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Liz Fielding: Cuando amar es un riesgo

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Cuando Bronte Lawrence recibió la carta de una niña que decía ser su hija, supo que allí había habido un error. Sin duda, la carta de la pequeña Lucy Fitzpatrick había llegado a la hermana Lawrence equivocada. Para su hermana, tan centrada como obsesionada en su carrera, aquella pequeña debía suponer poco más que una molesta atadura, ¡pero a Bronte le encantó la idea de conocer a una sobrina que ni siquiera sabía que existía! Pero los errores no se detuvieron ahí: James Fitzpatrick dio por supuesto que ella era la madre de Lucy, y Bronte encontró todo aquello demasiado tentador como para no seguir el juego. Y no sólo por Lucy. Fitz era alto, moreno, atractivo y un gran padre… una combinación perfecta que bien merecía el riesgo. Pero ¿qué sucedería cuando Lucy y Fitz descubrieran que Bronte no era quien parecía?

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– ¿Brooke? ¿Eres tú? ¡Brooke!

– Fitz, lo siento. No he querido…

Pero a él no le interesaban sus disculpas.

– ¿Qué te crees que estás haciendo, llamando aquí cuando Lucy puede contestar al teléfono?

– Debería estar ya en la cama.

– ¿Un consejo maternal? ¿De ti?

– No… Lo siento. Mira, tenía que llamar. Tenía que decirte…

– ¿Qué? ¿Decirme qué? después de lo que acabas de hacer, lo único que estoy dispuesto a oír es que irás a verla el viernes.

Ella permaneció un momento en silencio, maldiciendo a su hermana por ponerla en una situación así. -¿Y bien? -insistió él-. ¿Qué le voy a decir a Lucy?

De repente se le ocurrió que bien podía tomar el papel de su hermana para hacer feliz a esa niña, al fin y al cabo, sólo iba a ser una tarde. Total, Fitz y ella ya creían que lo era…

– Sí -dijo sin pensar-. Dile que iré. Pero necesito que me digas dónde es.

– Yo te recogeré.

– No. No lo hagas.

Una tarde pretendiendo ser su hermana para que una niña fuera feliz ya iba a ser suficientemente difícil; pero un par de horas en un coche con James Fitzpatrick sería algo imposible.

– No es problema.

Entonces se dio cuenta de por qué él se estaba ofreciendo.

– No tienes que preocuparte de que desilusione a Lucy.

– ¿No? ¿Tienes una pluma?

– ¿Qué?

– Que si tienes una pluma. Para tomar nota.

– Oh, sí. Espera.

Luego tomó papel y pluma y añadió:

– Ya está.

Él le dio las indicaciones necesarias y luego la sorprendió diciendo:

– Iré a por Lucy para que se despida de ti.

Un momento después, la niña le dijo:

– ¿Mamá? ¿De verdad que vas a venir el viernes? ¿Se lo puedo decir a la señorita Graham? ¿Y a Josie? Aún atontada por el giro que había tomado la situación, Brooke respiró profundamente y le dijo:

– Allí estaré, Lucy, y se lo puedes decir a quien quieras. Buenas noches, querida, que duermas bien.

Cuando colgó, pensó en lo que acababa de prometer, ¿cómo iba a poder hacerlo?

Capítulo 3

De exploradora elegante. Eso era más fácil de decir que de hacer, pensó Bron a la mañana siguiente mientras repasaba lo poco que tenía de guardarropa. No era necesario ser un crítico de moda para ver que ese guardarropa carecía de toda elegancia. Toda su vida había estado falta de la elegancia que parecía ser la segunda naturaleza de Brooke.

Tomó la foto de su hermana que tenía de uno de los premios que había recibido. El peinado la hacía parecer una niña traviesa, una impresión que acentuaba el vestido que llevaba. O que casi llevaba. Un vestido que mostraba su piel bronceada, a la perfección y que le llegaba casi treinta centímetros por encima de las rodillas y mostraba igual de perfectamente toda la extensión de sus piernas. No mucha ropa para lo que debía haber costado… pero que, efectivamente, servía a su propósito.

Bueno, tal vez ya era hora de ver lo que era ser su hermana.

Primero el cabello, entonces. Y las uñas. Llamó al peluquero de su hermana para ver si podía atender a la señorita Lawrence esa mañana. Se mostraron ansiosos por atenderla y, cuando llegó, fue tratada con semejantes atenciones que le habría divertido si estuviera de humor. No les dijo que era Brooke, sólo lo dieron por hecho. ¿De verdad que se parecía tanto a su hermana?

