Abrió la puerta del frente cuando Mick estaba a punto de llamar por segunda vez. Entonces, algo cambió las ideas preconcebidas que Kat tenía sobre esa velada.
Mick no estaba vestido precisamente como un seductor. Llevaba puestos unos vaqueros gastados y una camiseta de manga corta. Su pelo rubio estaba enmarañado y no se había afeitado desde por la mañana. Miró a su invitada y silbó con suavidad.
– Vaya, estás muy sexy -Kat no tenía que preocuparse por él. Era evidente que no estaba en sus cabales-. Gracias a Dios no rechazaste mi invitación, pelirroja -le dio un beso en la boca que la dejó sin respiración, luego levantó la cabeza y sonrió de oreja a oreja-. Pero basta ya de ternezas; ésta es una cena de trabajo y no tenemos tiempo para escarceos amorosos.
Su caballero andante bajó los escalones y la llevó, no a su elegante coche deportivo, sino a su camioneta, que estaba cubierta de polvo.
– ¡Arriba! -exclamó sin abrirle la puerta y por fortuna ella subió con rapidez, porque estuvieron en la carretera antes que se pudiera abrochar el cinturón de seguridad.
Era evidente que Mick no tenía la intención de seducirla esa noche. ¿Por qué entonces no se podía tranquilizar ella?
– ¿Qué es eso de una cena de trabajo, Mick?
– No es sólo trabajo, sólo un poco. Vamos a un bautizo. El bebé mide nueve metros; un yate de quilla pequeña, más para diversión que para participar en carreras. Lo puse en el agua esta tarde por primera vez, pero todavía no ha salido al mar. Su propietario está en Maine; espera saber mañana qué tal ha funcionado en este recorrido de pruebas. Tú y yo lo averiguaremos, pero me temo que tendré que pasar antes por el taller.
– ¿El taller? -repitió Kat-. ¿Quieres decir donde haces los barcos?
– Espero que no te importe. Sólo tardaré unos segundos.
Tardó más de una hora, durante la cual Kat se sintió abandonada e ignorada. Otra mujer se habría enfadado. Kat estaba encantada. Ya se había olvidado de su idea de la tensa y traumática noche que había previsto. Claro, tarde o temprano tendría que hablar con él, pero no era culpa de Mick que estuviera ocupado en ese momento. Tampoco era culpa de ella que sintiera una insaciable curiosidad. ¿Qué mejor manera de entender a un hombre que a través de su trabajo?
Con las manos en los bolsillos del pantalón, Kat recorría el taller, curioseando.
El taller tenía tres edificios, todos enormes. En uno almacenaba madera. En el segundo, tres hombres y Mick rodeaban un enorme barco a medio construir; hablaban en una jerga incomprensible para Kat.
Luego deambuló por el tercer edificio, sola y feliz. Ese era el mundo de Mick. Arrugó la nariz al oler a acetona, disolventes y barniz, algo a lo que no estaba acostumbrada. Había dos ventiladores gigantescos en el centro del taller. Kat reconoció algunas herramientas. Otras le eran desconocidas.
Donde quiera que miraba, Kat veía organización, orden y control. En los tres edificios casi podía palpar el amor que ese hombre sentía por su trabajo.
Mick la encontró explorando el patio.
– Se suponía que no iba a tardar tanto -se disculpó él. Fue hacia Kat con un ceño fruncido y una mancha de polvo en la barbilla-. Vámonos de aquí.
– ¿Estás seguro de que ya has terminado? No tienes que preocuparte por mí; estoy muy a gusto.
– Por supuesto que nos iremos; si nos escabullimos antes que Josh me encuentre y me diga que hay otro problema. Cuando demos la vuelta a la esquina del taller, corre como alma que lleva el diablo y no mires atrás aunque alguien grite "fuego".
Kat se rió divertida.
– ¿Cuál de ellos es Josh?
– El de la barba que pone ojos de cordero degollado cuando te mira de arriba abajo -Mick la ayudó a subir a la camioneta-. Igual que los otros muchachos -una vez instalado al lado de su invitada, tuvo que levantarse para sacar la llave del vehículo de su bolsillo. Al hacerlo el pantalón se estrechó sobre su varonil cuerpo. La sonrisa que le dirigió a Kat fue igualmente varonil.
