Sin duda, eso era lo que ella quería que él sintiese. Era experta en el arte del coqueteo.
– ¿La llevas puesta como una penitencia? -preguntó, haciendo caso omiso de su muñeca-. No era necesario. De hecho, la dependienta me dijo que era una fragancia de día. ¿Estaba equivocada, o crees que era una incompetente?
Estaba muy confundido si pensaba que se iba a enfadar por oírle criticar al personal de la tienda, o porque la hubiera dejado con la muñeca extendida sin acercarse a olería.
– ¿Me permites? -preguntó ella.
Y sin esperar respuesta, se acercó hasta su corbata y le arregló el nudo, estirándola hasta colocarla en su sitio con el más suave de los movimientos.
El gesto, cargado de intimidad, llevó a la memoria de Niall los recuerdos más agridulces de Louise, y la certeza culpable de saber que en ese momento estaba pensando únicamente en Romana Claibourne.
– Así está mejor -dijo ella dando un paso atrás-. Incluso las sombras tienen que estar perfectas hasta el último detalle.
Parecía satisfecha. Entonces lo miró, decidida a responderle.
– Estoy segura de que la dependienta sabía perfectamente lo que hacía. Normalmente no me pongo colonia para ir al teatro, no hay nada peor que estar sentado al lado de alguien que lleva un perfume fuerte, ¿verdad? Pero éste es muy suave. Bastante inofensivo.
Romana acercó la muñeca a su propio rostro para comprobarlo ella misma. Pero no se la ofreció a él por segunda vez.
Niall pensó de pronto que tal vez se había sentido ofendida por el detalle. Regalar perfume era algo muy personal, pero él nunca pensó que Romana se lo pondría.
– No era mi intención ofenderte.
– Buen trabajo, entonces -replicó ella gravemente-, porque no lo has hecho.
Romana sonrió abiertamente. La muy cara dura había estado tomándole el pelo. Una vez más.
– Romana…
Su hermana acababa de llegar. Romana se dio la vuelta, evitándole a Niall la necesidad de responder.
– Todo está maravilloso.
– Así es, India. Molly ha hecho un gran trabajo. Te presento a Niall Macaulay. Como ves, ya ha comenzado la ardua misión de ser mi sombra.
India Claibourne era más alta que su hermana. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba peinado con un impecable corte a lo garçon . No se parecía en nada a Romana. India se giró y le ofreció la mano a Niall con una sonrisa.
– Pone usted mucho interés, señor Macaulay -dijo India sin poder evitar la frialdad en su voz.
– Yo no diría tanto, señorita Claibourne. Romana me dijo que no trabajaba de nueve a cinco, así que intento ajustarme.
– Ninguna de nosotras trabaja de nueve a cinco -replicó India antes de girarse para atender el saludo de alguien-. Ya lo descubrirán usted y sus socios, si es que pueden mantener nuestro ritmo.
Niall se la quedó mirando un instante antes de volverse hacia Romana.
– Nadie diría que sois hermanas -dijo-. No os parecéis en nada.
– En nada -reconoció Romana-. Las tres somos de distinta madre. Así que lo siento, Niall -dijo mientras un ligero temblor recorría sus pálidos hombros desnudos.
– ¿Qué es lo que sientes?
– Ella es la que tiene más estilo, y la hermana inteligente. Yo soy la del pelo rebelde y la que no puede controlar los vasos de café.
Niall captó un tono discordante en las notas irónicas de su voz. ¿Se sentía quizá la pequeña de las Claibourne inferior a su elegante e inteligente hermana?
– Creo que Jordan se las apañará mejor con India. Yo no me habría perdido esta diversión por nada del mundo.
– ¡Diversión! -repitió Romana mientras levantaba las cejas.
– Se supone que esto es divertido, ¿no? -respondió con una sonrisa.
Ella no era la única capaz de bromear. Lo extraño era que él creía que se había olvidado de cómo hacerlo.
Romana se sentó en el coche y exhaló un suspiro de alivio.
– Bueno, una cosa menos.
– ¿Estabas preocupada?
