– No deberías pensar tanto.
– ¿Tú no piensas en nosotros?
– Pienso en la suavidad de tu piel, en cómo me gusta oírte reír y en lo agradable que es poder besarte cuando quiero. En lo maravillosa que estás desnuda, y vestida también. Pienso en lo inteligente que eres y en que tienes una manera muy original de verlo todo, una forma que me demuestra que eres única -se interrumpió-. Pero, cuando estoy contigo, no pienso, siento.
– Al final lo he estropeado todo, ¿verdad?
– No has hecho nada que no pueda arreglarse. Mis sentimientos no han cambiado en estas dos semanas, ¿y los tuyos?
Claire negó con la cabeza.
– Tampoco.
Will la abrazó con fuerza.
– ¿Y qué es lo que le ha hecho reaccionar, lo del Scrabble o la conversación sobre el tiempo?
Claire echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
– En realidad, fue el comentario sobre que Mary Kearney iba a pintar de azul la panadería.
– Interesante -dijo Will.
– Sabías que iba a venir esta noche, ¿verdad? Me estabas esperando.
– Esperaba que volvieras. Y si no, estaba dispuesto a presentarme en el apartamento de Sorcha y meterme en tu cama.
– Estamos mejor aquí. La cama es mucho más cómoda. Y más grande -frunció el ceño-. ¿No le habías prometido esta cama a Sorcha?
– Sí, pero prefirió a Eric.
Will la tumbó en la cama y se tumbó a su lado, enredando las piernas con las suyas. Comenzaron a acariciarse lentamente, buscando sus rincones favoritos, aquellos en los que sabían que podían darse mayor placer.
Will estaba ya excitado y cuando Claire rodeó su miembro con los dedos, escapó de sus labios un largo suspiro. Claire comenzó a acariciarle y Will, a cambio, buscó el centro de su deseo y lo rozó delicadamente con el pulgar.
Pero a Claire no le bastaba con tocarle. Dio media vuelta en la cama y se sentó a horcajadas sobre él. Will la miró con los ojos resplandecientes de deseo mientras ella le invitaba a acercarse a la entrada húmeda de su cuerpo y descendía después lentamente sobre él.
– Oh -suspiró Will-. Así es como tenemos que estar. Juntos.
Claire comenzó a moverse. Se inclinaba hasta dejarle prácticamente fuera de ella y volvía después a caer. Controlaba el ritmo y la profundidad de la penetración y podía darse cuenta de que Will estaba intentando controlarse. Se inclinó hacia delante y deslizó la lengua por su labio inferior.
Will hundió la mano en su pelo y la retuvo contra él, atrapando sus labios en un beso. Pero aquello sólo sirvió para acercarlo más al límite. La sujetó, intentando que dejara de moverse, pero Claire quería que se entregara por completo.
– No -le pidió Will-. Claire, por favor, más despacio.
– No -gimió ella-. No puedo. Te deseo demasiado.
Volvió a besarle y sintió entonces todos los músculos de su cuerpo en tensión. Un instante después. Will estallaba en un orgasmo explosivo; su cuerpo entero temblaba con cada una de sus sacudidas.
Claire se derrumbó sobre él. Escondió el rostro en la curva de su cuello y tomó aire, inhalando su esencia. Hasta ese momento, nunca había creído de verdad que fueran a pasar el resto de su vida juntos. Pero de pronto, era capaz de imaginarlo.
Will le acarició el pelo lentamente.
– ¿Ya estamos bien? -le preguntó.
– Si -contestó Claire, sonriendo. Se incorporó sobre el codo y le miró a los ojos-, estamos bien.
Will llenó un vaso de zumo de naranja, tomó las tostadas y extendió sobre ellas una cucharada de mermelada. Aunque había intentado convencer a Claire de las ventajas del desayuno irlandés consistente en huevos, salchichas, beicon y, por supuesto, patatas, ella prefería algo más sencillo.
