Liz Fielding
Cuando amar es un riesgo
Cuando amar es un riesgo (2000)
Título Original: And mother makes three (1999)
– Fitz, gracias por pasarte. Sé lo ocupado que estás.
James Fitzpatrick tomó la mano pequeña y perfectamente cuidada que le extendían.
– Siempre que quieras, Claire. Ya sabes que nunca estoy suficientemente ocupado para nada que tenga que ver con Lucy.
Pero Claire Graham frunció el ceño. ¿Más problemas?
– ¿Ha roto otra ventana?
– Nada tan sencillo.
– ¿Una ventana y un lavabo?
Lucy, muy grande para su edad, con unos brazos y piernas que parecían tener vida propia, estaba causando el caos desde que descubrió que podía escapar de su litera. No era que quisiera romper cosas, sino más bien que, cualquier cosa que estuviera a menos de metro y medio de ella parecía desintegrarse espontáneamente.
– No ha roto nada. Todo ha estado muy tranquilo. Por favor, siéntate, Fitz.
Por debajo de su seco exterior, Claire Graham era muy dulce y, normalmente, sonreía con facilidad; y después de una reunión del personal del colegio y con una copa de jerez en el cuerpo, incluso podía llegar a ruborizarse. Pero, al parecer, eso no iba a suceder ese día.
– ¿Qué ha hecho? -preguntó Fitz al tiempo que se sentaba en el elegante sillón que había delante de la mesa de Claire-. Su último informe escolar indicaba que iba bastante bien. Así que no creo que esto tenga que ver con sus estudios.
– Lucy es una chica brillante. Tiene una imaginación particularmente vivida, como ya sabes. Has hecho un buen trabajo, Fitz. Nunca antes te he pedido nada como esto, pero dadas las circunstancias, creo que tengo que saber. ¿Hay algún contacto entre tú y la madre de Lucy?
La aprensión que él había sentido desde el principio tomó forma y, a pesar del calor veraniego, él sintió un escalofrío.
– Ninguno.
– ¿Podrías ponerte en contacto con ella si tuvieras que hacerlo?
– No se me ocurre ninguna razón para que nos pongamos en contacto.
– ¿Ni siquiera por Lucy?
– Ella no tiene el menor interés en Lucy, Claire. Si hubiera sido por ella, la habría dado en adopción.
– Entonces esto va a ser muy difícil -dijo Claire mirándolo fijamente-. He de decirte, Fitz, que Lucy ha empezado a fantasear sobre su madre.
– ¿A fantasear?
– Se está inventando historias sobre ella, se imagina que es alguien famoso. El escalofrío se repitió, pero Fitz intentó sonreír.
– Acabas de decirme que tiene una imaginación muy vivida.
– Sí, lo he hecho, pero esto no es habitual. Insiste mucho en ello. ¿No has notado nada en ella?
Él agitó la cabeza y Claire continuó.
– Bajo estas circunstancias, tengo que decirte que ésta es una respuesta muy normal. Es algo por lo que pasan la mayor parte de los niños adoptados.
– Pero Lucy no es adoptada.
– Ya lo sé, pero en la completa ausencia de su madre biológica, la situación se hace muy parecida. Es la misma ansia, la necesidad de creer que la madre desconocida es alguien especial que sólo alguna clase de drama o tragedia ha causado el abandono por su parte. Donde no hay información, los niños rellenan el vacío con la fantasía, creando una situación en la que su madre es alguien excitante, admirado…
– Ya veo.
– ¿Sí? -dijo Claire mirándolo como si no se lo creyera-. No debes enfadarte con ella, Fitz. Su curiosidad, su ansia, es sólo algo natural.
– Si eso es normal, ¿cuál es el problema?
– El problema son las demás chicas. Creen que se está dando aires de grandeza, que está tratando de hacerse la especial. Yo he hablado con Lucy y le he sugerido que sería inteligente por su parte guardarse para ella esas historias, pero tal vez si le hablaras sobre su madre, si le mostraras alguna foto que tengas, si tal vez les organizaras una reunión… Yo ayudaría en todo lo que pudiera. Como parte neutral en esto, podría muy bien hacer de mensajera…
Fitz se levantó. Necesitaba salir de ese caluroso despacho para poder pensar.
