– Ven a sentarte, John.
Dora dio una palmada en el asiento y cuando él se dio la vuelta de la ventana le sonrió.
– ¡No! -se sentó a su lado y se inclinó para taparle la preciosa boca con la mano-. No me sonrías así hasta que lo hayas oído todo.
Sólo cuando estuvo seguro de que le obedecería apartó la mano.
– Sigue entonces -le animó ella-. Cuéntame lo de Elena. ¿Qué pasó?
Sólo lo preguntaba porque él necesitaba contárselo, no porque ella necesitara escucharlo. Era tan evidente. Dos personas solas en un frío sótano con miedo a que en cualquier momento una bomba cayera sobre sus cabezas y los enterrara y ofreciéndose el único consuelo que se podían dar.
Cuando terminó la historia, era más o menos lo que ella había esperado.
Dora hubiera querido preguntar si Elena era joven y bonita, pero resistió la pequeña punzada de celos. Sabía que no importaba. Lo que había pasado entre ellos no había sido por deseo o amor. Sólo había sido por necesidad.
– Y entonces, todo había pasado y seguíamos vivos. Yo tenía que escribir mi artículo y ella encontrar a su familia si es que había sobrevivido. Los dos teníamos prisa por estar en otra parte y lo que había pasado… bueno, son cosas que sólo pasan durante la guerra. Pero le apunté mi dirección en un papel y se la di. Quizá incluso entonces intuí que podría necesitarla.
– ¿Te hubieras casado con ella, John?
– La hubiera cuidado. Pero voy a casarme contigo.
– ¿De verdad? -se recreó un momento en la deliciosa afirmación-. Pero queda tanto por hacer… tanta gente a la que ayudar…
– No más convoys humanitarios, Dora -pidió él con impaciencia-. No puedes volver.
– ¿Por Sophie?
– Por Sophie y porque te quiero, Dora -le acarició la mejilla-. Porque no puedo vivir sin ti.
– Pero hay tantos niños como Sophie… -lo miró deseando que entendiera que simplemente no podía darles la espalda-. No puedo defraudarlos. Me necesitan.
– Nos tendrán a los dos. Ya he pensado en escribir un libro y probablemente hacer un documental de televisión.
– ¡Eso es fantástico!
– Me alegro de que lo apruebes. Pero llevará su tiempo y juntos podríamos recaudar mucho dinero ya.
– ¿Juntos?
– Tú, Sophie y yo…
– Podríamos organizar algún tipo de llamada para mujeres como Elena y sus hijos -dijo ella-. Ponerle incluso su nombre.
– O el de Sophie.
– Sí, o el de Sophie.
– Entonces, Dora, ¿tengo que ponerme de rodillas para que me des una respuesta? -ella empezó a desabrocharle los botones de las mangas-. ¿Qué estás haciendo?
– Me has pedido que me case contigo, John -dijo mientras le aflojaba el nudo de la corbata y empezaba a desabrocharle los botones de la camisa-. Y yo creo más en las acciones que en las palabras. En demostrar en vez de hablar.
– ¿Como conducir un camión en medio de una zona de guerra en vez de quedarte en casa retorciéndote las manos?
– Sabía que lo entenderías.
– Desde luego, estoy empezando a hacerlo -dijo John mientras se deslizaba la corbata del cuello y la camisa de seda quedaba abierta-. Entonces, ¿en qué habías pensado? -preguntó con los ojos oscurecidos por algo más peligroso que la simple curiosidad.
– En esto -dijo ella deslizando las manos por su torso-. Hace días que no pienso en otra cosa. Y en esto.
Se inclinó hacia él para besarle el profundo hueco de la base del cuello trazando un sendero de besos por su garganta y sus hombros, mordisqueándole la piel y deleitándose con el gemido agonizante que le arrancó.
Entonces alzó la cabeza y lo miró con los párpados entrecerrados y los labios entreabiertos de forma provocativa.
– Siéntete libre de unirte a mí cuando quieras -le invitó-. Este es un juego de dos.
