Liz Fielding - Sombra del pasado

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Romana Claibourne estaba totalmente decidida a demostrar que ella y sus dos hermanas eran capaces de dirigir Claibourne Farraday, unos exclusivos grandes almacenes de Londres. Y que podían hacerlo con más éxito que los hombres del Clan Farraday. Romana pensaba que aquello era bien fácil…
Pero no lo era tanto. Tendría a Niall Farraday pisándole los talones durante un mes para aprender de su gestión en el negocio. ¿Cómo iba a poder impresionarlo si era tan atractivo que la desconcentraba? Estaba enamorándose de su enemigo…
Nota: Reeditado por Harlequin Ibérica en el trío Negocios…Amor de la colección Especial Miniseries Nº3(2007)

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– ¿Lo ha descubierto? -preguntó Romana con un gruñido.

– Parece que sí -contestó su ayudante con una sonrisa burlona.

Abrió el paquete. En su interior había una caja con la nueva fragancia que habían estado promocionando esa semana: Sombra de verano.

– Me encantan los hombres con sentido del humor, ¿y a ti? -preguntó Molly.

Niall se abrochó los botones de la camisa y se colocó la corbata al cuello. Louise solía decirle en broma que sólo se había casado con ella para que le hiciera el nudo.

Cuatro años. Hacía cuatro años que se había marchado. Cuatro años de un vacío tan intenso como el eco de una habitación sin muebles.

Tomó la fotografía del marco de plata que había sobre la mesilla y acarició suavemente el hermoso rostro que le sonreía. Morena, de porte aristocrático… El polo opuesto a la pequeña de las Claibourne en todos los sentidos, se dijo.

De pronto sintió los ojos azules de Romana inmiscuyéndose entre ellos. Y durante un segundo no supo a qué atenerse.

Romana se puso un collar de platino muy elegante alrededor del cuello y los brazaletes a juego, en las muñecas. Formaban parte de la colección africana que Flora había encargado tras su viaje de investigación por ese continente, y ahora se vendía en sus grandes almacenes. Su sencillez contrastaría con los diamantes que su Alteza Real llevaría en la gala, pero no había ninguna forma de competir con ellos.

Su vestido tampoco era ostentoso. Esa noche formaba parte del equipo de apoyo, pues India se ocuparía del papel principal. Aun así, tenía que estar impecable: manicura, peluquería y maquillaje. Todo de la tienda, menos el vestido.

¿Tendría razón Niall en ese punto? ¿Debería ponerse algo de su propia colección de moda? Los hombres lo tenían mucho más fácil: una chaqueta bien cortada y una corbata a juego… y listo. Podrían llevar el mismo traje durante años y nadie notaría la diferencia.

Romana había trabajado muy duro para crear una imagen más fresca de los grandes almacenes, y todavía le quedaba mucho por hacer. Por primera vez consideró la posibilidad de perderlos, y cómo le dolería si eso llegaba a ocurrir. No podía permitirlo.

Tomó en sus manos la colonia que Niall le había enviado y se preguntó si no lo habría subestimado. No intelectualmente, estaba segura de que era inteligente con mayúsculas. Pero ¿podría ser que además comprendiera el negocio? ¿Y que tuviera sentido del humor?

Siguiendo un súbito impulso, Romana roció sus muñecas con la fragancia. Era muy fresca, casi tanto como Niall Macaulay, pensó sonriendo. Desde luego, aquel hombre sabía ser muy sutil llegado el caso. Y no siempre se mostraba tan frío, pensó recordando lo segura que se había sentido con sus brazos alrededor en lo alto de la grúa.

El timbre de la puerta la devolvió a la realidad, y arrojó sobre la cama el frasco de colonia como si quemara. Lo cierto era que Niall Macaulay era un enemigo que reclamaba Claibourne & Farraday para él. Romana recogió el chal y el bolso y se encaminó a la puerta, diciendo en voz alta:

– No lo permitiré.

Capítulo Cuatro

Niall atravesó la zona acordonada tras la que se habían instalado las cámaras de televisión y los paparazzi . Nadie reparó en su presencia. Enseñó el pase que Molly le había enviado con el chofer que habría ido a recogerlo, y entró en el teatro. Todas y cada una de las columnas del vestíbulo estaban adornadas con flores y pequeñas luces blancas. Era un prodigio de arte floral. Y en medio de la escena estaba Romana Claibourne, en el lugar exacto en el que suponía que estaría, dirigiendo la colocación de una mampara.

