– ¿Me invitas a una copa?
Will alzó la mirada y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta.
– Sírvele tú misma.
Sorcha sacó un vaso del armario y se sirvió unos dedos de whisky.
– Lo siento, no pude resistirme.
– No estoy enfadado. Tú tienes tus propias necesidades y yo no soy nadie para impedir que las satisfagas.
– Es un tipo muy atractivo. Tiene un cuerpo increíble, y, además, es inteligente y divertido. Y piensa que soy una mujer interesante, inteligente y misteriosa.
– Por favor, dime que no te has acostado con él.
– De acuerdo, no me he acostado con él. ¿Eso te hace sentirte mejor?
– No, porque estás mintiendo.
– Soy una mujer adulta, puedo hacer lo que me apetezca, sin necesidad de que tú me animes a ello. Además, tú estabas con la norteamericana, así que no entiendo por qué estás tan enfadado.
– No estoy enfadado.
Sorcha se lo quedó mirando fijamente y entonces gimió.
– Oh. Dios mío, te has enamorado de ella, ¿verdad?
– ¿Y qué si me he enamorado?
– ¿Es que no has aprendido nada de mí, Will? El sexo es maravilloso, pero disfrutar del sexo no significa que tengas que encargar ya el ajuar. Lo que has tenido con Claire es sólo sexo, nada más.
– Eso tú no lo sabes.
– Os separa todo un océano -alzó la mano-, y ahora no me digas que el amor puede con todo. Eso son tonterías sentimentales.
– Antes apreciaba tu cinismo, pero ahora mismo me agota.
Sorcha se apartó el pelo de los ojos y le miró con atención.
– Entonces, ¿de verdad la quieres? ¿No estás confundiendo el amor con el sexo?
– No, creo que la quiero de verdad.
– Pues díselo.
– ¿Pero no te das cuenta de lo ridículo que sonaría? Sólo hace una semana que nos conocemos. No puedes enamorarte de alguien en una semana.
– Claro que puedes. Se llama amor a primera vista. Le pasa a mucha gente.
– Si ella quisiera quedarse, se quedaría. Se lo he pedido más de una vez. Pero, por si no lo has notado, ha aprovechado la primera oportunidad que ha tenido para irse con su ex prometido. Creo que con esa reacción ya tengo mi respuesta. Diablos, si incluso me ha pedido que le hiciera los arreglos del vuelo.
– Entonces, ¿por qué no te vas con ella?
– Nadie me ha invitado.
– Dios mío, eres el hombre más tonto con el que me he cruzado en mi vida. Si de verdad quieres a esa mujer, vete con ella.
– Se supone que, si de verdad tenemos que estar juntos, terminaremos estándolo. Pero no creo que podamos estar seguros de lo que sentimos hasta que no nos separemos.
– Muy bien, echa a perder toda tu vida si quieres. Pero cuando te sientas triste y solo, no vengas a buscarme. Porque no pienso ofrecerte ni una gota de compasión -bebió el último sorbo de whisky y se alisó el vestido-. Y ahora, si no te importa, voy a llevarme a Eric al pub, para que podamos pasar nuestra última noche en un ambiente divertido. Y tú también deberías aprovechar para disfrutar.
Will se despidió con un gesto de Sorcha, dejó su vaso en el fregadero y se dirigió al salón. Se acercó a la chimenea para echar más turba y retrocedió para contemplar el fuego.
Sorcha le había dicho que su vida cambiaría completamente en una semana. Will podría decir que era una locura, pero la verdad era que tenía la sensación de que Sorcha sabía que iba a pasar algo importante la noche de la llegada de Claire. Y quizá también él lo supiera.
Había estado esperando que llegara el momento de dar un paso al frente, y quizá ese momento había llegado. Podía decidir ignorarlo y esperar o aprovechar aquella oportunidad y ver hasta dónde le llevaba.
Se volvió y subió las escaleras. La habitación de Eric estaba vacía, su equipaje descansaba al lado de la cama. Continuó hasta la habitación de Claire: la encontró sentada al borde de la cama, preparando el despertador.
– Tu avión sale a las diez de la mañana -le dijo-. Tendrás que irte en el ferry de las seis. Pediré que vaya un coche a recogeros a Fermoy para llevaros al aeropuerto.
