Liz Fielding - Amor vagabundo

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Emerald Carlisle sabía que su padre haría todo lo que estuviese en su mano para impedir que se casara con Kit Fairfax, un joven pintor sin recursos. De hecho, su compromiso no era sino una estrategia para ayudar a Kit a conseguir dinero.
Tom Brodie, como abogado de su padre, sabía que su deber era sobornar al novio y hacer entrar en razón a la hija. Desgraciadamente, Emerald era inteligente aparte de bonita. Ya había conseguido que Tom la ayudara a fugarse alegando que la manera más fácil de seguir a una heredera fugitiva era llevarla adonde quisiera ir. Y, después de pasar unos días con Emerald, Tom estaba empezando a llegar a la conclusión de que podría persuadirlo para llevarlo a cualquier sitio… ¡incluido el altar!

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Era tan apuesto que el corazón le dio un vuelco y deseó poder abrir la puerta de par en par y correr hacia él, echarle los brazos a las rodillas y rogarle que la llevara en ese fantástico viaje por las islas griegas. Si al menos levantara la vista y pudiera verle los ojos. Entonces vio que tenía el informe abierto sobre las rodillas y que estaba demasiado concentrado en lo que había escrito Mark Reed como para notar su presencia. Estaría estrujándose el cerebro, intentando imaginar el tipo de hombre que era Kit Fairfax y las posibilidades que había de que aceptara el dinero y desapareciera del mapa.

Una mezcla de emociones se agolpó en ella, imperando sobre todas el resentimiento. Se suponía que Brodie era como su caballero valeroso, y lo había sido hasta entonces, pero al día siguiente sería diferente.

Y si al día siguiente se iban a producir los resultados que deseaba, más valía que empezara a pensar y dejara de soñar.

Cerró la puerta y se metió en la cama; necesitaba urdir un plan.

No le llevó mucho pensarlo, ya que no le quedaba mucho donde elegir, ni le sobraba el tiempo. Abandonó la idea de cruzar sigilosamente la pieza durante la noche; el riesgo era demasiado grande y, si la pillaba, ya no tendría otra oportunidad.

No; esperaría a que Brodie se metiera en la ducha a la mañana siguiente. Seguramente le dejaría utilizar el baño antes que él; luego, mientras él se lavaba, podría escapar. No haría más que llevarse el bolso, dejaría su bolsa y las pinturas sobre la mesa para no levantar sospechas inmediatamente.

Aunque casi ni necesitaría el bolso, pues no le hacía falta más que los quinientos francos que se había escondido, un pañuelo, una barra de labios y la libretita donde estaba apuntado el camino a seguir para llegar hasta la granja.

Si al menos pudiera estar segura de que tendría bastante para el taxi… pero no sabía la distancia que había entre Aix y el pueblo, ni lo lejos que quedaba la granja del pueblo. Le había costado mucho trabajo que Kit le proporcionara las direcciones a seguir, y tampoco estaba muy enterado de las distancias.

Deseó haberse fijado un poco mejor en el mapa de Marsella que había en recepción, y haber tomado nota del horario de autobuses y dónde estaban las paradas. Pero la verdad era que no se había fijado en nada ni nadie que no fuera Brodie.

Où est l’arrêt d’autobus pour Aix, s’il vous plaît ? -murmuró una docena de veces, hasta que la frase le salió con facilidad.

Satisfecha se acurrucó bajo la colcha y cerró los ojos.

– ¿Emmy? ¿Estás despierta? Son casi las ocho y media -añadió.

Ella contestó con un gruñido; aquel hombre estaba obsesionado con eso de levantarse al despuntar el alba y ni siquiera el olor a café recién hecho podría salvarle en esa ocasión.

Abrió los ojos. ¿Las ocho y media? ¿Le habría entendido bien? Se sentó en la cama, apartándose el pelo de los ojos, y pestañeó adormilada. Se había dormido tan tarde…

– Es imposible que sean las ocho y media -dijo.

– Lo siento. Te he dejado dormir un poco más, pero me gustaría terminar con este asunto lo antes posible y supongo que a ti también.

Volvió a emitir un gruñido. Su pequeño plan de hacer otra escapada se había ido al garete por haberse quedado dormida. Brodie, duchado, afeitado, vestido y listo para marcharse, se sentó en el borde de la cama y le pasó una taza de café.

– Toma, esto te reanimará.

Pero estaba equivocado; nada la ayudaría. Aun así la aceptó y dio un sorbo de café.

– No hay de qué. Hay bollos recién hechos en la habitación de al lado, si quieres.

– Café, bollos… ¿Es el servicio de habitaciones? Creí que íbamos a comerlos al sol, en un café de la calle.

