Lisa Jackson - El Millonario

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Se había entregado en cuerpo y alma a aquel hombre…
Hacía diez años una inocente Samantha Rawlings se había entregado, en cuerpo y alma, a un hombre de ojos azules que le había prometido amor eterno. Pero cuando el sol de verano perdió fuerza, Kyle Fortune desapareció y Samantha se quedó allí para criar a su hija ella sola… y en secreto.
El destino quiso que el inquieto millonario volviera a aparecer en la vida de aquella mujer a la que jamás había olvidado… pero también se encontró con una preciosa niña de ojos azules que jamás había visto…

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– Absolutamente ninguna.

– De acuerdo. Bueno, tiene nueve años. Y se llama Caitlyn. Caitlyn Rawlings, hasta que se haga el cambio de apellidos.

– ¿Y Sam está de acuerdo con eso? -le preguntó Rocky dubitativa. Por su reacción, era obvio que sabía lo que estaba preguntando. Seguramente Grant la había puesto al corriente de la situación.

– Estoy trabajando en ello.

– Buena suerte.

– ¿Conoces a mi hija? -preguntó Kyle, cayendo de pronto en la cuenta de que Rachel podía haber coincidido en el rancho con Sam y con Caitlyn.

– No, aunque me he dejado caer de vez en cuando por Clear Springs, no he coincidido con Samantha. La recuerdo de cuando éramos niños, y dudo que sea una mujer a la que le guste que le digan lo que tiene que hacer. Se pasó años trabajando duramente e intentando que su padre se mantuviera sobrio.

– ¿Lo sabías?

– Sí, y creo que Kate también, y probablemente Ben. Pero aquel hombre era un buen trabajador y tenía una mujer y una hija a las que mantener. Yo nunca dije una palabra a nadie. En cualquier caso, sospecho que Sam, que tuvo que crecer más rápido que todos nosotros, es una mujer acostumbrada a hacer las cosas a mi manera.

– Desde luego -se removió incómodo en el asiento, como si quisiera apartarse de los perspicaces ojos de Rocky-.Te enseñaría una foto de Caitlyn, pero no tengo ninguna.

– Entonces háblame de ella -sugirió Rachel mientras el camarero les dejaba sendas jarras de cerveza en la mesa.

– No sé qué decir. Es tan ágil como lo era su madre, y tan cabezota y… -fijó la mirada en la cerveza y frunció el ceño-. Oh, diablos. La verdad es que quiero casarme con Sam, reconocer a Caitlyn y empezar desde el principio.

– ¿Y lo crees posible?

– Todavía no. Ya he perdido nueve años, diez si cuento el embarazo de Sam. Pero ella quiere tomarse las cosas con calma. No quiere cometer errores.

– Parece una mujer inteligente.

– Y terca como una mula.

Rocky tuvo el valor de soltar una carcajada.

– Además -continuó Kyle-, tengo la sensación de que el tiempo corre muy deprisa. Y ellas están viviendo solas, en medio de ninguna parte.

– Ah, y quieres ser el caballero andante que las salve de, ¿de qué? ¿Del peligro de un coyote? -rió de tal manera que varias cabezas se volvieron en su dirección.

– Wyoming está en el fin del mundo. Allí también hay indeseables. Caitlyn tuvo problemas con una niña de su clase y me contó que tenía la sensación de que alguien la seguía y…

– ¿Tú crees que alguien la sigue?

– No lo sé, pero me preocupa -bebió un largo sorbo de cerveza. Rocky sonrió.

– Kyle, jamás lo habría creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos, pero estás enamorado de Samantha, ¿verdad? No es solo que tengas una hija, quieres casarte con ella porque la amas.

Kyle apretó los dientes.

– No es un crimen, ¿sabes? ¿Le has dicho a Sam lo que sientes por ella?

Kyle giró la cerveza vacilante.

– Dios mío, Kyle, ¿no le has dicho que la amas?

– Ella lo sabe.

– ¿Lo sabe, o cree que estás haciendo todo esto por tu hija? Ya la abandonaste una vez, ¿sabes?

– Sí, lo sé -contestó, cada vez más ansioso por hablar con Sam-. He intentado explicárselo a ella.

– Sí, me lo imagino, Kyle Fortune, el gran comunicador. ¿No crees que es posible que sospeche que tu propuesta de matrimonio tiene que ver con un acto de cumplimiento del deber?

Kyle no respondió.

– ¿Debo presumir que sabe lo de Donna?