Llevaba puesto un sencillo vestido de satén azul oscuro, una pieza de alta costura que se ajustaba a sus curvas sin que pareciera que nada lo sujetaba. No necesitaba ningún adorno. Era impresionante en su sencillez; un diseño creado para volver locos a los hombres.

Niall había vivido en un limbo sexual desde la muerte de la mujer que amaba, indiferente a cualquier llamada del deseo. Pero los gráciles encantos de Romana Claibourne no le pasaron por alto, y eso le extrañó. No era sólo su vestido ajustado, también le había llamado la atención su pelo. La melena rebelde había desaparecido y un manojo de suaves rizos enmarcaba ahora su rostro, dejando al descubierto una hermosa nuca. Romana realzaba su aspecto con una gargantilla formada por docenas de piezas de platino. Parecía una reina africana.

Había pasado de tener el aspecto de una rubia atolondrada a convertirse en una mujer impresionante por la que cualquier hombre podría perder la cabeza. Y el corazón.

Instintivamente, Niall dio un paso atrás, como si se sintiera amenazado. Pero eso no era posible. No tenía corazón, así que no podía perderlo. Se lo había entregado sin reservas a la única mujer que podría amar.

Pero los operarios que trataban de colocar la pesada mampara donde ella quería, si parecían haber perdido el suyo, y se desvivían para complacerla mientras ella coqueteaba.

Niall permaneció donde estaba, observando cómo les hacía cambiar la mampara de sitio cuatro veces hasta que estuvo totalmente satisfecha con el resultado. Durante toda la operación se mostró amable y encantadora, y cuando consiguieron exactamente lo que ella quería, les dedicó una sonrisa angelical. Eran sus esclavos.

Niall cruzó la alfombra roja para salir a su encuentro antes de que ella lo descubriera espiando entre las sombras.

– Buenas tardes, Romana -saludó, mirando con curiosidad la mampara.

– Ah, Niall, has venido -contestó Romana dando media vuelta.

Niall se dio cuenta por su tono de voz que ella había notado su presencia desde antes.

– Llegas cuando el trabajo duro ya está hecho.

Su aspereza la delató: la atracción era mutua. Niall sintió una oleada de poder, el olvidado placer de enfrentarse a una mujer hermosa, sabiendo que el duelo sólo podía terminar de una manera. El hecho de que en ese caso fuera imposible añadía cierta dosis de emoción.

– No creas, he estado observando todo el proceso con el mismo interés que tú -dijo levantando una ceja, dando a entender que lo único que ella había hecho era dirigir la operación.

– Eso es lo que tienes que hacer, observar -dijo ella señalando la mampara.

Niall se dio la vuelta y contempló un panel repleto de fotografías de los proyectos financiados por la semana solidaria. El ejemplo perfecto de que una imagen valía más que mil palabras.

– Impresionante -comentó mientras la observaba enderezar una fotografía torcida-. Y un gran golpe publicitario.

– Qué sarcástico eres, Niall.

– ¿Me equivoco?

Romana lo miró como si quisiera demostrarle lo confundido que estaba, pero en lugar de hacerlo, contestó:

– No, no te equivocas.

– ¿Y qué haces el resto del año? -preguntó-. Supongo que hacer «puenting» una vez cada temporada es suficiente.

– Es suficiente para siempre -replicó ella mirándolo de reojo.

Niall entrevió por segunda vez un rastro de miedo en sus ojos. Pero fue sólo un instante, no iba a engañarlo de nuevo.

Ella terminó de poner bien la fotografía y dio un paso atrás para admirar el efecto final mientras se recobraba. No necesitó mucho tiempo. Se dio la vuelta inmediatamente, sonriendo para demostrar que había superado el miedo. Su sonrisa era muy misteriosa.

– Lo siento, Niall, he olvidado darte las gracias por la colonia. La llevo puesta esta noche -dijo Romana, levantando el brazo.

El brazalete de platino lanzó destellos de luz mientras ella le ofrecía su fina muñeca.

Él había comprado la fragancia sólo por el nombre, pero de pronto sintió el deseo de tomar su mano, llevársela hacia los labios y depositar en ella un beso. Quería abrazarla y decirle que nunca, nunca jamás debería hacer nada que la asustara.

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