Lisa Jackson - El Millonario

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Se había entregado en cuerpo y alma a aquel hombre…
Hacía diez años una inocente Samantha Rawlings se había entregado, en cuerpo y alma, a un hombre de ojos azules que le había prometido amor eterno. Pero cuando el sol de verano perdió fuerza, Kyle Fortune desapareció y Samantha se quedó allí para criar a su hija ella sola… y en secreto.
El destino quiso que el inquieto millonario volviera a aparecer en la vida de aquella mujer a la que jamás había olvidado… pero también se encontró con una preciosa niña de ojos azules que jamás había visto…

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– Te he ofrecido casarme contigo. Y la oferta sigue en pie, Sam.

Ojalá fuera tan fácil contestar. O el dolor de las cicatrices del pasado no fuera tan intenso. A veces, Sam se sentía como si tuviera diecisiete años otra vez, como si fuera una joven ingenua y desesperadamente enamorada. Pero aquellas ilusiones se hacían añicos cuando recordaba los aspectos más sombríos de su propia vida. Era madre soltera. El padre de su hija era un rico mujeriego que la había abandonado para casarse con otra mujer. Y aunque estaba enamorándose de él otra vez, tenía la absoluta certeza de que Kyle volvería a marcharse.

– Vamos a casa, te invito a una copa -le ofreció Kyle y miró hacia la camioneta-. ¿Dónde está Caitlyn?

– Ha ido a pasar la tarde a casa de Sarah.

– Así que estamos solos -un brillo travieso iluminó su mirada y Sam comprendió al instante que iba a tener serios problemas. Jamás había sido capaz de resistirse a sus encantos. Amar a Kyle Fortune era su maldición particular.

Al verla vacilar, Kyle posó la mano en su hombro y acercó su frente a la de Sam.

– No muerdo.

– Yo sí.

– Ya lo he notado.

– ¿Y no tienes miedo?

– Estoy temblando.

Sam no pudo evitar una carcajada. Por enfadada que estuviera segundos antes, en aquel momento le apetecía relajarse, reír con él, disfrutar a su lado.

– ¿Sabes, Fortune? Si no eres de esos que muerde, no me interesas.

Con un gemido, Kyle la estrechó en el fuerte círculo de sus brazos y se apoderó de sus labios con un beso tan posesivo que la dejó sin aliento.

– Kyle, por favor.

– Dime lo que quieres.

– Me gustaría saberlo.

– Haz el amor conmigo, Samantha -le pidió con voz ronca y seductora.

– No es una buena idea.

– Es una idea magnífica -la levantó en brazos y la llevó hasta el interior de la casa.

– Esto es un error.

– Solo uno más.

Kyle olía a sudor, a jabón, a cuero y a aquella particular fragancia que era inconfundible. Sus brazos eran fuertes, su respiración cálida. Con un suspiro de satisfacción, Sam se entregó completamente a él. Se quitó las botas y la ropa mientras él la dejaba con delicadeza sobre un cobertor de piel de cordero que Kyle había doblado cuidadosamente sobre la cama.

A los pocos segundos, el cinturón de las herramientas de Kyle caía al suelo con un ruido metálico.

Las manos y los labios de Kyle eran mágicos. Acariciaban aquellos rincones que antes cubría la ropa y rozaba el cuerpo de Samantha con una familiaridad que despertaba un burbujeante deseo en su interior. Sam se movía contra él, ansiosa, palpitante, deseando que Kyle la llenara, que se hundiera completamente en ella para alejar el demonio de la lujuria con sus habilidosas atenciones. Se preguntaba vagamente si no sería esclava de su maestría, pero sabía que él también perdía el control con sus caricias.

– Oh, cariño -gritó Kyle, penetrándola y apartando así cualquier pensamiento coherente de su mente.

Sam era suya y nada más importaba en aquel momento. Mientras la luz se filtraba por las ventanas del techo abuhardillado y las cortinas de gasa se mecían bajo la suave brisa del verano, Samantha amaba a Kyle con un abandono salvaje y se negaba a pensar en el futuro, en el día en el que su naturaleza inquieta lo obligara a regresar a Minneapolis.

Kyle oyó el teléfono, abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Samantha, todavía desnuda, se acurrucaba contra él y el teléfono, maldita fuera, estaba en el piso de abajo.

Sam abrió los ojos un segundo después.

– El teléfono -musitó mientras se estiraba con la gracia de un felino.

