– Pero es la verdad.
– Pues si vamos a ésas…
– Di lo que quieras.
– Al menos yo no tengo miedo a enfrentarme al pasado o a correr el riesgo de convertirme en una persona independiente, soberana de sus propias decisiones. Yo no estoy atado como un cordero a un padre y a una madre porque tenga miedo de dar un paso adelante solo y fracasar en el intento.
– ¡Yo no he fracasado!
– Claro que no, pero porque ni siquiera lo has intentado. Todos fracasamos, Savannah.
A esas alturas, ella estaba tan furiosa que golpeó la repisa de la chimenea con el puño.
– La única vez que he fracasado fue cuando confié en ti hace nueve años. Confié en ti y me enamoré, y tú te burlaste de ese amor. ¡Tú, tan cobarde que ni te molestaste en despedirte de mí antes de casarte con otra mujer!
Travis se acercó a ella y la agarró por los hombros. Un brillo de desafío ardía en sus ojos.
– Cometí un error -masculló con los dientes apretados-. Y no pienso cometer otro. He vivido durante años abrasado por el amor que sentía por ti, arruinando la vida y la autoestima de mi esposa, y he pagado por ello con creces. No puedes esconderte de mí, Savannah. Tarde o temprano, tendrás que afrontar un hecho: el pasado está muerto y enterrado. Como Melinda. Como Mystic. Tenemos un futuro, maldita sea. Y yo quiero compartir ese futuro contigo.
La besó con ferocidad. Savannah intentó resistirse, pero no pudo. El deseo la traicionó una vez más, y se apoyó sobre su pecho llorando de frustración.
– Dime que me amas -exigió él, que no podía ocultar su excitación.
– Sabes que sí…
– ¡Dilo!
– Te amo -susurró con voz quebrada.
– Entonces no dejes que todas esas tonterías se interpongan entre nosotros. ¡Te amo y no pienso dejar que nada ni nadie cambie eso! Savannah, hemos llegado demasiado lejos para escondernos ahora… ¡Tenemos que enfrentar el futuro juntos!
La besó de nuevo, con mayor ternura esa vez, y ella se abrazó a su cuello.
Iluminados por el resplandor de la chimenea y del árbol de Navidad, Travis la desnudó lentamente y volvió a hacerle el amor.
Durante el resto de aquella semana, Savannah y Travis vivieron una especie de tácita tregua. El tema de su futuro juntos quedó al margen mientras Savannah se concentraba en dirigir el rancho.
La nieve había empezado finalmente a derretirse el tercer día después de Navidad, conforme la vida iba recuperando su ritmo normal. Travis parecía disfrutar enormemente del trabajo físico en el rancho, mientras que Lester estaba encantado de poder contar con su ayuda. Más de una vez Savannah sorprendió al preparador viendo trabajar a Travis con los caballos y sonriendo complacido.
El sábado por la tarde, Lester estaba observando a Vagabond y a otros potros en la pista cuando Savannah y Travis se reunieron con él. En las carreras, Vagabond sacaba una enorme ventaja a los demás.
– ¿Qué os parece? -les preguntó el preparador.
– Un gran caballo. Aunque un poquito difícil -admitió Savannah.
– Muy excitable -añadió el propio Lester.
– ¿Difícil? ¿Excitable? -repitió Travis, riendo-. Yo lo calificaría de malo y perverso.
– Pero tendrás que admitir que tiene carisma.
– Y velocidad -señaló el preparador-. ¡Esperemos que también tenga un poco de suerte!
Al día siguiente por la mañana Charmaine llamó para avisar de que Josh iba a recibir el alta del hospital. Reginald y Virginia, junto con Wade, Charmaine y Joshua, estarían de regreso esa misma tarde.
– ¿Preocupada? -inquirió Travis en el altillo de la cuadra de los potros, apoyado sobre la horca con que estaba almacenando el heno. No le había pasado desapercibida la expresión de Savannah.
– Un poco -reconoció-. Supongo que durante estos últimos días me he olvidado de todos los problemas -sonrió levemente y bajó la escalera para detenerse delante del cubículo de Mystic. Había sido limpiado y estaba esperando a que lo ocupara un nuevo potro. Al mirarlo, sentía un vacío semejante en su interior.
