Lisa Jackson - El Destino Aguarda

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El Destino Aguarda: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando Thorne McCafferty regresó apresuradamente al rancho familiar, lo único en lo que pensaba era en si su hermana Randi sobreviviría al accidente por el que estaba en el hospital. En ningún momento se esperaba que la doctora de urgencias que la había atendido fuera un viejo amor.
Nicole Stevenson nunca había olvidado la pasión de juventud que había compartido con Thorne… ni el daño causado por un rechazo para el que no había habido la más mínima explicación. Ahora había madurado y, sin embargo, él seguía teniendo la habilidad de hacer que se sintiera como una torpe chiquilla. Aunque, de todos modos, ¿cómo podía encajar un ejecutivo millonario en su tranquila vida de madre soltera?

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Otras conversaciones sonaron a su alrededor y oyó el nombre McCafferty más de lo que hubiera querido.

«Terrible accidente… hermanastra, y ¿sabes?… embarazada, pero no se sabe nada ni de un padre ni de un marido… Siempre hubo mucho resentimiento en esa familia… Lo que se siembra se cosecha, te lo aseguro…».

Nicole levantó una carta del mostrador y desvió la atención de los cotilleos que se arremolinaban a su alrededor. Aunque Grand Hope había crecido a pasos agigantados en los últimos años y se había convertido en una metrópolis importante tratándose de Montana, en su esencia seguía siendo una ciudad pequeña donde muchos de los ciudadanos se conocían. Hizo su pedido, se situó cerca de la máquina de discos y escuchó tres o cuatro canciones, entre ellas una de Patsy Cline y otra de Wynona Judd. Después, cuando dijeron su nombre, recogió su pizza y se negó a pensar en ningún miembro de la familia McCafferty, especialmente en Thorne. Estaba prohibido. Punto.

La razón por las que había respondido a su beso era simple: hacía cerca de dos años que no besaba a un hombre y al menos cinco desde que había sentido una mínima chispa de pasión. Ni siquiera quería pensar en todo el tiempo que había pasado desde la última vez que el deseo la había consumido; ese pensamiento en particular la arrastraba hasta un camino que no quería recorrer, un camino que la llevaba de vuelta a su juventud y a Thorne. Ahora mismo era vulnerable, eso era todo. Nada más. No tenía nada que ver con la química entre los dos. Nada.

Cuando estuvo de nuevo en su todoterreno, giró la llave y el motor se negó a arrancar.

– Vamos, vamos -farfulló. Volvió a intentarlo mientras por dentro se reprendía por no haber llevado el coche al taller para su revisión-. Puedes hacerlo -y finalmente, en el último intento, el motor arrancó-. Mañana -prometió mientras daba unas palmaditas sobre el salpicadero como si estuviera animando al coche, como si eso fuera de ayuda-. Te llevaré al taller. Lo prometo.

De nuevo en la carretera, condujo por las calles laterales hasta su casita en las afueras de la ciudad. El estómago le rugía a medida que los penetrantes aromas del queso fundido y de la salsa picante llenaban el interior del coche, y en ese momento su mente volvió a Thorne y a la sensación de tener sus labios sobre los suyos. Él era todo lo que detestaba en un hombre: arrogante, competitivo, que siempre quería controlarlo todo y resuelto; la clase de hombre que había intentado evitar como a la peste. Pero bajo su capa de orgullo y su complejo de superioridad, había captado rasgos de un hombre mas complejo, de un alma más delicada que se desmoronaba al hablar con su hermana en coma. Había intentado comunicarse con Randi, con la nuca colorada por la vergüenza y sus ojos color acero guardando un crudo dolor por el estado de su hermana… como si de algún modo se culpara por el accidente.

– No intentes ver más de lo que hay -se advirtió justo en el momento en el que giró hacia la entrada de su casa. Se detuvo frente al garaje y se anotó mentalmente que además de ayudar en la guardería, las clases de baile de las gemelas, la casa y la compra, debería llamar a un reparador de tejados.

Haciendo malabarismos con el maletín y la caja de la pizza, corrió hasta el porche trasero y logró abrir la puerta con la llave para luego empujarla con la cadera y entrar.

Parches , su gato negro y blanco, pasó por delante como un rayo y Nicole casi se tropezó con él. Unos diminutos pasos resonaron con fuerza por toda la casa.

