– Hola, Sorcha -no había hablado con ella desde que se habían marchado Eric y Claire-, ¿desde dónde me llamas?
– ¡Desde la Gran Manzana! Pero la verdad es que no entiendo por qué la llaman así.
– ¿Estás en Nueva York? ¿Qué estás haciendo allí?
– Vine con Eric la semana pasada, ¿no te lo ha dicho Claire?
– No he hablado con Claire desde que se marchó.
– ¿Pero dónde estás?
– Estoy en Dublín, vine justo después de que Claire se marchara.
Se produjo un completo silencio al otro lado de la línea.
– Will, creo que será mejor que vuelvas a Trall. Claire no vino con nosotros a Nueva York, volvió a la isla. Le dejé mi coche y las llaves de mi casa. Si no vuelves pronto, es posible que se marche.
– ¿Y por qué demonios no me has llamado? -preguntó Will mientras se levantaba y recogía sus cosas a toda velocidad.
– Creí que lo sabías. Pensé que habría ido directamente a hablar contigo.
– Dios mío, ¿estás segura de que sigue en Irlanda?
– Bueno, en Nueva York no está, aunque es posible que haya vuelto a Chicago.
– Tengo que irme.
– Por favor, dile que me llame y me diga cómo van las cosas en la tienda. He intentado ponerme en contacto con ella pero no responde a mis llamadas. ¿Se lo dirás?
– Sí, si está en Trall.
Will apagó el teléfono y cerró los ojos, intentando asimilar lo que Sorcha acababa de decirle. Claire no había vuelto a Nueva York y había muchas probabilidades de que estuviera esperándole en Trall.
Marcó el teléfono de la posada y miró el reloj. Pero si no había huéspedes, Katie no estaría allí. Dejó sonar el teléfono unos treinta segundos y colgó. Si Claire había vuelto a la isla, alguien lo sabría. ¿Annie Mulroony? ¿Dennis Fraser, quizá? Decidió llamar a Mary Kearney, porque era uno de los números que tenía en la agenda. Mary contestó a los dos timbrazos.
– Mary. Soy Will.
– Hola. Will, ¿qué tal por Dublín?
– Bien, muy bien. Mary ¿has visto a Claire O'Connor por allí?
– Claro, la he visto esta misma mañana. Ha venido a por bizcochos y café. Parece que le está costando dejar la isla.
– Mary, si la vuelves a ver, ¿podrías decirle que voy para allá?
– Por supuesto.
Will colgó el teléfono y salió de la cafetería. Podría ir a casa de sus padres a por el equipaje, pero eso le llevaría por lo menos una hora. Y tardaría otras cuatro en regresar a Fermony, más casi otra hora más en el ferry. Por supuesto, siempre podía alquilar un helicóptero, pero tenía que pensar antes de volver a verla y el viaje en coche le proporcionaría ese tiempo que necesitaba para ello.
Will se irguió y tomó aire. Sí, era una buena noticia. ¡Una noticia magnífica! Por alguna razón. Claire había decidido no marcharse. Había vuelto a Trall por algún motivo, y Will no podía evitar esperar que fuera por él, que fuera por ellos.
Para cuando llegó a Fermoy, ya era de noche. Llegó diez minutos antes de que saliera el ferry y subió inmediatamente. Reconoció a todo el mundo a bordo y le resultó extraño después del anonimato dublinés. Aun así, se alegraba de volver a su hogar y, más todavía, de regresar con Claire.
Se acercó a la cabina del ferry y saludó a Eddie Donahue.
– ¿Has llevado a Claire O'Connor a Trall esta semana?
Eddie pensó en ello un instante y asintió.
– Sí, una mujer muy guapa. Llevaba el coche de Sorcha.
– ¿Y sabes si se ha marchado de la isla?
– No, no recuerdo haber visto el coche de Sorcha en el ferry después de ese día.
Will se acercó a la proa del barco y permaneció en la barandilla, contemplando la isla que iba creciendo en el horizonte. A los pocos minutos, comenzaron a distinguirse los detalles. Pudo ver el muelle, las calles adoquinadas y las casitas del pueblo.
