¡Qué tonta había sido! Él la había mirado como si no existiera. Como si estuviera muerta. Y pasarían seis meses antes de que pudiera verlo, porque no dejaría que lo visitara en prisión. No necesitaba preguntarlo, lo había visto en su cara.
Pero seguramente querría saber cómo estaba Sophie, ¿no? Sintió una leve oleada de esperanza que murió en el acto. Fergus se encargaría de eso. Por eso le había dejado la responsabilidad a su hermano. No por su influencia o autoridad, sino para no tener nada que ver con la mujer que lo había traicionado. Y Fergus había aceptado con la esperanza de mantenerlos separados. No tenía sentido acudir a su hermano en busca de ayuda porque no aceptaba a John. No lo había dicho, pero estaba claro que no creía que John Gannon fuera el hombre apropiado para su preciosa hermanita.
Desde luego que había arreglado todos los papeles de Sophie, pero no había dejado de recordarla que John Gannon había estado a punto de llevarla a los tribunales. ¡Como si a ella le hubiera importado!
El problema con Fergus era que nunca había estado enamorado y no podía esperar que la entendiera.
– Vamos, cariño. Ya hemos llegado a casa -dijo Poppy-. ¿Por qué no subes a acostarte un rato? Pareces bastante débil.
– No, tengo que ver a Sophie. ¿Dónde está Sophie?
La niña era su único lazo con Gannon y de repente sintió miedo de que Fergus intentara llevársela sin que ella lo supiera.
– Eh, cálmate. Estará en la cocina con la señora Harris, supongo. Vamos a buscarla.
Pero Dora ya estaba a unos pasos por delante de ella.
Sophie, envuelta en un enorme mandil, estaba sentada en el mostrador pegando ojos y bocas en unas galletas con forma de hombre, pero bajó de la silla y corrió hacia Dora en cuanto la vio. Dora se agachó para abrazarla. Con demasiada fuerza. No debía aferrarse a la niña. Ella tendría otra vida en alguna parte con John. La soltó y la miró. Había mejorado mucho después de unos días de disfrutar de la buena cocina de la señora Harris…
– Me guardarás uno de esos hombrecitos, ¿verdad, cariño? -dijo un poco temblorosa y con la garganta atenazada.
Poppy la tomó del brazo.
– Vamos ahora, Dora. Acuéstate un rato. La señora Harris y yo cuidaremos a Sophie. Quizá nos demos un baño más tarde.
– Quizá tengas razón -debía estar pensando, no descansando, pero la cabeza le dolía tanto-. Pero avísame dentro de una hora.
– Duerme todo lo que necesites.
Fergus llegó a casa poco después de las cuatro.
– ¿Dónde está Dora? -preguntó al entrar en la piscina.
Poppy, de pie al lado del borde con un bañador blanco, estaba esperando a que Richard saliera de los vestuarios y se volvió al oír la voz de su hermano.
– ¿Está acostada? -contestó.
– ¿Por qué? -preguntó con dureza Fergus-. ¿Qué es lo que le pasa?
Acordándose de que Fergus no debía saber lo de su viaje a Londres, dijo:
– Nada. Es sólo el calor.
– Mejor. Gannon está ahí fuera y ha venido a recoger a su hija. ¿Dónde está Sophie?
– En la cocina con la señora Harris. Acaba de preparar un té, así que podrás invitar al señor Gannon a tomarlo mientras espera.
– ¿Estás segura de que Dora está descansando?
– Estaba completamente dormida cuando la dejé hace diez minutos. ¿Por qué, Fergus? ¿Estás intentando mantenerlos separados?
Fergus hizo una mueca.
– Ya he aprendido a no intentar separar a Dora de nada que quiera, Poppy. Es Gannon el que no quiere verla. Sólo quiere recoger a su hija e irse.
– Eso es un poco grosero, considerando todo lo que Dora ha hecho por él.
– Quizá. Y no niego que echaré de menos a Sophie, pero él es inflexible.
– ¡Oh, Fergus!
– No empieces con lo de: ¡oh, Fergus!, Poppy. Esto es enteramente decisión suya.
