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Liz Fielding: Amor vagabundo

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Liz Fielding Amor vagabundo

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Emerald Carlisle sabía que su padre haría todo lo que estuviese en su mano para impedir que se casara con Kit Fairfax, un joven pintor sin recursos. De hecho, su compromiso no era sino una estrategia para ayudar a Kit a conseguir dinero. Tom Brodie, como abogado de su padre, sabía que su deber era sobornar al novio y hacer entrar en razón a la hija. Desgraciadamente, Emerald era inteligente aparte de bonita. Ya había conseguido que Tom la ayudara a fugarse alegando que la manera más fácil de seguir a una heredera fugitiva era llevarla adonde quisiera ir. Y, después de pasar unos días con Emerald, Tom estaba empezando a llegar a la conclusión de que podría persuadirlo para llevarlo a cualquier sitio… ¡incluido el altar!

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– Brodie -empezó a decir Emmy.

Pero él le tapó la boca, primero con los dedos y luego con los labios; después de eso las palabras sobraban. El momento era perfecto, el hombre era perfecto y, además, lo amaba. Eso era todo lo que importaba; las explicaciones podrían esperar hasta más tarde.

Emmy se despertó con la claridad dorada que entraba por la rendija de la puerta de la choza. Se separó de los brazos de Brodie y se puso de pie para mirar por la rendija. La tormenta había pasado y el sol brillaba, haciendo que todo emanara vapor. Sacó la cabeza por la puerta y la brillante luz del sol le hizo más consciente de su desnudez. Miró a su alrededor y divisó su bolsa y, como no se veía a nadie por allí, fue a por ella de una carrera.

Brodie no se movió, ni tampoco lo hizo mientras se ponía unas braguitas secas y un vestido arrugado.

Se arrodilló junto a él con la intención de acariciarle la mejilla, pero al recordar lo cansado que le había visto mientras conducía, se lo pensó mejor. Los efectos de dos noches durmiendo en un sofá empezaban a dejarse sentir.

No quiso estorbarlo, y en vez de ello sacó una camiseta de rugby dada de sí que se ponía para dormir y le tapó los costados con ella.

Se sentó un momento a su lado, sonriendo mientras lo observaba dormir tan tranquilamente. El pelo se le había secado, pero lo tenía muy alborotado.

– Oh, Brodie -murmuró, acariciándole la cabeza-. Te quiero tanto.

Él no se movió. Puso la esfera de su reloj de pulsera al fino haz de luz que entraba por la rendija de la puerta y vio que eran algo más de las cinco. Deberían ponerse en camino antes de que oscureciera, y no tardaría mucho, pues no tenía ni idea de cuánto les quedaba por andar.

Recordó que había mirado el papel con las direcciones por última vez en el coche y fue allí a buscarlo. El suelo de la parte delantera del coche estaba al mismo nivel que su cabeza y, al asomarse por el hueco que había donde estuviera la puerta del conductor, vio el trozo de papel en el suelo, exactamente donde él la había abrazado.

Estiró el brazo y lo agarró entre los dedos, retirándolo rápidamente al notar que el coche se balanceaba un poco.

Al comprobar el camino, vio que la granja no estaba muy lejos; a menos de un kilómetro según lo indicado por la policía. Miró a la carretera que humeaba bajo el calor del sol de la tarde; luego miró hacia la choza y pensó en Brodie allí dentro.

Podría llegar a la granja en diez minutos y volver con Kit y una grúa para remolcar el coche hasta la carretera antes de que Brodie se despertara.

Tiró un beso hacia la cabaña y, dándose media vuelta, se apresuró en dirección a la granja.

Brodie dio un par de vueltas todavía medio dormido. Le dolía todo el cuerpo, como si hubiera estado metido en una hormigonera, pero a la vez se sentía satisfecho e increíblemente dichoso. Se volvió hacia Emmy, pensando en despertarla con un beso, abrazarla y decirle lo mucho que la amaba. Pero Emmy no estaba allí.

Por un instante no se lo imaginó.

Se puso la camiseta de rugby. Vio la bolsa de Emmy abierta, todo dentro revuelto y un montón de ropa mojada junto a la puerta. Rescató unos calzoncillos de tela tipo short y unos zapatos empapados y se los puso antes de salir.

– ¿Emmy? -la llamó; la bruma cubría el paisaje de una liviana gasa dorada-. ¿Emmy? -pero nadie respondió.

