Lisa Jackson - El Destino Aguarda

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Cuando Thorne McCafferty regresó apresuradamente al rancho familiar, lo único en lo que pensaba era en si su hermana Randi sobreviviría al accidente por el que estaba en el hospital. En ningún momento se esperaba que la doctora de urgencias que la había atendido fuera un viejo amor.
Nicole Stevenson nunca había olvidado la pasión de juventud que había compartido con Thorne… ni el daño causado por un rechazo para el que no había habido la más mínima explicación. Ahora había madurado y, sin embargo, él seguía teniendo la habilidad de hacer que se sintiera como una torpe chiquilla. Aunque, de todos modos, ¿cómo podía encajar un ejecutivo millonario en su tranquila vida de madre soltera?

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Un lado de la boca de Nicole se alzó en un gesto de sarcasmo.

– Vuelve a intentarlo.

– Vale, a ver qué te parece esto. Acabo de estar viendo a esa enfermera enorme de pediatría y me ha sacado de allí por la oreja.

– ¿Así que alguien te ha intimidado? -Nicole enarcó una ceja con incredulidad-. No me lo creo -si había estado bromeando con él, sin duda se lo pensó mejor y borró su sonrisa. Abrió la puerta y el interior del vehículo se iluminó-. Bueno… ¿querías algo?

«A ti», pensó Thorne, aunque al momento se reprendió. ¿Pero en qué estaba pensando? Lo que habían compartido una vez ya se había acabado.

– No he apuntado tu número de casa.

– No te lo he dado.

– ¿Por tu marido?

– ¿Qué? No -sacudió la cabeza-. No hay ningún marido, ya no -estaba de pie, entre el coche y la puerta abierta, esperando y con el pelo oscureciéndosele por la lluvia. A Thorne se le aceleró el corazón. ¡Estaba soltera!-. Puedes encontrarme aquí. Si es una emergencia, el hospital se pondrá en contacto conmigo.

– Me sentiría mejor si pudiera…

– Mira, Thorne, entiendo que eres un hombre acostumbrado a salirse con la suya, a estar al mando de todo, pero en esta ocasión no puedes hacerlo, ¿vale? Al menos no conmigo, ya no, ni tampoco con el hospital. Así que, si eso es todo, tendrás que disculparme -sus ojos no tenían un ápice de calidez y sin embargo, sus labios, humedecidos por el agua de la lluvia, suplicaban un beso.

Y, ¡maldita sea!, él reaccionó ante ellos. A pesar de saber que probablemente lo abofetearía, la agarró, acercó su cuerpo al suyo y agachó la cabeza de modo que sus labios quedaron suspendidos sobre los de ella.

– Vale, Nikki, te disculpo -y entonces la besó y sintió una breve resistencia antes de que ella separara los labios y sus alientos se fundieran mientras la lluvia los empapaba. El aroma de su perfume lo provocó y su mente quedó invadida por recuerdos de los dos haciendo el amor. En aquel momento ella había respondido ante él tal y como lo estaba haciendo ahora. Thorne se perdió en ella y unas viejas emociones se escaparon del lugar donde hacía tiempo las había encerrado. Con un gemido, la besó con más fuerza, con más intensidad, rodeándola fuertemente con los brazos.

El cuerpo de Nicole al completo se tensó y apartó la cabeza como si algo la hubiera quemado.

– No -le advirtió, con voz ronca y labios temblorosos. Tragó saliva, no sin dificultad, y se echó hacia atrás para mirarlo-. Nunca vuelvas a hacer esto. Esto… -alzó una mano que dejó caer otra vez- está fuera de lugar… y es completamente… completamente inapropiado.

– Completamente -asintió él, aunque sin soltarla.

– Lo digo en serio, Thorne.

– ¿Por qué? ¿Porque te doy miedo?

– Porque lo que fuera que tú y yo compartimos ya está acabado.

Él alzó una ceja con gesto de duda mientras el agua se deslizaba por su cara.

– ¿Entonces por qué…?

– ¡Acabado! -Nicole entrecerró los ojos y se liberó de su abrazo.

A pesar de que lo único que él quería era volver a tenerla cerca, la dejó ir y sofocó el fuego que irrumpió con fuerza en su sangre, la palpitante lujuria que había estallado en su cerebro y le había provocado un ardiente calor en la entrepierna.

– No sé qué te ha pasado en los últimos diecisiete años, pero créeme, deberías dar unas cuantas clases de sutileza -le dijo ella.

– ¿Sí? A lo mejor tú podrías dármelas.

