A lo mejor, Romana había aprovechado la oportunidad para intentar sacarle información. Contempló fijamente la fotografía de Louise, tratando de borrar la imagen de Romana. Niall tuvo la dolorosa certeza de que su esposa estaba cada día más lejos de él. Volvió a colocar la fotografía en su sitio.
– ¿Trabajo? -le espetó Jordan-. ¿Fuiste a la gala? Estuve viéndola por televisión, y no te vi en la cola para presentar tus respetos a la realeza.
– Tampoco estaba Romana. Se mantuvo fuera de escena, comprobando que todo funcionaba como un reloj. Yo estaba a su lado. Observándola.
– ¿Y bien?
– La velada fue todo un éxito, bien organizada y entretenida. Romana Claibourne no es tan alocada como parece.
No se había manoseado el pelo ni una sola vez en toda la noche. Niall observó un par de veces cómo intentaba enroscarse un rizo, hasta que había caído en la cuenta de que no había nada que enroscar. Sin darse cuenta, Niall sonrió recordando cómo su nuevo peinado enmarcaba su rostro mientras dormía.
– Es una pena -dijo Jordan reclamando su atención.
– La pena es que tú no estuvieras allí también. India estaba en su papel de directora. Deberías haber estado a su lado -dijo para provocar.
Niall se estiró la corbata y la levantó hacia su rostro, intentando captar las reminiscencias del perfume de Romana.
– Ya le llegará su turno a India Claibourne -dijo Jordan con acritud-. ¿Qué vas a hacer hoy?
– Voy a un local de juegos infantiles.
Lo que no sabía era dónde estaba, pensó. Romana no se lo había dicho. Tenía que telefonear a Molly para que le mandara un fax con todas las actividades de la semana.
– Ayer di una vuelta por los grandes almacenes. Tienes razón. Necesitan un cambio total -dijo Niall.
– Claro que sí -asintió Jordan-. Peter Claibourne ha estado viviendo en el pasado. Peor todavía, ha descuidado el futuro.
– Quizá sabía más de lo que crees. El cambio costará una fortuna.
– El progreso nunca es barato. Seguimos en contacto.
– ¿Y bien? -preguntó India en cuanto dejaron atrás el tráfico de Londres-. Háblame de Niall Macaulay. ¿Cómo es?
¿Cómo era? Romana había estado durante toda la noche sumida en un mar de dudas y confusión. Frío. Inteligente. Un misógino sarcástico que consideraba a las mujeres seres para mirar pero no para escuchar. Un hombre de una presencia impecable que podía volver loca a una mujer sin mover un dedo. Un hombre al que Romana desearía poner de rodillas y obligarlo a admitir que ella era su igual. Había estado segura de tenerlo catalogado, pero de pronto, en un instante, él había trastocado todas sus opiniones al empezar a hablar de su mujer.
– ¿Qué es lo que busca? -insistió India.
– Por favor, India, mantén los ojos en la carretera. Y conduce más despacio. Ya he pasado suficiente miedo esta semana -dijo Romana por toda respuesta.
India la miró.
– ¿Qué te pasa hoy?
– Nada. No he dormido mucho esta noche, eso es rodo.
India volvió a mirarla, esa vez con simpatía.
– Yo no he dormido bien desde que los abogados arrojaran la bomba de la participación mayoritaria. Pero, dime, ¿qué pasó anoche?
– ¿Anoche? Anoche no pasó nada.
Algo le dijo en su interior que había contestado demasiado deprisa, poniendo un énfasis excesivo en la respuesta.
– Estaba demasiado cansada para dormirme, supongo. O tal vez muy tensa. Me he pasado la noche reviviendo el momento en el que salté al vacío.
Se ponía enferma sólo de pensarlo.
– No tenías por qué haberlo hecho, Romana.
– Tal vez no. Pero ha salido en todos los periódicos de la mañana.
