Miró por el espejo retrovisor. "No se ha sacado esa impresión de la manga, Kathryn Bryant. Con ningún otro hombre te habías comportado como lo has hecho con él", se dijo para consolarse.
Lo sabía, y por ello había procurado evitarlo los últimos tres días. Impaciente, metió tercera. El tráfico en Charleston era muy lento a la hora de comer a principios de agosto. El calor y la humedad eran abrumadores.
Había dos papeles en el asiento de cuero del pasajero. Uno lo habían puesto en la puerta de atrás de su casa, el otro en la puerta principal esa mañana. Las notas contenían idéntica información: cena esa noche, a las cinco, ropa informal.
Podría haber ignorado una nota. Dos era más difícil. Larson volvía a asediarla. Como una cobarde, ella se había estado ocultando tres días, no contestaba el teléfono, inventaba excusas para estar fuera de casa y para ver los proyectos de renovación de la tienda. Sabía que no estaba actuando con madurez y aun así estuvo pensando toda la mañana cómo rechazar esa invitación a cenar.
Dio la vuelta hacia el callejón que estaba detrás de la bodega, apagó el motor y sacó la llave. Las nubes se agolpaban al oeste, como anunciando que iba a llover. La ola de calor no había cedido en un mes. Quizá era el bochorno del ambiente el causante del estado de ánimo de Kat. Se sentía profundamente deprimida.
Si no había resultado con Mick, jamás resultaría. Si una quería a un hombre, si confiaba en él y lo respetaba, y aun así no resultaba, la situación era irremediable.
Sabía cómo rechazar el ofrecimiento de Mick de esa noche. Podría volver a su casa y colocar las notas en las puertas como si nunca las hubiera visto. Había muchos lugares donde podría esconderse hasta que pasaran las cinco. Y lo cierto era que tenía mucho trabajo.
"Vamos, Kat. Vives en la casa de al lado. Vas a tener que encontrarte con él en cualquier momento", se regañó.
Lo sabía. Lo único que quería era que ese momento se retrasara. Quizá en 1995 ó 1996. Todavía no.
La campanita sonó cuando ella entró en la tienda. Georgia levantó la vista de la caja registradora.
– ¿Has comido bien?
– Sí, gracias. Yo me ocuparé de la caja. Puedes ir a comer. Hace demasiado calor para hacer nada rápido hoy.
– Ya comí -Georgia sacó de debajo del mostrador una botella de Coca-Cola dietética y Kat hizo una mueca-. Te llamó Mick. Quería recordarte que pasaría a buscarte a las cinco.
– Gracias -respondió con ironía-. ¿Algo más? ¿Un huracán? ¿Una llamada de Hacienda? ¿Un robo?
– Nada tan desastroso.
– Asombroso.
– Pero tienes dos visitantes esperándote en tu oficina.
– ¿Visitantes?
Las visitantes estaban tomando un vaso de limonada y una tarta de frambuesa. La rubia bajita movía nerviosa las piernas y la morena, vestida de rojo y blanco, ocupaba la silla de Kat.
– ¡Estás… impresionante! -elogió Kat a Noel y le dio un abrazo cariñoso a Angie-. ¿Pero qué hacen aquí?
Las dos comenzaron a hablar al mismo tiempo.
– Tomamos un taxi y…
– Siempre hemos querido conocer tu oficina, Kat, pero más que nada queríamos hablar contigo.
– Tenemos que hablar contigo -corrigió Angie-. Esto es importante y no podíamos hablar en ninguna parte donde papá nos pudiera oír.
– Parece seria la cuestión -murmuró Kat-. Bien, escúchenme. Si se trata de algo sólo para mujeres, está bien. Pero si es algo que su padre debería saber…
– No tenemos ningún problema, Kat. Ni siquiera estamos aquí para hablar de nosotras -se apresuró a decir Noel-. En realidad hemos venido a hablar de ti -al ver la mirada de desconcierto de Kat, explicó-: Ya sabes. Sobre lo de papá y tú. No hay problema. Estamos de acuerdo.
Kat se desplomó en la silla más cercana.
