otro preámbulo volvió a hundir la cabeza entre sus pechos.
Olían a perfume, y aun a través de la blusa y el sostén, los notaba dulces y cálidos. Parecían hechos a la justa medida de su boca y, cada vez que los chupaba, la forma en que Angel se estremecía le hacía sentir que todavía servía para algo.
Hacía mucho tiempo que no se sentía tan hombre.
Entre sus brazos, Angel vibraba y temblaba de excitación. Con intención de calmarla, Cooper le acarició la parte interior del muslo y ella dio una sacudida. Tenía los nervios a flor de piel.
– Cooper…
Se acercó para besarle el pezón y notó el latido desbocado de su corazón en la mejilla. La tenía en sus manos, sometida, y a Cooper le gustó aquella sensación.
– Cooper… -repitió alzando la voz, mientras se llevaba una mano a la frente, como si intentara recomponerse.
Pero él no se lo iba a permitir. Estaba dispuesto a hacerla volar.
– ¡Chisss! -La besó en los labios-. No te resistas.
Sin reparar en gemidos, le subió la falda hasta las caderas y volvió a acariciarle el muslo. Angel suspiró y separó las piernas. Entonces, Cooper le dio otro beso en la boca y se abrió camino bajo la tela fruncida hasta llegar al cálido monte cubierto de satén.
Apoyó en él la mano y le mordisqueó la barbilla, le lamió el cuello y bajó hasta el pezón una vez más. Mientras lo chupaba con fuerza, apartó la tela y la penetró con dos dedos. Angel echó hacia atrás la cabeza y soltó un largo gemido de placer.
Estaba ardiendo y tan húmeda que Cooper deslizó los dedos hasta su interior con la mayor facilidad. Tenía el clítoris como los pezones, duro y con ganas de ser acariciado. Cooper lo frotó con el pulgar y Angel arqueó la espalda. Cerró los ojos y permaneció en silencio, concentrada en los movimientos de su mano.
Acelerando el ritmo, Cooper inclinó la cabeza y le lamió el pezón. La fricción, cada vez más rápida, iba acompañada del movimiento circular de los dedos que tenía en su interior.
Angel se abrazó a él mientras meneaba las caderas al compás de sus caricias, ahora tan aceleradas que tensaban las paredes que rodeaban sus dedos. Cooper se apartó de su pecho y levantó la cabeza para observar cómo Angel alcanzaba el clímax, aunque no necesitaba mirarla para saber que se acababa de correr.
Aquella visión fue la más erótica y hermosa que él había visto jamás. Medio vestida y apoyada sobre él, la encontró simplemente preciosa. Sin embargo, aún más erótico y hermoso le pareció el hecho de haber controlado, al menos durante unos instantes, cada respiración y respuesta de una mujer tan compleja e independiente como Angel.
Cooper se sorprendió por el placer que proporcionaba dar placer. Si muriera en aquel mismo momento, lo haría feliz.
Antes de que tuviera tiempo para recuperarse, Cooper ya le había bajado la falda y abrochado la blusa. Angel se incorporó y, retrocediendo a trompicones, dijo:
– Yo… esto…
Tenía que decir algo, era necesario. Y en el momento en que supiera qué decir lo haría sin dilación. Pero se encontraba ante el único hombre que había conseguido llevarla a tal estado y estaba todavía un poco aturdida.
Cooper se levantó del banco, y sin mirarla a los ojos, espetó:
– Es tarde. Te acompañaré hasta tu cabaña.
Atónita, Angel intentó darle sentido al tono frío de aquellas dos frases después de lo que acababa de tener lugar.
– ¿Nos vamos? -preguntó el hombre en tono amable-. Ya es tarde.
Como daba por hecho que Cooper no estaba bajo ningún toque de queda, dedujo que sus palabras significaban que el agradable interludio había llegado a su fin. Cooper no parecía dispuesto a entrar en su cabaña aquella noche, y aún mucho menos a meterse en su cama.
Vaya por Dios. No sabía si sentirse rechazada o aliviada, pero ella misma había estado en la posición del que no obtiene placer alguno las veces suficientes para saber que en aquel momento su compañero no debía de estar demasiado satisfecho. Ante aquello, ¿qué se suponía que tenía que hacer? ¿Disculparse?
Intentando disimular la oleada de vergüenza que se estaba apoderando de ella, Angel se cruzó de brazos. Además, ¿no era así como sucedía siempre? Aunque en aquella ocasión los preliminares no habían estado tan mal -de acuerdo, habían sido extraordinarios-, lo que seguía había sido, como era habitual, un desastre absoluto.
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