Lisa Jackson - La magia del deseo

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En otro tiempo, Savannah Beaumont había amado a Travis McCord con todo su corazón. Y una noche de verano, durante su adolescencia, había llegado a creer que él también la amaba. Pero al amanecer se había impuesto la verdad: Travis se había marchado y ella se había sentido como una tonta. Nueve años después, ella seguía diciéndose a sí misma que odiaba a Travis.
Ahora él había regresado al rancho de los Beaumont, y Savannah quería mantenerlo a distancia, pero el engaño tenía muchas caras. Travis le pedía que confiara en él para ayudarla a descubrir los secretos que escondía su propia familia. ¿Podría olvidar las traiciones del pasado… y el deseo que seguían sintiendo el uno por el otro?

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– ¡Josh, espera! -gritó Savannah, viéndolo alejarse-. Maldita sea… Lo has estropeado todo -masculló antes de correr a su vez tras el niño, hacia la casa.

Cuando entró en la cocina, se encontró con que todo el mundo estaba despierto.

– Le has contado lo de Mystic, ¿verdad? -le espetó Wade. Estaba tomando una taza de café y la fulminó con la mirada.

– Josh ya estaba en las cuadras. ¿Qué otra cosa podía hacer?

– Alejarlo de allí y traerlo para que yo hablara con él. Soy su padre.

– Entonces te sugiero que te comportes como tal y dejes de mentirle al niño. Has tenido oportunidades más que suficientes para decírselo.

– Ya, y dado que no lo he hecho, tú te has arrogado esa responsabilidad, ¿verdad?

– No me eches la culpa a mí, Wade. Reconócelo: tú eres el único culpable. Tú lo estropeaste todo -se disponía a atravesar la cocina para subir a la habitación de Josh cuando su cuñado la agarró de un brazo.

– Mantente alejada de él, Savannah. Está con Charmaine. Ella se encargará del chico. Por lo que a mí respecta ya puedes desaparecer de su vida y de la mía.

– Yo quiero a Josh, Wade.

– Pero él ya tiene una madre -la soltó para pasarse una mano por el pelo-. Y en cuanto a Travis McCord, puedes decirle que me deje también en paz de una vez.

– ¿Qué tiene que ver Travis?

– Nada. Olvídalo.

– ¿Que olvide qué? -inquirió-. ¿Has hablado con él?

– ¡Por supuesto que no!

– ¿Entonces?

– Te he dicho que lo olvides -gruñó. Recogiendo su abrigo del perchero, salió en dirección al garaje.

– ¿Qué es todo esto? -susurró para sí misma mientras lo veía subir a su coche, furioso. Segundos después se alejaba del rancho a toda velocidad.

Consciente de que algo había sucedido entre su cuñado y Travis, intentó llamar a éste a su apartamento de Los Ángeles. No contestaba. Suspirando profundamente, Savannah subió las escaleras y se encontró con Charmaine cuando salía de la habitación de Josh.

– Se lo he dicho.

– Tranquila. Debí habérselo dicho yo desde el primer día -sonrió Charmaine, cansada-. Sólo quiero estar sola un rato.

– ¿Crees que está bien?

– Sí, está bien. Banjo está con él.

– Gracias a Dios que Travis le regaló el cachorro.

Charmaine le hizo un guiño de complicidad.

– Tuve que emplearme a fondo para convencer a Wade de que nos quedáramos con el perro.

– Me lo imaginaba. Wade acaba de marcharse.

– Ya lo he oído -repuso, indiferente.

– ¿Cómo están las cosas… entre vosotros dos?

– No peor que de costumbre, supongo, pero es difícil de decir. Se ha mostrado absolutamente hermético desde que Travis regresó, y yo ya estoy a punto de abandonar… -se pasó una mano temblorosa por los ojos.

– Charmaine…

– Estoy bien, de verdad. Lo que pasa es que ya no comprendo a Wade. Y su reacción ante Travis… me asusta, es casi paranoica.

– ¿Por culpa de la candidatura a gobernador?

– Hay más que eso, me temo -se mordió el labio-. No sé exactamente lo que es -miró a su hermana-. En conjunto, todo esto me asusta mucho. Me da un miedo tremendo.

– ¿Por qué?

– No lo sé. Tengo la impresión de que Wade está preocupado por algo… grande. Pero es incapaz de confiar en mí.

– Quizá sean imaginaciones tuyas. Todo hemos estamos muy alterados desde el accidente de Mystic.

– Ojalá fuera eso -replicó sombría-. Pero lo dudo mucho.