Brodie se quedó de piedra al darse cuenta de adonde se había ido, y entonces rugió como lo haría un animal dolorido al sentir que la pena y la rabia se apoderaban de sus sentidos.

Egoísta, mimada y empeñada en hacer todo a su manera, lo había intentado todo para librarse de él. Y en cada ocasión a él le había resultado tan fácil perdonarla. Incluso aquella mañana, encerrado en la celda de la comisaría, no se le había ocurrido pensar que su manera de actuar tuviera algo personal.

Pero en ese momento sí se sentía utilizado, y pasara lo que pasara en las horas siguientes se le metió en la cabeza que la señorita Carlisle no se saldría con la suya. Una vez que hubiese terminado con Kit Fairfax, se encargaría de que sufriera por lo que había hecho.

Pero primero tenía que vestirse; no podía presentarse delante de ellos como si fuera un mendigo.

Su bolsa estaba aún en el coche y fue a buscarla. Se desnudó y se secó con la camiseta de rugby; luego se puso una camisa limpia, el traje de verano que había llevado puesto en el tren y unos zapatos limpios y secos. Se puso una corbata y se peinó. Finalmente tomó el maletín del asiento trasero y cerró la puerta irritado, antes de ponerse en camino a la granja.

Detrás de él se escuchó el crujir del metal y finalmente el coche sucumbió ante la fuerza de gravedad.

Brodie ni siquiera se volvió. Después de caminar poco menos de un kilómetro, una casa de piedra surgió delante de él a la vuelta de un recodo.

Fairfax había heredado una finca próspera y muy bien cuidada; parecía que sobornarlo le iba a costar más de cien mil libras. Aunque quizá Mark Reed tuviera razón; quizá el dinero y las fincas era todo lo que hacía falta para que Carlisle cambiara de opinión, ya que el amor había sido incapaz de convencerlo.

¿Cómo había llegado a pensar que la hija era diferente al padre? Los dos estaban cortados por el mismo patrón; ambos eran personas egoístas que no entendían de otra cosa que no fuera salirse con la suya, a cualquier precio.

Cruzó el patio, llamó a la puerta y entró sin esperar contestación. Emerald Carlisle y Kit Fairfax se volvieron, ambos con una copa de vino en la mano; había una maleta en el suelo.

– Está claro que he llegado a tiempo -dijo-. No deberíais perder el tiempo brindando por vuestra maravillosa escapada.

– ¡Brodie! -exclamó Emmy, dejando la copa sobre una mesa y corriendo hacia él-. Íbamos ahora mismo a buscarte en el Jeep ; Kit va a remolcar el coche a la carretera.

– El coche está en el fondo del barranco; creo que hará falta algo más que un Jeep para sacarlo de ahí.

– ¿Le apetece un poco de vino, señor Brodie? -le ofreció Kit.

– ¿No os parece un poco pronto para celebrarlo? -dijo secamente-. Acabemos antes con las formalidades -se dirigió hacia la gran mesa de madera maciza que dominaba la cocina y colocó allí su maletín, sacando de él el informe que Carlisle le había dado-. ¿Sería tan amable de sentarse, señor Fairfax? Esto no nos llevará mucho.

– Brodie… -Emmy empezó a decir con tono vacilante; se acercó a él-. ¿Tom? -le puso la mano en el brazo-. ¿Qué pasa? -miró hacia la puerta, donde estaba la maleta-. No habrás pensado que… Ya mismo íbamos a buscarte…

Estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos, pero en esa ocasión la expresión de su rostro no pudo disimular el dolor que sentía.

– Seguro que sí… una vez que consiguieras lo que querías: hablar cinco minutos con Fairfax para asegurarte de que entendía bien lo que tenía que hacer.

– No… cariño…

¿Cariño? ¿Qué más quería de él, por todos los santos? Su corazón, su pensamiento y finalmente su cuerpo eran suyos. ¿Es que también quería que le entregara su alma?

– ¿Fairfax? -dijo dirigiéndose al joven de cabellos rubios que los miraba perplejos-. Me gustaría acabar con esto.

Kit, consternado por el tono de voz de su visitante, miró a Emmy buscando una respuesta. Pero ella no podía ayudarlo, pues también miraba a Brodie como si no pudiera dar crédito a sus oídos.

– No me cabe duda de que Emerald le habrá explicado ya el propósito de mi visita -no esperó a que se lo confirmara-. Gerald Carlisle cree que no es usted el marido adecuado para su hija.

– Pero Emmy dijo…

Brodie no estaba de humor para escuchar lo que le había dicho Emmy.

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