– No puedo. Y aunque te lo explicase, no podrías ayudarme. ¿Es que no te das cuenta, Brodie? Sólo estoy intentando hacer lo mejor para todos.
– Entonces, que Dios nos asista si decides hacer lo peor.
Emerald se volvió a mirar hacia la carretera.
– La verdad es que no quiero volver a hablar de esto.
Se encogió de hombros, ahogando un bostezo.
– Lo que tú digas.
Al llegar a un cruce sacó un trozo de papel del bolsillo de la camisa y lo consultó antes de girar a la izquierda.
– ¿Se te da bien hacer de copiloto? -le preguntó, pasándoselo.
– ¿Te fías de mí?
– Simplemente me imagino que estás tan harta de todos estos jueguecitos como yo -volvió a bostezar disimuladamente.
– ¿Estás bien, Brodie? -le preguntó Emmy, fijándose por fin en las ojeras que tenía-. ¿Quieres que conduzca yo?
– No quiero que conduzcas; quiero que me ayudes a seguir el camino correctamente. Nos quedan aún muchos kilómetros, Emmy.
– ¿Cuántos?
– Tú tienes el papel, calcúlalo tú misma -le echó una mirada-. ¿Estás empezando a arrepentirte por no haber aceptado mi oferta de comer algo?
– Bueno… Aunque podríamos pararnos en el pueblo -dijo con esperanza-. Sé que hay un café allí; es donde le he dejado mensajes a Kit.
– Muy bien, Emmy; no voy a dejar que te mueras de hambre. Yo tampoco he desayunado mucho y no me vendría mal tomar algo refrescante.
Se pasó la manga de la camisa por la frente y levantó la mirada al cielo. El azul intenso había pasado a plomizo y se veía oscuro y amenazador.
Continuaron el camino, atravesando escarpadas montañas, bosques y suaves terrenos de cultivo salpicados de tonos rojizos y verdes brillantes.
A primera hora de la tarde se detuvieron a la puerta de un pequeño café en la plaza del pueblo. Tenía que ser aquél, ya que era el único que había. Entraron huyendo del bochornoso calor y Brodie pidió dos zumos de limón bien fríos y una botella de agua mineral. Emmy le dejó que hablara él; tenía demasiado calor y estaba demasiado cansada como para ni siquiera pensar en Kit.
– El patrón le va a pedir a su mujer que nos prepare un par de tortillas francesas -le dijo, sentándose a la mesa junto a ella.
– Muy bien.
– Hace días que Fairfax no viene por aquí.
– Estupendo -apoyó la cabeza sobre los brazos-. ¿Hace siempre tanto calor aquí?
– Creo que se avecina una tormenta -ella emitió una especie de gruñido de desaprobación-. No me digas que te dan miedo los truenos.
– No -dijo sonriendo-. Lo que me dan miedo son los rayos.
El patrón se acercó con la comida.
– Oh, mira, aquí viene nuestra comida: tortillas, ensalada y aceitunas. ¡Qué buena pinta tiene todo!
Brodie se puso a hablar con el patrón y Emmy, atenta a la conversación, logró entender un poco de lo que decían.
– ¿Va a haber una tormenta? -preguntó.
– El parte ha anunciado una para esta noche, pero parece ser que llevan diciendo lo mismo desde hace varios días.
– ¿Y tú que crees?
– Soy abogado, Emmy, no metereólogo; pero no creo que falte mucho -dijo agarrando el tenedor y empezando con la tortilla.
– ¡Vaya ánimos! -dijo Emmy.
– Si tienes otro plan mejor, soy todo oídos.
– No. Si hemos llegado hasta aquí, es mejor que terminemos con todo esto cuanto antes -alargó el brazo para alcanzar el pimentero.
– ¿Dónde está tu anillo de compromiso?
– Ah, me lo quitó el mismo chico que se llevó el dinero.
– ¿Del dedo?
– Me quedaba un poco grande y decidí metérmelo en el bolsillo.
La verdad era que no parecía estar demasiado disgustada por haberse quedado sin el anillo que le había regalado Kit Fairfax.
– ¿Has terminado? ¿Te apetece algo más?
– No. Sólo necesito ir a refrescarme un poco; no tardaré nada.
