Susan Mallery
Seducida por el millonario
Seducida por el millonario (2010)
Pertenece a la Temática "Hombre del mes"
Título Original: High-Powered, Hot-Blooded (2009)
Empresario se carga a la competencia.
Duncan Patrick de nuevo machaca a la competencia. El conocido empresario termina el año con dos adquisiciones más: una pequeña empresa europea de transporte por carretera y una lucrativa línea de ferrocarril en Sudamérica. Con las Industrias Patrick dominando el mercado del transporte, uno se atrevería a pensar que puede permitirse el lujo de ser magnánimo, pero aparentemente no es el caso. Por segundo año consecutivo, Duncan Patrick ha sido nombrado el empresario más odiado del país. Como era de esperar, el esquivo multimillonario ha rechazado ser entrevistado para este artículo.
– ¡Esto es inaudito! -Lawrence Patrick tiró el periódico sobre la mesa del consejo de administración, furioso.
Duncan se echó hacia atrás en la silla, intentando disimular un bostezo.
– ¿Querías que diese una entrevista?
– No me refiero a eso y tú lo sabes.
– ¿Entonces? -le preguntó Duncan, mirando a su tío y a los demás miembros del consejo-. ¿Estamos ganando demasiado dinero? ¿Los inversores no están contentos?
– La cuestión es que la prensa te odia -replicó Lawrence-. Has comprado un camping de caravanas y echaste a los residentes, la mayoría de ellos personas mayores o sin medios económicos.
– El camping estaba al lado de una de nuestras nuevas instalaciones, necesitaba esa parcela para ampliarlas. Y el consejo de administración lo aprobó.
– ¡No aprobábamos a las ancianas que salían en televisión llorando porque no tenían ningún sitio al que ir!
Duncan levantó los ojos al cielo.
– Pero bueno… parte del trato era llevar a los residentes a otro camping mucho más grande y que está en una zona residencial. Tienen un servicio de autobuses en la puerta y hemos pagado el traslado… nadie se ha quejado ni ha pedido un céntimo. Han sido los medios de comunicación los que han creado esa historia.
Uno de los miembros del consejo lo fulminó con la mirada.
– ¿Estás negando que dejaste en la ruina a la competencia?
– No, en absoluto. Si quiero comprar una empresa y el dueño se niega a vendérmela encuentro la manera de convencerlo -Duncan se irguió en su silla-. Una manera legal, señores. Todos ustedes han invertido en la empresa y todos han ganado dinero. Me importa un bledo lo que la prensa diga de mí o de Industrias Patrick.
– Ahí está el problema -intervino su tío-. A nosotros, sí nos importa. Industrias Patrick tiene una reputación espantosa, igual que tú.
– Las dos inmerecidas.
– En cualquier caso, ésta no es tu empresa, Duncan -le recordó otro de los miembros del consejo-. Nos llamaste cuando necesitabas dinero para comprar la parte de tu socio y el trato es que tienes que contar con nosotros para tomar decisiones.
A Duncan no le gustaba nada eso. Él era quien había convertido a Industrias Patrick en un gigante cuando sólo era una empresa familiar. No el consejo de administración, él.
– Si estás amenazándome…
– No te estamos amenazando -dijo otro miembro del consejo-. Duncan, nosotros entendemos que hay una diferencia entre «agresivo» y «perverso», pero el público no lo entiende. Te estamos pidiendo que controles tu comportamiento durante los próximos meses.
– Sal de esa lista como sea -dijo su tío, moviendo el periódico frente a su cara-. Prácticamente estamos en Navidad. Da dinero a los huérfanos, encuentra una causa benéfica… rescata a un cachorro, sal con una buena chica para variar. Nos da igual que cambies de verdad o no, la percepción lo es todo y tú lo sabes.
Duncan sacudió la cabeza.
– Así que no os importa que sea el mayor canalla del mundo mientras nadie lo sepa, ¿no?
– Eso es.
– Muy bien, de acuerdo -Duncan se levantó de la silla. Podía «hacerse el bueno» durante unos meses, mientras buscaba dinero para comprar las acciones de los miembros del consejo. Entonces no tendría que dar explicaciones a nadie y así era como a él le gustaban las cosas.
Annie McCoy podía aceptar una rueda pinchada porque el coche era viejo y debería haber cambiado las ruedas la primavera anterior. También podía entender que Cody hubiese comido tierra en el patio y que vomitase después sobre su falda favorita.
No se quejaría de la carta que había recibido de la compañía eléctrica señalando, muy amablemente, eso sí, que tenía pendiente la última factura… otra vez. Pero todo eso le había ocurrido el mismo día. ¿El universo no podía darle un respiro?
En el viejo porche de su casa, Annie revisó el resto del correo. No había más facturas, a menos que esa carta de UCLA exigiese el inmediato pago de la matrícula de su prima Julie.
La buena noticia era que su prima había conseguido entrar en la prestigiosa universidad. La mala noticia, que ella tenía que pagar sus estudios.
Incluso viviendo en casa, el coste de una carrera era enorme y Annie hacía lo que podía para ayudar.
– Un problema para otro momento -se dijo a sí misma mientras abría la puerta y dejaba el correo en la caja hecha de macarrones y pintada con purpurina dorada que sus alumnos le habían regalado el año anterior.
Suspirando, entró en la cocina para mirar la pizarra donde anotaba los horarios…
Era miércoles, de modo que Julie tenía clase por la noche. Jenny, la gemela de Julie, estaría trabajando en el restaurante de Westwood. Y Kami, la estudiante de intercambio de Guam, había ido de compras con unos amigos.
De modo que tenía la casa para ella sola… al menos durante un par de horas. Y era como estar en el cielo.
Sonriendo, sacó de la nevera una botella de vino blanco y, después de servirse una copa, se quitó los zapatos y salió descalza al jardín.
La hierba era tan fresca bajo sus pies… alrededor de la verja crecían plantas y flores. Estaban en Los Ángeles y allí todo crecía de maravilla mientras pudieras pagar la factura del agua. Además, le recordaban a su madre, que había sido una estupenda jardinera.
Pero apenas se había dejado caer en el viejo y oxidado balancín bajo la buganvilla cuando sonó el timbre. Por un momento pensó no abrir pero, suspirando, volvió a entrar en la casa, abrió la puerta y miró al hombre que estaba en el porche.
Era alto y atlético, su traje de chaqueta destacando unos hombros y un torso anchísimos. Parecía uno de esos gigantes que estaban en las puertas de las discotecas. Tenía el pelo oscuro y los ojos grises más fríos que había visto nunca. Y parecía enfadado.
– ¿Quién es usted? -le espetó, a modo de saludo-. ¿La novia de Tim? ¿Está él aquí?
Annie lo miró, perpleja.
– Hola -le dijo-. Imagino que es así como quería empezar la conversación.
– ¿Qué?
– Diciendo «hola».
La expresión del hombre se ensombreció aún más.
– No tengo tiempo para charlar. ¿Está aquí Tim McCoy?
El tono no era nada amistoso y la pregunta no la animó en absoluto. Dejando la copa de vino sobre la mesita, Annie se preparó para lo peor.
– Tim es mi hermano. ¿Quién es usted?
– Su jefe.
– Ah.
Aquello no podía ser bueno, pensó, dando un paso atrás e invitándolo a entrar con un gesto. Tim no le había contado mucho sobre su nuevo trabajo y ella había tenido miedo de preguntar.
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