– Y ahora todos esos problemas vuelven a casa -comentó Travis, bajando también la escalera.
– Así es.
– No dejes que te afecten tanto -la aconsejó, sonriendo.
– Eso es más fácil de decir que de hacer. No puedo evitar preocuparme por Josh. Ojalá pudiera apartar a ese niño de Wade Benson.
– Es su padre, lo quieras o no.
Ella tenía un nudo en la garganta y estaba casi furiosa de frustración. Se volvió para enfrentarse con la ternura de la mirada de Travis.
– ¿Y se supone que tengo que conformarme? ¿Es eso lo que dicta la ley? ¿Que un hombre que nunca quiso convertirse en padre tiene derecho a destruir a su hijo y acabar con la poca autoestima que pueda quedarle?
– A no ser que puedas demostrar maltrato…
– Maltrato físico, quieres decir. No importa el sufrimiento psicológico que pueda estar padeciendo Josh, claro.
– Eso es problema de Charmaine -replicó Travis. Intentó tranquilizarla poniéndole las manos sobre los hombros.
– ¡Según la ley sí! Pero yo me siento responsable de ese niño. ¡Es todo tan injusto! -cruzó los brazos sobre el pecho.
– Eh, cálmate… Vamos a casa. Te prepararé una taza de café. Josh volverá pronto y podrás demostrarle todo el cariño que le tienes. Además, le prometiste una cena de Navidad en familia, todos juntos, ¿recuerdas? Así que mejor será que pongas buena cara si no quieres decepcionar a tu sobrino.
– De acuerdo…
– Yo tengo que ir a la ciudad a hacer un recado, pero tú puedes ayudar a Sadie en la cocina hasta que lleguen.
– Me matará. Cuando ella está presente, la cocina es su dominio particular. Incluso Arquímedes tiene prohibida la entrada.
– Pues entonces dedícate a decorar la casa, cantar villancicos o lo que sea que suelas hacer en esta época del año. Y mientas tanto, pon una sonrisa en esa preciosa cara que tienes.
– ¿Cantar villancicos? -repitió, riendo.
Travis se puso repentinamente serio.
– Sólo sé feliz, amor mío. Eso es todo.
La profundidad de sus sentimientos debió verse reflejada en sus ojos. Forzó una leve sonrisa.
– ¿Y dónde estarás tú?
– Iré a comprarle a Josh un regalo de Navidad. Cuando lo vea, se caerá de espaldas.
– ¿De veras? -estaba encantada.
– De veras.
– Entonces ¿quién va a ocuparse de los caballos mientras yo, eh… canto villancicos?
– Yo mismo, cuando vuelva.
– ¿Tú?
– Sí, ¿qué pasa?
– Nada -dijo con un brillo travieso en los ojos-. Perfecto, adelante -le tendió un cubo y un cepillo-. Primero limpia los establos, pon agua a los caballos, y luego…
Dejando el cubo y el cepillo a un lado, Travis fingió una mirada airada:
– Ya verás cuando vuelva y te enseñe quién es el jefe.
– Promesas, promesas… -se burló ella, desasiéndose de sus brazos. Y echó a correr hacia la casa, riendo a carcajadas.
Savannah se puso la última horquilla en el pelo mientras bajaba las escaleras. Después de ayudar a Sadie en la cocina, había pasado la última hora duchándose, vistiéndose, peinándose… y preguntándose cuándo volvería Travis. Josh estaba a punto de llegar.
De repente sonó el timbre de la puerta.
– Ya voy yo -gritó en dirección de la cocina, donde Sadie seguía ocupada.
Nada más abrir la puerta, se encontró cara a cara con el periodista del Register . El corazón dejó de latirle y la sonrisa se le congeló en los labios. «Ahora no», pensó. «¡No cuando Josh está a punto de aparecer!».
– Buenas tardes -la saludó John Herman, tendiéndole la mano.
– Buenas tardes. ¿Qué puedo hacer por usted? -inquirió, desconfiada.
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