Se sentó en la cama y rápidamente, comenzó a desabrocharle en la camisa. A Will le castañeaban los dientes, pero no sabía si era por el frío o por la emoción de estar otra vez con ella.
Mientras Claire le desnudaba, permanecía mirándola, con los brazos a ambos lados de su cuerpo, como si temiera que pudiera cambiar de opinión y pedirle que se fuera. Cuando terminó de desnudarle. Claire abrió las sábanas en una silenciosa invitación.
Will se tumbó a su lado mientras ella se quitaba el camisón y lo tiraba al suelo. Permanecieron después tumbados, apoyando la frente el uno contra el otro. Claire comenzó a acariciarle lentamente el brazo, después la espalda.
Suspiró al sentir cómo iba desapareciendo el entumecimiento de sus músculos para ser sustituido por un delicioso calor. Comenzaron a tocarse, al principio vacilantes, pero el deseo no tardó en apoderarse de los dos.
Will capturó su boca en un beso lleno de un deseo agridulce. Sabía que no le pediría nada más que aquella última noche juntos. Se puso sobre ella y colocó las caderas entre sus piernas: le hizo alzar las rodillas y comenzó a mecerse contra ella. Y sentir su piel desnuda contra la suya estuvo a punto de desbordarle.
Aunque quería enterrarse dentro de ella, era completamente consciente de que no tenía preservativo. Ir a buscar uno supondría tener que abandonar la habitación y no sabía lo que podía pasar si lo hacía. Así que prefirió quedarse y buscar otras formas de alcanzar el orgasmo.
Continuaba moviéndose contra ella: la base de su miembro acariciaba la humedad que se deslizaba entre las piernas de Claire. Ella gemía suavemente, se arqueaba hacia él con la respiración convertida en una sucesión de jadeos. Comenzaron a estabilizar el ritmo de sus movimientos y Will cerró los ojos, disfrutando de aquella fricción.
Y, de pronto. Claire se apartó ligeramente y cuando volvieron a encontrarse. Will se deslizó dentro de ella. Se quedó paralizado, sorprendido ante aquel error. Claire estaba tan húmeda, tan abierta, que había sido casi inevitable. Pero entonces Claire comenzó a moverse otra vez y Will comprendió que no había sido un error. Claire sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Gimió para sí ante la intensidad de aquellas sensaciones. Nada los separaba. La última barrera había caído. El calor de Claire le rodeaba, le envolvía, le acariciaba, y se sentía más excitado con cada una de sus caricias.
Claire gimió suavemente y cuando comenzó a retorcerse debajo de él. Will se supo cerca del orgasmo. Abandonó entonces su interior, pero continuó restregándose contra Claire, para, al cabo de unos segundos, volver a hundirse en ella.
La respiración de Claire se había convertido en una sucesión de jadeos. Continuaba moviéndose, aferrada a sus hombros y estremecida por el deseo. Y sólo entonces se permitió Will rendirse al increíble placer que estaba experimentando.
Lentamente, fueron elevándose juntos hasta el clímax. Los movimientos eran cada vez más rápidos. Claire se arqueaba contra él en cada una de sus embestidas. Will la sintió tensarse a su alrededor y estremecerse después con una serie de contracciones. Él se hundió en ella por última vez y se entregó completamente al orgasmo.
Continuaron moviéndose, consumidos todavía por el placer. Will sabía que podría estar haciendo el amor toda la noche. Jamás se saciaría de Claire. Pero lo que habían compartido había sido absolutamente perfecto y no quería estropearlo.
La abrazó por detrás, de manera que la espalda de Claire quedaba en su regazo y él apoyaba la barbilla en su hombro. Claire tomó sus manos, las colocó frente a ella y posó los labios en su palma.
Y así se quedó dormida, acurrucada contra él. Will también cerró los ojos, pero no era capaz de dormir, ni de dejar de pensar en el futuro.
¿Qué se suponía que iba a pasar después de aquello? ¿Sería capaz de sentir por otra mujer la pasión que había sentido por Claire?
