Lisa Jackson - El Millonario

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Se había entregado en cuerpo y alma a aquel hombre…
Hacía diez años una inocente Samantha Rawlings se había entregado, en cuerpo y alma, a un hombre de ojos azules que le había prometido amor eterno. Pero cuando el sol de verano perdió fuerza, Kyle Fortune desapareció y Samantha se quedó allí para criar a su hija ella sola… y en secreto.
El destino quiso que el inquieto millonario volviera a aparecer en la vida de aquella mujer a la que jamás había olvidado… pero también se encontró con una preciosa niña de ojos azules que jamás había visto…

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– Tendrán que insertarle un clavo, dos quizá, en el hombro, y en la clavícula. Pero me han dicho que se recuperará, que la columna vertebral la tiene bien.

– Gracias a Dios -susurró Kyle. Pestañeó rápidamente, paralizado de miedo y preocupación.

– Dios mío, espero que no me hayan mentido, que no encuentren nada más…

– Ten fe -le dio un rápido beso en la sien-. Lo superaremos, los tres juntos lo superaremos.

Sam se sentía al borde del desmayo. Se aferró a Kyle e intentó no ceder a las lágrimas. ¿Qué ocurriría si Caitlyn había sufrido algún daño irreversible? Hasta el mejor de los médicos podía equivocarse. ¿Sería posible que su hija no pudiera volver a caminar o a montar a caballo?

Si ella hubiera tenido más cuidado, si se hubiera dado cuenta de que Caitlyn se había marchado… Si no hubiera tenido la radio tan alta… Pero había tardado en reaccionar y, para cuando lo había hecho, ya era demasiado tarde.

– Me gustaría haberla encontrado antes de que se subiera al caballo.

– No te culpes por lo ocurrido. No eres culpable de nada.

– Pero…

– Pero nada. Tú eres la mejor madre que podría imaginar para ella. Vamos -le pasó el brazo por los hombros-. Será mejor que te sientes.

Se sentaron en silencio, ignorando las revistas y la taza de café. Sam lo miró y comprendió que Kyle quería con devoción a su hija.

Los minutos pasaban lentamente. Sam pensaba que iba a enloquecer. Sin la presencia de Kyle, habría perdido la razón.

– No te preocupes -le repetía Kyle una y otra vez, cuando veía la sombra de miedo de sus ojos.

– Joker se escapó.

– Randy lo encontrará. Además, el caballo ahora es lo de menos.

– Pero es un caballo muy valioso. Es propiedad de Grant y…

– Me gustaría matar a ese caballo -Kyle apretó los puños con frustración.

– No puedes culpar a un caballo del accidente de Caitlyn.

– ¿Por qué no?

– Porque es culpa mía. Debería haber tenido más cuidado. No debería haberla dejado marchar, pero con la puerta del baño cerrada y la radio puesta, ni siquiera me di cuenta de que estaba intentando decirme algo. Me enteré cuando llegamos al hospital. Abrió los ojos y me lo dijo. Oh, Dios, si al menos…

– Chss. Deja de castigarte. Yo debería haber estado cerca de ella. Si no hubiera estado en Minneapolis… Pero no volverá a ocurrir otra vez -le prometió.

– ¿Y cómo vas a impedirlo?

– No os perderé nunca de vista. Y estoy hablando también de ti. He pensado mucho estando en Minneapolis. He estado analizando nuestra situación y creo que lo mejor que podemos hacer es casarnos. Y no para que el nuestro sea un condenado matrimonio de conveniencia.

– ¿Qué? -Sam alzó la mirada.

– Ya me has oído. Te quiero y quiero que te cases conmigo.

– Kyle…

– ¿Me has oído?

– Sí, pero…

La desilusión ensombreció el semblante de Kyle.

– Te amo, maldita sea, ¡y quiero casarme contigo!

– Oh, Dios mío, yo también te quiero -admitió Samantha. La felicidad inundaba su corazón mientras rodeaba a Kyle con los brazos y lo besaba hasta que la promesa de un futuro en común borró sus dudas y sus miedos.

– Escucha, Sam, hay algo más. Quiero darle a Caitlyn mi apellido. Y que vengáis a vivir conmigo.

– ¿Contigo? -el corazón se le cayó a los pies-. No sé si Caitlyn se acostumbrará a Minneapolis…

– Oh, estoy seguro que lo odiaría. Pero estoy hablando de que las dos vengáis a vivir al rancho.

A Caitlyn le costaba creerse lo que estaba oyendo.

