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Jennifer Greene: Ola de Calor

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Jennifer Greene Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar… El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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No le parecía así a Kat. Georgia se movió con rapidez y decisión hacia la mesa con su tazón de merengue, pero en sus ojos había una gran tristeza.

– ¿Sabes lo que ha sido de él? -preguntó Kat con suavidad.

– Sí. Se casó, tiene un heredero y su mujer va a darle otro hijo pronto -Georgia guardó el merengue en uno de los estantes y añadió en tono despreocupado-: A veces me pregunto si no cometí la mayor equivocación de mi vida al no aceptar la proposición de matrimonio de Wynn ni su idea de adoptar niños. No debí tomar decisiones que a él le correspondían… no lo hagas, Kat.

– ¿El qué?

– Suponer que puedes tomar decisiones que le corresponden al hombre que quieres. ¿Tienes un problema? No me sorprende. Hace mucho tiempo que sospechaba algo así. La mayoría de nosotros tenemos problemas, sólo somos humanos al fin y al cabo. No decidas que él no puede aceptarlo o solucionarlo. Wynn se casó con otra. Yo nunca me casaré. Siempre me acuerdo de él cuando miro a otro hombre; está siempre presente y siempre lo estará… y tú irás con Mick a Nueva Orleáns.

– Georgia…

– A veces una sólo tiene una oportunidad para ser feliz. Yo desperdicié la mía. Maldición, Kathryn. Mick te mira igual que Rhett Butler a Scarlett OHara en Lo que el Viento se Llevó y si te pidiera que pasaras la noche en una pocilga, deberías complacerlo. ¿Qué más puedo decir? ¡Irás a Nueva Orleáns con él y punto!

Kat vio las lágrimas asomar a los ojos de su amiga y avanzó hacia ella con los brazos abiertos. Georgia se merecía que la abrazaran… por Wynn, por compartir con ella secretos tan personales, por ser una amiga irremplazable.

Pero Georgia no entendía lo que pasaba en realidad. Tampoco sabía por qué le había pedido que pasaran el fin de semana en Nueva Orleáns… y sí, iría con él.

Mick esperaba que ocurriera un milagro en Nueva Orleáns.

Kat consideraba ese viaje como la única manera posible de cortar de una vez por todas su relación. Irrevocablemente. Tenía que resultar. Hacía mucho tiempo que no creía en milagros. Y ni siquiera un milagro serviría para que ella dejara de quererlo.

Pero por primera vez en su vida Kat necesitaba ayuda para ser fuerte. Y esperaba encontrar esa ayuda en Nueva Orleáns.

Capítulo 9

A lo largo de la historia, los hombres han hecho muchas cosas para demostrar su amor: escalar montañas, participar en cruzadas, batirse en duelos, competir.

Mick dudaba de que alguien hubiera llegado a ese extremo. Con la cabeza inclinada, hojeaba una revista en la sala de espera de la ginecóloga. Era un ejemplar de Woman’s World. Por más que buscó no encontró un solo Sports Illustrated ni nada parecido.

Las sillas de color rosa estaban alineadas contra una pared. Mick estaba apretado entre una mujer de negocios que movía la pierna que tenía cruzada y un ama de casa sonrojada. Era el único hombre que había en la atestada sala de espera. Se sentía más fuera de lugar que un payaso en un velatorio.

Kat había tratado de convencerlo de que no fuera con ella.

– ¿Acaso no he accedido a ver a la doctora? Pero no hay ninguna razón para que me acompañes a la consulta.

Ella tenía razón. Podía haber consultado a un ginecólogo en Charleston, pero allí todos la conocían. Nadie adivinaría que habían ido a Nueva Orleáns a pasar algo que no fuera un romántico fin de semana. Pero lo más importante era el médico. Después de llevar a cabo una investigación minuciosa, Mick había descubierto a la persona adecuada: una mujer especializada en problemas sexuales y con diplomas que llenaban toda una pared.

– No irás sola -había insistido él.

– No entiendo por qué.

Le había acariciado la mejilla.

– No lo entiendes porque todavía piensas que es tu problema. Es nuestro, Kat y tenemos que resolverlo juntos.

