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Liz Fielding: Cuando amar es un riesgo

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Cuando Bronte Lawrence recibió la carta de una niña que decía ser su hija, supo que allí había habido un error. Sin duda, la carta de la pequeña Lucy Fitzpatrick había llegado a la hermana Lawrence equivocada. Para su hermana, tan centrada como obsesionada en su carrera, aquella pequeña debía suponer poco más que una molesta atadura, ¡pero a Bronte le encantó la idea de conocer a una sobrina que ni siquiera sabía que existía! Pero los errores no se detuvieron ahí: James Fitzpatrick dio por supuesto que ella era la madre de Lucy, y Bronte encontró todo aquello demasiado tentador como para no seguir el juego. Y no sólo por Lucy. Fitz era alto, moreno, atractivo y un gran padre… una combinación perfecta que bien merecía el riesgo. Pero ¿qué sucedería cuando Lucy y Fitz descubrieran que Bronte no era quien parecía?

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– ¿No? -le preguntó él malinterpretando su silencio-. Tal vez hayas visto Los Moggles. Son lo último…

– ¿Los Moggles? ¿Son tuyos? Pero son preciosos…

– ¿Te gustan? Bueno, tal vez si tienes suerte, tal vez alguien te ponga uno en el calcetín estas navidades.

– ¿Un Moggle?

– Los estamos fabricando y, seguramente salgan al mercado antes de Navidad junto con el libro.

– ¿Lo estás haciendo tú mismo? ¿Y sigues teniendo tiempo para hacer películas? ¿Tienes tiempo para vivir? -él la miró enfadado.

– Si me estás preguntando si tengo tiempo para Lucy, la respuesta es que lo busco.

– No, no, de verdad -dijo ella poniéndole una mano en el brazo y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo retiró rápidamente-. De verdad que estoy impresionada.

– ¿Lo estás? Bueno, con eso ayudo a la economía local, pero no se puede comparar con salvar la Tierra.

Eso lo dijo con un tono muy amargo. Bueno, había sido él quien se había quedado con la niña. ¿Qué hombre no estaría amargado por eso?

– Pero a Lucy le debe encantar.

Él la miró, sorprendido por su calor y entusiasmo.

– Ella es el perfecto animal de laboratorio para probar los prototipos. Cualquier cosa que sobreviva en sus manos pasa con facilidad todas las pruebas de seguridad de los juguetes.

– Pobre niña. Yo sé muy bien lo que es eso.

– ¿Lo sabes? No recuerdo que fueras torpe. Todo lo contrario, pero claro, como te pasabas la mayor parte del tiempo tumbada de espaldas…

Ella se ruborizó furiosamente y la copa que tenía en la mano empezó a temblar peligrosamente, por lo que la dejó en la mesa rápidamente. Demasiado tarde. Pero Fitz se movió rápidamente para sujetarla, como un hombre acostumbrado a evitar tales desastres.

– Tal vez el embarazo es una cura temporal -dijo él pensativamente.

Como ella no quería entrar en el terreno personal, decidió cambiar de conversación.

– ¿Qué habrá pasado con los sándwiches? -dijo.

– Creía que no tenías hambre.

– Y no la tengo. Pero no me gusta el pensamiento de pasarme la tarde sentada aquí esperando el dudoso placer de verte comer a ti.

Fitz se relajó. Casi había empezado a dudar que esa mujer fuera la misma Brooke Lawrence que había conocido. No recordaba la cicatriz y esa forma de ruborizarse… Oh, se había imaginado que algo habría cambiado. Entonces ella era una estudiante y ahora era una celebridad.

– Háblame de Borneo -le dijo él cuando llegaron los sándwiches-. Estuviste allí durante los incendios forestales, ¿no?

– Prefiero no hablar de ello.

– ¿Fue tan malo?

Lo había sido. Cuando Brooke volvió a casa lloró todo lo que pudo, Bron no la había visto así nunca antes. ¿Habría llorado cuando se separó de Lucy? ¿Se habría encerrado en su habitación para llorar y luego había bajado con esa sonrisa en la cara para que nadie supiera lo que estaba sintiendo? Eso era lo que había hecho después de volver de Borneo.

– Sí, fue muy malo -dijo ella y empezó a comer para no tener que hablar más.

– ¿Qué le has contado? -le preguntó Bronte a Fitz cuando ya estaban llegando.

– ¿A Lucy? ¿Sobre ti? Le dije que su madre era alguien muy especial, que tienes algo importante que necesitas hacer. Le dije que estabas mucho fuera, viviendo en sitios donde no te la puedes llevar. Y, como tú sabes que la estabilidad es algo que una niña como ella necesita, la dejaste conmigo.

