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Liz Fielding: Cuando amar es un riesgo

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Cuando Bronte Lawrence recibió la carta de una niña que decía ser su hija, supo que allí había habido un error. Sin duda, la carta de la pequeña Lucy Fitzpatrick había llegado a la hermana Lawrence equivocada. Para su hermana, tan centrada como obsesionada en su carrera, aquella pequeña debía suponer poco más que una molesta atadura, ¡pero a Bronte le encantó la idea de conocer a una sobrina que ni siquiera sabía que existía! Pero los errores no se detuvieron ahí: James Fitzpatrick dio por supuesto que ella era la madre de Lucy, y Bronte encontró todo aquello demasiado tentador como para no seguir el juego. Y no sólo por Lucy. Fitz era alto, moreno, atractivo y un gran padre… una combinación perfecta que bien merecía el riesgo. Pero ¿qué sucedería cuando Lucy y Fitz descubrieran que Bronte no era quien parecía?

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Cuando se conocieron, ella había sido como si a él le entrara una especie de locura. Al parecer, era una locura recurrente, así que iba a tener que hacer un gran esfuerzo de voluntad para recordar la razón que lo había llevado allí.

– Si has recibido su carta -dijo-, ya sabes porqué estoy aquí. Lucy necesita desesperadamente que vayas al día del deporte de su colegio, Brooke.

– No. Yo no…

– Sí, tú -dijo él secamente-. Tú estarás allí a las dos de la tarde, vestida de exploradora.

Como ella fue a decir algo, él se lo impidió levantando la mano y añadiendo:

– Y no voy a aceptar un no por respuesta. Esto no es por mí, es por Lucy.

– Por favor, escúchame…

– No, ya estoy harto de escuchar. Esta vez lo harás a mi manera. Lo harás o yo conseguiré que todo el mundo sepa lo que hiciste con tu hija.

Fitz se quedó horrorizado por lo que acababa de decir, no lo había hecho en serio, no sabía de dónde había salido esa amenaza. Pero al ver la expresión de ella, se dio cuenta de que había dado en el blanco, su imagen significaba más para ella que su propia hija.

– Iré con el cuento a la prensa amarilla, Brooke. ¿Crees que la gente seguirá queriéndote entonces?

Los ojos grises de ella se abrieron mucho en lo que pareció ser un gesto de dolor.

– ¡No puedes hacer eso!

No era dolor, sino miedo. Bueno, eso estaba bien, lo podía utilizar, ella le había enseñado cómo.

– Prueba.

Entonces él la hizo apoyar la espalda en la pared y la besó, apretándola con la boca, la lengua, el cuerpo, deseándola, odiándola, odiándola por desearla tanto. Bron, atrapada contra la pared de la cocina por el duro cuerpo de un hombre que pensaba que era su hermana, atrapada entre sus manos y su cuerpo, se quedó rígida por la sorpresa. Luego empezó a pelear porque tenía que decírselo. Lo agarró por los hombros tratando de apartarlo, pero sus dedos no lograron nada, no sentían nada. Lo único que sentía era la boca de James Fitzpatrick.

Una boca dura y exigente, que la estaba castigando por lo que había hecho su hermana. Pero bajo la ira había un ansia que despertó en ella todo lo que era femenino, todo lo que había estado oculto esos años de perdida juventud, un ansia que se apoderó de ella y, en vez de tratar de apartarlo, sus manos se posaron en el cuello de él, acariciándoselo y entreabrió la boca para que sus lenguas se reunieran.

Fitz había querido castigarla, que sintiera lo que él había sentido, toda la ira, el dolor, el resentimiento, pero después del primero momento de sorprendida resistencia, cuando ella se derritió en sus brazos, él supo que sólo se estaba castigando a sí mismo.

De repente se vio luchando por conservar el control, por resistirse a la atracción del cuerpo de ella, por no volver a caer en la autodestrucción.

Se quedó donde estaba por un momento, con las manos apoyadas en la pared y la boca a escasos centímetros de la de ella. Los labios de ella estaban levemente entreabiertos. Estaba sonriendo, riéndose de él, de nuevo.

– El viernes -dijo secamente mientras retrocedía-. A las dos. Ve o leerás sobre ti cosas que no te van a gustar.

Cuando se alejó de la cocina, sonrió él también. Debería estar suficientemente a salvo en una escuela primaria en un día como ése. A Brooke la mantendrían muy ocupados los profesores, padres, niños y demás. A Lucy le encantaría. Pensó en llamar a Claire Graham para advertirla. Luego recuperó la cordura y decidió no hacerlo.

