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Liz Fielding: Cuando amar es un riesgo

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Cuando Bronte Lawrence recibió la carta de una niña que decía ser su hija, supo que allí había habido un error. Sin duda, la carta de la pequeña Lucy Fitzpatrick había llegado a la hermana Lawrence equivocada. Para su hermana, tan centrada como obsesionada en su carrera, aquella pequeña debía suponer poco más que una molesta atadura, ¡pero a Bronte le encantó la idea de conocer a una sobrina que ni siquiera sabía que existía! Pero los errores no se detuvieron ahí: James Fitzpatrick dio por supuesto que ella era la madre de Lucy, y Bronte encontró todo aquello demasiado tentador como para no seguir el juego. Y no sólo por Lucy. Fitz era alto, moreno, atractivo y un gran padre… una combinación perfecta que bien merecía el riesgo. Pero ¿qué sucedería cuando Lucy y Fitz descubrieran que Bronte no era quien parecía?

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– Seguirá estando ocupada, Lucy -dijo Fitz-. Habrá mucha gente que la quiera conocer y hablar con ella. Y necesita mucho tiempo para organizar sus viajes.

– Puede venir una semana insistió de nuevo Lucy-. Eso no es mucho tiempo.

Fitz miró a Brooke, que lo estaba mirando como suplicándole que la ayudara. Bueno, él también le había suplicado y ella no le había hecho el menor caso.

– Podrías venir una semana -dijo por fin. Bueno, él había hecho todo lo que había podido para que siguieran juntos en su momento. Ahora Lucy iba a tener que hacerse a la idea de que había conseguido exactamente lo que había pedido, ni más, ni menos. Y, cuanto antes lo entendiera, mejor.

Bron los miró a los dos. Un rostro brillando de esperanza y el otro, de ello estaba segura, tentándola. Pero tal vez aquello fuera cierto. No había leído esa entrevista… ni casi ninguna otra desde hacía meses. Pero por lo que decía Lucy, era probable que su hermana volviera pronto. Si así era, tal vez con un poco de suerte ella pudiera aclararlo todo.

– Tengo que mirar mi agenda -dijo-. ¿Cuándo os vais?

– La última semana del mes -le dijo Fitz mirándola sarcásticamente.

– Ya lo veré y os llamaré -dijo ella mirando su reloj-. Creo que ahora será mejor que me marche, Fitz. No quisiera perder el tren.

Todavía no eran las cinco y media, pero él no protestó.

– Por supuesto que no. Estoy seguro de que tienes algo muy importante que hacer esta noche. ¿Cenas con el director general de la cadena? ¿Con alguna celebridad?

– Realmente, tengo que arreglar las cosas de mi madre.

La verdad es que aquello fue un golpe bajo, pensó ella mientras recogía sus cosas, pero se sentía muy triste. Cuando llegó al coche, Lucy ya estaba en la parte de atrás con el cinturón puesto y Fitz le estaba sujetando la puerta del pasajero. Tenía una pose levemente agresiva, pero no fue eso lo que la alarmó, sino sus ojos. Los tenía levemente entornados, como si no se creyera del todo lo que estaba viendo, pero no entendiera por qué. Y tenía razón, Brooke nunca se habría pasado la velada arreglando las cosas de su madre.

– Me sentaré con Lucy -dijo.

Sin decir nada, él se volvió y le abrió la otra puerta. Mientras ella se instalaba, no dejó de mirarla.

Mientras se dirigían al pueblo, Lucy le dijo:

– ¿Puedo escribirte? Tú no tienes que contestarme.

– Eso me encantaría.

La verdad era que no habría nada mejor que una carta de Lucy para mostrarle a Brooke lo que se estaba perdiendo.

– ¿Y te puedo llamar? ¡Por favor!

Bron no tenía nada más para escribir que el sobre de la carta de Lucy. Así que le escribió allí el número y se lo pasó.

– Primero se lo tienes que preguntar a tu padre -le dijo.

– Lo haré.

Una vez en la estación, Bron le dio un beso a Lucy y, una vez fuera, ella le dijo por la ventanilla:

– No te olvides de lo de pasar las vacaciones con nosotros.

– No lo olvidaré.

Fitz la acompañó al interior de la estación.

– Te llamaré para lo de Francia -dijo.

– Dame unos días.

– Te daría toda la eternidad si pensara que iba a servir para algo.

Luego, mientras ella trataba de decir algo, él le enjugó una lágrima que se le había escapado y le corría por la mejilla.

– Esto se está volviendo un hábito -dijo-. Cuídate, Brooke.

Luego le dio un beso en la mejilla.