Mick supuso que sabía mantener la calma. Kat, por suerte, no tenía suficiente experiencia con los hombres para reconocer a uno que estaba desesperado.

Dos veces había conseguido que estuviera a punto de alcanzar el clímax. Dos veces había fallado. Algo debía ser culpa de él. Lo sabía. Tanto era así que había concertado una cita con su propio médico, quien se mostró divertido.

– ¿Después de todos esos años de matrimonio? -murmuró Samuel-. Enséñale a relajarse, Mick eso es todo y, de paso, trata de relajarte tú también.

¿Relajarse? El médico no había estado con ella todas esas horas en el yate, viéndola desnuda, con la luz de la luna brillando en el cobre rojizo de su pelo y reflejándose en sus ojos acuosos, vulnerables.

Kat había tardado mucho en bajar la guardia y sincerarse con él. Mick la había llamado en broma puritana, pero pronto se dio cuenta de que había sido injusto. Kat no era una mojigata. Era orgullosa, incapaz de incomodar a nadie con sus propios problemas. Tenía la absurda idea de que su carencia física era sólo culpa suya; como si la culpa tuviera algo que ver con los defectos del cuerpo. Si él no intervenía, estaba seguro de que ella nunca volvería a meterse en la cama de un hombre. Mucho menos en la de él.

Y él quería que formara parte de su vida, no sólo en su cama, aunque las preguntas que se hacía eran algo intrincadas. ¿Hasta dónde llegaban los derechos de un amante? En especial cuando el amante en cuestión no lo era en el sentido estricto de la palabra; cuando la dama se aterraba cuando se mencionaba el término futuro.

Mick empezaba a darse cuenta de que se encontraba delante del reto más importante y trascendental de su vida.

Kat lo necesitaba. No para que la mantuviera o para sentirse segura, ni siquiera para hacer el amor. Mick comprendía su tipo especial de soledad porque la había vivido él mismo. Kat necesitaba a un hombre con quien pudiera ser sincera, que la ayudara a superar sus problemas y que estuviera con ella cuando se despertara de una pesadilla a media noche.

Mick también necesitaba esas cosas, pero no se dio cuenta de ello hasta que conoció de verdad a Kat. Ella era como la luz que lo guiaba en medio de las tinieblas y le alegraba la vida. Ella era su complemento, la mitad que le faltaba.

Pero Mick necesitaba saber que él era el hombre con el que Kat siempre podría contar.

No se preocuparía si tuviera que hacer frente a un huracán, un tornado o una avalancha. Pero la situación en la que se encontraba era más complicada.

Quizá había empezado un poco tarde a cortejarla pero le resultaba muy difícil ponerse al día, pues hacía mucho que no salía con una mujer. Se acordó de la cara de Kat cuando le mandó las camelias.

Quizá era romántico mandarle camelias a una dama, pero en una escala de diez a uno, Mick estaba dispuesto a apostar que ninguna mujer consideraría romántico que la convencieran para que fuera a la consulta de un ginecólogo. "¿Y qué harás si la doctora no encuentra ningún defecto físico, Larson?", se preguntó.

No lo sabía. Por el momento, lo único que sabía era que en el consultorio hacía calor, que le sudaban las manos y que sentía una punzada en el estómago cada vez que se imaginaba lo que estaría ocurriendo dentro, en la sala de exploración. Antes de concertar la cita, había interrogado a fondo a la doctora Krantz durante más de una hora. Ella lo tranquilizó diciéndole una y otra vez que el examen médico no dolía.

Sin embargo la ginecóloga no conocía a Kat, y quizá era irracional, pero Mick no confiaba en nadie que tocara a Kat excepto él. Era fácil infligirle dolor, lo sabía. Era muy sensible y estaba asustada.

Miró su reloj por octava vez. Kat ya llevaba dentro diez minutos. Diez minutos.

Por una parte, quería que el tiempo volara. Por otra, preferiría que esa tortura sucediera a cámara lenta porque sabía que lo peor no había llegado aún. Cada vez se daba más cuenta de que los minutos que Kat pasara en el consultorio afectarían al resto de su vida. Pero era la forma en la que él se enfrentaría a la situación cuando Kat saliera de allí lo que influiría en la de él, cualquiera que fuese el diagnóstico.

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