Desplegó el diario sobre la mesa. En titulares de primera página, el Register informaba de la retirada oficial de la candidatura de Travis a gobernador.
– Ya te dije que no pensaba presentarme -dijo Travis, sonriendo.
– Pero yo confiaba en que cambiarías de idea. ¡Un hombre no puede despreciar una oportunidad así! Estamos hablando del cargo del gobernador de California, ¡uno de los más importantes de toda la Costa Oeste! ¿Se puede saber por qué no quieres presentarte? No lo entiendo -inquirió, entre perplejo y consternado.
– Ya te lo expliqué antes.
Reginald se dejó caer en la silla más cercana y Savannah le sirvió un vaso de zumo de naranja.
– Creía que cambiarías de idea, que sólo necesitabas un cambio de aires para recuperarte del caso Eldridge y de la muerte de Melinda… Debiste haber esperado un poco antes de contárselo a la prensa.
– No había razón alguna para esperar.
– Pero todavía es posible que cambies de opinión.
– No. Ya estoy fuera -Travis apuró su vaso de zumo y se sirvió una taza de café.
– Entonces ¿qué piensas hacer ahora? Willis Henderson me dijo que querías venderle tu parte del bufete.
– Así es. Hoy mismo salgo para Los Ángeles para firmar los papeles y atar todos los cabos.
– ¿Y luego?
– Luego volveré. A buscar a Savannah -la sonrisa que asomaba a sus labios se endureció-. Le he pedido que se case conmigo.
– ¿Qué? -exclamó Reginald, pálido. Derrumbado en su silla, suspiró antes de volverse hacia su hija-. No estarás pensando en casarte, ¿verdad?
Savannah se echó a reír.
– Ya tengo veintiséis años, papá.
– Ya. Todo empezó cuando él volvió aquel verano al rancho… -se pasó una mano por la cara y clavó en Travis una mirada fría, helada-. Y después del matrimonio, ¿qué seguirá?
– Colorado.
– ¿Colorado? Dios mío… ¿por qué?
– Para comenzar de nuevo.
Reginald sacó su pipa de un bolsillo.
– Bueno, la verdad es que no te culpo por ello, supongo… -comentó con voz cansada-. A juzgar por todo esto -señaló el diario con la pipa-, no vas a tener otro remedio.
Savannah recogió el periódico y se le contrajo el estómago al leer el artículo. Aunque la mayor parte de los hechos relatados eran ciertos, el artículo insinuaba que si Travis retiraba su candidatura era por un supuesto escándalo en el que había sido acusado de recibir donaciones para una inexistente campaña electoral. Más adelante se mencionaba que podía haber estado envuelto en la polémica que rodeaba la muerte de Mystic.
Savannah, pálida y temblorosa después de leer el artículo, levantó la mirada hacia su padre.
– ¿Qué polémica?
– Hay quien piensa que Mystic puedo haberse salvado -la informó Reginald-. Algo oí de ello mientras me quedé en Sacramento para estar cerca de Josh.
– Pero Steve hizo todo lo posible…
– Siempre hay gente que duda de todo -Reginald estudió su pipa-. Yo me llegué a plantear una segunda operación, pero no me pareció justo para Mystic. Las probabilidades de que sobreviviera eran mínimas y yo… decidí que lo mejor era poner punto final a su sufrimiento. Así se lo expliqué a la prensa, pero por supuesto hubo algunos, entre ellos gente del mundo de las carreras, que se mostraron disconformes.
– Pero ¿eso qué tiene que ver con Travis?
– En realidad, nada -explicó el aludido, esbozando una mueca-. Pero ahora mismo constituye una historia interesante, sobre todo teniendo en cuenta que yo estaba en el rancho y que participé en la búsqueda de Mystic.
– Deberías quedarte y luchar -le espetó Reginald, cada vez más acalorado-. Deberías aspirar al cargo de gobernador y ganarlo, maldita sea. Eso acallaría a los charlatanes…
Travis cambió de sitio para sentarse frente a él.
