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Liz Fielding: Cuando amar es un riesgo

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Cuando Bronte Lawrence recibió la carta de una niña que decía ser su hija, supo que allí había habido un error. Sin duda, la carta de la pequeña Lucy Fitzpatrick había llegado a la hermana Lawrence equivocada. Para su hermana, tan centrada como obsesionada en su carrera, aquella pequeña debía suponer poco más que una molesta atadura, ¡pero a Bronte le encantó la idea de conocer a una sobrina que ni siquiera sabía que existía! Pero los errores no se detuvieron ahí: James Fitzpatrick dio por supuesto que ella era la madre de Lucy, y Bronte encontró todo aquello demasiado tentador como para no seguir el juego. Y no sólo por Lucy. Fitz era alto, moreno, atractivo y un gran padre… una combinación perfecta que bien merecía el riesgo. Pero ¿qué sucedería cuando Lucy y Fitz descubrieran que Bronte no era quien parecía?

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– ¿Brooke?

Por un momento ella no pareció oírle. Repitió su nombre y ella se volvió repentinamente hacia él.

– Fitz, lo siento, estaba muy lejos de aquí -dijo ella sonriendo-. ¿No es maravillosa?

– ¿Lucy? Siempre lo he pensado -dijo él ofreciéndole la mano-. ¿Por qué no vamos los dos a decírselo? Ella dudó por un momento y luego, casi tímidamente, tomó esa mano y él la ayudó a levantarse. Luego no la soltó y siguieron andando de la mano.

– Has hecho un trabajo maravilloso, Fitz. ¿O es que has tenido una niñera fabulosa que haya hecho el trabajo duro?

– No me podía permitir tener una. Hasta que empecé a recibir dinero de las series de televisión tuve que vivir de todos los trabajos como freelance que pude conseguir. Más tarde, bueno, puede contratar a una mujer para que limpiara, para que estuviera en casa cuando yo no pudiera. Nada más.

– Gracias, Fitz.

Él se detuvo y la miró fijamente, entonces ella añadió:

– Gracias por hacerla feliz.

Ella parpadeó rápidamente, pero no lo suficiente como para detener una lágrima. Él la vio formarse en la esquina del ojo. Por un momento pensó que ella la iba a controlar, pero entonces le resbaló por la mejilla y, sin pensarlo, levantó una mano y se la enjugó. Una lágrima. La había visto enfadada, deprimida, dolorida, pero nunca la había visto llorar. Ni una sola vez. Tal vez fuera por eso por lo que la rodeó con un brazo, ofreciéndole un momento de consuelo por todos los años perdidos.

– Lo siento -murmuró ella-. Esto es tan tonto…

– No, no lo es.

Era comprensible. Pero para alguien que no fuera Brooke. La miró y frunció el ceño. -¿Sabes? Si no te conociera, juraría que has crecido.

Ella parpadeó y luego, sonriendo agitadamente, le dijo:

– Eso sí que es tonto. Las chicas suelen dejar de crecer con dieciocho años.

– ¿Es eso cierto?

– Año más o menos. Yo saqué un sobresaliente en biología, ¿sabes? -Lucy se les acercó entonces corriendo y él soltó a Brooke para levantarla en el aire y abrazarla mientras Brooke le daba un beso en la mejilla, dando los tres, por el momento, la imagen de la familia feliz.

– Bien hecho, Lucy. Eres brillante.

Lucy pareció encantada.

– ¿Te ha preguntado papá si te puedes quedar a merendar? -preguntó-. Anoche hice unos pasteles y la señora Lamb está haciendo sándwiches de pepino y salmón ahumado.

– ¿Puedes quedarte?

Bronte miró extrañada a Fitz al oír el inesperado calor de su voz. ¿Qué había pasado con eso de que ella iba a estar muy ocupada? Bueno, tal vez aquello fuera por Lucy.

– Sólo di que estás ocupada y te llevaré a la estación -añadió él cuando vio que dudaba.

Ese era un recordatorio de que se suponía que ella debía poner alguna excusa y marcharse.

– ¿Quién puede estar demasiado ocupada para comer salmón ahumado y bizcochos caseros? -dijo y se quedó desconcertada al ver que él no parecía nada irritado.

– ¡Perfecto! Así podré enseñarte mi habitación. Papá me la ha pintado y es muy bonita. Tal vez te puedas quedar y así te enseñaré lo bien que nado. Papá siempre me lleva a nadar los sábados. ¿Puedes quedarte? -le preguntó Lucy ingenuamente.

– No te pases, Lucy. Pediste una tarde y ya la has tenido. Tu madre es una persona muy ocupada…

– Y no me he traído el cepillo de dientes -dijo ella.

