Sonrió para sí. Realmente, era un hombre maravilloso. Al principio temía que decayera la atracción entre ellos si no se acostaban. Pero la verdad era que se había intensificado. Le bastaba que Will la tocara para que evocara todo tipo de fantasías prohibidas.
La campana de la puerta volvió a sonar, y en aquella ocasión fue Annie Mulroony la que entró.
– ¡Hola, Claire!
– Hola, Annie.
– Pasaba por aquí y he querido parar para decirte que Sorcha me ha llamado está mañana. Se lo está pasando muy bien en Nueva York. Me ha pedido que te diera esta lista. Le gustaría que le enviaras algunas de sus cosas.
Claire tomó la lista y la leyó. Algunas de las cosas que le pedía eran productos de la tienda.
– Prepararé todo lo que pueda, pero con las hierbas tendrás que ayudarme.
Annie se sentó en un taburete frente al mostrador y tomó una de las cuentas que Claire estaba insertando.
– Entonces, ¿van bien las cosas entre tú y Will?
– Sí.
– Me he fijado en que no pasas las noches en la posada. Quiero que sepas que soy una profesional de la medicina, de modo que si tienes alguna pregunta que hacer o si algo te preocupa, estaría encantada de darte consejo, sobre todo en asuntos relacionados con la planificación familiar.
– En ese sentido, no tengo problemas -dijo Claire.
– Estupendo. Aunque todo el mundo en la isla está emocionado ante la posibilidad de tener un pequeño Donovan. Y déjame decirle que, si prefieres no dar a luz en la isla, el hospital de Limerick está muy bien. Y no nos sentiríamos en absoluto ofendidos.
– Lo tendré en cuenta -contestó Claire.
Las cosas estaban yendo demasiado lejos. A ese paso, la próxima persona que apareciera por la puerta iba a ofrecerse a organizar la fiesta de cumpleaños de su hijo.
– Pero me gustaría que Sorcha estuviera aquí. Habríais sido muy buenas amigas. Aunque es curioso que cada una de vosotras haya terminado con el hombre de la otra, ¿verdad? Mmm, será mejor que me vaya. Tengo pacientes a los que atender.
Cuando volvió a sonar la campanilla de la puerta. Claire ya estaba dispuesta a decirle a quienquiera que entrara que se ocupara de sus propios asuntos y le dejara en paz. Pero fue Will el que asomó la cabeza por la puerta y sonrió.
– Voy a la panadería, ¿quieres que le traiga un café o una taza de té?
– No. Mary Kearney se ha pasado por la tienda a traerme esto -le mostró la caja de bizcochos-, y a ofrecerse a hacer nuestra tarta de boda. Y Annie Mulroony pretendía darme algún consejo sobre planificación familiar.
– Lo siento, pero así funcionan las cosas en Trall. Todo el mundo dice que no le gusta cotillear, pero consideran como una especie de deber ciudadano el meterse en la vida de los demás. Y piensan que estamos teniendo problemas en la cama. Claire se echó a reír.
– Sí, por lo visto les preocupa que no estemos pasando las noches juntos.
Will rodeó el mostrador y la agarró por la cintura. La abrazó de una forma que Claire encontró sumamente provocativa. Ella se restregó contra él y él gimió.
– Si esperas que me ciña a tus normas, no es justo que me provoques.
– Lo siento -dijo Claire-, pero decidimos seguir un plan y creo que tenemos que llevarlo a cabo.
– ¿No vas a dejarme llegar a la segunda base? -preguntó Will, acariciándole la espalda-. Podría saltarme la tercera y llegar directamente la cuarta.
– No hay cuarta base.
– Yo creía que la cuarta base era el sexo.
– No, eso es un home run.
– ¿De verdad?
– Si, un home run.
Will acercó la boca a la suya y la silenció con un beso. Le acarició la cara, le apartó la melena y trazó un camino de besos desde su mejilla hasta su oído. Claire contuvo la respiración y forzó una sonrisa.
– Creo que deberías marcharte.
– ¿Cuánto tiempo va a durar esto? A mí me parece que no tiene sentido.