– Lo he visto. Habría estado mejor si Niall Macaulay no hubiera aparecido en la foto con su brazo sobre tu hombro, y un titular que dice: «Claibourne y Farraday saltan por la alegría». ¿En qué estabas pensando?
– Quería impresionarlo con mis dotes para las relaciones públicas.
– Eso va a ser difícil de evitar -contestó tratando de evitar el recuerdo de Niall sujetándola, del calor que había sentido con la proximidad de su cuerpo-. Están entre nosotras.
– No por mucho tiempo. Cuando se haya acabado este lío, voy a reestructurar la empresa y a cambiarle el nombre. Se llamara simplemente Claibourne's -dijo mirando a Romana-. Corto, sencillo y moderno, ¿no crees?
Romana contempló el perfil decidido de su hermana y cayó en la cuenta de que lo tenía todo planeado. Probablemente llevaba mucho tiempo trabajando en ello. Por eso odiaba tanto a Jordan Farraday.
– Creo que debes quitarte esa idea de la cabeza y, por supuesto, no contársela a nadie. ¿Lo sabe alguien más?
– No. Por ahora es algo entre tú y yo.
Romana preferiría no haberlo sabido.
– Mejor que siga siendo así. Deberías olvidar semejante idea hasta que puedas llevarla a cabo. Créeme, si Jordan Farraday se entera de lo que estás tramando…
– Tú mantén a los Farraday apartados de la prensa.
– Haré lo que pueda -prometió Romana.
Pero no podía ofrecerle ninguna garantía. Había invertido semanas en conseguir una buena publicidad de la semana solidaria de la alegría. Pero ahora se había abierto la caja de Pandora, y los Farraday serían unos estúpidos si no usaban ese esfuerzo en su propio beneficio. No conocía a sus primos, pero podía asegurar que Niall Macaulay no era ningún estúpido.
– Los grandes almacenes son más importantes que una disputa familiar heredada que lleva cociéndose ciento cincuenta años. Espero que los Farraday lleguen a darse cuenta de que lo mejor es dejar las cosas como están -continuó India.
– Lo veo difícil si llegan a enterarse de que estás planeando quitar su nombre de la puerta principal.
– Si este asunto acaba en los tribunales podremos al menos demostrar que somos competentes y sabemos triunfar. Y que tenemos visión de futuro.
– Competentes, de acuerdo. En cuanto al éxito… -dijo Romana dubitativa-. Niall está al tanto de que las ventas no han sido muy boyantes los dos últimos años. Y por lo que respecta a la visión de futuro…
La única razón por la que las cosas no habían ido a peor era que su padre había permitido hacía unos años que India se encargara del día a día de la empresa. Pero se había resistido a los planes de modernización que su hija mayor le proponía, insistiendo en que el atractivo de sus grandes almacenes residía en su atmósfera anticuada. El argumento era válido para animar a los turistas, pero dirigían unos grandes almacenes, no un patrimonio histórico.
– No es necesario que me recuerdes a Niall Macaulay. Simplemente asegúrate de que nos vea como un equipo invencible -dijo India.
– Lo intentaré.
A Romana no le pareció oportuno contarle que, mientras Niall estaba calentando la sopa, ilustrándola con la historia completa de su mansión, ella se había quedado dormida en el sofá de su acogedora cocina, y que él la había despertado una hora más tarde, tras el regreso del coche que la llevaría a casa.
Romana había regresado de un profundo sueño, sin saber dónde estaba, y lo primero que había visto era el rostro de Niall inclinándose sobre ella. Había sentido entonces la suave presión de su mano sobre los hombros y, durante un instante, había dejado de ver al hombre frío que había estado siguiendo sus pasos durante todo el día. Se convirtió en alguien que podría llegar a gustarle. Más que a gustarle.
Menuda impresión le habría causado ella. Seguro que estaba roncando. O babeando. O quizá las dos cosas. Romana emitió un incontrolable gemido de vergüenza.
– ¿Qué pasa? -le preguntó su hermana.
– Nada. Tenía algo en la garganta -mintió.
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