– Gracias por hacerme saber lo que está sucediendo, Claire. Veré lo que puedo hacer.
– Fitz, se puede cortar todo contacto, se puede destruir toda memoria física, pero no se puede evitar que una niña quiera saber sobre su madre. Ahí hay una necesidad, un nexo irrompible.
– ¿Tú crees?
– Lo sé. Puede que ella no quiera a Lucy, pero su madre también debe estar preguntándose cómo será, cómo estará creciendo. Tal vez le guste tener la posibilidad de conocerla. Eso sería muy natural.
Claire lo acompañó entonces a la puerta.
– Pronto llegarán las vacaciones. ¿Os vais a ir fuera a pasar el verano?
El deseó decirle que se metiera en sus asuntos, de la misma manera que había querido decírselo a todo el mundo desde que se había llevado a Lucy a casa y se había encontrado con las hordas de médicos, asistentes sociales y ciudadanos preocupados que querían saber quién se estaba ocupando de la pequeña, convencidos de que un hombre solo era incapaz de hacerlo. Pero la expresión de Claire era amable, estaba haciendo lo que creía que era bueno, así que fue educado.
– Sí. Vamos a pasar el verano en Francia.
– Puede que ése sea un buen momento para hablar con ella. Deja que sea ella la que haga las preguntas y trate de ser justo. Un niño necesita a los dos padres, aunque éstos ya no se quieran.
¿Pero y si la madre no quería al hijo? Pensó él.
– Es algo que vas a tener que afrontar, por Lucy, Fitz, por doloroso que te resulte.
«Pero todavía no», pensó él. Lucy tenía ocho años. Era demasiado joven como para que destruyeran su precioso sueño.
– Hablaré con ella… Pronto.
Claire frunció el ceño.
– Sería mejor que se hubiera olvidado de eso antes de que el colegio empiece el otoño que viene.
Luego, como se diera cuenta de que no iba a lograr nada, cambió de conversación.
– ¿Te veremos en el día de los deportes, Fitz?
– ¿Cuándo es?
– El viernes. ¿No recibiste la carta? me sorprende que Lucy no te lo haya dicho. Es la mejor en salto y en los cincuenta metros. Sería una pena que no estuvieras.
– Vendré.
– Muy bien -dijo ella estrechándole la mano-. No me has preguntado a quien ha elegido por madre, Fitz. ¿Es que no sientes curiosidad?
Fitz se dio cuenta entonces de que Claire, como las amigas de Lucy, había cometido el error de creer que estaba mintiendo. Tal vez, teniendo en cuenta las circunstancias, eso era lo mejor. -Yo prefiero elegir mis propias fantasías. Gracias de todas formas, Claire. Te veré el viernes.
– Es una pena que Brooke no haya podido venir a casa a tiempo para el funeral. No la vemos mucho últimamente.
– No he podido hablar con ella para hacerla saber lo de mamá -dijo Bron por lo que parecía la centésima vez de esa tarde. ¿Había ido alguien al funeral simplemente para presentarle los respetos a su madre? ¿O habían ido todos sólo por si su famosa hermana aparecía por allí? Sonrió por centésima vez.
– Está filmando en la selva de Brasil. A mil kilómetros del teléfono más cercano.
Pero estaba segura de que había recibido el mensaje vía satélite. Lo que pasaba era que debía estar demasiado ocupada para ponerse en contacto con ellos.
– Es muy triste -dijo su interlocutor-. Tú te has ocupado de cuidar a tu madre durante todos estos años y ahora has de pasar sola por esto también.
– No se ha podido evitar.
– No, supongo que no. Y ella está haciendo tanto por salvar la tierra que tenemos que excusarla. Me está haciendo pensarme dos veces usar el coche y estoy reciclándolo todo. Cuando necesitemos una puerta nueva, no la vamos a comprar de caoba. Hay que ver como se las arregla ella entre tantas serpientes y arañas, yo me desmayo cuando veo una araña en el baño…
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