– Abrázame, Brodie, no puedo soportarlo.
Emerald temblaba contra su cuerpo. Podría haber mentido al decir que le daban miedo los aviones, pero, desde luego, aquel temor a los rayos era real. Se desabrochó su cinturón y el de ella, arropándola con sus brazos y murmurando palabras tranquilizadoras entre su pelo, palabras de amor que él sabía que ella no podría oír.
El ruido era increíble: el feroz tamborileo de la lluvia, ráfagas de viento que mecían el coche con violencia y después el rugir del trueno, acercándose más a ellos con cada relámpago, hasta que uno estalló delante de ellos, partiendo el cielo en dos. La lluvia siguió cayendo, como una impenetrable cortina de agua.
Algo muy pesado aterrizó encima del coche, abollando el techo por la parte de atrás y por si fuera poco, hundiendo la parte posterior del coche en un gran bache del camino.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Emmy, clavándole las uñas en el pecho.
Una oveja. Debía de haber resbalado en la pendiente que se elevaba delante de ellos. Brodie había visto al pobre animal rodando por la ladera de la colina.
– No ha sido nada; la rama de un árbol -le dijo.
La lluvia comenzó a caer aún con más fuerza y el coche empezó a resbalarse por la pendiente. Brodie sabía que tenían que hacer algo, pero rápidamente. Miró a la chica que temblaba entre sus brazos; tendría que tomar una decisión. O bien ponía el coche en marcha e intentaba continuar, o bien salían de allí antes de que fuera demasiado tarde y fueran a hacerle compañía a la oveja al fondo del barranco.
Conducir resultaba prácticamente imposible, pues no se veía más allá de un metro por delante del coche, y a Emmy estaba a punto de darle un ataque de histeria.
– Emmy -la zarandeó levemente-. Tenemos que salir de aquí -gritó para que lo oyera.
Pero ella no parecía haberlo oído.
– Cariño, por favor -pero ella no lo oyó de lo aterrorizada que estaba.
Abrió la portezuela e inmediatamente una ráfaga de viento la arrancó. Brodie no se molestó en volver a gritar; salió de allí como pudo, arrastrando a Emmy con él e instantes después la parte de atrás del coche dio una vuelta al tiempo que la parte inferior se arrastraba por el borde de la carretera y se resbalaba por el terraplén.
Emmy, temblando de frío y de miedo, estaba ya totalmente empapada, con la ropa llena de barro pegada a la piel.
– Espera aquí -gritó Brodie-. No te muevas.
Lo miró fijamente, como incapaz de entender lo que le decía, aterrorizada, con la lluvia cayéndole por la cara. En ese momento, Brodie supo a ciencia cierta que la amaba, que moriría por ella si fuera necesario; pero no era cosa de ponerse a declararle su amor. En su lugar se inclinó y la besó con ímpetu en la boca.
Emmy se olvidó por un momento de la tormenta, del miedo que tenía; todo lo que sentía era un calor que la invadía al tiempo que Brodie la besaba. Pero cuando fue a abrazarlo, a devolverle el beso, él se dio media vuelta y cruzó la carretera hacia el coche.
– ¡Brodie! -su voz se la llevó el viento y él no la oyó-. Te quiero, Brodie -gritó.
Él se volvió a medias, como si sus palabras finalmente hubieran logrado penetrar el estruendo de la tormenta. Pero sin previo aviso, el suelo bajo sus pies se desmoronó y desapareció de su vista.
Emmy se tiró al suelo y cruzó la carretera arrastrándose.
– ¡Brodie! -llamó con voz ronca-. ¡Por favor, vuelve! ¡Ay, cariño por favor, no te hagas daño! ¡Te quiero tanto! Debería habértelo dicho antes.
Su cara apareció de pronto por debajo de ella. Tenía la mejilla llena de barro y el agua le goteaba de las cejas y le corría por el mentón. Se pasó la manga de la camisa por la cara pero no sirvió de mucho.
– Creía que te había dicho que te quedaras allí -dijo con respiración entrecortada.
– Pensé que te habías caído; pensé que… -vaciló, dándose de pronto cuenta de que había expresado unos sentimientos que necesitaba analizar un poco más. ¿La habría oído? La expresión de su rostro no revelaba nada de eso.