– ¿Yo? -Nicole dejó escapar una suave carcajada-. Vale. Pues espera sentado.

Se metió en el interior del coche y alargó la mano hacia el tirador de la puerta, pero antes de que pudiera cerrarla, Thorne le dijo:

– Vale, a lo mejor me he pasado.

– ¿Sí? ¿Tú crees?

– Lo sé.

– Vale, entonces no volverá a pasar -metió la llave en el contacto, farfulló algo sobre hombres engreídos, giró la muñeca y le lanzó una mirada que pretendía hacerle daño. El motor del todoterreno se encendió, pero al instante se apagó-. No me hagas esto -dijo, y Thorne se preguntó si estaba hablando con él o con su coche-. No me hagas esto -volvió a girar la llave, pero el motor no respondió-. ¡Maldita sea!

– Si necesitas que te lleve…

– Arrancará. Últimamente tiene mucho carácter.

– Como su dueña.

– Si tú lo dices -respiró hondo, se abrochó el cinturón de seguridad y agarró el tirador de la puerta-. Buenas noches, Thorne -cerró la puerta, volvió a girar la llave y finalmente el coche rugió lleno de vida. Sin dejar de pisar el pedal del acelerador, bajó la ventanilla-. Te llamaré si el estado de tu hermana cambia -y con eso salió del aparcamiento dejándolo allí, viendo cómo se alejaban las luces traseras y mentalmente abatido.

Había sido tonto al tomarla entre sus brazos.

Pero aun así, sabía que volvería a hacerlo. Cuando se presentara la más mínima oportunidad.

Sí, lo haría sin pensarlo.

Tres

– Que Dios me ayude -susurró Nicole intentando comprender por qué demonios Thorne la había abrazado de ese modo, y lo peor de todo, por qué no lo había detenido.

«Porque querías que lo hiciera, tonta».

Al salir del aparcamiento, miró por el retrovisor y lo vio allí de pie. Ese hombre alto, ancho de hombros, con la cabeza descubierta y la lluvia goteándole por la nariz y por el dobladillo del abrigo, la estaba viendo marchar.

– Sinvergüenza engreído -murmuró al poner el intermitente e incorporarse al ligero tráfico. Deseaba que Thorne Todopoderoso McCafferty se calara hasta los huesos. Aumentó la velocidad de los limpiaparabrisas. ¿Quién era él para avasallarla de ese modo, para cuestionar su integridad y la del hospital y para después tener el descaro y la arrogancia de agarrarla como si fuera una boba débil e ilusa?

«¿Te refieres a la chica que eras antes, a la misma que él recuerda?».

Se sonrojó y sus dedos se aferraron con fuerza al volante. Había trabajado mucho durante años para superar su timidez, para convertirse en la doctora de urgencias segura de sí misma y erudita que era hoy y Thorne McCafferty parecía dispuesto a cambiar eso. Pues bien, no le dejaría. De ningún modo. Ya no era la jovencita a la que había abandonado hacía tantos años… su corazón roto se había recuperado.

Tras pisar el freno para detenerse en un semáforo, puso la radio y fue cambiando de emisora hasta que oyó una melodía que le resultó familiar, Whitney Houston cantando un tema que debería recordar, e intentó calmarse. No entendía por qué había dejado que Thorne se acercara tanto a ella.

Giró el volante y entró en una calle lateral para ver unas luces de neón y la fachada al estilo del oeste de la Pizzeria Montana Joe.

Entró en el aparcamiento, corrió adentro y esperó tras otros cinco o seis clientes cuyos chubasqueros, parkas y cazadoras de esquí chorreaban agua sobre el suelo de baldosas delante del mostrador. Se oía el sonido del fuego de la chimenea situada en una esquina de la sala dividida en distintas zonas. Picos y palas y otros objetos de mineros colgaban de las paredes de cedro y en una esquina, Montana Joe, un bisonte disecado, miraba a través de sus ojos de cristal a los clientes que estaban escuchando el último éxito de Garth Brooks a la vez que bebían cerveza y tomaban un pedazo de pizza caliente elaborada con la salsa de tomate «secreta» de Joe.

Mientras guardaba cola y miraba en su monedero para ver cuánto dinero llevaba suelto, no pudo evitar oír algunas de las conversaciones de los otros clientes. Dos hombres delante de ella estaban hablando sobre el partido de rugby del instituto del pasado viernes. Al parecer los Glotones de Grand Hope fueron vencidos por un rival en una ciudad cercana aunque hubo algunas discusiones por algunas de las decisiones tomadas durante el partido. Típico.

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