– Pero tú no has hecho nada por hacerle cambiar de idea, ¿verdad?
– Yo lo he visto, tú no. Ese hombre está completamente decidido, pero ya que Dora está acostada, le diré que entre a esperar a Sophie. Puedes ofrecerle una bebida si quieres. Eso te dará la oportunidad de decirle lo que piensas de él mientras yo voy a ver lo que pasa en la cocina.
Con aquellas palabras se dio la vuelta y se dirigió aprisa hacia la parte delantera de la casa.
– ¿He oído a tu hermano? -preguntó Richard cruzando el borde de la piscina desde los vestuarios.
– Sí.
– ¡Qué lástima! Esperaba que tuviéramos la piscina para nosotros solos un rato.
– Ahora no hay nadie -dijo Poppy sonriéndole seductora y lanzando un grito cuando Richard la agarró y la levantó en brazos.
Entonces la besó.
John Gannon, dio la vuelta a la esquina y se detuvo bruscamente. Fergus Kavanagh le había dicho que Dora estaba dormida, si no, no hubiera salido del coche. Y no era que Fergus hubiera necesitado mucho convencimiento de que sería mejor que no se vieran. Estaba claro que no aceptaba a un hombre que había estado a punto de meter a su hermana en serios problemas con la ley. Y en serios problemas con su matrimonio, aunque él no podía saberlo. Pero Gannon no lo culpaba porque deseara que saliera de su casa lo antes posible. Un corte limpio. Doloroso, pero necesario.
Y había sido doloroso. Cuando la había oído suplicar a la enfermera desde su cama del hospital, había sido como si le arrancaran el corazón. Tener su carta en las manos y no abrirla. Decirle al abogado que bajo ninguna circunstancia debía darle su dirección. Pero sabía que había hecho bien. No había necesitado que Fergus Kavanagh le hubiera mirado como si sólo constituyera un problema. Lo era.
Pero incluso entonces, en lo más profundo de su alma, todavía había albergado esperanzas. Hasta ese mismo día en que se había dado la vuelta en la sala del tribunal y la había visto con Richard. Y entonces ella había gritado y él había sabido que no podría mirar a Richard tampoco. Porque todo se le hubiera notado en la cara. No habrá podido esconder la culpabilidad ni el dolor.
Y ahora, tenía su peor pesadilla delante de él. Allí estaba ella, envuelta en los brazos de su amigo más antiguo. Del hombre que era su marido. Del hombre que la amaba. Eso lo podía entender, porque él también la amaba. La amaba por encima de la razón. Si alguna vez lo había dudado, ahora lo sabía con seguridad. Lo mismo que sabía que debía haber confiado en su instinto y se debía haber quedado en el coche.
Ahora se había quedado sin aliento y tuvo que aflojarse la corbata mientras se esforzaba por sofocar los celos y se daba la vuelta para escapar antes de que lo vieran.
Demasiado tarde.
– ¡John! -se detuvo y se volvió lentamente mientras Richard se acercaba a él con la mano extendida y una amplia sonrisa-. ¡Maldita sea, cómo me alegro de verte! -se dio la vuelta para darle la mano a la mujer que tenía a sus espaldas-. John está aquí por fin, cariño.
– Richard -empezó a protestar Gannon antes de detenerse confundido.
La mujer que estaba detrás de Richard no era Dora. La mujer a la que había besado no era Dora.
– Ya te dije que era el hombre más feliz de la tierra -estaba diciendo su amigo-. Ahora puedes ver por qué -se dio media vuelta-. Poppy, cariño, éste es John Gannon, ¿te acuerdas? Quería que fuera nuestro padrino de boda pero estaba perdido en algún país extranjero. ¿Dónde estabas en Navidad, John?
La mujer se parecía a Dora un poco. Tenía el mismo pelo rubio y cuerpo esbelto. Pero era más alta, mayor y más sofisticada, con el tipo de sofisticación del mundo de la moda y la belleza.
– ¿Poppy? -repitió como si su nombre estuviera cargado de magia.
– La hermana mayor de Dora -confirmó ella. John todavía no podía asimilarlo-. Viene de Popea y Pandora. A mi madre le gustaba mucho la mitología.
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