Liz Fielding - Amor vagabundo

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Emerald Carlisle sabía que su padre haría todo lo que estuviese en su mano para impedir que se casara con Kit Fairfax, un joven pintor sin recursos. De hecho, su compromiso no era sino una estrategia para ayudar a Kit a conseguir dinero.
Tom Brodie, como abogado de su padre, sabía que su deber era sobornar al novio y hacer entrar en razón a la hija. Desgraciadamente, Emerald era inteligente aparte de bonita. Ya había conseguido que Tom la ayudara a fugarse alegando que la manera más fácil de seguir a una heredera fugitiva era llevarla adonde quisiera ir. Y, después de pasar unos días con Emerald, Tom estaba empezando a llegar a la conclusión de que podría persuadirlo para llevarlo a cualquier sitio… ¡incluido el altar!

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Mademoiselle , ella corre un grave peligro -dijo en voz baja, pero con urgencia; la chica abrió los ojos como platos-. Tengo que encontrarla antes de que cometa una locura -la chica siguió mirándolo de la misma manera-. La amo -declaró desesperado, al tiempo que zarandeaba ligeramente a la muchacha por los hombros-. La amo -repitió las palabras como si acabara de descubrir una verdad insospechada-. Le juro que nunca le haría ningún mal.

Treinta segundos más tarde estaba montado en el coche, dando marcha atrás en el aparcamiento para dirigirse a Aix . Mientras, la camarera del hotel estaba sentada en la cama que tenía que cambiar con un billete de cien francos en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja.

Aix no era una pista demasiado buena, pero al menos era un comienzo. Una vez allí lo más seguro sería que Emmy tuviera que llegar hasta alguna casa de campo o granja perteneciente a sus amigos. Sólo tendría que telefonear desde el pueblo y Fairfax iría a buscarla. Luego sería como buscar una aguja en un pajar.

Como le pilló un atasco en un cruce, sacó el teléfono móvil y marcó el número de Mark Reed.

– ¿Mark? Soy Tom Brodie. ¿Qué más tienes para mí?

– No mucho. Ninguno de los amigos y amigas de la señorita Carlisle parece saber adonde iba, o si lo saben no quieren decirlo. La única pista que tengo es una postal que Fairfax ha enviado a su vecino de al lado, en la que le dice que las cosas se están alargando más de lo previsto y que continúe dándole de comer a su gato hasta que vuelva a casa.

– ¿Las cosas?

– Sé lo mismo que tú. El matasellos está muy borroso pero el dibujo es de un cuadro de Cézanne de una montaña…

– ¿La Montagne de Sainte Victoire ?

– Eso es. En la postal dice que es la vista que tiene desde la ventana de su granja.

– La conozco. Desgraciadamente se ve desde la mitad de esta región, pero al menos estoy en la zona adecuada. Gracias, Mark, creo que me resultará útil.

– Se te ha escapado otra vez, ¿eh? Eso se le da de maravilla a la señorita Carlisle; a mí también me lo ha hecho.

– Estoy pensando en utilizar esposas la próxima vez -dijo Brodie un poco tenso.

– La pobre chica ha estado esposada, metafóricamente hablando, desde que tuvo uso de razón. Carlisle debería intentar confiar en ella por una vez; es su hija, no su esposa -pareció vacilar-. Es buena chica, Tom.

– Sí -el tráfico empezó a hacerse más fluido-. Cuéntame, tú que los has visto juntos. ¿Dirías que están enamorados?

– No sabría decirte. Ella siempre se mostraba muy coqueta con él, pero, como te he dicho, sabía que la estábamos vigilando. Puede haber sido un juego para hacer de rabiar a su padre, me entiendes ¿no?

– Sí, sé exactamente a lo que te refieres -dijo con sentimiento; sabía que a Emmy le gustaba provocar-. Gracias Mark, hasta luego.

El embotellamiento desapareció y salió del centro de la ciudad en dirección a Aix . Alcanzó el autobús después de unos diez kilómetros.

«Un autobús», pensó. Aunque quizá no fuera el correcto. La posibilidad de que la camarera le hubiera mentido para protegerla también se le ocurrió, pero al recordar lo nerviosa que se había puesto le pareció poco probable.

¿Por qué no había dejado de intentar darle el esquinazo? ¿Qué tendría que decirle a aquel hombre que pudiera cambiar tanto el resultado de los acontecimientos? Fuera lo que fuera, ella no creía que el amor por sí solo resultara suficiente.

