Luego el sostén siguió el mismo camino. Los pezones de Kat se endurecieron aun antes que los acariciara la lengua ansiosa de Mick.
Kat arqueó la espalda para recibir mejor esa caricia y luego sintió los dientes de Mick. El le tomó los dos pechos con las manos muy abiertas mientras sus dientes y su lengua los probaban. Kat apenas podía respirar. Su corazón latía aceleradamente.
Colocándose encima de él, con el pelo cayéndole por la cara, lo besó. Era un beso audaz, desvergonzado.
– Mick…
– Eres increíblemente atractiva, cariño.
Mick estaba fuera de sí.
– Me gustaría que no hicieras eso…
– Te encanta.
– Pero se supone que soy yo quien debe complacerte -ella encontró el botón de sus pantalones, y le bajó la cremallera-. Creí que habías comprendido que quiero… -sus dedos se metieron por debajo de la tela y descendieron-. Necesito… quiero… Mick, yo…
– No creo que sea tan difícil decirme que quieres que me quite los pantalones -se los quitó y luego la besó, sonriendo.
– No me entiendes.
– Créeme, te entiendo.
– Mick, quiero complacerte.
– Lo haces con sólo existir, cielo.
– Quiero decir… satisfacerte sólo a ti -maldición. La lengua de él estaba en su cuello, haciendo que se estremeciera, mientras sus manos se esforzaban por bajarle la cremallera de los vaqueros-. No funcionará de ninguna otra manera. Y no me importa. No necesito nada para mí. Sólo quiero que tú…
Mick tuvo que levantarla para quitarle los pantalones, luego le quitó las bragas de encaje. Sólo la miraba a los ojos.
– Esta vez, sólo esta vez -murmuró él-, quiero que me digas lo que deseas. Deja de preocuparte, Kat. Te quiero. ¿No te has dado cuenta?
– Pero.
– Juré que no dejaría que esto sucediera. No esta noche. Juré que te daría todo el tiempo que necesitaras, pero la expresión que vi en tus ojos, querida… no era tiempo lo que me estaba pidiendo.
Ella trató de decir algo más.
– Calla -Mick volvió a colocarse encima de ella, y le dio una serie de besos, ávidos, ansiosos, anhelantes.
Si ella pensaba que él iba a aceptar la absurda idea de complacerlo a él sin que ella recibiera satisfacción, estaba muy equivocada.
En ese momento sólo había una cosa en la mente de Mick. Kat estaba asustada, pero no tanto como ella misma suponía. Sus ojos estaban llenos de pasión, sus piernas lo ceñían, sus pequeños pechos estaban tan hinchados que debían dolerle. Esta vez Mick estaba convencido.
Se dijo que Kat deseaba que le hiciera el amor.
La boca de él reclamó la de ella mientras la palma de Mick le recorría el interior de su muslo y luego se posaba con suavidad en su parte más íntima. Ella trataba de estrecharlo con más fuerza mientras le mordía con suavidad el labio inferior. Mick la besó y la acarició hasta que ella le clavó las uñas en la espalda, pero él continuó acariciándola con lentitud sin dejarse llevar por la pasión desenfrenada.
A ella le encantó. Le gustó tanto que casi perdió la cabeza… casi. Nada estaba saliendo mal esta vez, porque él no lo permitiría. El pensó que ella era una belleza, toda suavidad, dulzura, perfume y deseo.
– Mick…
El la besaba mientras trataba de ponerse el preservativo. Pero ella no habría notado si era fluorescente o liso. No le importaba. Sus ojos echaban chispas de pasión. Estaba anhelante y sus besos febriles así lo denotaban: torpes, aunque dulces, audaces y luego impacientes. Era como si hubiera acumulado todo su deseo los últimos diez años, almacenando amor para verterlo sobre Mick y él no la decepcionaría, estaba convencido.
Mick volvió a poner sus muslos encima de los de ella, animado por los suaves gemidos de Kat, por el brillo de sus ojos, por la vehemencia impaciente de sus manos. El retrasó el momento culminante. No por mucho tiempo. No era de piedra. Lo suficiente para hacer más intenso el momento.
