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Jennifer Greene: Ola de Calor

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Jennifer Greene Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar… El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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O sería el hombre que Kat necesitaba, o le fallaría. Una cosa era cómo quería comportarse con ella y otra cómo debía hacerlo.

Kat se sentía muy incómoda en la sala de exploración de la ginecóloga. Tenía frío. Los azulejos del techo parecían estar sucios. Y la colección de guantes e instrumentos que vio en una vitrina parecían destinados a aterrorizar a una mujer.

La puerta se abrió y Kat sintió que se le secaba la boca. La mujer que entró tenía los ojos azules, el pelo castaño y una sonrisa espontánea en los labios.

– ¿Kathryn? Soy Maggie Krantz -extendió una mano-. Espero que te sientas tan a gusto como yo si nos tuteamos. No me gustan las formalidades.

– Me parece bien -dijo Kat y durante los siguientes minutos sintió que su tensión decrecía. Había planeado lo que iba a decir y no importaba quién cruzara esa puerta. Pero la ayudó mucho que la doctora fuera amable y accesible-. Tengo entendido que Mick te ha dado algunos datos de mi historial clínico por teléfono, Maggie, pero debo confesar que estoy aquí por otros motivos.

– ¿Sí? Yo creí que tenías problemas de dispaurenia -la doctora sonrió al llevarse los audífonos del estetoscopio a las orejas. Cuando terminaron los preliminares del examen, continuó-: Sé que es penoso hablar de coito doloroso, pero debo decirte. Kathryn, que no eres un caso raro. Pocas mujeres no sufren alguna vez ese problema en su vida sexual adulta. Muchas veces, hay una solución fácil.

Kat negó con la cabeza.

– Debo ser sincera contigo…

– Por supuesto -Maggie comenzó a hacer preguntas, cada cual más personal e íntima que la anterior.

Kat se asombró al descubrir que no estaba abochornada y sin duda respondió más exhaustivamente de lo que la doctora esperaba. No tenía la cabeza en las preguntas sino en el asunto que importaba. Y en cuanto Maggie hizo una pausa, volvió a ofrecerle su punto de vista.

– Desde antes de venir aquí, era consciente de que no tengo ningún problema físico. Mick sabe que me cuesta mucho trabajo hablar de esto y, por eso, supone que no le he prestado suficiente atención a este problema. No es así. Tengo un médico de cabecera en Charleston que me hace un chequeo todos los años. Hace cinco años solicité una segunda opinión. No tengo ningún detecto físico.

– ¿No? Recuéstate un poco, Kathryn.

Kat lo hizo, cerró los ojos y siguió hablando.

– Puesto que no había ningún problema desde el punto de vista médico, la siguiente opción que se me ocurrió fue buscar motivación psicológica. Hace tiempo fui a consultar a un psicólogo… fue una gran farsa. Se pasó todo el rato analizando mis sueños y tratando de sacar de mi subconsciente algún trauma escondido, pero fue en vano. Nunca intentaron violarme, nadie trató de abusar de mí. Mis padres son unas personas extraordinarias. No le tengo miedo a los hombres. El psicólogo sugirió que podía hipnotizarme para hurgar mejor en mi subconsciente y descubrir mis temores más ocultos. Lo hicimos.

– ¿Y?

– Descubrí mi temor más recóndito: me dan pánico las arañas.

– ¿Las arañas? -Maggie levantó la cabeza y miró a su paciente-. A mí también -y agregó, en tono más apacible-: Estás menos tensa que antes. Esto terminará antes que te des cuenta. Sigue hablando.

Kat aspiró hondo y prosiguió:

– Lo que estoy tratando de decir es que he venido aquí para complacer a Mick, no por voluntad propia. Sé que no tengo ningún problema físico, pero él necesita pensar que sí. Y quizá no esté bien desde el punto de vista de la ética profesional, Maggie, pero quiero pedirte que inventes algo. Cualquier cosa. Se culpa por algo que es problema mío y se niega a escucharme. Si tú inventas algún diagnóstico convincente, te creería y dejaría de sentirse responsable y yo…

Su voz se desvaneció.

