– La casa estaba prácticamente en ruinas cuando la compré. Todavía queda mucho por restaurar -reconoció-. El trabajo está un poco estancado, la verdad. Louise formaba parte de un grupo que rehabilita casas antiguas, y la verdad es que sin ella…
Niall se calló, como si ya hubiera hablado demasiado.
– ¿Louise? ¿Era tu mujer?
– Sí. Era restauradora. La conocí cuando su grupo estaba buscando financiación para comprar la casa y arreglarla. Así que la compré.
– ¿Así de fácil? -preguntó Romana.
– Me pareció una buena inversión.
– Ya veo.
– Y quería que Louise disfrutara restaurándola, devolviéndole su antiguo esplendor. Siendo yo el dueño, no tendría límite de tiempo.
– Te enamoraste de ella.
– Desde el momento en que la vi -admitió-. Un año después le entregué la casa como regalo de boda.
– ¿Antes de que terminara la restauración?
– Yo no podía esperar tanto.
– Pero eso es tan…
Él la miró con severidad. Iba a decir «romántico», pero se detuvo a tiempo.
– Lo siento -dijo en su lugar.
– ¿Por qué? -preguntó Niall con el ceño fruncido.
– Porque daba por hecho que estabas divorciado. Y si sigues viviendo en la casa que le regalaste, está claro que ése no es tu caso -respondió-. Pero perdona, no es asunto mío.
Niall cerró por un instante los ojos, como si los recuerdos todavía le causaran un dolor físico.
– No hay nada que perdonar. Louise murió hace cuatro años. Fue en el océano Índico. Una mañana, aunque ella no estaba muy convencida, la llevé a hacer submarinismo, con tan mala suerte que se arañó con unas algas venenosas que había en un arrecife de coral.
Niall levantó las manos con gesto de impotencia.
– Fue sólo un rasguño, nada más. Una semana más tarde estaba muerta.
– Lo siento -acertó a decir Romana tragando saliva.
Las fechas coincidían. Habían pasado cuatro años, y él llevaba cuatro años viviendo en la casa que le había regalado por la boda. Por lo tanto, había sucedido cuando estaban de luna de miel.
– Por eso la restauración no avanza. Me mataría si supiera que no he terminado lo que ella empezó.
Sin pensarlo, Romana extendió un brazo y agarró el de él.
– Claro que no. Debe ser una situación muy difícil. Seguro que ella lo entendería.
– ¿Tú crees? India me la ha recordado mucho esta noche: los mismos ojos oscuros y el pelo negro, el mismo tipo delgado. La misma franqueza.
Niall guardó silencio mientras la miraba sin el menor asomo de la angustia que ella había imaginado. Sin ninguna emoción, como si hubiera decidido enterrar sus sentimientos.
Avergonzada por lo impetuoso de su gesto, Romana le soltó el brazo. Estaba claro que él no quería su consuelo.
– Háblame de mañana -dijo de pronto Niall, cambiando de tema-. ¿Qué emocionante plan me tienes preparado?
Pronunció la palabra «emocionante» de un modo tan seco que Romana se olvidó de su vergüenza.
– ¿Emoción? ¿Quieres emoción? Pues estás de suerte esta semana. Mañana hay una visita a un local de juegos infantiles que financiamos el año pasado. Ya sabes: inauguración oficial, rueda de prensa, fotos de los niños para la página web…
– Y todos llevando la sudadera de Claibourne & Farraday, claro.
– Por supuesto. No olvides la tuya.
Él la miró, reticente. Bueno, India preferiría que permaneciera en el anonimato. Nadie repararía en un hombre de traje oscuro observando entre bastidores. La prensa no le prestaría atención.
– Eso si decides venir -dijo ella-. No es obligatorio.
– ¿Y por la tarde? -preguntó Niall.
– Una subasta de objetos de famosos en los grandes almacenes: pelotas de fútbol firmadas por los principales equipos, ropa interior de las estrellas de cine… Ese tipo de cosas. Si las cosas salen como espero, vendrán todos los medios de comunicación.
– No te importará que deje la chequera en casa, ¿verdad?