Travis regresó al rancho dos días después. Savannah estaba cerca de la pista de ejercicios cuando escuchó unos pasos a su espalda. Allí estaba, mirándola con los ojos brillantes, caminando hacia ella.

– Estaba empezando a pensar que habías cambiado de idea -lo acusó, riendo.

– ¿Acerca de ti? ¡Nunca! -la abrazó, levantándola en vilo-. Dios mío, ¡cuánto me alegro de verte! -exclamó, y la besó.

– Podías haber llamado.

– Demasiado impersonal. No quería perder el tiempo. ¡Cuanto antes terminara en Los Ángeles, antes volvería para buscarte! -y la besó de nuevo. Esa vez el beso se tornó más profundo.

Al alzar la mirada y descubrir a Lester observándolos, no pudo menos que ruborizarse.

– No os preocupéis por mí -sonrió el preparador-. Yo siempre supe que estabais hechos el uno para el otro.

Y se alejó para continuar con su tarea, risueño. Travis y Savannah, por su parte, se dirigieron hacia la casa.

– ¿Crees que algún día podrás realmente dejar este lugar? -preguntó él de repente.

– ¿Contigo? Sí.

– Pero no serías feliz.

Era una simple constatación que Savannah no podía negar. Contempló las verdes colinas y los edificios encalados del rancho. Dentro de unos meses parirían las yeguas preñadas y sus retoños verían la luz en aquellas praderas.

– Lo echaré de menos -admitió.

– ¿Incluso si comenzamos desde cero?

– ¿En Colorado?

– Donde sea.

Ladeó la cabeza y alzó la mirada hacia Travis. El sol de invierno le calentaba el rostro.

– Este rancho es especial para mí. Para ti representa a mi padre y el hecho de que intentara manipularte a su voluntad. Así que, para ti, es una cárcel. Pero para mí representa la libertad para hacer exactamente lo que quiero.

– Que es trabajar con caballos.

– Y estar cerca de mi familia.

– Entiendo -repuso, tenso-. Creo que ya iba siendo hora de que hablara con Reginald en persona.

– Oh, Dios mío, ¿ya habéis discutido?

– Eso ha quedado atrás.

– No entiendo…

– Oh, lo entenderás. He estado pensando mucho últimamente… y he hablado con Reginald todos los días.

– ¿Llamaste aquí y no hablaste conmigo? -inquirió, confundida.

– Soy culpable de ese delito -reconoció, divertido.

– Me las pagarás por eso, ya lo sabes.

Una traviesa sonrisa cruzó el rostro de Travis.

– Ya estoy esperando ansioso a que me cobres…

Entraron en la casa. En el despacho encontraron a Reginald sentado ante su escritorio, caladas sus gafas de lectura, examinando los libros de cuentas.

– Así que al fin has venido -pronunció con tono afable, exento de hostilidad alguna.

– Hace apenas unos minutos.

– ¿Sabías que venía? -inquirió Savannah, sorprendida.

– ¿Tú no? Oh, ya veo -Reginald hizo los libros a un lado e indicó a su hija que se sentara en el brazo del sillón, junto a él-. Bueno, pensé que te interesaría saber que he decidido jubilarme.

– ¿Así, de pronto?

– Lo antes posible -al ver su expresión de extrañeza, procedió a explicarse-. He pensado mucho sobre ello, ya desde el accidente de Mystic y después, una vez que me enteré de lo que Travis había descubierto. Me pareció el mejor momento para poner el rancho en tus manos.

– ¿En mis manos? -repitió, consternada-. Espera un momento… ¿Qué pasa con Wade?

Reginald lanzó una ceñuda mirada a Travis.

– ¿De modo que aún no se lo has dicho?

– Consideré que la responsabilidad era tuya.

– ¿Qué responsabilidad? -quiso saber Savannah-. ¿Qué está pasando aquí? -de repente recordó las palabras de Travis: «voy a tender una trampa». ¿Qué había sucedido?

– He decidido vender aquella parcela de propiedad cerca de San Francisco. Y trasladarme con tu madre a algún lugar con mejor clima, al sur. San Diego, supongo.

– Pero ¿por qué ahora?

– Ya te he dicho que tu madre necesitaba estar cerca de una ciudad con hospital y, de todas formas, ya estaba pensando en retirarme. Cuando Travis descubrió que Wade había escamoteado fondos del rancho, me preocupé de revisar las cuentas. Por desgracia, tenía razón. Durante los seis últimos años, Wade ha estafado al rancho cerca de un cuarto de millón de dólares.

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