Mick pensó que la había convencido para que acudiera a esa cita médica. Eso no era cierto. La verdad era que ella no podía romper con él sin más y él lo sabía. Mick se daba cuenta de que ella estaba enamorada de él como una colegiala.

Kat habría hecho cualquier cosa por ese hombre. Cualquier cosa, porque lo quería. ¿Cómo podía no quererlo? Mick le había robado el corazón. Era gentil, tierno, gracioso, generoso y responsable.

También era atractivo. Muy atractivo.

Y sólo un eunuco podría haber soportado los problemas que ella tenía.

– Ya casi hemos terminado, Kathryn.

– Bien -murmuró ella. Se aclaró la garganta-. Maggie, te pagaré. El doble de tu tarifa o lo que me pidas. No me importa si es ético o no. Tienes que decirle que soy yo, que él no es en absoluto responsable.

– No hay inconveniente -Maggie se incorporó y comenzó a quitarse los guantes que había estado utilizando para examinarla.

Kat sintió un profundo alivio.

– Gracias.

La sonrisa de Maggie fue seca.

– No me des las gracias por mentir, porque no lo haré.

– ¿Cómo?

– No mentiré porque el problema está en ti.

Kat se incorporó en la camilla.

– ¿Con cuánta frecuencia has tenido que tomar antibióticos? -preguntó Maggie con calma.

– No sé. Quizás una vez al año. Pero no entiendo…

– ¿Por qué no te pones la ropa mientras llevo esta muestra al laboratorio? Luego hablaremos en mi oficina.

Mick la vio en el momento en que salió. Ella no fue directamente a la sala de espera sino que se detuvo delante del mostrador de recepción y él notó que su grácil y elegante Kat parecía muy torpe en ese momento. Las manos le temblaban mientras buscaba su libro de cheques y su bolígrafo dentro del bolso, al tiempo que intentaba sostener entre los dedos una hoja de papel que cualquiera reconocería como una receta médica.

Al ver esa receta Mick supo en parte lo que necesitaba saber: la médico había encontrado algo, una respuesta. Pero la expresión de Kat le dijo algo más. La recepcionista estaba tratando de decirle a cuánto ascendía la cuenta. Kat no escuchaba. Recorría con la mirada la sala de espera buscando a Mick.

No fue difícil localizarlo. Era el hombre que tenía el semblante ansioso, pálido y las manos sudorosas.

Sus ojos se encontraron y Kat creyó que iba a desmayarse. Parecía un poco aturdida, desorientada… como alguien a quien acaba de tocarle la lotería y no lo puede creer. El rubor tiñó sus mejillas al ver que Mick la miraba intensamente. Lo que él veía en su cara era inconfundible, tenía una expresión que sólo podía significar una cosa: "Mick, puedo quererte".

Pero Mick también vio lo que esperaba; lo que temía que vería. Había algo más que esperanza reflejada en los ojos de Kat. Había timidez, una abrumadora vulnerabilidad e incertidumbre y Mick pensó: "Cuidado, mucho cuidado, Mick Larson".

A Kat podía haberle tocado la lotería, pero todavía no había recibido el dinero del premio. Era evidente que eso se le estaba ocurriendo a ella en ese momento.

Ya se le había ocurrido a Mick, que avanzó hacia ella. Alguien tenía que ayudar a la recepcionista que había dejado de hablar y movía una mano delante de la cara de Kat, tratando de llamar su atención. Kat había soltado el bolígrafo, tenía el libro de cheques al revés y la receta estaba a punto de caerse al suelo.

Mick tomó la receta y a los tres minutos, llevó a Kat a la soleada ciudad de Nueva Orleáns.

Afínales de agosto, en Nueva Orleáns hacía un calor tan abrasador como en Charleston, pero dentro de Galatoire’s hacía fresco. El bar estaba en Bourbon Street y, como el avión de Mick y Kat no saldría hasta la mañana siguiente, tenían el resto del día y la noche para visitar el Barrio Francés. No podían haber encontrado un lugar mejor para comenzar que el Galatoire’s. Tenía mucho ambiente. Mick ya había pedido las especialidades de la casa: pámpano, berenjena rellena de carne y verduras. Todo acompañado de champaña. La primera copa ya se le había subido a Kat a la cabeza.

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