– Tómate todo el tiempo que quieras, Emmy, pero, si decides hacer otro truco de los tuyos y desaparecer, yo me doy la vuelta y me voy directamente a Marsella. Ah, el coche está cerrado, por si acaso estabas pensando en llevarte tus bolsas.
– No tengo intención; no merecería la pena. Ahora ya sabes dónde está Kit, Brodie, y llegarías allí antes que yo. Sé perder.
La observó mientras se iba hacia el baño. ¿Sabría de verdad perder? Sin saber por qué no terminaba de creérselo.
Sacó el móvil y marcó el número de Mark Reed.
– No hay necesidad de perder más tiempo con este asunto, Mark. Ya he averiguado dónde está Kit.
– Sí, parece ser que su padre, un francés llamado Savarin, murió hace poco y el joven señor Fairfax ha heredado su granja de la Provenza, una viña, un olivar y muchas hectáreas de terreno fértil, aparte de unas estupendas propiedades en la costa. Según la persona que me informó de todo esto, Fairfax no tiene intención de volver a Inglaterra de momento. Todo ha ocurrido muy a tiempo pues el contrato de alquiler de ese estudio que tiene está a punto de cumplir.
A Brodie le extrañó una cosa.
– ¿Por qué no le pidió dinero a su padre para el estudio?
– Parece ser que llevaban años sin hablarse. El padre abandonó a la madre, una historia muy corriente, y cuando su madre retomó su nombre de soltera, Fairfax, el chico hizo lo mismo.
»El hijo se negó a reconocer al padre, pero según la ley francesa, el padre no podía desheredar a su hijo. Bueno, quizá el honorable Gerald no estará tan disgustado cuando conozca la elección de su hija, después de todo. Me preguntó por qué no se lo habrá contado.
– ¿Quién sabe? Quizá simplemente quiere que su padre acepte al hombre que ama, sea adecuado o no. Gracias por tu ayuda, Mark; no la olvidaré.
– Tampoco lo hará el honorable Gerald; mi factura por servicios prestados promete ser memorable.
Brodie se quedó con la mirada perdida, mirando ausente por la puerta del café. Mark le había dicho algo importante. Se frotó los ojos con fuerza; estaba tan cansado…
– Estoy lista, Brodie.
Levantó la vista y vio a Emmy delante de él.
– Muy bien. Vayámonos entonces -pagó al patrón y salieron del establecimiento.
Salían por la estrecha y escarpada carretera asfaltada que salía del pueblo cuando cayó la primera gota de agua en el parabrisas.
– ¿Cuánto nos quedará? -dijo Emmy un poco nerviosa, mirando por el cristal hacia el cielo, que se oscurecía por segundos. Había unas cuantas ovejas pastando en la colina delante de ellos y también los animales empezaron a mostrarse inquietos, cobijándose bajo el saliente de una roca.
– Creo que una vez que atravesemos la colina, podremos ver la granja.
Encendió el limpiaparabrisas, pero durante unos minutos nada ocurrió. Entonces, sin previo aviso, empezó a caer la lluvia como un torrente, cortándoles la visibilidad y oscureciendo el paisaje al tiempo que las varillas del limpiaparabrisas luchaban por limpiar el cristal de agua.
Brodie apretó las manos alrededor del volante. Los baches que habían sido rellenados de tierra se hundieron con la fuerza del agua y el coche empezó a pegar botes sobre la desigual superficie.
Emmy se agarró con fuerza al asiento y rezó para que no cayera ningún rayo. Ninguno de los dos dijo nada de dar la vuelta, pues no había ningún lugar donde hacerlo en la estrecha carretera.
– Quizá deberíamos pararnos -sugirió Emmy inquieta-. Al menos hasta que amaine un poco.
– Esto podría durar horas.
– Todo esto es culpa mía -gimió-. Podríamos haber estado aquí hace horas; ayer incluso si no hubiera mentido con lo de volar… -pegó un gritito al tiempo que estalló un relámpago tras la montaña, seguido de un trueno.
Brodie paró el coche y se volvió a mirarla.
– Emmy, cariño -empezó a decir, pero en ese momento otro rayo, aún más brillante, hizo que Emmy se echara sobre él, escondiendo la cara en el hueco del hombro.
Читать дальше