– Trata de venir con nosotros a Francia si puedes -le dijo él al despedirse.

No esperó su respuesta y se volvió al coche, alejándose antes de que ella pudiera hacer otra cosa que despedirse con la mano.

Por fin, cuando se volvió, le llegó claramente la voz de Lucy:

– ¡Te quiero, mamá!

Se volvió enseguida de nuevo, Fitz se había detenido delante de la puerta de la estación y Lucy se había asomado por la ventanilla mientras gritaba frenéticamente:

– ¡Te quiero!

Bron se quedó helada, incapaz de moverse, de decir nada.

Cuando el coche se alejó por fin, murmuró:

– Yo también te quiero a ti. Os quiero a los dos.

Luego se volvió de nuevo y compró su billete. Desgraciadamente, tuvo que esperar unos diez minutos y la gente no dejaba de mirarla. Respiró profundamente para que no se le escapara de nuevo alguna lágrima y se compró un cuaderno en el kiosco de prensa.

Pensó que no estaría mal escribir al menos algunas ideas de cómo iba a pasar el resto de su vida mientras llegaba a su casa.

Planear su futuro podía evitar que pensara en el hecho de que, probablemente, nunca volvería a ver a Lucy. Pero no tenía ninguna esperanza de quitarse del pensamiento a Fitz.

Capítulo 7

El teléfono estaba sonando cuando Bronte llegó delante de la puerta de su casa. Por fin logró encontrar la llave y corrió al teléfono, pero ya había dejado de sonar. Se encogió de hombros, era demasiado pronto como para que la llamaran Lucy o Fitz.

Dejó el bolso y la chaqueta de su hermana sobre una silla y se dejó caer en uno de los sillones mientras se preguntaba qué iba a hacer con su vida. El cuaderno que había comprado en la estación seguía vacío, ya que sólo había podido pensar en dos cosas durante todo el viaje. En Lucy y en Fitz. Hasta que no solucionara todos los problemas que había causado con esa suplantación, ¿cómo iba a poder pensar en su propia vida?

Mientras tanto, lo que necesitaba era un baño caliente para librarse de Brooke, de su olor y su maquillaje. Ya no era la Bron que se había pasado la primera parte de su vida cuidando de su madre y, no tenía la menor intención de pasarse el resto siendo Brooke Lawrence. Tenía que darle una oportunidad a Bronte Lawrence.

Bostezó ampliamente y entonces el teléfono empezó a sonar de nuevo, haciéndola dar un salto. -¿Brooke?

– ¿Fitz? ¿Pasa algo? -preguntó alarmada.

– No. Sólo llamaba para asegurarme de que habías llegado bien a casa.

Parecía como si a él le importara. Bueno, podría ser, quería algo de ella, algo que no le podía dar.

– Soy muy capaz de tomar un tren sin que nadie me lleve de la mano.

– Ya lo sé. Era sólo…

¿Sólo qué?

– ¿Me has llamado tú hace unos cinco minutos? -le preguntó para que él no se lo dijera.

– No. Brooke, ¿te pensarás por lo menos lo de venir a Francia? Por favor, sólo por Lucy.

Ella rogó en silencio porque se lo pidiera, porque le pidiera que fuera por él.

– Ya te llamaré, Fitz. Buenas noches.

Luego colgó antes de que se le escapara contarle sus sentimientos. Después de todo, él estaba tratando sólo con una imagen de su hermana. Esas palabras de él no estaban dirigidas a ella y se negaba a oír la voz interna que le decía que fuera con ellos, que aceptara todo lo que esa semana le pudiera ofrecer y que él nunca sabría que ella no era Brooke.

Pero ya había cometido bastantes errores en las últimas veinticuatro horas como para cometer ése, además.

Al día siguiente llamaría a la oficina de Brooke, averiguaría cuándo volvería ella y trataría de pensar en cómo le iba a explicar a su hermana lo que había hecho, más aún, cómo la iba a convencer para que siguiera en el punto donde ella lo había dejado todo. Evidentemente, Fitz seguía enamorado de ella, por pocas ganas que él tuviera de admitirlo.

Fitz colgó. No estaba seguro de por qué había llamado, sólo de que no se podía quitar de la cabeza a Brooke. Y eso que le había dicho de que fuera con ellos a Francia tenía menos que ver con los deseos de Lucy que con los suyos.

Se sirvió un whisky con manos temblorosas.

¿Por qué?

No era lujuria lo que sentía. Eso no perduraba. No había durado ni cinco minutos cuando descubrió la verdad. Aquello era algo completamente diferente, algo que ocupaba todo en él. Su mente, su corazón…

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