Will fue el primero en abandonar el ferry. Condujo directamente hasta la tienda de Sorcha y aparcó en la calle de enfrente. Tomó aire e intentó poner sus pensamientos en orden. Todo su futuro dependía de aquel momento.
Salió del coche y se acercó a la tienda. En cuanto entró, sonó la campanilla de la puerta. Un segundo después, apareció Claire con un pincel y un trapo en la mano. Al verle, se quedó completamente paralizada.
– Estás aquí -musitó Will.
– Sí, estoy aquí.
– No estoy seguro de que quiera saber lo que está pasando… -dijo Will, riendo.
– Y yo no estoy segura de que pueda explicártelo. Sólo sé que no podía montar en ese avión. Así que Sorcha se fue a Nueva York con Eric y yo vine a Trall.
– ¿Pero por qué aquí? ¿Por qué no fuiste a la posada?
– Porque necesitaba un lugar en el que quedarme, un lugar en el que averiguar algunas cosas antes de verle. Y Sorcha me lo ofreció.
– ¿Y ya has averiguado algo?
– No, pero lo estoy intentando.
– ¿Crees que podría ayudarte?
– No estoy segura.
Will cruzó la tienda a grandes zancadas, enmarcó el rostro de Claire con las manos y la besó, suavemente al principio y con un creciente deseo después. Había imaginado muchas veces aquel momento.
Cuando al final se separó de ella, clavó la mirada en su rostro. Una mancha azul estropeaba la perfección de su cutis.
– ¿Qué estás pintando?
Claire le lomó la mano y le llevó a la trastienda. Había lienzos por doquier y un caballete al lado de la ventana.
– Aquí la luz es especial.
– Has estado muy ocupada -dijo Will.
Claire asintió.
– Mientras esté aquí, tendré que encontrar algo que hacer. Y como en Trall no hay agencias publicitarias, he decidido utilizar mis otros talentos. Antes me encantaba pintar.
– ¿Y por qué lo dejaste?
– Porque no era práctico. No podía ganarme la vida pintando, así que decidí concentrarme en algo que podría ayudarme a pagar el alquiler. Pero creo que podría llegar a ser buena, y quizá haya llegado el momento de averiguarlo.
Will tomó uno de los lienzos y lo estudió con atención.
– Es muy bueno.
– ¿Estás siendo objetivo?¿O lo dices porque te gustaría besarme?
– ¿Quién ha dicho que quiero besarte? -preguntó Will con una sonrisa-. Creo que es bueno, Claire.
– Yo yo también -contestó ella-. Además, me siento bien pintando. Will rió suavemente.
– Ése ha sido siempre mi lema. Si te sientes bien, hazlo -dio un paso hacia ella-. Y ahora que te he presentado mis credenciales como crítico de arte, ¿puedo besarte otra vez?
Claire negó con la cabeza.
– He estado pensando…
– Oh, no. Esa frase combinada con una conversación sobre sexo nunca trae nada bueno. Nunca se debería hablar de sexo antes de hacerlo.
– No tengo intención de hacerlo. Eso es precisamente en lo que he estado pensando. Cuando te conocí, decidí que sería divertido tener una aventura contigo. Que sería fácil disfrutar y después marcharme. Pero no ha sido así y ahora necesito saber que estoy aquí por algo más que por el sexo -se interrumpió-. Y que no tiene nada que ver con el agua.
– ¿Qué tiene que ver el agua con todo esto?
– ¿Te acuerdas de la noche de la celebración de Samhain? Había una botella de agua en la camioneta. Era agua del manantial del Druida.
– Pero yo había utilizado esa agua la noche anterior para hacerte el remedio contra la resaca. Dejé la botella vacía. Y no porque crea en el manantial. De hecho, hay pruebas de que fue mi bisabuelo el que se inventó esa leyenda para ayudar a aumentar el turismo en la isla.
– ¿De verdad?
– De verdad. Así que, aunque los dos utilizamos el agua, no creo que eso tenga nada que ver con lo que sentimos.
– Mi lado más práctico me dice que tienes razón, pero desde que te conozco, ya no estoy segura de nada. Sólo de que no podía irme en ese avión.
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