Liz Fielding - Amor vagabundo

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Emerald Carlisle sabía que su padre haría todo lo que estuviese en su mano para impedir que se casara con Kit Fairfax, un joven pintor sin recursos. De hecho, su compromiso no era sino una estrategia para ayudar a Kit a conseguir dinero.
Tom Brodie, como abogado de su padre, sabía que su deber era sobornar al novio y hacer entrar en razón a la hija. Desgraciadamente, Emerald era inteligente aparte de bonita. Ya había conseguido que Tom la ayudara a fugarse alegando que la manera más fácil de seguir a una heredera fugitiva era llevarla adonde quisiera ir. Y, después de pasar unos días con Emerald, Tom estaba empezando a llegar a la conclusión de que podría persuadirlo para llevarlo a cualquier sitio… ¡incluido el altar!

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No recordaba el número del bar. Además, Kit se lo había dado por si tenía que contactar con él; y sólo había conseguido convencerle para que lo hiciera con el pretexto de que un conocido de ella había visto uno de sus paisajes y quería contratarlo para que le pintara la vista que tenía desde la ventana de cu casa.

Y lo peor de todo era que el camino a seguir hasta la granja lo tenía escrito en la libreta; sin ella nunca sería capaz de encontrar el condenado sitio.

Emmy caminó al sol del mediodía, preguntándose qué podía hacer. ¿Llamar a su padre? ¿Decirle dónde estaba y que no tenía dinero ni para comprarse un bocadillo? ¿O debiera quizá ir a la comisaría y ponerse a merced de Brodie?

Se sacó un franco del bolsillo y lo lanzó al aire. ¿Cara o cruz?

No necesitaba hacer eso; había tomado una decisión desde la primera vez que la besó. No, había sido antes que eso. Desde el momento en que pensó que iba a besarla había adivinado que aquélla sería para ella una experiencia definitiva y que cualquier persona que conociera después sería un anticlímax. Pero no tenía intención de que hubiera otras personas.

Entonces se dio media vuelta y se dirigió a la comisaría.

Capítulo 9

La policía se disculpó con Brodie por las inconveniencias que había sufrido y le ofrecieron su ayuda si la necesitaba. Aceptó sus disculpas, asegurándoles que no tenían nada que reprocharse. En cuanto a ayudarlo, preguntó si podrían proporcionarle la dirección de un inglés que vivía en algún lugar de los alrededores.

No les llevó más de cinco minutos localizar a Kit Fairfax, y finalmente Brodie tuvo la dirección en su mano.

Entonces, al volverse para salir apareció con una visión asombrosa ante sus ojos. Emerald Carlisle, con su cabellera de rojizos bucles brillando al sol, entraba por la puerta de la comisaría.

¡Qué angelical!

A pesar del enfado, le entraron ganas de abrazarla y decirle que no pasaba nada, pero se contuvo.

– Pensé que estarías a muchos kilómetros de distancia a estas horas.

Emmy se detuvo, vacilante al oír su voz, pestañeando para que sus ojos se adaptaran a la sombra del interior del edificio. Entonces lo vio, y deseó también echarle los brazos al cuello y pedirle que la perdonara. Pero al verlo tan rígido no se atrevió; sabía que llevaría algo más que un beso para que lo hiciera en esa ocasión.

– Yo también -dijo encogiéndose de hombros-. Podría haber estado lejos ya, pero me quitaron todo lo que llevaba en el bolsillo al salir del autocar .

– ¿De verdad? -dijo con sorna-. ¿Y has venido a denunciar ese horrendo crimen a la policía? Son muy eficientes, créeme; tengo experiencia de primera mano…

– Brodie… -empezó a decir, pero luego se lo pensó mejor; no pensaba rogarle para que la comprendiera-. No. He venido a contarle a la policía lo que he hecho y a acogerme a tu perdón; pero ya veo que has conseguido salir de aquí solo.

– He salido gracias a la ayuda de unos cuantos amigos. Sin embargo, te aviso que no estoy muy dispuesto a perdonarte en este momento, Emerald -la miró disgustado e irritado-. ¿Por qué no llamaste a Fairfax para pedirle que viniera a buscarte?

– El único número que tenía para localizarlo estaba en mi libreta, y lo único que me ha dejado el carterista ha sido el pañuelo.

– A lo mejor sospechó que ibas a necesitarlo cuando te diera alcance.

– Lo siento, Brodie; de verdad. No debería haberlo hecho -él no se inmutó-. Ha sido horroroso, ¿no?