– ¡Mami, mami, mami! -gritaron las gemelas, que irrumpieron en la cocina deslizándose sobre el linóleo amarillo mientras el gato corría hacia el pasillo de las habitaciones. Molly y Mindy llevaban unas pantuflas idénticas rosas y blancas. Tenían el pelo mojado y caía en rizos color castaño oscuro alrededor de sus rostros angelicales y de sus brillantes ojos marrones.

Nicole dejó la pizza sobre la encimera, se arrodilló y abrió los brazos. Los diablillos de cuatro años casi se cayeron encima de ella.

– ¿Me habéis echado de menos? -preguntó a las niñas.

– Sí -respondió Mindy tímidamente a la vez que asentía con la cabeza y sonreía.

– ¿Traes pizza? -preguntó Molly-. Me muero de hambre.

– Claro que sí. Mucha -plantó besos en sus cabezas mojadas, se puso de pie, se quitó la chaqueta y la colgó en un diminuto armario que había al lado del comedor.

Jenny Riley apareció en el arco que separaba la cocina de esa habitación. Alta y es-belta, con un pelo negro largo y liso y un pendiente en la nariz, la chica de veinte años había sido la niñera de las gemelas desde que Nicole se había mudado a Grand Hope.

– ¿Qué tal ha ido el día? -le preguntó Nicole.

– Tan espantoso como siempre -respondió Jenny, sus ojos verdes brillantes.

– ¡No! -dijo Molly plantando sus pequeños puños sobre las caderas-. Habernos sido buenas.

– «Hemos» -la corrigió Nicole-. «Hemos sido buenas».

– Sí -dijo Mindy dándole la razón a su espabilada hermana-. Muy buenas.

Jenny se rió y se agachó para abrocharse los cordones de sus zapatillas deportivas.

– Ah, vale, he mentido -admitió-. Habéis sido buenas. Las dos. Muy buenas.

– ¡Mentir no está bien! -dijo Molly sacudiendo sus rizos.

– Lo sé, lo sé, no volveré a hacerlo -prometió Jenny. Se levantó y se echó el bolso al hombro.

– ¿Quieres pizza? -le ofreció Nicole. Con los dedos y una espátula que había tomado de un gancho colocado sobre la cocina, colocó unas calientes porciones de pizza en unos platos. Las chicas se sentaron. Nicole lamió el queso fundido que le había caído entre los dedos y miró a Jenny.

– No, gracias. Mamá está esperándome para cenar y… -guiñó un ojo- después tengo una cita.

– Oooh -exclamó Nicole, que seguía relamiendo el queso que tenía entre los dedos-. ¿Alguien que yo conozca?

– No, a menos que conozcas a vaqueros de veintidós años.

– Sólo en urgencias. Los he atendido de vez en cuando.

– A éste no -dijo Jenny con una amplia sonrisa y un ligero rubor.

– Cuéntame un poco más.

– Se llama Adam. Trabaja en el rancho McCafferty y… bueno, ya te contaré algo más.

El buen humor de Nicole se esfumó ante la mención de los McCafferty. Al parecer ese día no podía evitarlos ni por un minuto.

– Tengo que irme corriendo -dijo Jenny mientras Molly quitaba lonchas de pepperoni de la porción de pizza de su hermana.

Mindy lanzó un grito que podría haber despertado a los muertos de todos los cementerios del condado.

– ¡No! -gritó-. jMaaaami!

Sonriendo, Molly sostuvo sobre su boca abierta todas las lonchas de pepperoni robado antes de dejarlas caer dentro. Regodeándose, las masticó delante de su hermana.

– Me voy -dijo Jenny y salió por la puerta mientras Nicole intentaba solucionar el problema y Parches, que salió del pasillo, saltaba sobre la encimera, al lado del microondas.

– ¡Abajo! -gritó Nicole, dando una palmada. El gato saltó al suelo y corrió al salón-. Parece que hoy todo el mundo está rebelde -centró la atención en las gemelas y señaló a Molly-. No toques la comida de tu hermana.

– No se la está comiendo -protestó Molly mientras masticaba.

– ¡Sí que como! -unas grandes lágrimas se deslizaron por la cara de Mindy.

– Pero es suya y…

– Hay que compartir. Tú lo dices.

– Pero no la comida… bueno, no ahora. Sabes muy bien a qué me refiero. Venga, aquí no ha pasado nada -quitó unas lonchas de pepperoni de otra porción de pizza y las colocó en el pedazo a medio comer que había sobre el plato de Mindy-. Como nueva.

Pero el daño ya estaba hecho y durante el rato que duró la cena, Mindy no dejó de sollozar y de señalar a su gemela con un dedo inquisidor.

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