– ¿Qué te habías creído, Emmy? -ella meneó la cabeza-. He venido a rescatar tu bolsa antes de que el coche se cayera al río -le tendió la mano para ayudarla a bajar-. Venga, hay una cabaña…
Emmy le dio un manotazo en la mano y se puso de pie apresuradamente.
– ¿Mi bolsa? ¿Te has arriesgado el pellejo por unos cuantos trapos? -no podía creer que pudiera haber sido tan loco. ¡Lo amaba! ¿Cómo se atrevía a jugarse la vida cuando ella lo amaba?-. Estúpido, idiota… -le gritó-. ¿Cómo has podido hacerlo?
– Hubiera sido suficiente con darme las gracias -dijo, cuando pensó que había terminado.
– ¿Gracias? -lo miró, fuera de sus casillas-. ¿Qué clase de mema crees que soy?
Entonces, cuando fue a darle un puñetazo en el hombro, se resbaló en el barro y se cayó. Brodie se acercó a ella y la agarró de la camiseta para aminorar su bajada, abrazándola al tiempo que caían juntos por aquel terreno desigual. Finalmente llegaron a una parte más llana y dejaron de rodar, sus cuerpos una maraña de piernas y brazos.
Por un instante se quedaron mirándose sin aliento, sonriendo un poquito por la caída.
– Vamos a volver y nos tiramos otra vez, Brodie -dijo Emmy finalmente.
Brodie se puso serio.
– Tengo una idea mejor.
Ella estaba encima de él, con las caderas sobre las suyas, con lo que no necesitó de ninguna explicación para interpretar sus deseos.
Brodie le apartó los mechones de cabello empapado de la cara y le acarició las mejillas, electrizándola con sus dedos. Había algunos momentos perfectos en la vida, y aquél era uno de ellos.
Por todo lo que había pasado, por Kit y por su padre, y porque sabía que Brodie no estaba en situación de tomar la iniciativa, Emmy supo que tendría que ser ella la que diera el primer paso.
Brodie no dejó de mirarla mientras le apartaba unos mechones de pelo de la frente, ni tampoco cuando le acarició la garganta, pero sus ojos se tornaron más oscuros, más brillantes, más cargados de deseo.
Él no se movió cuando ella empezó a desabotonarle la camisa lentamente. Se la abrió para que la lluvia le mojara directamente el pecho desnudo y le besó la piel dorada, húmeda. No se movió, pero Emmy notó cómo aguantaba la respiración y se estremecía de pies a cabeza cuando ella lo provocó, mordisqueándole los diminutos pezones con delicadeza. Empezó a gemir cuando Emerald comenzó a pasarle la punta de la lengua por el cuello.
De pronto sintió una necesidad urgente de sentir la lluvia sobre su piel desnuda. Se levantó, levantó los brazos y se quitó la sucia camiseta y después el sujetador de encaje.
Comprobó cómo se estremecía de deseo al tiempo que se balanceaba hacia delante hasta que le rozó el pecho con los enhiestos pezones. Pero aun así se limitó a mirarla mientras que, muy lentamente, su boca se iba acercando a la de él.
Primero le dibujó la sensual curva del labio inferior con la lengua. Lo tenía empapado de agua, por lo que lo tomó entre sus propios labios y lo succionó como si estuviera libando el néctar de una flor. Entonces enterró la lengua en su boca y de ahí en adelante a ninguno de los dos le interesó quién llevaba la voz cantante.
Solamente tenían la urgente necesidad de librarse de la ropa que se interponía entre la piel de ella y la de él. Durante largo rato se exploraron mutuamente con las manos y los labios, demostrando un hambre feroz. Entonces, Brodie, ignorando los gemidos de protesta, dejó de besarla momentáneamente, se puso de pie y la levantó en brazos para llevarla hasta la cabaña del pastor.
El interior de la choza estaba oscuro pero seco y la temperatura era mucho más agradable que fuera. El suelo estaba cubierto por una cama de hierbas y brezo secos que despidió un olor dulce y suave cuando se tumbaron sobre ella.
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