– Al principio no estaba segura -dijo Angie-. Es decir, ahora tú y nosotras somos amigas. Así que pensé: ¿para qué complicar las cosas convirtiéndote en nuestra madrastra? Y también sentía lealtad hacia mi madre. Pero como dice Noel, mamá te apreciaba mucho y además, aunque te conviertas en nuestra madrastra no vas a portarte como la madrastra de Cenicienta, ¿verdad?
Kat no tuvo tiempo de replicar antes que Noel interviniera.
– Y papá está muy distinto desde que andas con nosotros. Sonríe todo el tiempo. Ya no está tan serio como antes. Es como si volviera a ser nuestro padre de antes, ¿comprendes?
– Habla, se ríe con nosotras y pasa mucho tiempo en casa -recalcó Angie.
Kat trató de interrumpirlas de nuevo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo.
– Y sabemos por qué -Noel se apartó un rizo-. No estamos ciegas; las dos podemos ver lo que está pasando. Y sólo queremos que sepas que con nosotras no hay problema, estamos aquí para ayudarte. Estamos de tu parte. Papá es demasiado… cómo te diría… -intercambió miradas con su hermana-. No estamos seguras de que papá sepa lo que está haciendo.
Angie, demasiado ingenua para ser discreta, apuntó:
– Tampoco nos parece que tú lo sepas muy bien. Quizá piensas que sólo soy una niña, pero he aprendido muchas cosas en la televisión.
– Nos parece que podrías pintarte un poco mejor, Kat -dijo Noel con absoluta seriedad.
– Y papá no sabe lo que tiene que hacer… como invitarte a bailar, comprarte flores y bombones y esas cosas. Noel dice que quizá tú tengas que darle un empujoncito.
– Hace mucho que él no tiene nada que ver con mujeres -dijo Noel.
– ¡Vaya! -pudo decir Kat al fin.
– Nos pareció que podríamos darte algunas ideas, ayudarte a arreglar algunas cosas. Yo podría cocinar, Angie ha encontrado unas velas.
– Vaya -replicó Kat. Miró largamente a las dos chiquillas entusiastas e hizo lo que pudo para hacerse a la idea de lo que estaba oyendo. Si tuviera tiempo iría a la biblioteca a buscar un libro sobre adolescentes precoces y la manera de tratar con ellas. Por desgracia no había tiempo-. Antes que nada, señoritinas, están equivocadas. Soy amiga suya, y espero que también de su padre.
– Sí, Kat.
– Sí, Kat.
– Segundo: No tengo nada que ver con cualquier cambio que hayan visto en su padre. Nada.
– Sí, Kat -las dos hermanas se miraron.
– Tercero: Puedo quererlas muchísimo, pero eso no significa que ciertos temas no dejen de ser muy personales. Lo que sucede entre un hombre y una mujer, es algo entre él y ella. Eso se aplica a mí, a su padre, y a cualquiera con quien se relacione su padre ahora, mañana o dentro de diez años. No deben meterse en lo que no es asunto de ustedes. ¿Lo entienden?
– Sí, Kat -contestaron al unísono.
– Cuarto… -Kat movió la cabeza molesta-. No han entendido nada. No me casaré con su padre. No seré su madrastra. Su padre y yo sólo somos amigos. Eso es todo. ¿Entendieron?
– Sí, Kat.
– Sí, Kat.
Las chicas dieron una vuelta por la tienda, tomaron galletitas, se probaron sombreros del siglo pasado y jugaron con las miniaturas en la casa de muñecas. Por fin Kat llamó a un taxi y pagó por adelantado para que las llevara a su casa. Pensaba que lo había dejado todo claro, hasta que Noel le dio un pellizco pícaro en la mano cuando se iban.
– Si papá no llega a casa esta noche, yo prepararé el desayuno de Angie -murmuró-. No te preocupes por nada. Tengo suficiente edad para comprender ciertas cosas.
Georgia la encontró en su oficina media hora después, quitándose las horquillas que sostenían su peinado estilo pompadour y tirándolas a la pared como si fueran dardos. Georgia extendió la mano y le enseñó a su jefa un par de aspirinas. En la otra mano llevaba un vaso de agua.
Kat se tragó las dos aspirinas.
– Ya está -dijo y luego se tomó el agua-. Me mudaré. No puedo con ellas, ni con él. Punto y final.
Читать дальше