George apareció detrás de ella.
– Un gran día, Romana -dijo.
– Un mal día. La primera vez que hago «puenting», ahora un corte de pelo… ¿Qué más me puede pasar?
– Ningún sacrificio es suficiente para promocionar la tienda.
– Esto es todo lo lejos que estoy dispuesta a llegar -le aseguró.
El corte de pelo formaba parte del programa de la semana, y había sido planeado hacía meses. Romana sabía que cortarse su famosa melena en la peluquería de los grandes almacenes sería la mejor demostración pública de su compromiso con la empresa.
El estilista vaciló. No tenía ganas de provocar un amargo llanto de arrepentimiento.
– ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Te advierto que aunque a tus amigas les va a encantar…
– De eso se trata. Vamos allá.
Pero él seguía dudando.
– Venga, George. No tengo todo el día.
– ¿Eres consciente de que a los hombres de tu vida no les va a gustar nada?
– ¿Quién tiene tiempo para hombres?
– Amigos, conocidos, tu padre…
– Dejé de ser la niñita de papá cuando cumplí cuatro años.
Fue entonces cuando su madre conoció a un hombre más joven, más guapo y, además, con título nobiliario.
– Bueno, pues cualquier hombre que conozcas. Cualquiera que haya visto tu foto en las revistas del corazón. La mitad de los hombres de Londres están enamorados de tu pelo. Querrán lincharme.
– Todo sea por salir en los periódicos.
Pero él seguía dudando.
– Por el amor de Dios, George, es sólo pelo. Córtalo.
Y por segunda vez en el mismo día, Romana cerró los ojos.
Niall Macaulay observó la impresionante fachada de Claibourne & Farraday. Lo que una vez fue una selecta cafetería reservada exclusivamente para la aristocracia, se había convertido con el tiempo en uno de los patrimonios más valiosos de Londres. Jordan estaba obsesionado con reclamarlo en aras del orgullo familiar.
Un acuerdo más justo podría poner fin a la disputa que había prevalecido en generaciones anteriores, desde que el control de la tienda había pasado de los Farraday a los Claibourne. Romana tenía razón. Ellos solo querían hacerse con el control para liquidar los activos y reinvertir el dinero en algo que dependiera menos del capricho del público.
Niall le hizo una breve inclinación de cabeza al portero y atravesó el umbral. Habían pasado más de cuatro años desde que pisara los grandes almacenes por última vez.
Había ido con Louise para elegir la vajilla, ropa de cama… Visitaron todos los departamentos haciendo la lista de boda. Él la había dejado tomar todas las decisiones. Iba a ser su casa y quería que todo fuera de su gusto. Lo único que deseaba era poder contemplarla, estar con ella, observar su maravilloso rostro cuando se giraba para preguntarle su opinión, sabiendo que su respuesta sería siempre la misma: «como tú quieras». Aquella felicidad había quedado muy atrás.
Ésa era la última oportunidad que tenía de reencontrarse con los grandes almacenes y comprobar los cambios como si fuera un cliente más. A partir del día siguiente, todo el mundo sabría quién era.
Intentaría sacar provecho. Y, ya que se había quedado sin comer, comenzó por inspeccionar los restaurantes.
Romana se estremeció cuando su mano encontró el vacío en el lugar que antes ocupaba su pelo.
– Cómete esto y deja de preocuparte, Romana. Tu pelo está estupendo -la increpó Molly mientras le alcanzaba un sándwich, tratando de tentarla con un almuerzo tardío-. George es un genio.
– Ya lo sé. Me acostumbraré, supongo. ¿Hay algún imprevisto de última hora? ¿Cómo van las cosas en el teatro?
– Relajadas. Ya han llegado los programas, los floristas están ultimando detalles y los camareros están todos preparados. No ha habido ninguna cancelación. Todo va como la seda. Te preocupas demasiado.
– Nunca es demasiado.
– Por cierto, he visto a tu chico en la cafetería donde te he pedido el sándwich.