Era aquella creencia lo que le empujaba a continuar. Al fin y al cabo, la celebración del matrimonio no era un peligro inminente. Pero había algo más… y se negaba a que una muchacha de piernas largas lo venciera, aunque estuviera loco por ella.

Se colocó a unos coches de distancia detrás del autobús y cruzó los dedos mentalmente, esperando que la señorita Carlisle no hubiera tenido tiempo para algo tan complicado como dejar pistas falsas.

No; además, estaba la postal de Kit. Frunció el ceño y agarrando el móvil presionó la tecla de la rellamada.

– ¿Mark? Soy yo otra vez. ¿En la postal decía Fairfax mi granja?

– Creo que sí; espera un momento -se hizo una pausa mientras consultaba su libreta de notas-. Sí, eso es lo que dice. Ah, creo que ya sé adonde quieres llegar. Te llamo en un rato.

Emmy había elegido un asiento de pasillo en el autocar . Lo último que le hacía falta era que Brodie pasara con el coche y divisara la mata de pelo zanahoria que destacaba entre las oscuras cabelleras de los lugareños. Debería de haberse puesto un sombrero o un pañuelo, pero no se había llevado ninguno. ¿Además, cómo podía haberse imaginado que iba a tener que esconderse en un autobús?

Se inclinó hacia delante para mirar por la ventanilla, cuyo asiento estaba ocupado por una señora muy gorda. Los coches pasaban a toda velocidad pero no había señales de Brodie. Intentó recordar exactamente lo que le había dicho: hacia el norte y luego hacia el este. ¿Sería capaz de dar con la dirección correcta a tiempo?

Estaban entrando en un pueblo y el autocar se detuvo a un lado de la carretera. La mujer que estaba sentada a su lado se levantó para salir y Emmy hizo lo propio para dejarla pasar. En ese momento, mientras los coches adelantaban y pasaban junto al autocar a toda velocidad, miró por el cristal trasero del autobús, y fue a hacerlo directamente a la cara de Brodie. Por un instante se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar.

El autobús reanudó la marcha y la lanzó hacia un lado, resolviéndole el problema. Emmy volvió a sentarse cuidadosamente e intentó pensar sin mirar hacia atrás. ¿Qué le habría hecho a la pobre camarera para conseguir que le diera la información? Sí, lo sabía porque sería exactamente lo mismo que ella hubiera hecho. ¿Pero qué otra cosa podía haber esperado de él? Fue su inteligencia lo que tanto le había impresionado cuando la dejó escapar de Honeybourne Park . Y, desde entonces, no le había ido a la zaga en cuanto a ingenio, respondiendo a cada movimiento suyo con una insistencia que la estaba volviendo loca.

Durante un rato, el autobús había sido su guarida, su salvación; pero después de verla Brodie, estaba atrapada en él. En cuanto bajase, Brodie estaría allí y no esperaba que estuviera tan amable como cuando le había dado el golpe al coche.

Le daría las gracias como se merecía cuando todo aquello hubiera terminado. Una breve sonrisa iluminó su rostro cuando por un momento se deleitó con la dicha por llegar. Pero en ese momento lo más importante era librarse de él. Lo único que necesitaba era una hora…

El conductor del autocar utilizaba una radio para hablar con la central de control y al verlo se le ocurrió una idea.

Pero inmediatamente la rechazó. No podía hacerle eso a Brodie, sería tremendo, jamás se lo perdonaría… Pero tenía que pensar en Kit…

Se levantó y fue hacia la parte delantera del autobús.

Pardon -empezó con timidez-. Parlez vous anglais ? -el conductor la miró y meneó la cabeza.

Consciente de que todos los demás pasajeros la estaban mirando, se volvió y se dirigió a ellos:

– Por favor -dijo-. Me sigue un extraño; el coche que lleva es robado -señaló a la parte de atrás del autocar; todos se volvieron a mirar atrás y luego la miraron, de nuevo expectantes-. Un stalker ! -intentó, un tanto desesperada pues se acercaban a Aix -. Un stalker anglais ! -agarró el transmisor del conductor-. Appelez les gendarmes ! -dijo con dramatismo.

Mientras el conductor, instado por los pasajeros, llamaba pidiendo ayuda, Emmy se dejó caer en el asiento, prometiéndose a sí misma que se apuntaría a clases de francés en cuanto estuviera de vuelta.

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