– Por favor, Mick.
Mick la hizo suya y sintió que su corazón iba a salírsele del pecho. La oyó murmurar su nombre una y otra vez.
Y luego otra vez, pero ahora de manera diferente.
Ella estaba dispuesta. El lo sabía. Lo había sentido. Pero de repente, vio que en los ojos de ella se reflejaba un profundo dolor. Las lágrimas le rodaban por las mejillas.
Mick se apartó, apretó la mandíbula y luchó para controlarse. Un whisky triple lo habría ayudado. Se sentía frustrado. El deseo se negaba a morir. La seguía deseando. Kat no mejoró la situación cuando intentó incorporarse.
– ¿Adonde crees que vas?
– Quiero…
– No.
– Necesito…
– No -ella estaba temblando, lo cual lo exasperó aún más. La volvió a acostar en la cama. Ella estaba pálida como la cera y tenía los ojos apretados-. Mírame.
Kat no quería mirarlo. Quería que se la tragara la tierra.
Movió los labios para pronunciar palabras de disculpa, pero sintió como si tuviera un nudo en la garganta que se lo impidiera. Se sentía culpable. Ninguna disculpa sería suficiente después de haberlo sometido a esa tortura por segunda vez. De nada servía decirse que su única intención había sido satisfacerlo y no había esperado que las cosas terminaran así. Aunque eso era cierto, ella podía haberlo frenado. Había dejado que todo sucediera porque hacer el amor con Mick le parecía la cosa más natural del mundo.
Una vez, más se dejó engañar al haber pensando erróneamente que con él sería diferente.
Una vez más lo había desilusionado. Sintió deseos de morirse. Cualquier cosa era mejor que abrir los ojos y mirarlo a la cara.
– Explota si quieres, Mick -dijo Kat en voz baja-. Si yo fuera tú, estaría más que furiosa.
– Me parece qué los dos estamos pasando por el mismo tormento -murmuró Mick con voz apacible, aunque enronquecida. Kat abrió los ojos y lo miró asombrada-. Tú estás tan frustrada como yo.
– Es diferente porque es culpa mía. Sólo mía -Kat se incorporó-. Debí habértelo dicho antes y me avergüenza no haberlo hecho. No debió suceder lo que sucedió porque yo ya lo sabía. Hace cinco años iba a casarme con un hombre llamado Todd; rompimos a causa de esto, así que ya lo sabía. Sabía que no tenía derecho a tener una relación con nadie. Por favor, créeme si te digo que nunca quise hacerte daño…
– Ven aquí, amor mío -dijo él con calma.
Ella estaba aturdida. Estaba muy oscuro y tenía la vista empañada por las lágrimas. Se dijo que si el barco no se moviera tanto, podría encontrar su blusa en el suelo. Sintió la repentina necesidad de cubrirse.
– Hay millones de mujeres normales en el mundo. No te sería difícil encontrar una. Lo único que puedo decir en mi favor es que soy un ejemplo de sexo sin riesgo. Durante mucho tiempo he tratado de ver el lado gracioso de esto. Creo que soy la pareja más segura del pueblo. ¿No te parece gracioso? Maldición, no puedo hablar de esto. Nunca pude, nunca podré y no me asombraría si me tiraras al agua en el viaje de regreso. Yo sólo… -dijo ella.
Todavía estaba buscando su blusa cuando Mick la asió por la cintura. La dejó otra vez en la cama sin esfuerzo aparente. Después la arrinconó contra la pared del camarote. Ella no iría a ninguna parte. La expresión de los ojos de él era paciente pero inflexible.
– Nadie se está riendo, Kat, ni piensa que haya nada de gracioso en esta situación. Nadie va a tirarte al agua y si quieres que de verdad me enfade, vuelve a salirme con esa tontería de que "no eres normal".
Le apartó con gentileza algunos mechones de la frente.
– Vamos a hablar.
– Acabamos de hacerlo -Kat no lo comprendía-. Te he dicho la verdad. No hay nada más que decir.
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