– ¿«Mi chico»? -Romana frunció el ceño-. ¿Desde cuándo tengo chico?
– Bueno, llámalo como quieras -replicó Molly con malicia-. Llámalo tu James Bond. Alto, moreno y guapísimo. Si me estuviera supervisando a mí, no habría comido solo.
– ¿Cómo? -saltó Romana, cayendo en la cuenta-. ¿Me estás diciendo que Niall Macaulay está en la tienda?
– Sí. Creí que habíais venido juntos. ¿No sabías que estaba aquí?
– No, claro que no. ¿Te ha visto?
– No creo. Estaba hablando por su móvil.
– Llama a seguridad, Molly.
– No se te ocurrirá hacer que lo echen…
– Claro que no. Sólo quiero saber qué pretende.
Romana sabía que seguramente estaba aprovechando su último día de anonimato para echar un vistazo por su cuenta. Después de todo, eso era exactamente lo que ella habría hecho en su lugar. Pero no quería llevarse ninguna sorpresa.
– Necesito saber dónde va, con quién habla y qué mira. Todos los detalles. Quiero un informe completo en mi mesa mañana a primera hora de la mañana.
Niall comprobó que cada restaurante y cada cafetería eran distintos. Había incluso un local japonés, y todos estaban llenos. Había comido en la cafetería más pequeña porque parecía la peor de las opciones. Puntuando, le daba un seis sobre diez. Luego comenzó a pasear por los grandes almacenes. No habían cambiado mucho desde la reforma de principios de siglo. Seguían anclados en el antiguo lujo de caoba y alfombra de color grana que los hacía inconfundibles. Sin embargo, la clientela era más joven de lo que había supuesto.
Las Claibourne debían estar haciendo algo bien. Pero Jordan no querría oír hablar de eso, sólo le interesaban sus fallos.
Cuando llegó a la sección de libros, pensó que se hacía un uso muy pobre de un espacio tan valioso. Era un departamento que había sido en su momento muy popular, pero que estaba en franco declive. No podía competir con las grandes cadenas de librerías y sus precios rebajados.
Fue en esa sección cuando se dio cuenta de que llevaba una «cola» arrastrando. Se detuvo a escribir algo en su agenda y el hombre que lo seguía se giró demasiado rápido, llamando así su atención.
Había visto a la ayudante de Romana en la cafetería. Ella no pareció darse cuenta de su presencia, y él pensó que no lo había visto. Tal vez estaba dando demasiadas cosas por supuestas. La vida le había enseñado a fiarse de la primera impresión, ese destello de la verdadera personalidad que muestran las personas antes de darse cuenta de que están siendo observadas. Romana Claibourne se había bajado del taxi con un montón de bolsas, caminando sobre unos tacones demasiado altos y una falda demasiado corta para alguien que esperaba ser tomado en serio. Por no hablar de su mata de pelo, capaz de enmarañarse en cualquier momento. Lo primero que Niall había pensado era que se trataba de una atolondrada dispuesta a hacer uso de su aspecto para obtener lo que quisiera. Y seguro que lo conseguía.
En cualquier caso, no había dudado en enviarle un guardia de seguridad para que tenerlo vigilado. Sin duda, tenía valor.
Niall miró su reloj y se encaminó a la puerta de los grandes almacenes. Tenía que regresar a casa, ducharse y ponerse elegante en las dos horas que le quedaban libres antes de la gala. Pero el caso era que no podía permitir que ella creyera que había sido más lista que él…
Romana se estaba marchando cuando Molly se encontró con ella en el ascensor.
– Tengo que irme.
– Esto te interesa -dijo su ayudante mientras le extendía una caja envuelta en papel de regalo de Claibourne & Farraday.
– ¿Qué es?
– El guardia de seguridad que mandaste a seguir a tu sombra acaba de traerlo a la oficina. El señor Macaulay le pidió que te lo entregara con un saludo de su parte.
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