Poco después, se vio transformada en su hermana delante de sus propios ojos. Pero el parecido debía existir desde siempre, era sólo que la gente las veía de distinta manera.

Los del salón de belleza esperaban a Brooke y nunca consideraron que pudiera ser alguna otra. Fitz se había esperado ver a Brooke y fue a ella a quien vio. De repente se le ocurrió que nadie dudaría de ella, que si contenía los nervios, todo sería fácil. Lo único que necesitaba ahora era algún vestido de su hermana.

Dejó el salón y tomó un taxi, dándole la dirección del piso de su hermana.

El taxista le pidió un autógrafo para su hija y ella lo hizo gustosa. ¿Era eso un fraude? No, ya que no lo estaba haciendo por dinero y la sonrisa del taxista le tranquilizó la conciencia.

Diez minutos más tarde, mientras rebuscaba en el montón de hermosos vestidos de su hermana, pensó que Brooke, para ser una mujer que se pasaba la mitad del año filmando en sitios donde las ropas raramente eran algo más que una tira de tela y algunos adornos, Brooke no andaba falta de ellas. Tenía de lo mejor y más caro.

Pensó que debería ponerse algo con lo que hubiera aparecido en la prensa o la televisión.

A pesar de que todo el mundo la había confundido hasta el momento, sabía que bastaría con que alguien se diera cuenta del engaño para que se viera perdida.

Pero eso no podía suceder. Por Lucy no podía permitir que sucediera. Claro que podía decirle a la niña que tenía una tía y que esa tía estaría con ella cuando ella no pudiera. Luego le escribiría como su tía Bronte y, al cabo de unos meses, con un cambio de peinado y sus ropas normales, volvería a verla como ella misma.

Entonces encontró el vestido que James Fitzpatrick le había pedido. Un traje de safari color caqui claro, con la chaqueta con muchos bolsillos amplios y pantalones estilo militar. Con ese vestido, un pañuelo azul de seda y unas botas de desierto, Brooke estaría increíblemente elegante y sexy. Pero así era Brooke, prestaba su elegancia a los vestidos, no al revés.

Luego eligió un par más y lo metió todo en una de las maletas de su hermana, junto con las botas de desierto y unas sandalias.

Además se llevó un reloj Gucci de acero inoxidable y un collar de ámbar que solía ponerse, además de un frasco del muy caro perfume que usaba.

Fitz le había dicho a Lucy que guardara en secreto la visita de su madre, le explicó que Brooke se enfadaría si los periódicos descubrían que iba a ir al colegio. No le había gustado hacerlo, pero si se anunciaba su llegada todo podría irse al traste. Aún así, el viernes, la excitación de la niña era muy evidente y fue casi un alivio cuando la dejó en el colegio.

Claire Graham estaba, como siempre, esperando a que todos los alumnos estuvieran dentro y se acercó a hablar con él.

– Fitz -le dijo sonriendo.

– Claire -dijo él señalando a su hija con un gesto de la cabeza-. ¿Cómo está ella?

– Sigue rompiendo cosas.

– Oh, vaya…

– No te preocupes. No ha habido ningún daño serio. Me alegro de verla feliz. Parece que sus historias han cesado también. ¿Has hablado con ella?

– Hemos hablado, sí.

Ella asintió.

– Muy bien. ¿Vas a venir esta tarde? Será divertido.

– ¿Quieres que me traiga una cámara de vídeo para grabarlo para la posteridad?

– ¿Lo harías?

Como si no lo hubiera hecho siempre.

– No te preocupes, aquí estaré.

El viernes por la mañana, Bron se levantó temprano y se probó los vestidos de su hermana. Ya lo había hecho el día anterior, y se había decidido por uno verde con las sandalias. Casi.

Se había pasado toda la noche con pesadillas en las que había enormes cantidades de café, mayonesa y ketchup. No había pensado comer nada, ya que estaría demasiado nerviosa para ello. Pero aún así, sabía que, por mucho cuidado que tuviera, algo le iba a pasar al vestido que se pusiera y, si no se podía lavar con facilidad, iba a ser un desastre. Y las sandalias no estaban hechas para andar por el césped. Podía romper un tacón. O ella romperse un tobillo y terminar en el hospital, donde descubrirían que no era Brooke.

Rechazó definitivamente el vestido verde.

Otro de los vestidos, con pantalón y un jersey de seda no estaba mal, incluso era algo que podía ser suyo, pero ése era el problema, lo podía llevar cualquiera y tenía que parecerse a su hermana todo lo que pudiera.

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