– ¿Estás de broma? -contestó mirando a Niall mientras se abrochaba el cinturón-. Ni te imaginas la cantidad de cosas que podían haber salido mal.
– ¿Cosas como que en lugar de dos coches aparezca sólo uno?
Romana se sintió molesta por la crítica implícita. Molly había pedido un coche extra para llevar a Niall, pero se había olvidado de recordarle al chófer que tenía que volver a buscarlo. El fallo era comprensible, teniendo en cuenta la cantidad de cosas que Molly tenía en la cabeza.
– No creo que sea para tanto. Yo podría haber tomado el metro -se defendió Romana.
– Yo no te lo aconsejaría -replicó él-, y menos con ese vestido.
Aunque a ella le costara reconocerlo, en ese caso tenía razón.
No le hacía ninguna gracia tener que compartir tiempo extra tan cerca de ese hombre. Tenía la impresión de que él sabía exactamente lo que ella estaba pensando en cada momento, y Romana no tenía ni idea de por dónde iban los pensamientos de él. Aquello era muy frustrante.
– Además, tal vez yo no tenga inconveniente en compartir el coche -dijo él de repente, pillándola de sorpresa.
Había sido consciente de que Niall la observaba a lo largo de la velada, mientras ella procuraba que nada estropease una noche perfecta. Durante la gala había tenido presente el olor de la colonia que él le había regalado. Sutil, indefinible, evasiva. Y también inquietante, igual que el repentino calor que había observado en sus ojos cuando le dio a oler su muñeca.
– Para ser sincero, creo que te habría gustado que surgiera alguna complicación -dijo él, sacándola de pronto de sus pensamientos-. Así habrías tenido la oportunidad de demostrar tu eficacia durante una emergencia.
Estaba claro que no podía evitar discutir. Y en esa ocasión, ella tenía argumentos de sobra para rebatirle.
– Tendría que haber previsto alguna pequeña calamidad, nada demasiado grave: algún contratiempo con una bandeja de canapés, quizá, o un camarero borracho con intenciones inconfesables hacia su Alteza Real.
Romana hizo una pausa lo suficientemente larga para que él supiera lo que estaba pensando, y continuó:
– Di por hecho que la calidad de un espectáculo de esa magnitud, con una total ausencia de errores sería lo que más te impresionaría.
Esperó cortésmente a que él admitiera que así había sido.
– Estoy impresionado -reconoció Niall al instante.
– Gracias. Y ahora, dime, ¿dónde te dejo?
– Me sentiría mejor si te dejáramos a ti primero.
– Esa galantería no es necesaria, Niall. Esto no es una cita, es trabajo, y en Claibourne & Farraday no hacemos distinciones por razón de sexo. ¿Dónde quieres ir?
– Vivo en Spitalfields -contestó él-. Pensé que no te pillaría de camino.
Claro que no. Estaba a muchos kilómetros. Por eso había sugerido llevarla a ella primero. No era galantería, era sentido común. Romana se alegró de que la parte trasera del coche estuviera sumida en la oscuridad. Así él no notaría cómo se sonrojaba por haber dicho que aquello no era una cita. Nada podía estar más lejos de las intenciones de ambos, así que no sabía por qué se le había ocurrido semejante tontería. Sería el cansancio, o el hambre. No había comido desde que le diera un mordisco a aquel sándwich a media tarde, y había estado demasiado ocupada para probar las exquisiteces servidas por el catering de Claibourne & Farraday durante el intermedio.
Era demasiado tarde para lamentarse por haberle llevado la contraria, sólo le quedaba una salida.
– A Spitalfields, por favor -dijo dirigiéndose al conductor-. ¿Llevas mucho tiempo viviendo allí? -le preguntó mientras el coche enfilaba suavemente hacia la carretera.
– Cuatro años.
– Qué raro. Te imaginaba en Kensington o en Chelsea. Tal vez en alguno de esas casitas de las callejuelas de King's Road… ¡Ya sé! Vives en uno de esos caserones antiguos del siglo XVIII -dijo Romana, que había visto un reportaje en televisión sobre esa zona-. Fueron construidos por los hugonotes, y la clase alta los está recuperando ahora tras muchos años de abandono.
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