Aquello era indudablemente mucho más amable que lo que se merecía Brooke, él había querido proteger a su hija. El amor de una madre es la primera necesidad de una niña.

– ¿No ha querido saber por qué no he venido nunca a verla?

– No. Para cuando fue lo suficientemente mayor como para pensar en ello vio que muchos de sus amigos sólo tenían un padre. Y más tarde… bueno, pensó que eso me podía molestar.

– ¿Nunca le contaste quien…?

– Ese fue el acuerdo, Brooke. Si yo me quedaba con ella, era para siempre. Tú tomaste tu decisión y firmaste los papeles.

¿Qué decisión? Era tan frustrante no saber… No se podía creer que Brooke fuera tan… fría.

– ¿Cómo encontró el certificado de nacimiento?

– Estaban haciendo un trabajo sobre la historia familiar para el colegio y supo que el nombre de su madre debía estar en el certificado. Tomó mis llaves y buscó en mi escritorio.

– Una pena que no me llame Jane Smith.

– Eso habría servido. Había otras cosas también, los papeles de la custodia, unas fotos. Había pensado que, cuando ella fuera lo suficientemente mayor, podría querer ir a buscarte. Pero supongo que se hizo lo suficientemente mayor sin que yo me diera cuenta.

– Fitz…

– Aquí es -dijo él al meterse por una gran puerta-. Pon esa sonrisa profesional, Brooke. Éste no es el lugar para algo emocional.

– No, por supuesto que no.

Bronte se había preguntado por qué Fitz no había sugerido antes una reunión más privada. Ahora entendía por qué prefería que se vieran en el colegio y por qué había ido a recogerla. De esa manera él estaba al mando y no habría lugar para nada emocional.

De repente a ella no le gustó su papel en todo aquello. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho Brooke, ella no se merecía aquello, ni Lucy tampoco.

– No -repitió-. Esto está mal, Fitz. No lo puedo hacer, así no.

– Es un poco tarde para arrepentirte -dijo él al tiempo que aparcaba-. Lucy te está esperando y, a pesar de que le he dicho que no lo contara, estoy seguro de que lo ha hecho con Josie.

Y Josie se lo habría dicho a todo el mundo.

Entonces la vio. Una niña alta con unos pantalones cortos oscuros y camiseta blanca que corría hacia ellos. Tenía los brazos y las piernas largos, además de una sonrisa espectacular: A pesar del cabello castaño, era la viva imagen de Brooke a su edad. Y, antes de que Fitz lo pudiera evitar, ella estaba fuera del todo terreno con los brazos muy abiertos para abrazarla.

– Oh, Lucy. Mi querida Lucy.

Bronte había pensado que era inmune al llanto, después de todo lo que había pasado en la vida, pero ahora tenía un nudo en la garganta que no la dejaba ni hablar.

Pero aquél no era ni el momento ni el lugar para ponerse a llorar, así que se contuvo y sonrió.

– Eres preciosa -le dijo a la niña.

Lucy, tan próxima a las lágrimas como ella, se sorprendió y sonrió.

– ¿Lo soy? -dijo y miró a Fitz-. Tú no me lo dices nunca.

– No, bueno, pensé que se te podía subir a la cabeza -dijo él con voz rara.

Bronte lo miró, pero él ya se estaba dirigiendo a una mujer de unos cincuenta años que se había acercado también.

– Claire, lamento haber llegado tan justo de tiempo. Había obras en la carretera.

– No hay problema, vamos a empezar más tarde. Se ha disparado la alarma de incendios. Falsa alarma -dijo con un tono que indicaba que alguien tendría problemas el siguiente día de clase.

– Claire, ¿puedo presentarte a la madre de Lucy…?

– No es necesario, Fitz -dijo Claire ofreciéndole la mano a Bronte-. Reconozco a la señorita Lawrence por la televisión y, por supuesto, Lucy la ha mencionado. Yo soy Claire Graham, la jefa de profesores de Lucy. Es un gran placer darle la bienvenida esta tarde, aunque ha sido algo inesperado.

Luego se dirigió a Lucy.

– Creo que te necesitan para ayudar a las pequeñas, Lucy. Como la niña no se movió, añadió:

– Por favor.

Bronte le dijo a la niña:

– Tus amigas te están esperando. Ya hablaremos más tarde.

Lucy se volvió y vio a media docena de niñas que la miraban con ojos muy abiertos, entonces sonrió y corrió hacia ellas. No es que estuviera gritando su triunfo, pero a Bron le dio la impresión de que le faltaba poco.

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