– Sorcha ha dicho que nos llevaría. ¿Se lo has dicho a Eric?
– No, pero he hablado con Sorcha. Eric y ella van a cenar en el pueblo. Si quieres, puedo preparar algo para nosotros.
– No, hemos comido tarde. Sólo quiero dormir un poco -sonrió a modo de disculpa-. Este fin de semana no hemos dormido mucho, ¿verdad?
El significado de sus palabras era evidente: no iban a pasar la noche juntos.
– Bueno, si quieres comer algo, la cocina siempre está abierta.
– Gracias.
Will hundió las manos en los bolsillos, sin saber muy bien qué decir a continuación.
– Se supone que deberíamos despedirnos…
– De acuerdo, entonces…
Claire dio un paso adelante y le tendió los brazos. Will la envolvió vacilante en los suyos, enterró el rostro en su pelo y respiró su dulce fragancia. La echaría de menos, pero quizá llegara un día en el que la imagen de Claire dejara de filtrarse en sus pensamientos a cada minuto. Retrocedió y le dio un beso en la boca.
– Cuídate. Claire.
– Tú también. Y si alguna vez vas a Nueva York, llámame.
Will necesitó de toda su fuerza de voluntad para soltarla. Tomó aire, caminó hacia la puerta y se obligó a marcharse sin mirar atrás. Una vez abajo, tomó las llaves de recepción y salió al frío de la noche.
Caminó hasta el coche, se metió y lo puso en marcha. Al salir del pueblo, sintonizó la radio y estuvo buscando en el dial hasta encontrar una canción de U2. Tomó la pista que llevaba al círculo de piedras y cuando llegó al final, se detuvo con la mirada fija en la oscuridad.
Nervioso, salió del coche, dejando el motor y las luces encendidas. La lluvia fría laceraba su piel como si fueran fragmentos de cristal los que caían sobre su rostro. Aun así, continuó avanzando hacia el círculo de piedras, siguiendo aquel camino que tenía grabado en el cerebro desde los años de la adolescencia.
Caminó hasta el altar y alzó la mirada hacia el cielo, un cielo negro, sin luna. Oía en la distancia las olas que rompían contra el acantilado. La lluvia le empapaba la camisa y los vaqueros, pero el frío le ayudaba a entumecer cualquier otro sentimiento.
Cerró los ojos, esperando que la lluvia borrara también sus pensamientos. Pero nada de lo que hiciera podría acabar con sus recuerdos, con el tacto de la piel de Claire, con la esencia de su pelo, con el sonido de su voz y la imagen de su cuerpo desnudo.
Estaba enamorado de Claire y no podía hacer nada para evitarlo.
Cuando Will regresó a la posada horas después, completamente empapado, se quitó los zapatos y cruzó el comedor y la cocina. Sin molestarse en buscar un vaso, agarró la botella de whisky y bebió un largo trago. El whisky caldeó su vientre y poco a poco fue haciendo desaparecer el frío de sus piernas y sus brazos.
Pero no conseguía sacarse a Claire de la cabeza. Sin pensar lo que hacía, se dirigió hacia la entrada y subió las escaleras. Al llegar a su habitación, giró el picaporte y vio que estaba abierta. Sin vacilar un instante, entró en el dormitorio de Claire.
La luz del bailo estaba encendida, iluminando la habitación lo suficiente como para permitirle distinguir el rostro de Claire.
Will permaneció junto a su cama, embebiéndose de su imagen.
Pero era como si de pronto Claire fuera intocable, como si ya se hubiera ido. La distancia que los separaba crecía con cada segundo. Will dejó la botella de whisky en la mesilla, alargó la mano y le apartó el pelo de los ojos con delicadeza. Pero no le bastó con mirarla. Se inclinó hacia delante y posó los labios en su frente, inhalando la esencia de su pelo.
Cuando retrocedió. Claire tenía los ojos abiertos. Se miraron durante largo rato: ninguno de ellos se movía, ninguno hablaba. Claire se incorporó entonces sobre un codo, buscó sus labios y le rodeó el cuello con un brazo para que se acercara. Al hacerlo, tocó la camisa empapada y frunció el ceño.
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