– ¿Pero volverás?

– ¡Lucy! -exclamó Fitz-. ¿No has sido la mejor en la carrera? La señorita Graham te quiere para darte el premio.

– Entonces también querrá a mamá, ¿no es así?

– Sí, así es -dijo ella empezando a seguir a la niña mientras Fitz parecía anonadado. Claramente no estaba acostumbrado a que lo trataran así.

Entonces tomó a Bron por el brazo y la hizo detenerse.

– ¿Te importa? me refiero a eso de venir a tomar el té a casa.

– Por supuesto que no. Sólo me ha sorprendido la calidez de la invitación. Tenía la impresión de que no me querías cerca más tiempo del necesario.

– ¿Y es ésa la única razón por la que has aceptado? ¿Sólo por irritarme?

– Puede ser.

– Entonces lamento decepcionarte, Brooke. Me temo que vas a tener que hacerlo mejor.

– Tal vez pudiéramos parar en algún sitio entonces para comprarme un cepillo de dientes -dijo ella.

– No es necesario, yo siempre tengo de repuesto.

– Eso seguro.

Ella ya se había fijado en la forma en que lo miraban las madres. Un hombre solo con una hija siempre ablandaba los corazones, sobre todo uno como él.

– No vas a volver a alejarte, ¿verdad, Brooke? Eso le rompería el corazón a Lucy.

– Tú lo dijiste, Fitz. Una tarde y no podré volver.

Entonces se libró del agarre de él cuando vio que Claire la llamaba.

– Perdona -le dijo y se apartó de él dirigiéndose a la mesa de Claire.

Parecía muy firme por fuera, pero por dentro era como gelatina. ¿Cómo podía hacerle eso él con sólo un toque?

Sonrió y empezó a dar los premios. Cuando le tocó a Lucy, sus amigas gritaron de alegría. Fue entonces cuando vio a Fitz con la cámara enfocándola directamente a ella. Era como si estuviera profundizando en su mente con ese objetivo, viendo sus secretos y entonces, la copa que le iba a dar a Lucy se le cayó de las manos.

– Sólo está un poco abollada, mamá -le dijo Lucy luego, ya en el coche-. Papá lo arreglará. Es muy bueno con estas cosas.

– Tengo mucho práctica -dijo él resignadamente.

Lucy se rió.

– Me gusta que a ti también se te caigan las cosas. Todo el mundo sabrá ahora que de verdad eres mi madre.

Bronte sonrió.

– Bueno, ésta es la primera vez que le gusta a alguien que sea torpe.

– El té va a ser interesante -dijo Fitz mirándola de reojo.

– Podríamos hacer un picnic en el jardín, con platos y vasos de papel -dijo Lucy-. Así no importará que se nos caigan.

– Y no habrá que fregar los platos.

– Realmente, sería más seguro. Ya es bastante con un par de cicatrices iguales -dijo él dirigiéndose luego a Lucy-. Brooke tiene una cicatriz como la tuya.

Así ella no tuvo más remedio que enseñársela y la niña le mostró una herida reciente que se había hecho, igual a la suya.

Se detuvieron delante de una casa estilo Victoriano, de ladrillos rojos y el porche pintado de blanco. La casa estaba rodeada por un jardín lleno de flores.

– Es preciosa -dijo Bron saliendo del coche antes de que Fitz pudiera abrirle la puerta.

Pero él la estaba mirando a ella en vez de a la casa y frunció el ceño. Entonces ella se dio cuenta de que Brooke debía haber estado allí con él. Habían hecho el amor, habían creado a Lucy… -Lo había olvidado -añadió rápidamente.

– Vamos, mamá -le dijo Lucy tomándola de la mano-. Primero te enseñaré mi habitación. Papá me la pintó con todos sus personajes.

Cuando entró en la casa, ella sonrió al ver que su propia casa había estado organizada de la misma manera, con todo lo que se podía romper lejos de donde ella lo pudiera tirar.

– ¿Dónde vives, mamá? ¿Cómo es tu habitación?

Lucy no paraba de utilizar la palabra mamá como un mantra, como un talismán mágico, como para convencerse a sí misma de que esa nueva persona que había entrado en su vida no iba a desaparecer entre una nube de humo y ella se dio cuenta de que eso de ser su tía iba a ser un pobre consuelo. Tomó aire y se concentró en describirle la habitación de Brooke.

– De todas formas, Lucy, recuerda que yo casi nunca estoy ahí, casi siempre estoy fuera.

– Ya me dijo papá -dijo la niña delante de la puerta de su cuarto-. Me contó también que fue por eso por lo que me dejaste con él. Porque no tienes tiempo para ser una mamá.

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