– He tenido mejores mañanas -dijo yendo hacia la puerta, dándole la oportunidad de elegir entre seguirlo o no; Emmy lo siguió, ya que no le quedaba otra alternativa-. Al menos tuviste la decencia de decirles que el coche era robado. A la policía no le costó más de cinco minutos llamar a la agencia del alquiler para averiguar que era mentira. A partir de ahí se inclinaron a creer que el que decía la verdad era yo…

– ¿Qué les has contado?

Se detuvo y se volvió a mirarla.

– Que soy un abogado que está haciendo lo posible para intentar que una mujer muy pesada no se meta en líos.

– ¡Oh! ¿Llamaron a mi padre para confirmar tu historia? -preguntó.

– No fue necesario. En mi despacho pudieron asegurarles que yo no soy ningún secuestrador, o un pervertido o nada de lo que les hayas contado. Y también, claro está, Monsieur Girard les confirmó que me conoce desde hace diez años.

– Lo siento, Brodie; no se me ocurrió nada mejor en ese momento.

– No sigas diciendo que lo sientes, Emerald. Lo volverías hacer sin dudar ni un instante si pensases que podías largarte con el coche.

Recordó las nauseas que había sentido cuando vio a la policía deteniéndolo… Cuando el autocar arrancó, hubiera deseado poder correr hacia él.

– No Brodie, no lo haría…

– Soy consciente de tu desesperación, Emerald. Quizá debieras contarme por qué exactamente estás tan desesperada. ¿Lo discutimos mientras comemos? -le ofreció-. Ya que te has quedado sin desayunar…

La formalidad de su expresión era tan cortante… y eso de que hubiera empezado a llamarla Emerald. Bueno, ¿y qué podría esperar? Podría haber reaccionado peor. Lo que estaba claro era que no iba a echarle los brazos al cuello, diciéndole que se alegraba de verla.

– Gracias -respondió-, pero la verdad es que en este momento no tengo hambre.

– No hace falta que te pongas en plan víctima, Emerald; no voy a darte una paliza.

– No me estoy haciendo la víctima -dijo algo irritada-; es que no tengo hambre.

Y era cierto, pues tenía un nudo de angustia en el estómago. Se metió en el coche y bajó la ventanilla para que entrara un poco de aire en el sofocante espacio del coche. Se volvió hacia Brodie mientras éste ocupaba el asiento del conductor.

– Y ni por un momento he pensado que fueras a darme una paliza -y entonces algo dentro de ella la impulsó a añadir-. Sólo que ibas a propinarme un azote, o algo así.

Sus ojos se oscurecieron peligrosamente.

– Dios mío, Emmy… -entonces, arrepintiéndose de aquel arrebato, añadió simplemente-. Acabarías con la paciencia de un santo.

Satisfecha de haber al menos roto el hielo, le sonrió.

– No eres ningún santo, Brodie, aunque me doy cuenta que has estado intentando todo lo posible para dar esa impresión. ¿Adonde vamos?

– La policía, en un intento por recompensarme, quiso ayudarme y averiguó el paradero del señor Fairfax. Creo que cuanto antes vayamos a hablar con él y terminemos con toda esta tontería, mejor. ¿No crees?

– Eso ha sido lo que he estado intentando hacer desde que me escapé por la ventana del cuarto de los juguetes, Brodie. Pero te aseguro que no es ninguna tontería; si hubieras accedido a dejarme hablar con él a solas durante un par de minutos antes de hacerle la proposición de mi padre no me habría escapado esta mañana.

– ¿Para qué? -se volvió brevemente a mirarla-. ¿Qué es lo que le vas a prometer? ¿Doblar la cantidad que tu padre quiera ofrecerle para librarse de él?

Se puso hecha una furia.

– ¿Crees en serio que haría eso? -explotó-. ¿Después de lo de Oliver?

– No sé lo que harías, Emmy; supongo que lo que más molestase a tu padre.

– Esto no tiene nada que ver con mi padre.

– ¿Ah, no? ¿Es que no estás empeñada en casarte con un hombre que sabes que tu padre no acepta solamente para mortificarlo por la forma en que rompió tu romance con Hayward?

– ¡No! -le chocó que pudiera imaginar tal cosa-. Las cosas no son así, en serio.

– ¿En serio? Entonces, por qué no me cuentas cómo son -sugirió, algo más suave-. A lo mejor podría ayudarte.

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