– Sí.

– Así que sabe que la abandonaste para casarte con otra mujer.

– No sabía que estaba embarazada…

– Eso no importa. No me sorprendería que nunca quisiera perdonarte.

– Eso es lo que me gusta de ti, Rocky -replicó Kyle haciendo una mueca-. Realmente sabes cómo levantarle el ánimo a uno.

– No sirve de nada que continúes lamentándote, Kyle. Lo que tienes que hacer es decirle que la amas, que el sol sale para ella, que…

– No se me da bien decir ese tipo de cosas.

– Lo sé, pero creo que ya es hora de que empieces a practicar. Ahora mismo Sam tiene todas las cartas en su mano y supongo que no está dispuesta a arriesgar su corazón y el de su hija por un hombre que tiene todo un récord en seducción y abandonos.

Cuando Kyle llegó aquella noche al apartamento que en otro tiempo había considerado su hogar, no encontró ningún alivio. Se sirvió una copa y observó su reflejo en el espejo del salón. Se sentía como un extraño en su propia casa. Porque ya no pertenecía a aquel lugar. El traje lo hacía sentirse incómodo. Los muebles se le antojaban fríos y la vista no lo admiraba.

Advirtió que la luz de contestador parpadeaba y, sin mucho interés, rebobinó la cinta.

Lo bombardearon decenas de mensajes que escuchó sin prestar apenas atención. Hasta que volvió a sonar un pitido y la voz de Samantha inundó la habitación.

– Kyle, ¿estás ahí? Si estás en casa, llama, por favor -la desesperación y el miedo tensaban su voz-. Es… es Caitlyn. Ha tenido un accidente. Joker la ha tirado y parece que tendrán que operarla. Creen que necesitará un especialista para la espalda… si ha sufrido algún daño. Pero todavía no lo saben. Están hablando de llevarla a Salt Lake City, pero solo si tiene algún problema en la espalda. No sé qué va a pasar, no sé. Intentaré llamarte otra vez.

Y colgó.

La cinta se detuvo y en el apartamento se hizo un silencio mortal.

Capítulo 12

Samantha permanecía sentada en la sala de espera del hospital de Jackson, hojeando revistas antiguas. Una taza de café reposaba en la mesa de al lado del único sofá de vinilo, pero Sam no la había probado.

No podía comer, ni beber, ni pensar en otra cosa que en Caitlyn. Un médico al que no había visto nunca, y supuestamente el mejor de Jackson, estaba controlando todo el proceso. El doctor Renfro confiaba en que no se hubiera visto afectada la columna vertebral y, al parecer, el resto de sus heridas sanarían.

Entonces, ¿por que tenía tanto miedo de que el médico se equivocara, de que su hija no sobreviviera a aquella operación? Era una tontería, pero el sentido común no le servía para ahuyentar el miedo.

Sam se levantó de su asiento y paseó por la sala de espera con aire ausente, anhelando la recuperación de su hija.

– ¿Sam? -la voz de Kyle llegó hasta ella en medio de los ruidos y los susurros del hospital.

Se volvió y lo vio caminando a grandes zancadas hacia ella. Tenía la preocupación grabada en cada línea de su rostro y una sombra de ansiedad en la mirada.

– Oh, Dios mío, Kyle -voló corriendo hacia él.

Kyle la estrechó en sus brazos y las lágrimas que Sam había contenido durante todo el día fluyeron repentinamente.

– ¿Caitlyn está bien? -le preguntó Kyle.

– No lo sé. Pero, gracias a Dios, estás aquí.

– ¿Dónde está ella?

– En el quirófano.

– ¿Quién es el médico? -Kyle cerró los ojos un instante, intentando encontrar alguna fortaleza interior-. ¿Es ese maldito especialista del que me hablaste?

– El doctor Renfro es un buen hombre, el mejor médico de Jackson.

– Yo puedo pagar al mejor doctor del país, al mejor del mundo…

– No es una cuestión de dinero, Kyle -replicó ella, enfadada porque, como siempre, Kyle pensaba que todo podía arreglarse con dinero.

– De acuerdo, de acuerdo. Pero cuéntame lo que ha pasado.

Permanecían frente a las ventanas, mirando al aparcamiento. Samantha, intentando no derrumbarse, le contó el accidente, el viaje en ambulancia… Pero no le dijo que había estado a punto de desmayarse, que no había estado más asustada en toda su vida, que se sentía incapaz de dominar el miedo.

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