– Quizá mañana -dijo vagamente.

– ¿Mañana?

– Tú con Kit, a lo mejor. Yo en algún café de la calle, en algún lugar, no sé.

– No será por gusto.

– No es lo que preferiría hacer -coincidió-, pero hemos hecho un trato. Si tu pintor resulta ser el tipo de hombre que no se deja sobornar, entonces dejaré el asunto; te doy mi palabra -añadió con una sonrisa triste.

Entonces fue cuando Emerald se dio cuenta de la expresión sombría de su boca y de que tenía las ojeras ligeramente hinchadas. Ella no era la única que no había podido dormir la noche anterior.

– Te creo -dijo ella, tendiéndole la mano impetuosamente; pero él se apartó antes de que pudiera tocarlo.

«Oh, Brodie» pensó con cierta nostalgia «Espera. Sólo espera un poco».

– Lo que no puedo es garantizar la reacción de tu padre -continuó-. Si te quedas en Francia, él tendrá un mes para reorganizarse. No me cabe duda de que llamará a Hollingworth para que vuelva a Londres; incluso podría llamar también a tu tía Louise.

– Quizá te pida que me des un narcótico -dijo, aunque no era el momento adecuado para bromas.

– Eres una adulta, Emmy -dijo un poco exasperado-. Puedes casarte con todos los cazadotes que quieras.

– Claro que tendré que hacerlo de uno en uno -añadió secamente.

– A lo mejor deberías intentar contárselo a tu padre -hizo una breve pausa-. Y de paso podrías preguntarle si tu felicidad es menos importante que conservar tanto dinero en los bancos.

Su preocupación la inundó de calor; pero supo que aquello era algo más que preocupación. Su mirada y su voz estaban cargadas de sentimiento… y de algo más. Algo que sospechó que a él no le gustaría que notara.

Hubiera deseado tanto levantarse, echarle los brazos al cuello y que se sentara a su lado, para olvidarse del resto del mundo. Sólo esperaba que, cuando todo aquello hubiera pasado, él fuera capaz de perdonar su engaño; que sus ojos continuaran mirándola con la misma intensidad.

– Mi padre no es tan malo, Brodie; sólo se preocupa por mí -reconoció-. Tiene miedo de que me vuelva como mi madre.

– Entonces es más tonto de lo que yo pensaba.

Le hubiera gustado añadir que deseaba sinceramente que Kit Fairfax enviara un mensaje a Gerald Carlisle, aclarándole lo que podía hacer con su dinero. Pero no podía tampoco expresar un sentimiento que no era cierto. Deseaba con toda su alma que Kit fuera un malvado y un miserable que agarrase el dinero en cuanto se lo ofreciera, pero desgraciadamente no lo creía probable. No pensaba que Emmy fuera el tipo de chica que cometiera dos veces el mismo error.

– Date toda la prisa que puedas, Emmy -le urgió.

Emmy esperó a que la puerta se cerrara tras de él para saltar de la cama. Inmediatamente empezó a cambiar el plan que Brodie había estropeado.

Se metió apresuradamente en el baño y abrió el grifo de la ducha a tope, dejándola correr mientras sacaba unas cuantas cosas del bolso y las metía en los bolsillos de los vaqueros. Luego se tomó su tiempo para ducharse y se vistió con vaqueros y una camiseta blanca. Tardó muchísimo rato en maquillarse, aunque casi ni se pintó. Brodie estaba impaciente por marcharse y, cuanto más se impacientara, más oportunidades tendría de escapar.

Estaba cerrando la cremallera del bolso cuando Brodie llamó a la puerta.

– ¿Qué tal vas, Emmy?

– Estoy lista -abrió la puerta y le dio su bolsa de viaje-, pero me muero de hambre -tiró su bolso en un sillón y se fue derecha a los bollos-. ¿Hay más café? -preguntó, sentándose en le sofá; Brodie le sirvió una taza y agarró su bolsa de viaje-. ¿Es que no vas a tomar una conmigo?

– No. Yo voy a bajar a pagar la cuenta y a colocar las bolsas en el coche; así ganaremos tiempo.

Sonrió serenamente, como ajena a su prisa.

– Ah, muy bien; buena idea.

En el mismo instante que se cerró la puerta de la habitación, Emmy abandonó el bollón y se dirigió al baño. Abrió el grifo del lavabo y cerró la puerta del baño con cuidado. Dejó la puerta del dormitorio abierta para que al entrar oyera el ruido del agua y creyera que estaba metida en el baño. También dejó su bolso sobre el sillón donde lo había tirado; todos los hombres sabían que no había mujer sobre la faz de la tierra que pudiera pasar sin su bolso.

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