– Ya has sido suficientemente generoso, Niall. Te prometo que tu dinero será bien utilizado. Lo comprobarás por ti mismo mañana por la mañana.
– ¿Y por la noche? -preguntó él sin hacer más comentarios.
De ninguna manera iba a sugerirle que se uniera a la diversión programada para la noche siguiente.
– Nada -contestó rápidamente-. Yo iré derecha a casa, pondré los pies en alto y me quedaré dormida frente al televisor. Tú puedes ponerte al día en la restauración de tu casa -concluyó antes de taparse la boca con las dos manos.
Niall tomó una de sus manos por la muñeca y se la separó de la boca.
– Dime, Romana…
– ¿Qué?
– ¿Tienes hambre?
¿Hambre? Ésa era la última pregunta que se hubiera esperado.
– Llevas en pie desde las seis de la mañana, asegurándote de que todo el mundo lo está pasando bien. El catering era exquisito, pero no te he visto probar bocado. Y te has saltado la comida. Así que me preguntaba si tendrías hambre -dijo mientras una especie de sonrisa se dibujaba en su rostro.
– Estamos llegando a Spitalfields, señor -dijo el conductor.
Niall le dio el nombre de la calle y se volvió hacia ella.
– Tal vez… -comenzó dubitativo-. Tal vez te gustaría ver la casa. Yo prepararía algo de cenar para los dos.
– Pero es muy tarde. El conductor…
– Seguro que agradecerá una hora extra. Si tu presupuesto puede permitírselo.
Estaba cansada y no le apetecía en absoluto sentarse a comentar con Niall Macaulay frente a unos huevos fritos, pero reconsideró su propuesta. Tenía que aprovechar cualquier oportunidad de conocer mejor a aquel hombre. El éxito de las Claibourne dependía de ello en gran medida. Toda la energía que había puesto, tantos años de su vida…, de ninguna manera iba a entregárselos a aquel banquero con una cartera por corazón.
– Mi presupuesto está muy equilibrado -replicó acercándose al conductor-. ¿Le parece a usted bien? ¿Puede regresar dentro de una hora?
– Sí, señorita -contestó el conductor.
Niall ascendió por una pequeña escalinata y abrió la puerta delantera. Encendió una luz y se apartó para dejarla pasar. Las paredes del vestíbulo estaban decoradas con gran cantidad de flores de todo tipo de formas y colores, pintadas sobre un fondo verde. Se trataba de un fresco digno de figurar en un museo.
– ¿Es auténtico? -preguntó asombrada.
– Sí, por suerte se mantuvo resguardado bajo una capa de pintura. En una de las habitaciones de la planta alta encontramos también la decoración original, cubierta por un viejo papel pintado. Ya te la enseñaré luego, primero vamos a comer algo. Ven a la cocina, está más caliente.
Niall le indicó un sofá antiguo colocado en uno de los muros de la cocina, una estancia cómoda y espaciosa, sin ninguna concesión a la modernidad. Era la clásica cocina en la que podrían reunirse más de doce personas tras una larga jomada de restauración para comer, beber y charlar durante la noche. Y cuando todos se hubieran ido, aquel sofá parecía suficiente para dos.
– Estás en tu casa. Pon los pies en alto mientras yo preparo una sopa casera de C &F.
– ¿Y bien? -preguntó Jordan-. ¿Qué tal tu primer día con Romana Claibourne?
– Interesante. Y largo -bostezó Niall.
– ¿Estuviste con ella por la noche?
– Sólo por trabajo.
Niall observó la fotografía del marco de plata en la que Louise le sonreía. El trabajo había terminado en el momento en que el coche se había detenido en la puerta de su casa, y él lo sabía. Y era la casa de Louise. Nunca había invitado a una mujer a atravesar el umbral, sentarse en su sofá y comer en sus platos.
Pero Romana le había parecido pálida y cansada, y estaba seguro de que no se tomaría la molestia de comer cuando llegara a su casa. Por supuesto que podría haber alguien esperándola con un vaso de cacao caliente antes de llevarla a dormir. Pero había aceptado la invitación, lo que sugería que ese alguien no existía.
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