Aquella noche no durmió. Permaneció despierto en la cama hasta que asomaron las primeras luces del amanecer. Cuando vio que el despertador de la mesilla marcaba las cinco de la mañana, comprendió que había llegado el momento de marcharse.
Le dio un beso a Claire en el hombro, se levantó, se vistió y, después de mirar a Claire por última vez, salió al pasillo. Una vez en el dormitorio, se cambió los vaqueros por unos pantalones de chándal, se puso una sudadera y unas playeras, salió a la calle y comenzó a correr.
El aire frío le despejaba la cabeza y llenaba sus pulmones mientras golpeaba rítmicamente el asfalto. Zancada tras zancada, iba corriendo como si de esa forma pudiera borrar hasta el último recuerdo de Claire.
Fue corriendo hasta el muelle y regresó por el pueblo. Al pasar por la tetería-panadería le detuvo la fragancia del pan recién hecho. Sí, se dijo, debería recuperar cuanto antes su antigua rutina.
Mary Kearney le sonrió al verle entrar.
– Vaya, hacía semanas que no te veía. Tengo entendido que estabas muy ocupado con esa norteamericana tan guapa.
– Eso ya se ha acabado. Vuelve a su país esta misma mañana.
Mary le metió dos bizcochos de mantequilla en una bolsa de papel y sacó un zumo de manzana del refrigerador que tenía detrás del mostrador.
– Te lo apuntaré en la cuenta.
Will se llevó su desayuno y continuó su carrera por el puerto. Había un lugar al que le gustaba ir cada mañana, un lugar desde el que se vela el ferry y los barcos de pesca saliendo al amanecer.
Para cuando vio los coches haciendo cola para subirse al ferry, el cielo comenzaba a teñirse de rosa por el este.
Will abrió la bolsa de papel y sacó uno de los bizcochos, todavía caliente. Le dio un mordisco y esperó a ver el coche rojo de Sorcha. Cuando lo distinguió, sintió que se le encogía el corazón al saber que Claire iba dentro.
Minutos después, el ferry se deslizaba por las aguas de la bahía con el coche de Sorcha a bordo. Estaba demasiado lejos como para distinguir las caras de los pasajeros, pero a Will le pareció reconocer la chaqueta de Claire.
Sonrió para sí. Seguro que estaba pensando en él. Preguntándose si estaría cometiendo un error al marcharse, preguntándose si se volverían a ver.
– Adiós, Claire -musitó-, que te vaya muy bien.
Tiró los restos del bizcocho en la hierba y comenzó a correr hacia el pueblo. Katie se encargaría de la posada. Él ni siquiera había deshecho todavía el equipaje que se había llevado a la península, así que agarraría esa misma bolsa y se marcharía en el siguiente ferry.
No podía quedarse allí. Y tampoco podía alojarse en su casa. Tenía que encontrar un lugar que no le recordara a Claire. Y cuando lo consiguiera, quizá fuera capaz de empezar a imaginar un futuro sin ella.
Claire revisó su billete y alzó la mirada hacia la pantalla que anunciaba las salidas, Eric estaba sentado a su lado, con los brazos cruzados y expresión sombría.
– Parece que acabo de atropellar a tu perro -dijo Claire.
– No tenías por qué haberme sacado de la isla como si fuera un niño mimado. Pensaba irme solo.
– No te creas, no sabes el poder que tiene Sorcha Mulroony sobre los hombres.
– Desde luego, es una mujer de lo más caliente en la cama.
– No sigas -dijo Claire, tapándose los oídos-. Sólo hace una semana que no estamos juntos. No creo que tengas derecho a decirme ese tipo de cosas.
– Lo siento -musitó Eric-, ¿pero qué me dices de ti? Tampoco tardaste mucho en correr a los brazos de Will.
– Sí, admito que quizá tú y yo no tuviéramos que estar juntos. Y que quizá hiciste bien al cortar conmigo. Seguramente nos has ahorrado mucho dolor.
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