Will se aclaró la garganta.
– Sí, supone usted correctamente.
– No puedo asegurar que yo fuera capaz de resistirme a los encantos de un hombre como usted si tuviera menos años.
– Pocos menos -bromeó Will.
Aquello le valió una sonrisa. Will disfrutó de su pequeña victoria. Y era un placer ver de dónde había sacado Claire su belleza y su franqueza. Su abuela y ella estaban cortadas por el mismo patrón.
– Además, conozco los efectos del agua de esta isla. Así fue como conseguí que mi marido se casara conmigo.
– Interesante.
– Déjeme aclarar una cosa -continuó Orla-. ¿Cuáles son sus intenciones, señor Donovan?
Will pensó un momento en la pregunta y después decidió contestar sinceramente.
– Pretendo casarme con su nieta en cuanto ella esté dispuesta. Pero después de lo que pasó con Eric, creo que necesitará algún tiempo y quiero darle todo el tiempo que necesite. Y cuando nos casemos, espero formar una familia y hacer feliz a su nieta durante el resto de su vida.
– ¿Y dónde vivirán?
– Donde Claire quiera.
Orla asintió en silencio.
– Parece que tiene todas las respuestas a mis preguntas.
– Eso es bueno, ¿verdad?
La anciana sonrió, en aquella ocasión con más cariño.
– Eso es muy bueno. Ahora, me gustaría refrescarme un poco antes de ver a mi nieta. Quiero que me dé la mejor habitación y después despierte a Claire para decirle que tiene una visita.
– Estará encantada de verla.
– Por supuesto, soy su abuela favorita.
Will instaló a Orla en la primera habitación que había ocupado Claire. Antes de marcharse, encendió la chimenea.
– Espero que esté cómoda.
– Esta habitación me trae viejos recuerdos -dijo Orla con una sonrisa melancólica-. Me parece que fue ayer cuando me trajo el barco. Yo era muy joven entonces. Tenía toda la vida por delante -se sentó en el borde de la cama-. Y pensaba que íbamos a pasar toda la vida juntos.
Will vio las lágrimas que asomaban a sus ojos, se sentó a su lado y le tomó la mano.
– Perdí a mi marido hace cinco años. E, incluso después de haber pasado cuarenta y cinco años con él, siento que no fue suficiente -se volvió hacia Will-. No pierda ni un solo día. Porque el tiempo nunca se recupera.
– Así que el agua funcionó.
– A veces las relaciones necesitan un poco de magia, señor Donovan. Real o imaginada, eso no importa. Cuando estamos enamorados somos capaces de aferramos a cualquier cosa para creer que es para siempre.
Will se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla. Sospechaba que el abuelo de Claire no había tenido elección en cuanto Orla había puesto los ojos en él. Y deseó que Claire estuviera tan segura de sus sentimientos como su abuela.
Dejó a Orla deshaciendo el equipaje y corrió a buscar a Claire. Cuando llegó al dormitorio, la encontró dormida. Se tumbó a su lado y la besó, pero no se despertaba, así que terminó sacudiéndola ligeramente.
Claire gimió.
– Vete, todavía es muy pronto.
– Dijiste que querías hablar. Ya es por la mañana, así que he pensado que podríamos hacerlo ahora.
Claire abrió los ojos y le miró con recelo.
– ¿Quieres que hablemos?
– Sé lo mucho que te gusta tu trabajo y en realidad, no hay nada que me ate a esta isla. Mi hermana y su marido quieren hacerse cargo de la posada, así que he estado pensando que quizá queramos cambiar de residencia. En el caso de que yo quiera trabajar, puedo hacerlo en cualquier parte, así que…
– Espera -dijo Claire, apartándose el pelo de los ojos-. ¿A qué huele?
Will parpadeó.
– Yo no huelo a nada.
– Pues yo sí -olfateó-. ¿De verdad no lo hueles? Porque a mí esto me huele… a un plan.
Will soltó una carcajada.