– Menos mal que saliste del taller a tiempo, si no los muchachos te habrían empezado a explicar cómo se hace un barco… cualquier cosa con tal de llamar tu atención.
– Todo me llamaba la atención. ¿Cuántos barcos construyes al año? ¿Qué tipo de barcos son? ¿Y todos los haces en esos edificios?
– Calma, pelirroja… no me preguntes tantas cosas a la vez.
Mick no condujo hacia la bahía de Charleston, sino al río Ashley. Fue por la Avenida Principal como si supiera que Kat adoraba las antiguas mansiones elegantes. Así era, pero la atención de Kat no se apartaba ni un momento de su acompañante.
Corría una brisa cálida que acarició el pelo de Mick. El sol entraba por la ventana y acentuaba los rasgos de su cara, firmes y varoniles, aunque su voz parecía tan tímida y emocionada como la de un muchacho. Fue la timidez lo que conmovió a Kat. ¿Hacía cuánto que él no compartía con alguien el amor que sentía por su trabajo?
Construía yates, corbetas, barcos de pesca, cruceros.
– Construir barcos es lo que quise hacer desde que era pequeño y nunca me importó qué tipo de barcos -los yates de recreo, que eran su especialidad, tardaban en construirse todo un año. Los clientes lo asediaban-. Se corre la voz por razones evidentes. No hay muchos ingenieros que usen sólo madera.
Nunca creyó que su empresa se expandiera tanto, pero cuando June murió duplicó su volumen de trabajo.
– Pensé que podría hacerlo, hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo con mis hijas. De modo que hace como cuatro meses contraté a Josh, que es de Boston, y a Walker, de Savannah. Un par de aprendices forman el resto del equipo -le dirigió una mirada de soslayo a Kat-. A cada rato todos amenazan con irse. Dicen que soy un perfeccionista obsesivo imposible de complacer.
– Te conocen muy bien, ¿verdad?
– ¡Hey! ¿De parte de quién estás?
De él, pensó Kat. Un mes antes, sus hijas lo habían descrito como un tipo austero y estirado. En ese momento la alegría de vivir se reflejaba en su cara. "No debes enamorarte de él", se dijo Kat con firmeza. Pero esa voz interior se iba debilitando.
– ¿Y tus clientes qué opinan de que seas un perfeccionista?
– Mis clientes tienen suficiente dinero para pagar mi trabajo, que por lógica es muy caro.
Hubo un breve momento de silencio.
– Tengo barcos en el agua desde Maine hasta Florida.
– ¿Sólo trabajas con madera? -quiso saber Kat.
– Sí.
– ¿Cuál es la mejor madera para barcos?
Mick se rió, complacido.
– Esa es una pregunta que casi no tiene respuesta. Los antiguos romanos te habrían dicho que el abeto; los vikingos preferían el roble; los antiguos egipcios el cedro. Los chinos siempre han sentido predilección por un pino llamado sha-mu.
– ¿Nadie está de acuerdo sobre cuál es la mejor?
– Cualquier ingeniero sensato te diría que las maderas duras tropicales. Pero todavía hay puristas que insisten en usar sólo teca, roble y caoba.
– ¿Tú de qué los construyes?
– De teca, roble y caoba.
Cuando llegaron a los muelles, el sol se reflejaba en el agua y le daba una brillantez inusitada a las velas y los cascos de los barcos. Kat no sabía nada sobre corbetas, pero de inmediato supo cuál era la de Mick; le bastó con ver la belleza incomparable de su pintura blanca, el brillo de su cubierta barnizada, sus líneas elegantes.
Fueron andando por el muelle hasta el sitio donde estaba anclado el recién construido barco. Mick se puso enfrente de él, con las manos en la cintura y una sonrisa de satisfacción en los labios.
Kat lo maldijo en silencio. Se había prometido que se mantendría a una distancia prudente de él, pero Mick no le estaba facilitando las cosas. Deslizó un brazo alrededor de la cintura de él y lo estrechó con fuerza.
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