– Déjalo sonar.

– No, podría ser Caitlyn -se había levantado ya de la cama y estaba recogiendo su ropa-. Bienvenido a la paternidad.

Rezongando, Kyle se puso los vaqueros, salió de la habitación y descolgó el teléfono a los tres timbrazos.

– ¿Diga?

– ¿Dónde diablos te has metido? ¡Llevo días llamándote!

– ¿Caroline?

– Vaya, todavía te acuerdas de mí -contestó su prima riendo-. Desde que te fuiste a Wyoming no hemos tenido noticias tuyas.

– Me dedico a trabajar duramente y a llevar una vida ordenada.

– Sí, tan ordenada como la del mismísimo Satán.

– ¿Es Caitlyn? -le preguntó Sam, con el ceño fruncido. Kyle negó con la cabeza, le agarró la mano y la estrechó contra él, oliendo el perfume de su pelo.

– No me cuentes historias, Kyle, te conozco y sé que si has estado ocupado es porque hay alguna mujer en tu vida.

– Cuidado, Caro, estás enseñando las uñas -Kyle imaginó a su prima, recientemente casada con el químico de Fortune Cosmetics, jugueteando con el cordón del teléfono de su despacho.

Sam se apartó de su abrazo y se acercó a la cafetera. Mientras Kyle hablaba, buscó en los armarios, sacó un par de tazas y las llenó de café.

– Te he llamado para recordarte la reunión del viernes -le dijo Caro.

– ¿Es ya este viernes?

– Aja. El hecho de que te despidiera no significa que no sigas formando parte del negocio. Y a esa reunión tiene que asistir toda la familia.

– ¿Por qué?

– Porque tenemos que discutir un montón de cosas. La nueva campaña, el valor de las acciones ahora que se ha reorganizado la empresa… Y también tenemos que hablar de la fórmula del secreto de la juventud. Desde la muerte de Kate, todo ha estado paralizado. Y hay algo más. Nick no puede avanzar en la consecución de la fórmula hasta que no encontremos el ingrediente clave.

– Lo sé, lo sé -la interrumpió Kyle, sintiendo que comenzaba a dolerle la cabeza.

Era el mismo dolor que lo asaltaba cada vez que le hacían prestar atención a cualquiera de los problemas de las empresas de la familia. Mientras que a Caroline siempre la había fascinado todo lo relacionado con la compañía, a Kyle jamás le habían interesado lo más mínimo los negocios.

Sonó el timbre del microondas y Sam lo abrió. Hasta Kyle llegó el aroma del café. Sam le tendió una taza.

– Hay otra razón por la que quiero que vengas, Kyle. Es Rebecca.

– No me cuentes más. Me llamó para decirme que cree que Kate puede haber sido asesinada.

– ¿Te contó también que ha contratado a un investigador privado, un tal Gabriel Devereaux, para que intente averiguar lo que ocurrió?

– Me dijo que pensaba hacerlo.

– Bueno, yo no estoy en contra de que contrate a nadie, pero la teoría de Rebecca puede suponer para Fortune Cosmetics precisamente el tipo de publicidad que menos necesita. El incendio del laboratorio ya despertó el interés de la prensa y puso nerviosos a algunos accionistas. No sé, quizá lo que me pone más nerviosa es que Rebecca insista en que la abuela fue asesinada.

– Eh, Caro, tranquilízate. Lo de Rebecca es solo una teoría.

– Pero la prensa…

– Esa es la menor de nuestras preocupaciones.

– ¿Entiendes ahora por qué necesito que vengas?

– Desde luego. ¿A qué hora es la reunión?

– A las nueve en punto.

– Allí estaré -dijo, miró a Sam a los ojos-.Además, yo también tengo que darte una noticia.

Sam alzó la cabeza al instante.

– ¡No, Kyle, no! -le pidió Sam.

– Bueno, ¿y cuál es esa noticia? -preguntó Caro.

– Pensaba llamar antes a papá para decírselo, pero puesto que has llamado, vas a ser la primera en saber que tengo familia.

– ¿Qué?

Sam lo miró como si de pronto el mundo se hubiera derrumbado.

– Tengo una hija, Caro, de nueve años.

– Perdona Kyle, no te he oído bien, ¿que tienes qué?

– Una hija, se llama Caitlyn.

– ¡No, Kyle, para! -Sam estaba frenética, miraba al teléfono como si fuera un aparato diabólico.

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