Will le tomó la mano y entrelazó los dedos con los suyos.
– Eso ya es un principio. Y para mí, es más que suficiente -se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla-. Me alegro de que estés aquí.
Retrocedió. Y estuvieron mirándose a los ojos durante largo ralo, hasta que, de pronto, Claire le agarró con fuerza y le estrechó contra ella.
Sus bocas se fundieron y aunque Will tenía intención de respetar la decisión de Claire sobre el sexo, tampoco ella parecía especialmente comprometida con el celibato, pues fue ella la que deslizó la lengua en su boca, transformando el beso en una sensual invitación.
Will alargó la mano hacia los botones de la blusa de Claire y, un segundo después, estaban desnudándose los dos.
Will deslizó la mano hasta su vientre y descendió desde allí hasta su sexo. Claire ya estaba húmeda de deseo y Will hundió un dedo en su interior. De la garganta de Claire escapó un ligero gemido mientras se movía contra él.
¿Cómo podría haberse imaginado nunca viviendo sin ella?, se preguntó Will. Anhelaba su cuerpo, lo necesitaba para vivir de la misma forma que necesitaba el aire para respirar. Pero no era a la liberación del sexo a lo que se había hecho adicto, sino a la increíble sensación de estar rindiéndose cuando se hundía en ella. En ese momento, le otorgaba a ella todo el poder. Confiaba en Claire en cuerpo y alma.
Claire deslizó la pierna alrededor de su cadera, apartó la mano de Will y comenzó a moverse contra él, de manera que su vientre acariciara su miembro. Pero Will estaba desesperado por tenerla de nuevo entre sus brazos: de modo que la levantó, le hizo envolverle la cintura con las piernas y la apoyó contra la pared.
Claire se aferró a sus hombros y retrocedió ligeramente para poder mirarle a los ojos. Will la miraba también como si quisiera absorber toda la belleza de su pelo revuelto alrededor de aquel rostro sonrosado por el deseo. Una ligera sonrisa curvó la comisura de los labios de Claire mientras se movía entre sus brazos. Y entonces, se deslizó sobre su rígido sexo.
Will gritó de placer, sacudido por sentimientos salvajes. Intentar mantener alguna clase de control estando con Claire era imposible. Siempre se sentía al límite, al borde del clímax. Necesitó toda su fuerza de voluntad para contenerse mientras ella comenzaba a moverse otra vez.
Sus cuerpos encajaban perfectamente. Y él ya sabía cómo moverse para darle placer.
Claire clavaba en él su mirada, con el pelo cayendo sobre sus ojos y los labios henchidos por sus besos.
Will no podía desearla más, no podía sentir mayor placer. Siempre y cuando tuviera a Claire, jamás habría otra mujer para él. Ella era la única que podía satisfacerle completamente y para siempre.
En aquel momento Claire tenía los ojos cerrados, fruncía el ceño con expresión concentrada y se mordía el labio inferior. Will reconoció los signos, supo que estaba cerca del orgasmo y aceleró el ritmo. Claire gimió y aquel sonido bastó para espolearlo. Y entonces. Claire abrió los ojos y contuvo la respiración durante varios segundos.
Will la sintió tensarse a su alrededor y disolverse casi inmediatamente en espasmos de placer. Incapaz de seguir aguantándose, se sumó a ella y llegó al orgasmo sólo unos segundos después de Claire. Fue un clímax intenso, que sacudió su cuerpo entero. Todos los músculos que habían estado en tensión se relajaron mientras lo invadía una deliciosa sensación de plenitud.
La dejó lentamente en el suelo y enterró la cabeza en su cuello.
– ¿Tienes idea de lo que me has hecho?
– La culpa ha sido tuya -contestó Claire-. Se suponía que no teníamos que tener relaciones sexuales.
– Lo siento -musitó Will-. Y deberíamos haber usado preservativo.
– En eso no hemos corrido ningún riesgo. Lo que realmente hemos echado a perder ha sido lo de intentar conocernos el uno al otro.
– Muy bien -Will disimuló una sonrisa-. A partir de ahora, prometo no tocarte a menos que tú me toques a mí. ¿Trato hecho?
– Trato hecho. Pero la culpa no ha sido tuya. Lo que nos falta es tener más decisión.