Sonrió para si. Era agradable saber aquellas pequeñas cosas sobre ella, como que solía ahuecar la almohada antes de dormir o se retorcía un mechón de pelo cuando leía. No eran cosas importantes, pero eran detalles en los que Will se había fijado.
Y le gustaba dormir hasta tarde. Eran casi las diez y Will normalmente empezaba el día al amanecer. Aquella noche apenas había dormido un par de horas, pero se sentía vivo, lleno de energía.
Habían pasado la noche haciendo el amor, como si no hubiera límite para su deseo. Cada vez que se acariciaban, Will quería más. Quería disfrutar de un futuro con Claire y haría todo lo que estuviera en su mano para hacerlo posible. Su viaje a Dublín había sido una manera de escapar, pero también había estado considerando algunas oportunidades de trabajo. Aunque tenía dinero suficiente como para vivir sin trabajar, necesitaba una profesión, algo en lo que ocupar su mente para no estar pensando en Claire veinticuatro horas al día.
En cuanto a Claire, también ella necesitaba algo con lo que satisfacer sus propias ambiciones. Se había entregado a la pintura y estaba emocionada con su evolución, pero él sabía que para tener éxito en cualquier empresa, debería abandonar Trall.
Había estado pensando en todas las opciones. Estaba Dublín, si querían quedarse en Irlanda. Pero también podían trasladarse a Londres si Claire quería algo un poco más sofisticado, o a París, el centro del mundo del arte. Podían incluso volver a Estados Unidos. Will estaría encantado de vivir en Chicago siempre y cuando estuviera con Claire, o en Nueva York.
Acababa de preparar la tetera y de colocarla en la bandeja para subírsela a Claire cuando oyó el timbre de la puerta principal. Eran poco más de las diez de un lunes por la mañana. No tenía ninguna reserva, así que pensó que O'Malley pasaba por allí para darse un baño.
Will corrió al salón para abrir la puerta. Pero en vez de encontrarse al bañista más famoso de Trall, descubrió a una anciana con una maleta a los pies.
– Buenos días -la saludó.
La anciana estudio el rostro de Will con expresión inescrutable.
– Entonces es usted, ¿verdad?
– Eso depende de a lo que se refiera.
– ¿Es usted el hombre que me ha robado a mi nieta?
Will contuvo la respiración.
– Ah, se refiere a Claire. ¿Es usted Orla O'Connor?
– Sí, soy yo.
Era una mujer pequeña, con el pelo blanco y delgada. Pero tenía una mirada de acero que le hizo temblar. Era lo más parecido a un padre que Claire tenía en Irlanda y la desaprobación que reflejaba su rostro era obvia. Will no estaba muy seguro de lo que le parecería encontrar a Claire desnuda en su cama, pero sospechaba que no le haría mucha gracia.
– Ha hecho un viaje muy largo, señora O'Connor -tomó su maleta y la invitó a entrar.
– He pasado por la tienda y Claire no estaba. Debo suponer que está aquí, ¿verdad?
– Sí, está aquí, ¿quiere que vaya a llamarla?
– No, antes me gustaría hablar con usted.
– Acabo de preparar un té. ¿Por qué no viene al comedor y desayunamos? Después le enseñaré su habitación. Porque se quedará aquí algún tiempo, ¿verdad?
Orla frunció el ceño.
– Es usted encantador, eso tengo que reconocerlo.
Parecía más un insulto que un cumplido, pensó Will.
– Claire me ha hablado mucho de usted. Tenía ganas de conocerla -le señaló la mesa, le sacó una silla y corrió después a la cocina.
Una vez allí, tomó la bandeja con el desayuno de Claire y se la sirvió a su abuela.
– Hay té y tostadas. La mermelada es de frambuesas de la isla.
– ¿Se le da bien la cocina?
– Hago lo que puedo. En la posada ofrecemos desayunos y yo suelo ayudar a la cocinera.
Orla bebió un sorbo de té y miró a su alrededor.
– ¿Dónde está Claire?
– Eh, todavía está durmiendo. Ayer nos acostamos tarde. Pero si quiere, puedo despertarla.
– Supongo que estará durmiendo en su cama.
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