– Pero eso no es lo que a ti te preocupa, ¿verdad? Tú tenías otros motivos para desear que me metiera en el mundo de la política.
– Por supuesto.
– Dime uno.
– Pensaba que supondría un gran éxito para ti.
Reginald miró rápidamente a su hija antes de concentrarse de nuevo en Travis.
– Sabes que eso me haría sentirme muy orgulloso…
– ¿Cómo? ¿Por qué? -Travis apoyó los codos sobre la mesa y clavó en Reginald una mirada que habría atravesado el acero.
– Prácticamente te crié como si fueras un hijo mío y…
– Eso no tiene nada que ver, aparte del hecho de que tú siempre has intentado utilizarme. Y ahora, dame los detalles.
– No tengo ninguno.
Travis frunció el ceño y se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho.
– ¿Qué es todo esto? -preguntó Savannah, asistiendo aterrada a la discusión.
– Yo creo que todo empezó con una parcela en las afueras de San Francisco.
– ¿Te refieres a la tierra de papá? No entiendo…
– Lo entenderías si miraras en su despacho y escudriñaras su talonario.
– Oh, Travis, no puedes… -murmuró, consternada.
– ¿Por qué no le dejas a tu padre que se explique?
– A Wade le preocupaba que metieras las narices donde no te importa -señaló Reginald.
– Tenía buenas razones para preocuparse -replicó Travis, furioso.
– ¿Qué pasa con ese terreno? -quiso saber Savannah.
– Nada. Aún no. Pero los planes ya estaban hechos.
– ¿Qué tipo de planes?
– No es nada importante… -repuso su padre, frunciendo el ceño-. Ya sabes, yo siempre he pensado que Travis debería meterse en política…
– Continúa -lo animó Savannah.
– Hace dos años tuve la oportunidad de comprar a buen precio unas tierras cerca de San Francisco. La empresa propietaria estaba a punto de quebrar. Me enteré de las condiciones de venta y compré los terrenos. Fue un típico caso de estar en el momento y en el lugar adecuados. Luego decidí construir allí un hipódromo, una especie de memorial a mi nombre e instalar todos mis caballos, bautizándolo con el nombre de Parque Beaumont -miró a Travis-. No hay nada malo en ello, ¿verdad?
– Yo no sabía nada… -dijo Savannah, incrédula-. ¿Pero qué tiene que ver eso con Travis?
– Fue un fiasco -explicó el propio Travis-. La tierra estaba mal calificada y habría protestas de los propietarios vecinos si Reginald se decidía a construir el hipódromo.
– Pero él ni siquiera había sido elegido… -objetó ella, dirigiéndose a su padre.
– Lo sé. Era una posibilidad a muy largo plazo, pero cuando no conseguí una respuesta rotunda y afirmativa de Travis, hablé con Melinda y ella me dijo que se estaba pensando lo de presentarse a gobernador. Sabía que si lo nombraban gobernador, su peso sería decisivo y me ayudaría a edificar el parque.
– Y a ganar dinero a espuertas -apuntó el aludido.
– Eso también, por supuesto.
– Ya, por supuesto -repitió Travis-. ¿Sabes, Reginald? Eso era dar mucho por supuesto, teniendo en cuenta que aún no había anunciado mi intención de presentarme.
– Pero yo era consciente de la gran influencia que Melinda tenía en tu vida -Reginald se volvió hacia su hija-. Había conseguido convencerte de que te casaras con ella cuando tú te sentías atraído hacia Savannah ¿no?
Savannah palideció terriblemente en medio del silencio que siguió a aquellas palabras.
– Y ella te retuvo a su lado -prosiguió su padre- y te ayudó a tomar todo tipo de decisiones tanto profesionales como personales. Sabía que confiabas en su buen juicio, Travis, y a mí me bastaba con que ella te aconsejara que te presentaras.
– Todo a espaldas mías.
– Estabas ocupado.
– Entonces ¿qué sucedió cuando murió Melinda? -quiso saber Travis.
– Estaba el caso Eldridge, que te dio fama y honores. Eras el héroe del momento después de haber vencido a la poderosa industria farmacéutica…
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