– ¿A tu rancho? ¿En Wyoming?

– ¿Tan difícil es de comprender?

– Pero tú pensabas vender el rancho y marcharte a…

– ¡Jamás! Por fin he descubierto que este es mi verdadero hogar. Quiero quedarme aquí, contigo y con nuestra hija. Nunca venderé este lugar.

– Quizá cambies de opinión. Aquí los inviernos son muy duros. La temperatura baja muchísimo, la nieve…

– Creo que podré soportarlo, Sam. Así que, ¿qué me dices? ¿Te casarás conmigo?

– Claro que sí -le rodeó el cuello con los brazos. Kyle rió y giró con ella, justo en el momento en el que el doctor Renfro se acercaba a ellos.

– ¿Señora Rawlings?

– ¿Cómo está Caitlyn? -le preguntó Sam, con el corazón en la garganta.

– Se pondrá bien. Su hija ha superado perfectamente la operación. Ha sufrido lesiones en el hombro, el brazo y las costillas. La operación más difícil ha sido la del brazo. Hemos tenido que ponerle un clavo en el radio y el cubito.

– ¿Y la espalda?

El doctor sonrió pacientemente.

– Ya le dije que no era nada serio. Se pondrá bien, aunque pasará algún tiempo dolorida. Creo que su principal problema va a ser impedirle que se levante.

Escucharon las instrucciones del doctor y Sam, relajándose por vez primera, se derrumbó. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y, si no hubiera sido por los fuertes brazos de Kyle, habría terminado desmayada en el suelo.

– Estás aquí -Caitlyn abrió los ojos y alzó la mirada hacia Kyle-. Creía que te habías ido.

– Solo me había ido unos días.

– Por mi culpa -dijo la niña, todavía somnolienta.

– ¿Por tu culpa?

– No me quieres. Jenny Peterkin me dijo que mi padre no me quería. Que habías dejado a mamá por mi culpa.

Kyle sintió que se le desgarraba el corazón.

– Cometí un error al marcharme. Pero no sabía nada de ti, cariño. Te descubrí hace solo unas semanas. Pero pronto vamos a solucionarlo. Tu madre y yo vamos a casarnos.

– ¿Qué? -Caitlyn abrió los ojos como platos.

– ¿Qué…?

– Es cierto, cariño -dijo Sam-. Kyle y yo vamos a pedirle al reverendo Pease que nos case en cuanto salgas del hospital.

– No estarás diciendo esto porque estoy aquí, ¿verdad? -preguntó la niña, buscando la mirada de su padre.

– No, llevo mucho tiempo intentando convencer a tu madre de que se case conmigo.

– ¿Y tú no querías casarte, mamá?

– Solo quería estar segura.

– ¡Y a mí nadie me ha preguntado nada!

Kyle contuvo la respiración.

– Bueno, ¿te gustaría que fuéramos una familia? – le preguntó Sam.

– ¿Una familia de verdad?

– Sí, cariño, si tú quieres.

– ¿Y podré tener un caballo?

– Todos los que quieras -respondió Kyle.

– Siempre que sea razonable -añadió Sam.

– ¿Y me llamaré Caitlyn Fortune?

– Caitlyn Rawlings Fortune -contestó Sam, pestañeando para contener las lágrimas.

– Pero ahora tienes que ponerte bien, ¿de acuerdo? -le pidió Kyle.

– De acuerdo -cerró los ojos con una sonrisa en los labios-. De acuerdo, papá.

– Me gustaría presentarles al señor y a la señora Kyle Fortune -dijo el predicador.

Kyle y Samantha se volvieron hacia la congregación. Sam estaba radiante y Kyle jamás se había sentido tan feliz. Caitlyn, resplandeciente, permanecía en los primeros bancos, al lado de su abuela. La iglesia estaba rebosante de familiares y amigos y Kyle sonrió al ver los rostros sonrientes de su padre y su madrastra y las lágrimas que humedecían las mejillas de sus hermanas.

Conocía a la mayoría de los invitados, pero su mirada se encontró de pronto con la de un anciano muy delgado, sentado en uno de los bancos más alejados. Por un instante, tuvo la sensación de reconocerlo, pero inmediatamente se dio cuenta de que no conocía a aquel tipo de enorme mostacho, gafas de sol y traje de lino.

En cuanto salieron de la iglesia, toda la familia de Kyle los rodeó para felicitar a Kyle por haber conseguido una mujer tan guapa como Sam. Sus hermanas estaban emocionadas. Jane le guiño el ojo a Sam.

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