– En ningún momento quise hacerte daño. Claire. Pero la situación se me estaba yendo de las manos. Cuanto más pensaba en nuestro futuro matrimonio, más sentía que estaba perdiendo el control sobre mi vida. Necesitaba tiempo para pensar. Pero no pude hacer las cosas peor. Lo siento.
– Me lo has dicho un montón de veces, así que supongo que tendré que creerte.
– ¿Y confías en mí lo suficiente como para aceptar ese trabajo de Nueva York? Sé que lo harías magníficamente. Y que formaríamos un buen equipo.
– Quiero pensar en ello. Me gustaría ver las oficinas, y quizá pasar algún tiempo en Nueva York, conocer a la gente que trabaja en la agencia.
Eric sonrió y Claire ya no pudo seguir enfadada con él. Quizá llegaran a ser buenos amigos.
– Voy a buscar algo de beber -Eric se levantó de su asiento-. No tenemos que embarcar hasta dentro de cincuenta minutos, ¿quieres algo?
– No. gracias.
Mientras veía marcharse a Eric. Claire no pudo evitar preguntarse cómo era posible que hubieran cambiado tan rápidamente sus sentimientos. Eric había dejado de ser su príncipe azul, pero seguía siendo un buen tipo.
Y, si no hubiera sido por él, nunca habría conocido a Will. Algo bueno había salido de aquellos tres años de relación. Se había descubierto a sí misma en Irlanda. Había dejado Iras ella a la persona comedida y ordenada que era en Chicago y habla descubierto a una mujer salvajemente apasionada.
– ¿Ya ha llegado la hora de embarque?
Claire alzó la mirada y descubrió estupefacta a Sorcha frente a ella. Sorcha les había dejado una hora antes en el aeropuerto, después de despedirse de Eric con un beso interminable.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Eric me invitó a Nueva York y he decidido ir. Siempre he querido conocer esa ciudad.
– Pero, ¿y tu tienda? Yo pensaba que Trall era tu verdadero hogar.
– No se pueden tener aventuras si uno se queda siempre encerrado en su casa. Y la vida es una gran aventura, ¿no te parece?
– ¿Pero de verdad sabes lo que estás haciendo?
Sorcha vaciló un instante y frunció el ceño.
– Oh, no. No estaré entrometiéndome en una reconciliación, ¿verdad?
– No -respondió Claire-. Eric y yo no vamos a volver a estar juntos.
– Estupendo. En ese caso. Will y tú tenéis todavía posibilidades. Él te adora, ¿sabes? No sé muy bien cómo va a poder vivir sin ti.
Claire sonrió.
– No seas tonta, él nunca…
– Me lo ha dicho a mí. Por supuesto, no podía decírtelo a ti. Ya sabes lo tontos que pueden llegar a ser los hombres.
– ¿De verdad te ha dicho que me quería?
– El problema es que te dio a beber agua del manantial del Druida y ahora cree que ése es el motivo por el que las cosas fueron tan… intensas entre vosotros -frunció el ceño-. En realidad, nunca había creído en la magia.
– Yo también le di agua del manantial -dijo Claire-, así que estamos en paz.
Sorcha le agarró las manos a Claire y se sentó a su lado.
– Voy a serte sincera. ¿Sabes? Yo no sé de dónde viene toda esa leyenda del manantial del Druida. Personalmente, creo que es agua normal y corriente. Es probable que toda la leyenda sea una tontería. Pero incluso en el caso de que el agua te haya ayudado a dar un paso en la dirección correcta, entre vosotros hay mucho más de lo que haya podido hacer la magia.
Si Sorcha, que era druida, no creía en el poder del agua. Claire tendría que reconsiderar seriamente su opinión sobre ese asunto.
– No sé qué hacer.
Sorcha buscó en el bolso y sacó las llaves del coche.
– Yo me iré con Eric a Nueva York. Tú regresa a Trall y continúa lo que has empezado con Will. Puedes llevarle mi coche y quedarte en mi casa. Y, si no te importa, podrías abrir la tienda de vez en cuando. Si necesitas hacer alguna poción, todas las recetas están en una libreta, debajo de la caja registradora.