– Esto no es ningún juego, Dora -dijo él abriéndole la bata para deslizar las manos por su cintura y atraerla al calor de su cuerpo, libre por fin de demostrarle cuanto la deseaba y necesitaba-. Esto es lo más serio del mundo. Te amo. Creo que te amé desde el primer momento que te vi, allí de pie en la granja con Sophie en brazos, tan indignada de que alguien se hubiera atrevido a asaltar tu casa.
Dora abrió mucho los ojos.
– No era por eso. Lo que me indignaba era que llevaras a una niña enferma en tus correrías nocturnas -lo miró fijamente-. Pero incluso entonces ya supe que eras diferente, que eras mi caballero de media noche, mi amante llegando a mí en el silencio de la noche. Y tienes razón, John. Esto es serio. Bésame, mi amor. Abrázame. Ámame y prométeme que nunca pararás.
Y John Gannon prometió y prometió sin cesar.
– ¡Papi! -Sophie vio a su padre desde la piscina y se alejó de Richard chapoteando con energía hacia las escaleras, donde John la alzó en brazos a pesar de estar empapada-. Sé nadar.
– Ya lo he visto -dijo él entre carcajadas tomando la toalla que Poppy le pasó para envolverla en ella y secarle la cara-. ¿Y quién te ha enseñado tantas cosas buenas?
– Gussie.
– ¿Gussie?
– Creo que se refiere a mí -aclaró Fergus que se acercaba en ese momento con una bandeja llena de copas de champán y una botella-. Se lo habrá oído a las chicas, supongo. Ellas creen que no lo sé… ¿Dónde está Dora?
– Bajará en un minuto -John Gannon vio el desafío en los ojos de Fergus Kavanagh y se enfrentó a él haciendo un gesto hacia el champán-. ¿Sólo te alegras de que me quede a cenar o el champán es para celebrar algo en particular?
– Por el tiempo que habéis pasado arriba, debe haber sido algo en particular, ¿no crees?
– ¿Como una boda, por ejemplo?
Fergus se detuvo y le miró a los ojos.
– ¿Una boda? ¿No es un poco repentino? ¿No podría ser simplemente un largo compromiso?
– Francamente, Fergus, esta ha sido la semana más larga de mi vida, pero tendrás que discutirlo con Dora. Ella quiere empezar a mover las cosas cuanto antes.
Quizá fuera una suerte que el corcho saltara en ese momento evitando una respuesta.
– ¡Fergus! -los dos se volvieron cuando Dora salió a la terraza tras ellos.
Se acercó a su hermano, le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso.
– Eres un encanto. Gracias por traerme a John a casa. Creía que no lo aceptarías, pero, ¿cómo he podido dudar de ti?
Fergus apretó los dientes.
– Sophie está aquí. Tú estás aquí. ¿Dónde iba a ir si no?
Pero durante un instante, entre la excitación, le lanzó a John Gannon una mirada de advertencia de que no se atreviera a hacerle daño a su hermana. La respuesta que vio en los ojos del otro hombre debió satisfacerle porque sonrió de repente y empezó a servir el champán.
– Vamos, todo el mundo. Ya habéis oído a John. Esto es una celebración.
– ¿Qué es una… una cele… bación, Gussie? -preguntó Sophie.
Poppy y Dora eran incapaces de mirarse la una a la otra. Nadie, absolutamente nadie en la tierra era capaz de llamar Gussie a la cara a Fergus Kavanagh.
– Celebración, muñeca. Celebración. Se celebra cuando pasa algo especial -le quitó a John a la niña de los brazos-. La gente mayor bebe una cosa que se llama champán. Como cuando tú bebes batido.
– Nacido para malcriar a un niño -comentó Poppy.
– Batido de fresa, o quizá de banana -siguió Fergus-. Con una galleta de chocolate. Vamos, veamos si la señora Harris tiene algo para ti.
– ¿Sabes? Creo que es hora de que Gussie se case -comentó Dora cuando desapareció con la niña por los ventanales franceses-, antes de que se convierta en el eterno tío solterón.
– O peor, que empiece a criar gatos -dijo Poppy llevándose la mano al vientre de forma protectora.
– No creo que haya mucho peligro con los gatos. Los tiene alergia. Así que tendrá que ser el matrimonio. No sé cómo no se nos ha ocurrido antes.
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