– Porque sólo piensas en el sexo. Tenemos que aprender a conocernos antes de volver a acostarnos.
– Esta noche te invito a cenar en la posada. Entonces hablaremos con más detalle sobre la segunda base. De hecho, podrás contarme todo lo que quieras sobre béisbol.
– En realidad, el béisbol es un deporte difícil de explicar. Sería más fácil si viéramos un partido.
Will le dio un beso en la nariz y se dirigió a la puerta.
– Hasta esta noche. A las siete. Y no llegues tarde -le dijo desde allí.
En cuanto cerró la puerta. Claire corrió a echar el cerrojo. Había llegado el momento. De hecho, el momento había llegado desde el instante en el que Will había regresado a Trall, pero ella se había convencido a sí misma de que la abstinencia era la única manera de estar segura.
Estaba enamorada de Will Donovan y eso no iba a cambiar. Pero entonces, ¿por qué se empeñaba en dormir sola todas las noches? A partir de esa misma noche, dormiría siempre en brazos de Will.
– ¿Salchichas con patatas y cebolla? ¿No crees que podrías haber elegido algo mejor para una cena romántica? -Katie arrugó la nariz al levantar la tapa y ver aquel guiso tradicional irlandés en su interior-. Podrías haber hecho solomillo, o cordero asado.
Will sacudió la cabeza.
– Las salchichas, las patatas y las cebollas pueden ser perfectamente románticas. Sobre todo cuando van acompañadas por cerveza.
– ¿Estás intentando echarla de la isla? -preguntó Katie-. Porque Claire nos encanta y como empieces a hacer tonterías, Will Donovan, no te van a quedar muchos amigos en Trall.
– Sé perfectamente lo que hago. Y también que deberíais dejar de preocuparos por mi vida sentimental.
– El problema es que Claire y tú parecíais estar muy unidos, pero desde que volviste a la isla, las cosas han cambiado. Tú no… bueno, ella no… El caso es que sólo tengo que hacer una parte de tu cama, no sé si me entiendes.
– Nos estamos dando tiempo. Y puedes decirle a todo el mundo que hago todo lo que puedo para convencer a Claire de que se quede en la isla.
– Estupendo. Pero aun así, yo no habría preparado ese guiso -se puso la chaqueta que había dejado en el respaldo de una de las sillas de la cocina-. Tienes una tarta de manzana en el congelador. Caliéntala antes de servir la cena. Por lo menos podrás ofrecerle un postre decente. Y enciende unas velas. Un poco de romanticismo no te hará ningún daño.
– Gracias -contestó Will, acompañándola a la puerta.
En cuanto la cerró tras ella, miró el reloj. Claire llegaría en solo diez minutos, tiempo suficiente para ponerse sus vaqueros más viejos y una camiseta.
Las dos semanas anteriores habían sido una auténtica tortura. Lo único que le había impedido conservar la cordura durante aquel período de celibato había sido el saber que, cuando al final hicieran el amor, el encuentro sería increíblemente intenso. Y estaba dispuesto a asumir aquel compromiso si el resultado era tener a Claire en su vida, y en su cama, para siempre.
Pero dos semanas ya eran tiempo más que suficiente. Aquella noche, volverían a dormir juntos. Y sería Claire la que lo propondría, no él. El plan era un poco taimado, pero estaba cansado de perder el tiempo. La mejor manera de hacer que Claire le deseara era fingir que su propio interés en el sexo estaba comenzando a disminuir.
Así que fue al dormitorio, se cambió de ropa y cuando terminó, se revolvió el pelo. Llevaba tres días sin afeitarse, de modo que no tendría que esforzarse mucho en mostrar un aspecto descuidado. Cuando se consideró suficientemente desaliñado, volvió a la cocina y abrió una botella de cerveza negra.
– ¿Hola?
– Estoy aquí -contestó Will al oír su voz-, en la cocina.
Segundos después, entraba Claire en la cocina con el pelo revuelto por el viento de la isla y las mejillas ligeramente sonrosadas. Will salió a su encuentro, la ayudó a quitarse la chaqueta y le dio un beso en la mejilla.
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