Claire intentó pensar en todas las razones por las que no debería regresar a la isla. Pero había dejado de ser una persona que lomaba racionalmente todas sus decisiones. En ese momento, era su corazón el que mandaba, y el corazón le decía que siguiera el consejo de Sorcha.
Así que tomó las llaves y se despidió de Sorcha con un abrazo.
– Gracias. Te prometo que cuidaré de la tienda. ¿Cuándo piensas volver?
– No lo sé. Ahora no quiero pensar en el futuro.
Claire tomó su bolsa de viaje y se la colgó al hombro.
– Despídeme de Eric.
Mientras caminaba por el aeropuerto, pensaba que Sorcha tenía razón. La vida era una aventura.
Para cuando abandonó el aeropuerto, eran casi las doce. El vuelo salía con retraso y había tenido oportunidad de recuperar su equipaje.
Localizó el coche de Sorcha en el aparcamiento, guardó el equipaje en el asiento de atrás, encendió el motor y emprendió camino hacia Trall, siguiendo las señales de la carretera.
Pero cuanto más se acercaba a la ciudad, más dudas tenía sobre la decisión que había tomado. Si regresaba a Trall, estaría comprometiéndose a un futuro con Will. Era una decisión muy importante, y a lo mejor debería darse algún tiempo hasta estar segura de que estaba preparada para tomarla.
De camino hacia Trall, Claire vio la señal de Castlemaine y recordó los días que había pasado con Will en su casa. Había pasado algo especial en aquel lugar. Habían jugado a imaginar que estaban enamorados, pero lo que había sucedido había terminado siendo mucho más real de lo que ninguno de los dos esperaba.
Para cuando Claire llegó a la zona de embarque del ferry era presa de sentimientos encontrados. Quería volver a ver a Will, pero tenía miedo. Quería decirle lo que sentía, pero no estaba segura de que los sentimientos fueran recíprocos. Y quería comenzar una nueva vida en Irlanda, pero sin Will, sería imposible.
En el momento que subió en el ferry, comprendió que aquél era un acto de fe. Y aunque nada de aquello estuviera planeado, sabía que estaba haciendo lo que debía.
Will fijó la mirada en la pantalla de su portátil y alargó la mano hacia la taza de café. Estaba fría. Se levantó, se acercó al mostrador y dejó allí su laza. El joven encargado de la máquina del café volvió a llenársela. Will había optado por Dublín a falta de otro lugar mejor al que ir. Había pensado en Suiza o en Italia, pero al final, había ido a Dublín a ver a su familia. El tiempo que pasaba con sus sobrinos le ayudaba a no pensar en Claire.
Llevaba una semana allí y revisaba constantemente los mensajes del móvil y el correo electrónico, esperando que Claire le hubiera escrito o llamado para decirle que había llegado bien a Nueva York. Pero no había recibido ninguna noticia de ella, nada que indicara que pensara si quiera en él.
Sabía que tendría que regresar a Trall. Pero continuaba albergando la esperanza de despertarse un día y conseguir pasar por lo menos una hora sin pensar en ella. A lo mejor había llegado el momento de iniciar una nueva vida. No pretendía dedicar el resto de sus días a llevar una posada. Lo de la hostelería era algo temporal a lo que dedicarse mientras intentaba averiguar lo que quería hacer durante el resto de su vida.
Y había llegado la hora de seguir adelante, pensó para sí. Su hermana y su marido habían estado hablando de regresar a la isla. En ese caso, también lo harían sus padres, y la posada quedaría en buenas manos.
Sonó su teléfono móvil. Will lo sacó rápidamente y buscó el identificador de llamadas. Cuando vio que se trataba de una llamada internacional el corazón le dio un vuelco. ¿Sería por fin una llamada de Claire?
– ¿Diga?
– Hola. Will Donovan. ¿Sabes quién soy?
Reconoció al instante la voz de Sorcha.
Читать дальше