Will se agachó para recuperar la blusa de Claire y se la tendió sujetándola con la yema de los dedos. Bajó después la mirada hacia su seno, el sujetador había quedado de tal manera que asomaba por fuera un rosado pezón.
– Deberías colocártelo tú. Si lo hago yo, tendría que tocarte.
Y por decididos que ambos estuvieran. Will sabía que sería imposible mantener reprimida la pasión.
– Esto podría llegar a ser muy… incómodo.
– No pienses en ello -le sugirió Claire.
– Para ti es fácil decirlo, pero yo me excito cada vez que te veo.
– Tendrás que intentar arreglártelas solo.
Y la ventad era que estando ella cerca, no tendría ningún problema para hacerlo. Le bastaba con cerrar los ojos e imaginarla desnuda para estimularse.
En cualquier caso, no creía que tuviera que aguantar mucho. Unos días, quizá, pero por Claire, merecería la pena esperar. Y si eso significaba que podría aclarar lo que sentía por él, ¿quién se iba a quejar?
Will no tenía ninguna duda en ese sentido. Sabía exactamente lo que sentía por Claire. Y cuando llegara el momento de hacerlo, se lo diría. A partir de entonces, tendrían el resto de sus vidas para explorar los deseos que apenas acababan de rozar unos minutos antes.
Sonó la campanilla de la puerta. Claire alzó la mirada de las cuentas que estaba ensartando y vio a Mary Kearney con una caja en la mano.
– Buenos días. Mary -la saludó.
– Buenos días. He oído decir que nuestro Will ha vuelto. Supongo que estarás contenta.
Claire sabía que Mary sólo estaba intentando ser amable, pero le iba a costar acostumbrarse a hablar de su vida personal con sus vecinos.
– Sí, ya ha vuelto. ¿Ya ha pasado esta mañana a por sus bizcochos?
– Sí, y me ha dicho que le trajera esto. Sabe que te gustan muchos mis bizcochos. Hay dos de mantequilla y dos de queso.
– Gracias -contestó Claire, sonriendo.
– Dale las gracias a Will. Ha sido él el que los ha pagado -dejó la caja en el mostrador-. Tu vuelta al pueblo se ha convertido en la comidilla de Trall. Todo el mundo está especulando. Aquí nos gusta mucho especular.
Claire abrió la caja, sacó un bizcocho de queso y le dio un mordisco.
– ¿Y qué dice la gente?
– Todos adoramos a Will y pensamos que nunca le habíamos visto tan contento. Pero estamos preocupados.
– ¿Porque pensáis que no pasamos suficiente tiempo juntos?
– ¡Exactamente!
– Mira, Mary, me gusta vivir aquí, y me encanta la gente de esta isla. Pero si estáis preocupándoos por nuestra relación, estáis perdiendo el tiempo.
Claire sabía exactamente lo que todos pensaban. Ella no dormía en la posada y Will tampoco lo hacía en el apartamento que Sorcha tenía encima de la tienda. Y todo el mundo lo sabía. Claire, que ni siquiera conocía a sus vecinos de Chicago, iba a tardar algún tiempo en acostumbrarse a que se entrometieran en su vida.
– ¿Te gustan mis bizcochos? -preguntó Mary.
– Sí.
– ¿Sabes? También hago tartas de boda. No lo olvides. La verdad es que no hay muchas bodas en Trall, la gente se va, se casa en cualquier otra parte y no vuelve nunca. Por eso estamos tan emocionados contigo y con Will.
– Gracias por el ofrecimiento -dijo Claire-. Todavía no hemos hablado de boda. Pero seguro que os enteraréis en cuanto lo hagamos.
– Sí, seguro -dijo Mary con una sonrisa-. Bueno, será mejor que me vaya. Cuídate. Claire. Y pásate a almorzar por la panadería algún día de esta semana.
Claire bajó la mirada hacia las cuentas y sacudió la cabeza. Por supuesto, había muchas probabilidades de que los habitantes de Trall oyeran hablar de su boda antes que ella. De momento. Will y ella habían evitado hablar de futuro. Y se daba por satisfecha con el hecho de no estar acostándose con él.
Читать дальше