– Sí, supongo que tienes razón. Lo siento, no sé qué me ha pasado. Supongo que habrá sido la falta de sueño.
Claire alargó la mano y le acarició la mejilla.
– Ya veremos a dónde nos lleva la vida -le dijo-. Ahora mismo estoy feliz aquí, contigo. Si surge algo más interesante, ya hablaremos entonces. No quiero que ningún plan arruine nuestra vida en común.
– Muy bien, entonces, no haremos planes. ¿Pero hay algo que podría apetecerte hacer durante el próximo par de meses?
– Me gustaría ir a Chicago. Necesito sacar todas las cosas de mi apartamento. Y me gustaría presentarte a mi familia.
– No es mala idea. Aunque a tu abuela ya la conozco.
– ¿Te ha llamado? -Claire se sentó en la cama-. Hablé con ella hace unos días, y no se puso muy contenta.
– Ahora parece que está bien -dijo Will-. Le he dado la mejor habitación y está descansando un poco. Le he dicho que irías a verla en cuanto te vistieras.
– ¿Mi abuela está aquí? -preguntó estupefacta.
– Ha llegado en el primer ferry. Me ha dicho que había venido para llevarte, pero le he explicado que no va a poder hacerlo tan fácilmente. Así que hemos llegado a un acuerdo y, siempre y cuando mis intenciones sean honradas, no intentará convencerte de que te vayas.
– ¿Y lo son?
– Algunas. Las demás son completamente indecorosas -la agarró de la mano-. Vamos, vístete. Tu abuela ha hecho un largo viaje para convencerle de que soy una especie de sinvergüenza sin escrúpulos. Y creo que tú deberías convencerla de todo lo contrario.
– Siempre se ha preocupado mucho por mí. Siempre he sido su favorita.
La vio levantarse de la cama y recoger su ropa. Mientras se duchaba. Will estuvo hablando con ella. Y cuando salió de la ducha, la envolvió en una toalla y la ayudó a secarse.
En eso consistía la vida, reflexionó Will. En disfrutar de las pequeñas cosas, sabiendo que estaba con la única persona que lo significaba todo para él. Fueran cuales fueran las circunstancias que les habían unidos, se habían encontrado el uno al otro. Y tenía que comenzar a construir una vida en común.
Claire permanecía en una de las abarrotadas calles de Chicago, en el barrio de Wicker Park. Will y ella llevaban ya una semana en los Estados Unidos, visitando a su familia, conociendo los lugares de interés de la ciudad y disfrutando de una preciosa suite en el hotel Drake.
Will había estado fuera durante toda la mañana y Claire había recibido un mensaje telefónico en la recepción del hotel en el que Will le pedía que se encontrara con él en aquella dirección. Pero ella imaginaba que sería la dirección de un restaurante, y no de un almacén de ladrillos abandonado.
Desde que Claire se había instalado oficialmente en Irlanda, iban a los Estados Unidos por lo menos una vez cada dos o tres meses. Aunque Claire adoraba Trall, en ocasiones echaba de menos su ciudad natal.
Sin embargo, eran muchos los beneficios de vivir con Will. Cada día era una aventura, algo nuevo y excitante, aunque estuvieran haciendo cosas tan sencillas como pintar el salón. Viajaban con frecuencia y Will le había enseñado sus lugares favoritos de Nueva Zelanda y Japón en dos ocasiones en las que había tenido que desplazarse hasta allí por motivos de trabajo. Habían pasado unas vacaciones en el Caribe y tenían planeado un viaje a Egipto para el próximo mes.
Claire adoraba aquella vida tan libre, pero cada vez pensaba más en instalarse en algún lugar, en casarse y comenzar a formar una familia.
– ¡Claire!
Claire dio media vuelta y vio a Will en una puerta situada en una esquina del edificio.
– ¿Por qué me has pedido que viniera aquí? -le preguntó con extrañeza.
– Tienes que ver este lugar. ¡Es perfecto! -salió a grandes zancadas y le dio la mano-. Vamos, sé que te va a encantar.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.
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