Se metió en el coche y pensó en cómo podía haber llevado todo eso tan mal. Había pretendido pedirle a Brooke que hiciera eso por Lucy y había estado dispuesto a ofrecerle lo que fuera y, en vez de eso, se había comportado como un mono cargado de hormonas. Entonces sonrió de nuevo, Brooke diría que estaba siendo muy poco amable con los monos, y así era. Pero ella había disfrutado con ello. Lo cierto era que él había pensado que era completamente inmune a sus encantos, pero no era así.

Bronte permaneció muy quieta un largo tiempo después de que James Fitzpatrick, Fitz, se hubiera marchado. En un momento ella estaba utilizando inocentemente el teléfono, pensando en dejarle un mensaje a alguien que no conocía y, al siguiente, era besada como si fuera el fin del mundo. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo lo había permitido? En el momento en que él la tocó, había sabido…

Se tocó los labios con la lengua. Estaban calientes e hinchados. Pero no sólo los labios, todo su cuerpo estaba igual y, por fin entendió como su hermana, su cuidadosa y controlada hermana, había cometido el viejo error de quedarse embarazada.

Si ella fuera joven y alocada podría pensar que ser besada por ese hombre era lo único que necesitaba.

Por fin se movió y se sentó en una de las sillas de la cocina. Luego se rió un poco histéricamente. Había tratado de decirle que ella no era Brooke, pero él no la había escuchado. Bueno, él sólo había tenido una cosa en mente.

No se podía creer que no hubiera visto las diferencias que había entre ellas. Brooke era tan elegante, tan hermosa…

Era cierto que había una semejanza superficial entre ellas. Tenían la misma altura, los mismos rasgos, el mismo color de cabello rubio, pero ahí terminaban las similitudes. Incluso en el colegio, Brooke siempre había sido la elegante, mientras que ella siempre había tenido la falda arrugada y los dedos manchados de tinta, además de las señales de ir dándose siempre golpes con los muebles.

Se miró las rodillas manchadas por la hierba, las manos sucias de haber estado trabajando en el jardín.

Entonces se encogió de hombros. Ese hombre y su hermana llevaban casi nueve años sin verse y, eso era mucho tiempo, el suficiente como para borrar los detalles. Aunque no el suficiente como para embotar la pasión. Se estremeció. Había tratado de decirle… Pero debía haberlo intentado más decididamente.

Miró al teléfono y pensó que debería llamarlo para explicárselo. Pero lo haría más tarde. Por lo menos tardaría un par de horas en llegar a su casa. ¿Cómo iba a poder llamar a un hombre para decirle que había cometido un error como ése?

Dejándole el mensaje en el contestador, así.

Llamó y dijo:

– Señor Fitzpatrick… Fitz…

Pero entonces se le ocurrió que podía ser Lucy la que oyera el mensaje.

Colgó.

Tendría que darle el mensaje directamente.

Así dejó pasar el día. Cuando fueron las siete pensó que sería la hora del baño de Lucy. ¿O estaría haciendo los deberes?

Las ocho. Para Brooke y ella ésa había sido siempre la hora de acostarse. A las ocho tenían que estar en la cama.

Decidió que, lo mejor sería llamar a las nueve.

A las nueve menos cuarto ya no pudo esperar más. Tomó el teléfono y marcó mientras repasaba lo que le tenía que decir.

– Bramhill seis cinco tres siete cuatro nueve -dijo una voz de niña-. Le habla Lucy Fitzpatrick.

– Lucy…

Bron se llevó una mano a la garganta. La niña parecía tan madura…

– ¿Mamá? -dijo Lucy insegura-. ¿Mamá? Eres tú, ¿verdad?

Bron se quedó helada, incapaz de responder. En su deseo por hablar con James Fitzpatrick, acababa de hacer exactamente lo que había tratado de evitar.

– Papá dijo que no recibirías mi carta, que debías estar fuera, pero yo recé…

– ¿Quién es, Lucy? -dijo a lo lejos la voz de James Fitzpatrick.

– Es mi mamá. ¡Mi mamá! Papá, ha llamado, va a venir. Ya te dije que lo haría.

Entonces alguien tapó el auricular. Luego sonó la voz de él.

– ¿Brooke?

Ella no pudo responder, debería haber hecho que la escuchara esa mañana, debería haberlo llamado inmediatamente. De repente todo lo que debió hacer le pareció tan evidente. ¿Por qué no lo habría hecho? ¿Porque no había querido?

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